La bandera del continuismo

Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 9 de junio de 1968.

La campaña electoral del doctor Gonzalo Barrios ha tomado ya un rumbo definido. Las veleidades del candidato y su partido, en relación al cambio, han desaparecido. La púdica afirmación de no ser «el candidato del Gobierno» quedó a un lado. El lema central es, definitivamente, la continuidad del actual régimen político y administrativo. Para ello se trata de crear confusión entre el sistema constitucional propiamente dicho y la manera peculiar de gobernar adeca; se califica como «aventura» todo cambio y apenas se ofrecen tímidas rectificaciones a los fracasos de Acción Democrática. El Gobierno se declara en campaña electoral, trata de realizar obras públicas, kilómetros de carretera, el aumento de alumnos en las aulas y, en general, lo que pueda salvarse del despilfarro de miles de millones, para presentarlo como el aval del candidato y justificar el nuevo derroche de cuantiosas sumas, empleadas en atiborrar de propaganda la prensa, la radio, la televisión, el cine, las vallas y todos los demás medios de comunicación social.

El razonamiento de los asesores de la campaña es claro: aunque una gran mayoría de venezolanos quiera el cambio, debe de haber algunos que puedan inclinarse a dejar las cosas como están. El Gobierno, en Venezuela más que en cualquier otra parte, posee medios fabulosos para influir aun los sectores aparentemente más adversos y hacerles servir los objetivos del oficialismo. No pretende declaraciones de solidaridad, sino algo mucho más provechoso, como lo es la adopción de actitudes tendientes a restar votos a los adversarios más calificados para vencerlo. Puede llegar el caso de que hasta sus más enconados enemigos, a la extrema izquierda o a la extrema derecha, se conviertan en factores útiles a las aspiraciones continuistas; y no sería raro que, si se diera el hecho absurdo e increíble de que el oficialismo se anotara una precaria victoria electoral, aparecieran después a su lado, compartiendo el botín, sectores tenidos por oposicionistas pero cuyo verdadero papel en el proceso electoral era el de favorecer o arruinar combinaciones, tendientes a crear escepticismo sobre el triunfo de la alternativa más viable y válida que el país tiene para el cambio.

La bandera del continuismo, sin embargo, está izada sobre un pedestal hueco. Su mástil no resiste la arremetida de la crítica. El continuismo pretende hacerse pasar por sinónimo de estabilidad, pero es precisamente el ansia de una estabilidad verdadera lo que impulsa en las mayorías venezolanas el anhelo del cambio.

Con lenguaje sencillo, los venezolanos que no actúan en política ni tienen frente a lo político otro interés que el interés general, repiten a todo lo largo y a todo lo ancho de nuestra geografía una expresión que sale espontáneamente de todas las conciencias: «esto no puede continuar así». Hay la convicción de que, si las cosas siguieran así, iríamos al caos, a la catástrofe; la seguridad, demostrada por el curso de los acontecimientos, de que la continuación de este orden de cosas, manejado por esta misma gente, produciría trastornos cuya magnitud sería imposible disminuir.

Eso lo piensa el desempleado, que ve pasar el tiempo y a pesar de la literatura oficial sabe por experiencia que, si esto continuara, no habría ni remotas perspectivas de incorporarse a un proceso de desarrollo; eso lo piensa el joven, que observa cómo se le cierran horizontes, se ignoran sus inquietudes y sus necesidades y sólo se le ofrecen ahora salidas burocráticas, cuya falta de planificación descubre su naturaleza demagógica; lo siente la madre abrumada con la carga de una familia, imposibilitada de encontrar acceso a una vivienda humana, pues las que se construyen –según cifras aportadas por el testimonio calificado del Presidente Leoni- no han llegado en cuatro años ni siquiera a la tercera parte de lo que anunciaban sus planes de gobierno ni a la mitad de lo indispensable para que el déficit habitacional no aumente; lo advierte el empresario, para quien las perspectivas son cada vez más amenazantes por la falta de una política económica clara y vigorosa y por la perspectiva de acciones gubernamentales que sólo amainan transitoriamente por el interés electoral; lo claman angustiosamente los técnicos, a quienes se les menosprecia y se les arrincona, en vez de estimulárselos para que cumplan su papel de instrumento primordial del desarrollo.

El país siente necesidad de verdadera paz, respeto efectivo a las garantías, vigencia plena del estado de derecho, seguridad personal y familiar, eficiencia y honestidad administrativas. La opinión reclama se le informe no de los metros lineales o cuadrados acumulados en diez años, sino de la comparación entre lo realizado y las metas fijadas, y se le explique la causa de lo que se ha dejado injustificablemente perder.

Por ello, la bandera del continuismo no prevalecerá. A pesar de astutas maniobras, a pesar del ejercicio del poder político y económico en función partidista, de la presión administrativa y fiscal en favor de un propósito electoral, y no obstante el reflejo que las combinaciones del oficialismo a través de sus agentes logran en la conducta de presuntos oposicionistas, el sentimiento del país, la experiencia adquirida en diez años de experimento democrático, el propio y fino instinto político del pueblo venezolano hará prevalecer el cambio necesario, pacífico y creador. El cambio se impondrá por el volcamiento de incontables voluntades hacia la alternativa seria, responsable y dinámica que constituye, cada día con mayor nitidez, la primera opción en las elecciones de diciembre.