Línea clara y juego limpio

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 18 de agosto de 1967.

 

Declaraciones de distinguidos líderes políticos, aparecidas en este mismo y otros importantes diarios y en noticiarios radiales y teledifundidos, hacen imperativo reiterar algunos planeamientos que creo fundamentales ante la perspectiva electoral.

Una gran mayoría de venezolanos quiere un cambio en el próximo período constitucional. Para algunos, se trata de un simple antagonismo emocional con Acción Democrática; para la generalidad, tiene un sentido más profundo. Se aspira a renovar el gobierno porque AD ya no responde a las exigencias del país; porque se abrigan serios temores de que resulte afectado el propio sistema democrático si no se muestra capaz de garantizar la vida de los ciudadanos, la seguridad de los hogares, la paz interna, la honestidad y eficacia en la administración y el cumplimiento de un programa ambicioso de desarrollo económico y social. Esto impulsa la voluntad de cambio, no sólo en el país político sino en lo que se ha denominado «el país nacional».

Por entenderlo en igual forma, los socialcristianos sostenemos que no basta la simple sustitución de AD. Venezuela exige la alternativa de un gobierno capaz para afrontar con energía, idoneidad y eficacia la tarea del cambio de estructuras impuesto por la hora, el saneamiento de la vida política y administrativa y el impulso de la nación hacia metas precisas de desarrollo.

Conscientes de nuestra responsabilidad por ser la fuerza más importante de la oposición, el partido de más vigoroso crecimiento, el de mayor arrastre en la juventud, a la vez que el de mayor influencia y a la vez más receptivo ante los profesionales y técnicos de las nuevas generaciones, nos hemos visto en el deber de ofrecerle al país una política nueva y distinta y preparar nuestros cuadros políticos y técnicos para corresponder la confianza del país cuando nos encomiende el gobierno.

Nuestra fórmula, naturalmente, no puede ser del agrado de quienes desean abrir camino a la implantación del marxismo-leninismo (los comunistas dicen «ni continuismo, ni Caldera”), ni de quienes aspiran al gobierno para buscar o sostener privilegios o miran la política desde el punto de intereses privativos de sectores políticos o económicos. Pero sí tiene la virtualidad de atraer a densos contingentes populares que aspiran a no seguir marginados o a obtener legítimas ventajas a través del progreso; a calificados sectores independientes, de pequeña o mediana clase media, que sienten la urgencia de un impulso renovador y constructivo, y de gentes ubicadas en los estratos más favorecidos o en la alta clase media, permeables a la idea de justicia social y convencidas de que las perspectivas nacionales serían muy alarmantes si no se diera un viraje audaz a los mandos gubernativos.

Para corresponder al deseo de numerosos compatriotas, de que se facilite la posibilidad de una candidatura presidencial apoyada por toda la oposición, hemos propuesto la única fórmula concreta presentada hasta este momento: la de las elecciones separadas. Mediante ellas, se pediría al pueblo pronunciarse en favor de la candidatura que a su juicio correspondiera mejor a las exigencias nacionales, y los grupos democráticos de oposición contraerían el compromiso previo de respaldar la voluntad popular.

Hasta ahora, nadie nos ha propuesto ninguna otra posible solución. Se nos han hecho exigencias negativas, pero sin presentar ninguna vía sustitutiva. La falta de esa vía explica que los partidos integrantes del llamado «amplio frente» no hayan podido siquiera entenderse entre sí, a más de nueve meses de su mitin en el Nuevo Circo.

Nosotros hemos recordado la urgencia de la lucha, para derrotar a un adversario tan avezado y provisto de tantos recursos como AD, y nuestra campaña ahonda cada día más su penetración en la conciencia de los electores. Pero, al mismo tiempo, hemos mantenido una actitud abierta y receptiva frente a las otras fuerzas democráticas interesadas en el cambio, aun cuando nos separen diferencias ideológicas o concepciones distintas sobre la función de la política en la vida de los pueblos. Cuando un venezolano de la alta calidad del doctor Martín Vegas, por quien guardamos el mayor aprecio, manifiesta la esperanza, abrigada por muchos, de que el partido que preside llegue a un entendimiento con nosotros, hemos acogido sus palabras con amplia simpatía, sin cerrar la puerta al diálogo con otras fuerzas opositoras.

En todo caso, son los votantes y no los partidos quienes inclinarán decisivamente la balanza en favor de la solución que juzguen más apta para gobernar el país el próximo período. No aceptamos la tesis de que todos los partidos están condenados a representar minorías. En Venezuela, el número de militantes de partido es proporcionalmente muy alto (COPEI tiene más militantes inscritos que la Democracia Cristiana Alemana, cuya votación cuenta quince millones de sufragios), pero, aun así, los independientes cuyo voto no está comprometido pueden dar al partido por el cual se pronuncien una mayoría holgada para gobernar con solidez. A esa mayoría aspiramos; y estaremos en probabilidad tanto mayor de lograrla, cuanto nuestra posición sea más nítida, nuestro programa más concreto y nuestra conducta más diferenciada de toda maniobrería politiquera. Reiteramos una línea clara y reclamamos juego limpio. Tenemos una posición firme, que no se doblegará ante presiones. El contacto directo con la gente es el instrumento fundamental de nuestra campaña. Sin restar a nadie méritos ni derechos, hemos escogido el camino de presentarnos abiertamente ante el país, para que sea él quien escoja. Los venezolanos están demostrando entendernos, y su veredicto es el que cuenta.