Lo que el país reclama
Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 31 de marzo de 1968.
En raras ocasiones puede haber traducido mejor una consigna un estado de alma colectivo, que ésta en que los socialcristianos anunciamos el deseo general de un cambio. Por una o por otra razón –o más bien por múltiples razones– el sentimiento de los venezolanos hacia el cambio es un hecho innegable. Tan lo es, que los otros partidos políticos la han ido incorporando a su propaganda, aunque apellidándola de acuerdo con sus peculiares preocupaciones. Hasta en las filas del partido gobernante ha hecho mella el clamor nacional, y su candidato se ha visto obligado a decir a veces que el cambio sí se hará, pero lo harán ellos mismos, y ha usado una frase paradójica «continuidad en el cambio». Apenas desde la visita del ex presidente Betancourt parece su partido haberse decidido a tomar en las manos la bandera del continuismo, mediante la defensa de la obra gubernamental.
Pero esa posición continuista coadyuvará a la pérdida del poder por parte de Acción Democrática. Hasta sectores que podrían considerarse beneficiados por el gobierno adeco, ya sea mediante una directa participación en los beneficios burocráticos o mediante un lucro indirecto pero sustancioso derivado de su manera de gobernar, entienden que las cosas no pueden seguir así, no van a seguir así. El argumento vergonzante, surgido de cenáculos adecos, de que «más vale malo conocido que bueno por conocer», suponía una premisa cuya demostración es cada vez más difícil: la de que el «malo conocido» podía seguir teniendo indefinidamente los resortes del mando. Ese argumento conformista dependía del mantenimiento del mito de la invencibilidad de Acción Democrática: ese mito golpeado en el mero corazón por la arremetida socialcristiana está hoy por los suelos, por obra de los mismos adecos.
El país quiere cambio. Lo quiere, precisamente, para curar los males que observa en el presente régimen. Hay antiadecos enfermizos, cuyo único objetivo es la caída de AD; pero la mayoría de los venezolanos, seriamente disgustada con el gobierno adeco, quiere un gobierno que sustituya la ineficacia con la eficiencia, la corrupción con la honestidad, la intranquilidad con el orden, el empirismo con la técnica, la indiferencia con la preocupación por los problemas colectivos, especialmente por aquellos como el desempleo, la falta de viviendas, la crisis familiar, que azota a varios sectores populares actualmente marginados del proceso económico y social.
Para enfrentar una tarea como la que el país reclama se necesitan unos cuantos ingredientes: se necesita una gran mística, una fe insobornable, un compromiso inquebrantable respaldado por una credencial de lucha perseverante al servicio de un ideal. Resultaría nefasto un tanteo a base de combinaciones, cuya resultante sería imprecisa y cuyo desenlace conduciría a que nadie se sintiera directamente responsable de la nueva experiencia gubernativa.
Se necesita el respaldo de una maquinaria política vigorosa, construida a través de grandes sacrificios, fortalecida en pruebas capaces de mostrar su solidez intrínseca; una maquinaria popular, vigente en el más remoto lugar del territorio nacional, presente en los más variados sectores de la población, capaz de despertar entusiasmo en la juventud, confianza en los hogares, estímulo en las capas dirigentes, fe en los sectores laborantes; una maquinaria que no dependa de una emoción fugaz ni de un vínculo perecedero.
Se necesita, además, un equipo técnico serio, capacitado y armónico, entregado devotamente al estudio de los problemas y a la búsqueda de las soluciones, movido por una vocación de servicio y dispuesto a responder al llamado de un ideal.
Lo que el país reclama es un gobierno capaz de garantizar paz, esfuerzo, energía creadora, visión generosa del destino venezolano. Ese objetivo se ve asegurado por la candidatura de un gran partido popular, abocado al triunfo al cabo de una tenaz labor.
Para hacerlo más fuerte sólo basta que el voto de centenares de miles de independientes no comprometidos todavía se vuelque al lado de aquellos que ya han definido su posición en favor de la alternativa más viable, más válida, más seria y al mismo tiempo más optimista de la actual coyuntura democrática.