La mística del desarrollo
Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 15 de septiembre de 1968.
Llegando a la «D», cuarta y última letra del «Abecedario del Cambio», nos encontramos con el concepto de desarrollo. El cambio que Venezuela quiere y necesita debe estar inflamado de la mística del desarrollo. Este es el momento del despegue; desperdiciarlo, constituiría un verdadero atentado contra el destino nacional.
El desarrollo supone el aprovechamiento pleno y racional de todos nuestros recursos, naturales, financieros y humanos. Por ello mismo, cumplirlo supone una visión integral de las posibilidades del país, de los aspectos en los cuales se halla en discrepancia con su propia dinámica y del orden de prioridades para aplicar soluciones inmediatas y eficaces. La educación, el fortalecimiento de la familia, la promoción popular, referidas bajo la «B» de «bienestar», son factores indispensables para que el proceso de desarrollo se cumpla.
He dicho que el cambio tiene al desarrollo como uno de sus principales objetivos. Al mismo tiempo, el desarrollo, en sí, supone el cambio. Sin el cambio, sería imposible realizarlo. Uno de los economistas que más ha ahondado en el concepto económico y humano del desarrollo, Perroux, lo define por ello como «la combinación de los cambios mentales y sociales de una población que la hace capaz de aumentar su producto real global de una manera acumulativa y duradera».
Sería insensato concebir el desarrollo como un simple aumento de la producción, así este aumento se cumpla no sólo en cifras absolutas sino también en cifras relativas. Vale decir, que no basta el aumento per cápita del ingreso nacional para considerar logrado el desarrollo. Dentro de la propia Venezuela podrían presentarse ejemplos elocuentes de incongruencia entre esos dos indicadores. Así, el estado Apure tiene un ingreso per cápita más alto que los estados andinos, más, a pesar de la difícil situación económica de éstos, sería aventurado afirmar que están menos desarrollados que aquella entidad llanera, donde ni las obras de infraestructura ni la situación de los pobladores alcanza los requerimientos de la concepción menos exigente. Es preciso, pues, encauzar el aumento de producción (indispensable para que el desarrollo se realice) hacia metas de superación humana y de mejoramiento social.
Dice el mismo Perroux que el desarrollo debe ser «de todo el hombre y de todos los hombres». Adherimos plenamente a este postulado. De todo el hombre, es decir, del hombre en la integridad de su ser, que no es solamente materia sino también espíritu; del hombre, en toda la escala de valores que lo guían en un esfuerzo constante de superación. Además, de todos los hombres: no de un grupo mayor o menor al que se reconoce el privilegio de participar en el progreso, sino de toda la población, a la cual, a diversos niveles y en forma compatible con las exigencias de la realidad, debe abrirse la posibilidad real de tener un papel activo en la producción y en el consumo, en la cultura y en los diversos aspectos de la vida social. La lucha contra la marginación social constituye, como consecuencia directa de lo expuesto, un requisito impostergable del desarrollo.
Según la frase sintética de nuestro Abecedario referente al punto «desarrollo», éste ha de ser «regional, integral y armónico». La expresión es deliberadamente pleonástica, ya que para ser «armónico» el desarrollo tiene que ser «regional». Hemos usado el pleonasmo para que quede diáfano nuestro concepto de que el desarrollo de Venezuela no lo entendemos sin un énfasis muy marcado en el desarrollo regional. Acentuar todo el esfuerzo desarrollista en uno o dos polos nacionales y olvidar el compromiso urgente de desarrollar la provincia, no sólo vulneraría la justicia, sino intensificaría un flujo incontenible de los excedentes de población hacia las zonas preferidas, alrededor de los grandes núcleos urbanos, provocando situaciones de miseria y agudizando los problemas sociales hasta límites tales que harían nugatorios todos los esfuerzos por construir una sociedad mejor.
Pensamos en una programación racional del desarrollo, en una planificación democrática del desarrollo, en el estímulo y motivación de las inquietudes de todos los venezolanos hacia el desarrollo. No somos estatistas; no consideramos que el Estado tenga el mágico poder de desarrollar el país y sabemos que si intentara hacerlo sólo atropellaría los derechos y garantías de la persona humana y de los grupos intermedios, con lo que la concepción humana del desarrollo sufriría un daño irreparable. Creemos que el Estado tiene el deber de orientar, estimular, asistir, promover la iniciativa de todos para que el desarrollo se logre; al mismo tiempo, decimos que debe reorientar sus gastos, jerarquizar sus esfuerzos y calificar sus actividades para que él mismo se constituye en motor, impulsor y realizador de la parte que le corresponde en la tarea.
Nuestro pensamiento desarrollista es, por tanto, claro y firme. Tiene raíz genuinamente democrática; tiene una inspiración humanista pura; tiene un propósito netamente patriótico y una ambición de lograr prosperidad para todos. Cualquier tergiversación que de nuestro pensamiento se haga chocará con la exposición de nuestro Programa, difundido con eficacia sin precedentes entre todos los venezolanos que por una razón u otra tienen influjo en la vida del país o muestren preocupación por sus problemas.
Ningún otro candidato ha mostrado un interés tan preeminente en los objetivos del desarrollo, ni los ha expuesto con mayor precisión y amplitud. De allí que sea una postura lógica la decisión adoptada por un grupo de relevantes personalidades independientes, con bien ganada autoridad ante la opinión nacional, que se han manifestado «desarrollistas» al mismo tiempo que se han pronunciado por mi candidatura presidencial. Al darme su respaldo, que me honra mucho y fortalece la imagen de mi triunfo electoral ante densos sectores, y al calificarse al mismo tiempo como desarrollistas, esas personalidades han procedido con plena consistencia y lo han hecho después de estudiar a fondo las perspectivas de la política venezolana y de haber hecho un análisis serio y responsable de mi Programa de Gobierno.
La mística del desarrollo tendrá la virtualidad de reunir en apretado haz de voluntades a todos aquellos venezolanos que creemos en la urgencia y en la posibilidad de sacar al país de un peligroso estancamiento y ponerlo a marchar decididamente hacia adelante.