Dominar el petróleo

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 2 de junio de 1967.

 

Nada más justo que la preocupación angustiada de los venezolanos por el destino del petróleo. Nuestra economía sigue gravitando en torno a este producto y de él depende la primera fuente de financiamiento de los planes de desarrollo. En las últimas semanas, ha tomado redoblada actualidad: en todos los diálogos de participación que he venido realizando en la campaña electoral, personas de los más variados sectores sociales preguntan inquietos por la orientación que ha de prevalecer en tan delicada materia.

Hechos circunstanciales han contribuido a la agudización de esta inquietud: el comentado discurso del Ministro Mayobre en la Asociación de Exportadores, que al descartar la posibilidad de un nuevo auge petrolero provocó un verdadero impacto en la opinión, y la vigencia acelerada de las normas sobre los residuos de azufre en la ciudad de Nueva York. Pero, en el fondo, todo gira sobre una cuestión más fundamental: la fijación de una nueva política petrolera, pedida con urgencia por la perspectiva del vencimiento de las concesiones en 1983. Aun cuando faltan 16 años, las empresas hacen visible su impaciencia por el conocimiento de las normas que les permitan con tiempo hacer sus estimaciones y sus planes.

Entre tanto, la producción no sólo crece a la rata prevista del 4% en el Plan de la Nación, sino que comienza a mostrarse una baja que, de acentuarse, traería muy graves consecuencias. La competencia presiona hacia la baja de los precios, y la voluntad de mantenerlos se refleja en la pérdida o disminución de mercados. Y si bien es cierto que la inminencia de un grave conflicto bélico en el Medio Oriente y la amenaza árabe de boicot para quienes comercien con Israel viene a recordar con áspero lenguaje lo que el petróleo venezolano representa en términos de seguridad hemisférica, el panorama dista de ser tranquilizador.

Descartado por un consenso nacional el sistema de concesiones, se llega tras un laborioso proceso a anunciarse una nueva vía experimental: la de los contratos de servicio. No voy a entrar aquí en el análisis jurídico de los conceptos, cuya significación en definitiva depende del contexto social e histórico que los rodea. Sólo quiero insistir en la necesidad de que las fuerzas importantes del país vean esta cuestión con criterio eminentemente nacional. Sería muy peligroso para los intereses nacionales que un asunto del que dependen cuestiones tan fundamentales, se entregara a una encarnizada controversia, que pudiera resultar negativa. Pedro Sotillo ha interpretado a cabalidad esta idea cuando escribe: «Porque no hay duda: los venezolanos, si no nos entendemos en materia petrolera es que no lo podremos hacer alrededor de ninguna cuestión. Porque el petróleo sigue siendo la base, la piedra angular de nuestra economía y el factor fundamental para todo plan de desarrollo».

Una de las críticas más serias que se puede hacer a la política petrolera de Acción Democrática es, precisamente, la de empeñarse en desarrollar en esta materia una línea acentuadamente partidista, en vez de insistir en lograr un gran consenso nacional. Por nuestra parte, habiendo aportado y estando dispuestos a aportar elementos valiosos en el análisis técnico y político de esta vital cuestión, hemos insistido en que no debería convertirse la posición de Venezuela en tema de una apasionada controversia electoral. No he pretendido, ni por un momento, que no se discuta en torno a la problemática petrolera, ni que no se analicen los errores cometidos y sus delicadas consecuencias; lo que creo es que debatir a fondo sobre las posibilidades de la acción futura pudiera significar la entrega de los argumentos, con mengua de los derechos y de las conveniencias de Venezuela, en un negocio tan influido por factores exógenos.

Los contratos de servicio vienen a constituir un experimento cuyo análisis orientará el desarrollo posterior de esta actividad. Las bases de los mismos han sido exhaustivamente discutidas en el seno del Consejo Nacional de Energía, cuya constitución reclamamos con tanta insistencia y cuyo funcionamiento había retardado tanto el Gobierno. El Parlamento debe fijar pautas seguras que garanticen aspectos fundamentales para el país. De todo ello deben surgir, más que argumentos para la lucha política interna, elementos para asegurar el futuro nacional.

Desde hace algunos años he venido diciendo que la acción de los venezolanos debería guiarse en este campo por el objetivo fundamental de dominar el petróleo. No debemos dejarnos llevar por la idea de considerar el petróleo como una riqueza extraña y perecedera, respecto de la cual nos reduzcamos a aprovechar y utilizar el beneficio que de su explotación obtengamos. El petróleo es y seguirá siendo por mucho tiempo un elemento integrante de nuestra economía, cuyo complejo proceso –desde la exploración hasta el mercadeo- debemos esforzarnos en conocer, en asegurar y en garantizar.

Avocados a una responsabilidad de gobierno si el voto mayoritario nos acompaña en la próxima consulta electoral, hemos redoblado nuestra prudencia para no comprometer intereses que podrán quedar confiados a nuestra gestión. Por ello mismo, si nos correspondiera la victoria, nos esforzaremos en armonizar y conjugar voluntades para presentar una política petrolera que no sea patrimonio exclusivo de ningún grupo sino reflejo de la voluntad nacional.

Venezuela debe lograr el objetivo de dominar el petróleo. El dramatismo de la hora hace más urgente la tarea de alcanzarlo.