Mañana en El Silencio

Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 20 de octubre de 1968.

Hay momentos especiales en la vida de los pueblos en los que un acto de masas deja de ser el ejercicio rutinario de campañas políticas convencionales. La presencia del pueblo se hace indispensable para definir una posición, para marcar un rumbo, para iluminar una esperanza. La presencia masiva del pueblo de París, en los Campos Elíseos, hace apenas unas cuantas semanas, definió una situación en Francia; abrió el camino para la consulta electoral y motivó a los franceses para ofrecer una avalancha de votos a De Gaulle que configurara inequívocamente una decisión mayoritaria. Fue un veredicto concluyente contra la violencia.

En esta campaña electoral venezolana, los actos de masas han servido para medir, como en un termómetro insustituible, el grado de penetración de las candidaturas en el pueblo y el grado de entusiasmo despertado por las consignas que aquéllas agitan. Por encima de la información periodística –hecha a veces con deliberado adocenamiento, para presentar todos los mítines bajo un mismo rasero- el hecho es el de que cada uno de esos actos convocados y realizados por los partidos en las diversas poblaciones a través del proceso comicial produce un impacto positivo o negativo sobre áreas considerables de votantes y el de que ese impacto tiene efectos tangibles.

No por amor al arte, candidaturas impopulares se sienten obligadas a intentar reuniones masivas: es porque la opinión reclama la presencia tangible de la gente y porque ésta quiere oír y ver directamente a quienes pretenden su respaldo.

El acto de iniciación de mi campaña (con el cual comenzó, de hecho, el proceso electoral en Venezuela) produjo un impacto que no habrían podido lograr, a costos faraónicos, otros recursos de propaganda. Demostró que el país nacional no era indiferente a la coyuntura histórica que enfrentaría en las elecciones del 68; que el deseo de cambio era una patente realidad en el fondo del alma colectiva; que las críticas de todos los sectores contra la arbitrariedad, la ineficiencia, el despilfarro, la corrupción administrativa, la inseguridad personal y la indolencia frente a los problemas eran la expresión de cansancio profundo del gobierno adeco y necesidad honda de un gobierno nuevo capaz de realizar una política distinta. La impresión causada por el mitin del Nuevo Circo prolongó, por ello, sus efectos, durante varias semanas; quizás durante varios meses. Demostró ante los incrédulos, que había pueblo, mensaje y partido para afrontar la absurda tesis de que los venezolanos no se interesaban en su suerte o no medían la importancia de la próxima consulta electoral.

Del mismo modo, los otros candidatos han logrado algunos impactos, independientemente de la propaganda favorable o desfavorable hecha alrededor de los actos respectivos. El recibimiento del doctor Prieto en el Aeropuerto de Maracaibo, en noviembre de 1967, provocó admiración, la cual sólo pudo ser superada por la respuesta inmediata que le dimos en el mismo sitio, dos semanas después. El acto de presentación del doctor Barrios en Acarigua produjo reacciones de asombro, como si se evidenciara una sorprendente recuperación popular; el efecto psicológico del mismo fue aniquilado, sin embargo, cuando las mujeres copeyanas realizaron una concentración superior, en el mismo lugar y apenas una semana más tarde.

Nadie ha negado que el acto de Prieto en el Estadio Olímpico de Maracaibo fue de suficiente entidad como para justificar el derroche propagandístico hecho en torno suyo; en cambio, el esfuerzo inaudito de AD para darle efectos de conmoción –antes y después de su realización– al «contrato» de su candidato en aquella ciudad no pudo borrar la sensación de que las proporciones y efectos del acto no correspondieron sino en forma precaria al gigantesco esfuerzo invertido en organizarlo y presentarlo. El influjo de uno y otro –del mitin del MEP y del mitin adeco– quedó definitivamente borrado por el increíble espectáculo de las mujeres zulianas desbordando el mismo coso olímpico para afirmar inequívocamente su voluntad de respaldar mi candidatura socialcristiana. En cuanto al mitin del Frente Tricéfalo en Caracas, el volumen y naturaleza de la propaganda previa y el esfuerzo descomunal hecho posteriormente para tratar de convencer de que fue un éxito no pudieron borrar la conclusión de que con él se demostró su imposibilidad de aspirar a la victoria, puesto que tres partidos que fueron muy poderosos en Caracas no alcanzaron a lograr juntos lo que para cada uno de ellos, separadamente, había sido relativamente fácil en elecciones anteriores.

Lo que va a realizarse mañana lunes en la Plaza O’Leary de El Silencio, está, sin embargo, mucho más allá en su significación y proyecciones de lo que sería simplemente un gran acto de la campaña electoral. No se trata solamente de producir un impacto, mostrando en forma contundente una muchedumbre fervorosa en el corazón de Caracas. No es su único propósito el de hacer patente la receptividad y el entusiasmo de los habitantes de la capital de la República, concorde con las muchedumbres que se han congregado en todas las regiones de Venezuela. Hay muchos más.

La democracia venezolana va a pasar una prueba crucial. Ganar la jornada del 1º de diciembre, para el progreso, para el desarrollo, para la estabilidad, para la paz, para la incorporación de todos al proceso social, para el cumplimiento de metas ambiciosas en lo educacional, en lo económico, en lo social, en lo político y en lo administrativo, es indispensable para mirar confiadamente el porvenir. Lo ocurrido en países hermanos nos obliga más gravemente a salvar, para nuestros compatriotas y para los angustiados latinoamericanos de otras latitudes, la fe en la democracia como sistema de vida y como instrumento insustituible para lograr el bienestar y la felicidad de los pueblos.

La conjura cumplida contra el Cambio, descubierta ante los ojos de hombres y mujeres de todos los sectores sociales, es síntoma inquietante de las maniobras que se ejercen y de las que se van a poner en marcha durante las semanas que faltan para tratar de obstaculizarle al país la expresión sincera y soberana de su voluntad. La presencia de una muchedumbre impresionante, delirante de entusiasmo, representativa de la ciudad que es corazón de la República será una respuesta definitiva. La respuesta de quienes desean tener vida y hogar seguros, frente al atropello y la amenaza. La respuesta de la fe frente al escepticismo y la traición. La respuesta del cambio frente a las ambiciones continuistas. La respuesta de la paz basada en la justicia, de la estabilidad basada en el progreso, del bienestar basado en el desarrollo, frente al estancamiento, a la frustración, a la angustia permanente en que se vive, que son fruto de la demagogia y la ambición.

Si el pueblo de Caracas responde, como estoy plenamente seguro de que responderá, se abrirán luminosa y definitivamente horizontes que aparecen todavía cuajados de oscuros nubarrones. La multitud fervorosa que se va a apiñar en la Plaza de El Silencio dará con la demostración fehaciente de su voluntad, un anticipo a las navidades más felices que va a tener Venezuela en muchos años.