La nostalgia adeca del 46

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 22 de septiembre de 1967.

 

Es grave error pensar que la gente no tiene memoria, o no adquiere experiencia, o es irremisiblemente ingenua para tomar lo que le den aunque sea viejo y desacreditado. En ese error va a incurrir Acción Democrática si piensa reactualizar el manoseado truco de provocar incidentes en la campaña electoral y tratar de presentarlos después como reacciones espontáneas del pueblo.

Esto lo digo a propósito de lo ocurrido el pasado viernes en La Guaira. El incidente, en sí, careció de importancia pero no puedo ocultar mi sorpresa ante el hecho de que el señor Ministro del Interior, en vez de amonestar a los perturbadores, que son gente de su propio partido, invitara a las demás organizaciones políticas –que nada han hecho contra el orden público ni contra el proceso electoral– como para reclamarles compostura. Más deplorable aún fue el que el Secretario General de AD, doctor Gonzalo Barrios, en vez de dar a lo sucedido su verdadera dimensión y repudiarlo categóricamente, dijera una falsedad tan grande como la de que «lo que determinó la medida (del Ministro de Relaciones Interiores) es una queja de COPEI por manifestaciones hostiles a Caldera en La Guaira, en donde tuvo que ser protegido por la policía y le arrojaron tomates, plátanos, etc.».

Nada de eso es verdad. Ni COPEI presentó queja alguna, porque sus militantes dominaron rápidamente el intento de los saboteadores, ni hubo tales «manifestaciones hostiles» ni requerí «protección policial». Lo cierto y lo que todos los trabajadores del Portuario conocen, es que ese día visité durante tres horas las instalaciones y dependencias, almacenes y muelles de aquel servicio público. Hablé con los obreros; escuché sus quejas contra el robo de más de un millón de bolívares de sus ahorros, que todavía no les han sido restituidos; de viva voz me expresaron sus dificultades por falta de protección sindical; se quejaron de que numerosos estibadores no obtienen trabajo sino 4 días por semana, con lo que no les pagan el domingo, y de que trabajadores habituales son tratados como eventuales y no reciben vestuario, zapatos ni otras prestaciones. Recibí incontables manifestaciones de simpatía y fue impresionante el testimonio de un deseo de cambio y de una fe en que un gobierno presidido por mí se ocuparía con mayor interés por sus problemas.

La misma semana del incidente de La Guaira estuve varias horas visitando el Mercado Libre y el periférico de Catia, conversando con vendedores y compradores dentro del mejor ambiente de comprensión. El sábado recorrí varios bloques del 23 de Enero: visité apartamentos, hablé con los vecinos, departí con ellos en el campo de bolas, almorcé allá, me reuní con muchísima gente. Un mínimo incidente, absolutamente inadvertido para la comunidad, fue también objeto de escándalo publicitario; pero los habitantes de los bloques visitados fueron los primeros en no atribuirle significación y en señalar que los cinco o seis jóvenes protagonistas no eran vecinos del lugar.

El tipo de campaña que estoy desarrollando no lo pueden hacer los candidatos adecos. Sería para ellos exponerse a oír el interminable quejido de todos los sectores, sin tener respuesta que darle; salvo que regimentaran grupos subordinados para aclamarlos, no recibirían sino protestas y reproches u otras expresiones del inconfundible descontento popular. Pero, sin duda, a los dirigentes de AD les está llegando la onda de mi campaña. Carentes de imaginación (como se los ha dicho su propio periódico oficioso) se ven tentados a caer en un método usado hace veinte años, que tan costoso fue, no sólo para ellos sino para todos los venezolanos.

Acción Democrática vive todavía en 1946. La enfermedad más aguda que hoy padece, dentro de su dramática contienda interna, es nostalgia del 46. En aquella época, su solo nombre arrancaba multitudes fervorosas a los más desolados lugares de Venezuela.

Ese tiempo pasó, porque la historia no pasa en vano. Estos veinte años sirvieron para desinflar al gigante, para poner al desnudo en forma cruel el contraste entre las maravillas que pintaba la demagogia y los fracasos que producen la incapacidad y la pequeñez de miras.

Para 1946, AD tenía lo que ahora no puede presentar: un mensaje. Pero en 1946 hubo también trágicas estupideces que retardaron el destino nacional. Cuando COPEI salió a la calle, Acción Democrática, como si se sintiera insegura de su popularidad, trató de silenciarlo a fuerza de escándalo, de cabillazos, de pedradas, de atentados de toda índole. Las autoridades no reprimieron nunca a los saboteadores, antes los ampararon, mientras sus altos voceros los escudaban en una fementida espontaneidad popular.

Los duros años transcurridos del 48 al 58 sirvieron para muchas rectificaciones. Una de ellas fue la de apartar el sabotaje como arma de combate político. ¿Es que atribuyen ahora a esas enmiendas la pérdida de votos, en vez de atribuirla a sus verdaderas causas, que residen en los fracasos de su gestión gubernamental?

Honestamente, no quiero creerlo. Por eso no di importancia a los despechados de La Guaira, ni formulé denuncia alguna. Pero me preocupa la posición ambigua del Ministerio de Relaciones Interiores y las destempladas declaraciones del Secretario General de AD. Rompo, en virtud de esos motivos, mi silencio sobre lo que consideré un incidente baladí, sólo para recordar que la siembra de vientos produce tempestades. Y ya que entré en el refranero, no quisiera admitir que la cabra haya de tirar nuevamente al monte.