El desarrollo regional

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 27 de enero de 1967.

 

Millares de personas del centro y otras regiones del país pasaron varios días la pasada semana en San Cristóbal, con ocasión de las Ferias. Para aquel nutrido concurso humano, que copó los hoteles del área y muchos alojamientos particulares en la ciudad y poblaciones circunvecinas y que llenó la plaza de toros más grande de la América Latina, era el «descubrimiento» del Táchira. Los tachirenses, por su parte, dejaban en claro su deseo de que se conociera su región, se observaran sus necesidades y problemas, lo que les importaba más que los mismos beneficios económicos que podía producir aquella intensa jornada turística. Nadie de significación dejaba pasar la oportunidad sin insistir en la necesidad urgente del desarrollo regional.

También yo hice breve visita tras de la cual asistí en Maracaibo a la consagración del primer obispo zuliano que recibe en su tierra ese honor, el nuevo Obispo de Cumaná. Al llegar al aeropuerto de Grano de Oro, la primera pregunta de un reportero fue la de si yo creía que el Gobierno había hecho algo por el desarrollo del Zulia. En la pregunta iba envuelta la respuesta: los zulianos están convencidos de que todo se ha convertido en juegos de palabras, mucho hablar y muy poco hacer para afrontar la transformación de aquella porción tan esencial del territorio venezolano. «Panorama», el diario más importante de occidente, está haciendo vigorosa campaña para poner en relieve la falta de acción del Gobierno Nacional en un Estado que por largos años ha suplido la fuente de casi la mitad de los ingresos fiscales del país.

Hace algo más de un mes estuve en Cumaná, y unas semanas más atrás, en Maturín. Uno de los objetivos de mi viaje fue tomar contacto con amplios sectores independientes. Tuve reuniones destinadas a contestar las preguntas que con la mayor libertad me formularan. Pues bien: una de las más insistentes era la de qué planes tenía mi partido, en caso de llegar al gobierno por los votos de la mayoría, para impulsar y acelerar el hasta ahora estático –y en algunos aspectos regresivo- desarrollo regional.

Como se ve, un clamor que surge de todos los ámbitos geográficos hace patente el malestar de la provincia por la carencia de visión de desarrollo de sus respectivas regiones. Podrá decirse que, a lo menos, en Guayana se han tomado iniciativas de aliento, cuya repercusión se hará sentir en aquella importante zona, que ha sido la media Venezuela irredenta. Pero ahí acaba el cuento. La atmósfera en los estados andinos se enrarece por la falta de apoyo a Corpoandes; los cantos de sirena entonados sobre el desarrollo del Zulia no han conducido a nada; en la región centro-occidental, FUDECO tiene gran voluntad y cuenta con elementos humanos valiosos, pero carece de recursos y no recibe aliento; el Oriente languidece en la espera del motor de arranque que por ningún lado se ve; y si se mira hacia los Llanos, se encuentran todavía los anchos horizontes abiertos para la maltrecha esperanza, pero los caminos están vírgenes para la voluntad oficial.

Mientras tanto, en el centro sigue creciendo la concentración humana. El Ministro de Fomento anunció que en 1968 Venezuela tendrá 10 millones de habitantes, de los cuales 2 estarán hacinados en el área metropolitana. Sigue Caracas creciendo en cifras absolutas, pero lo grave es que aumenta su participación relativa en el total de población. El 20% ya es mucho. Hay que buscar freno oportuno a esa tendencia, pero el remedio no puede ser la actitud «punitiva» contra la capital que se dejó sentir en algunos dirigentes adecos después del 58 y que tan cara costó a su partido. La solución está en el impulso vigoroso de las economías regionales, en la creación de polos de desarrollo bien distribuidos y en el estímulo armónico del crecimiento de las distintas zonas del país.

No sería ocioso recordar lo dicho por Juan XXIII: «Entre ciudadanos pertenecientes a una misma comunidad política no es raro que haya desigualdades económico- sociales pronunciadas, principalmente debidas al hecho de que los unos viven y trabajan en zonas económicamente más desarrolladas y los otros en zonas económicamente menos desarrolladas. En semejante situación, la justicia y la equidad exigen que los poderes públicos actúen para que esas desigualdades sean eliminadas o disminuidas» (Mater et Magistra, n. 150).

La existencia de diversas corporaciones o entidades de desarrollo regional es inherente a la justicia y a la conveniencia nacional. Promoverlas es deber del Estado nacional; dejarlas a su suerte, faltar gravemente al bien común. Coordinarlas, mediante un Consejo Nacional de Desarrollo, suplirles toda la asistencia técnica y financiera posible dentro de una programación armónica, tiene que ser uno de los objetivos primordiales del próximo período de gobierno constitucional. Encarar con seriedad y energía el desarrollo regional es, en síntesis, una de las grandes rectificaciones que el país espera del cambio que va a decidirse en 1968.