Humanizar la ciudad

Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 28 de julio de 1968.

Caracas, esta bella, gloriosa y querida ciudad que cumplió el jueves 401 años de fundada, es una ciudad atormentada. Desde la primera hora de la mañana, sus habitantes comienzan a experimentar tensiones. El tránsito no tiene reglas fijas: constantemente acecha al caraqueño la angustia de llegar tarde; se cierran en cuellos de botella los torrentes de la circulación; se hace imposible llegar a alguna parte cuando la lluvia rebasa las medidas y rebosa los desaguaderos; la construcción de vías se prolonga interminablemente, produciendo a los vecinos de las áreas contiguas infinitas molestias y recargando artificialmente los otros canales de movilización.

La seguridad personal se siente cada vez más escasa, cerca de 600.000 personas viven en ranchos, la inasistencia escolar primaria ha subido en cinco años del 14% al 25%, el número de teléfonos por habitante sigue siendo muy bajo, el correo tarda más en llevar una carta dentro del área metropolitana de lo que se demora la correspondencia en llegar de ultramar, el aseo urbano en muchas zonas es prácticamente inexistente, hay todavía gente que se surte de agua cargando latas o comprando el líquido a seis bolívares el pipote, no hay parques y las áreas verdes son aplastadas por la fiebre del concreto, y el centro urbano está derruido, esperando desde varios años las obras que le den fisonomía cónsona a la importancia de la metrópoli.

Todo esto ocurre en una ciudad cuya población alcanza o va a alcanzar a 2 millones, que ha crecido cuarenta veces en el mismo lapso que la población del país se ha multiplicado por diez, que aporta al PTB casi un 26%, mientras hace quince años aportaba el 20%, lo que indica que no sólo crece demográficamente a un ritmo más veloz que la República sino que también aumenta en potencialidad económica en forma más rápida de lo que lo hace la comunidad nacional.

En una ciudad que representa la mayor fuerza política y administrativa de Venezuela, puesto que es asiento de los poderes federales y la administración pública, que tiene en su seno los círculos de dirección y acción de los organismos de la economía privada, que reúne en sí un formidable potencial de la cultura nacional y que agrupa en sus tres universidades una población estudiantil equivalente o superior a la de todas las demás universidades venezolanas.

No puede atribuirse al gasto público ese crecimiento que de no encontrar un equilibrio podría llegar a generar un fenómeno de aumento desorbitado semejante al que padecen otros países del continente. El gasto público, mantenido aproximadamente en una misma cifra absoluta de unos 600 millones, ha venido a disminuir per cápita en 33%, Bs. 521 a Bs. 346 en un lapso de siete años, durante los cuales el crecimiento de la población ha sido del 45%. Mientras se han construido 44 mil viviendas y en el mismo término se han levantado 32.500 ranchos: ranchos que han ido incorporando el cemento o el mosaico, los bloques y las platabandas, y que representan una elevada inversión en materiales y tiempo de trabajo con lo que habrían podido lograrse beneficios duraderos si se hubiera planificado con inteligencia y energía el desarrollo de la urbe.

Hay que humanizar la ciudad. Para humanizar a Caracas hay que resolver urgentemente el problema del tránsito. Medidas a corto plazo, a mediano y largo plazo deben ser puestas en vigor con eficacia, desde la apertura de las vías cerradas, obstruidas o inconclusas, la construcción rápida de puentes sobre el Guaire para el desahogo fácil de las inmensas urbanizaciones del Sur-Este, el mejor aprovechamiento de los sistemas de transporte colectivo, la construcción de estacionamientos, la popularización de la nomenclatura, la educación del peatón y del conductor, hasta la construcción de sistemas que envuelvan alguna solución parcial e impostergable, como puede serlo la del metro, siempre que se haga en forma que ocasione las menores molestias y que preste servicio en el tiempo más breve.

Hay que avocarse de inmediato al complejo recreacional metropolitano, comenzando de una vez por el Parque del Hipódromo y dando movimiento a la idea del Parque del Ávila. Hay que poner los campos de deportes al alcance de los muchachos del pueblo y de los escolares. Hay que construir las aulas necesarias para atender al amenazante crecimiento de la demanda debido a la presión demográfica. Hay que construir las aulas necesarias para atender al amenazante crecimiento de la demanda debido a la presión demográfica. Hay que construir y dotar los servicios médico-asistenciales que esperan hacerse realidad. Hay que emprender un plan de vivienda adecuado a la importancia poblacional de la metrópoli, dotar de servicios esenciales a los barrios que carecen de ellos, reubicar aquéllos que no tengan otra solución pero proveyendo a la satisfactoria situación de las familias, planificar el sistema crediticio adecuado para completar las viviendas que están a medio hacer y para resolver el problema de la cuota inicial para los potenciales beneficiarios que viven al día. Hay que hacer que los servicios públicos funcionen como en cualquier ciudad moderna, donde los teléfonos, el correo, el agua, el aseo, estén a tono con la dinámica de los tiempos y no sean objeto de creciente carestía. Hay que tecnificar los servicios de seguridad pública, coordinarlos y hacerlos funcionar al máximo de eficiencia, tanto en situación normal como en omentos de emergencia.

Esta es la idea determinante del Plan para Caracas comprendido en el Programa de Gobierno que presentaré a mis compatriotas la próxima semana.

No se trata de fantasías: son cuestiones esenciales para las cuales un gobierno debe tener metas claras, propósitos firmes y personal idóneo. Caracas no tiene siquiera un verdadero Plan Regulador. Los urbanistas se asombran de que no ocurran peores cosas en medio del desorden que ha caracterizado el crecimiento de la ciudad. La ciudad se expande. Ya es tiempo de proyectar y comenzar en serio la construcción de ciudades satélites: la de Barlovento, entre Guarenas y Guatire, y la del Tuy, a las que daríamos por reconocimiento al precursor de la fundación y al definitivo fundador de Caracas, los nombres de Fajardo y Losada.

El ritmo del crecimiento de Caracas y sus proyecciones imponen una visión inmediata de presente y futuro de nuestra capital. Si queremos vivir en ella como seres humanos, tenemos que entregarnos de lleno a la tarea de hacerla más apta para la vida de todos sus moradores, haciendo realidad la incomparable posibilidad que ofrecen su hermoso paisaje, su benigno clima y la simpatía reconocida de su gente.