Un testimonio calificado
Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 10 de marzo de 1967.
La gravedad de los problemas sociales en Venezuela es un tópico que algunos quisieran mantener vedado. Cuando un político plantea hechos que están a la vista de todos, tales como el de que se ha avanzado muy poco en la solución de injusticias y desequilibrios que afectan a grandes sectores de nuestra población, sobra quien lo ponga en el banquillo como demagogo falaz, y quien para contraponer argumentos de hecho a sus supuestos desahogos ideológicos invoque alguna respetable iniciativa o algún programa de protección social, ignorando lo que las estadísticas arrojan sobre el desbalance existente entre la producción y la distribución del ingreso, o entre el crecimiento demográfico y la expansión del mercado de trabajo mediante la creación de nuevos empleos.
Esto mismo da excepcional valor al discurso que Eugenio Mendoza pronunció en la cena anual de la Asociación Venezolana de Ejecutivos, organismo que agrupa a hombres jóvenes de esa nueva alta clase media integrada por gerentes, administradores y directores de empresas a la que se ha venido denominando «clase gerencial» (managerial class). El orador no es un ideólogo ni un político profesional; es uno de los más eficaces capitanes de industria del sector privado; en cuarenta años de actividad ha construido una de las organizaciones económicas más sólidas y más dinámicas de Venezuela; ha integrado en torno suyo uno de los grupos más capaces de directivos de empresas que existe en el país; y además, es de los hombres que en la economía privada ha mostrado mayor preocupación por lanzar iniciativas de contenido social, como el fomento de la vivienda popular, el dividendo voluntario para la comunidad, fundaciones de promoción cultural y realizaciones de carácter asistencial.
Pues bien, tan autorizado vocero de las fuerzas económicas dijo: «todos sabemos que en el país se están agravando los problemas sociales como consecuencia del violento crecimiento de la población, lo que nos conduce a la preocupante situación de encontrarnos cada día más alejados de nuestros objetivos. No me extenderé en datos ni cifras, para no repetir lo que tantas veces hemos escuchado, pero a veces me pregunto: ¿por qué, palpando tantas necesidades, nos preocupamos tan poco por las condiciones en que viven miles de venezolanos y que son causa permanente de frustración y resentimiento? Parece que nos hubiéramos olvidado de los principios de responsabilidad social que aceptamos en el Seminario de Maracay en 1962».
He subrayado algunas frases porque deseo llamar la atención sobre afirmaciones que no deberían dejarse pasar como dichas al azar en un discurso de circunstancia. Las palabras pronunciadas en aquel acto tenían, por el carácter e la reunión, una significación especial y no fueron improvisadas por el orador: he solicitado el texto escrito y me ha sorprendido el que no se hubiera reparado más en esta apretada pero elocuente síntesis de la situación social de Venezuela.
Muchas otras afirmaciones contiene aquel texto de nueve cuartillas sobre las cuales extraña que no se haya abierto un constructivo debate, dada la representatividad del exponente. Expresó cosas, por ejemplo, serias y delicadas sobre la posición de Venezuela en la ALALC y sobre la integración fronteriza. Yo he querido llamar la atención sobre lo relativo al campo social, porque creo indispensable se reflexione sobre esto. En el sector económico hay quienes muestran una insensibilidad total ante el tema y pretenden desautorizar como peligrosos socialistas o utopistas a todos los que decimos que el problema no es solamente el de producir más, sino también distribuir mejor el ingreso. Eugenio Mendoza es de los que en ese sector se ha mostrado más propenso a entender que el mundo cambia y que las relaciones entre los hombres están urgidas de una transformación dinámica: y en vez de mostrarse jactancioso por las realizaciones que ha logrado, reclama una toma de conciencia sobre la evolución regresiva que observa en nuestra realidad social.
Hay otra parte del discurso comentado que debe destacarse: la relativa a la participación de los hombres de la empresa privada en la vida política. Indudablemente, en un proceso de desarrollo, las cuestiones políticas y las cuestiones económicas tienden a relacionarse cada vez más. Lo tradicional aquí ha sido que los representantes de las fuerzas económicas influyan tras de bastidores en la orientación de los gobiernos: es preferible, y más recomendable, que adopten una responsabilidad abierta. Esto no quiere decir que ellos asuman por sí y para sí la conducción de la vida de la comunidad: colocar ésta en las manos de un sector distorsionaría el equilibrio social subordinando el todo a la parte. La presencia del sector económico, que llevaría consigo un gran caudal de experiencia y eficacia, más bien estimularía la participación armónica de los otros sectores sociales y acentuaría la responsabilidad de los conductores políticos, que deben conjugar los distintos puntos de vista, ofrecer líneas de dirección suprema y buscar la síntesis creadora que represente a toda la comunidad. El tema está lleno de posibilidades y las conclusiones que se obtengan de su análisis pueden ser de inmensa importancia para el país. Todos deberíamos encomiar a Eugenio Mendoza la preocupación que demuestra y la franqueza con que ha planteado estas cuestiones. Hasta quienes discrepen de él deberían agradecérselo y no dejar pasar la ocasión de contribuir al esclarecimiento de asuntos como los que ha tratado, de innegable interés nacional.