El país y el partido
Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 12 de enero de 1968.
Este aniversario, vigésimo segundo del Partido Social Cristiano COPEI, encuentra al país en trance de meditar y decidir seriamente sobre su destino. Diez años de experimento político han puesto de relieve fallas y dificultades en el funcionamiento del gobierno democrático. No negamos las realizaciones logradas, pero reconocemos que muchas ilusiones se han evaporado, muchas frustraciones han golpeado el ánimo de los venezolanos, brotes de escepticismo afloran y hay quienes se preguntan si los fracasos son culpa de aquellos en cuyas manos puso la mayoría su confianza o si son inherentes al sistema.
El hecho de cumplir veintidós años de lucha (después de otro decenio de preparación) un partido que se esfuerza en ser consecuente con sus principios es para mucha gente un factor de aliento y esperanza. Son años de constancia para formar una maquinaria política inflamada por la mística y manejada por la técnica. Es un largo trecho en la vida de cualquier hombre y hasta de cualquier pueblo, que ofrece el ejemplo singular, en nuestro acontecer histórico, de un conjunto de seres humanos que ha mantenido la fe en una causa, la persuasión íntima de que se lograría sintonizar la voz del ideal con la voluntad de la mayoría, sin abandonar el camino trazado, sin buscar veredas tortuosas, sin ceder a la tentación de la violencia o de la aventura irresponsable que tanto daño han hecho a Venezuela en su siglo y medio de existencia republicana.
Pero la gente está oyendo plantear la cuestión de si los partidos son en verdad útiles al país, de si son capaces de sobreponerse a los exclusivismos sectarios, de si son idóneos para representar la voluntad nacional. Hay el eco de los planteamientos que en Europa se han hecho sobre una supuesta «desideologización» o una «despolitización»; pero las dudas en definitiva vienen a recaer más bien sobre aquellas estructuras partidistas que se han anquilosado y no han tenido plasticidad vital para incorporar cuadros técnicos a la acción política, o para ofrecer en su seno presencia a las fuerzas vivas de la sociedad moderna, cuya exclusión del panorama partidista tiende a convertirlas en grupos de presión.
Pero, en el fondo, aquí y en todas partes la realidad indica que una democracia no puede funcionar sin partidos. Sin partidos que verdaderamente actúen como la expresión organizada de las preocupaciones colectivas; que sirvan de comunicación constante entre la dirección política y las palpitaciones del corazón del pueblo. La cuestión está en que los partidos no pretendan sustituirse al país, sino que tomen conciencia de su deber de interpretarlo, dispuestos a cumplir su misión de servirle.
Lo mejor que se puede desear, por tanto, en este aniversario de un partido que es hoy la primera fuerza política de Venezuela y que se prepara con alegría a dar la batalla final por el triunfo que hará de él instrumento del cambio, es que tenga siempre conciencia de que no está ni puede jamás estar por encima del país nacional, sino que su papel será tanto más relevante y su porvenir tanto más brillante y sólido cuanto se mantenga decidido a gestionar y defender los intereses de la comunidad.
La misma experiencia de este decenio tiene que ser permanente lección para que los socialcristianos no se consideren jamás amos sino servidores del pueblo; para que no impongan como ley sus conveniencias sino que actúen como instrumento de los intereses nacionales; para que no se cierren en un exclusivismo de secta, ni se erijan en personificación totalitaria de la voluntad nacional, sino que, por lo contrario, recuerden con realismo y humildad que «partido» viene de «parte» y no de «todo», y que esa parte estará capacitada para realizar una gran obra, en la medida en que sea capaz de interpretar los anhelos comunes y de conjugar la voluntad del mayor número en el cumplimiento de un programa nacional.
A los socialcristianos nos encuentra -¿para qué negarlo?- alegres y entusiastas este nuevo aniversario. Sabemos que tendremos que afrontar aún muchos obstáculos, que se urdirán contra nosotros muchas maniobras, pero sentimos que el país cada día nos alienta y nos estimula más y acoge con mayor receptividad nuestro mensaje porque interpretamos mejor sus anhelos. Pero, por ello mismo, sabemos que se harán más duras nuestras responsabilidades y mayor el acecho de los peligros que suelen formar parte del precio del triunfo.
No pretendemos ser perfectos. Somos seres humanos, hechos del mismo barro de los otros. Pero si con humildad reconocemos que no estamos exentos de flaquezas y errores, los superaremos recordando el grave compromiso que tenemos con el país. Quienes confíen en nosotros pueden estar seguros de que afrontaremos con inquebrantable decisión cualquier emergencia y de que el poder que van a poner en nuestras manos será decididamente respaldado por el partido, por su maquinaria política y por sus equipos técnicos, para la ejecución del programa que nos comprometemos a realizar.
Y a los que invoquen precedentes ajenos, internos o foráneos, les decimos que esos mismos precedentes constituyen para nosotros una advertencia que como un solo hombre estamos dispuestos a atender, y un alerta para que cumplamos inflexiblemente nuestro deber. Para que no caigamos en los mismos escollos y demostremos en todo momento que no vinimos a la vida pública para ser servidos, sino para servir.