Por primera vez

Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 29 de septiembre de 1968.

El ataque despiadado contra mi Programa de Gobierno, desarrollado conforme a un plan orquestado por Acción Democrática, ha tenido como resultado provocar un interés mayor aún en el conocimiento y análisis del mismo. Pasado el primer momento de desconcierto, se ha impuesto en los espíritus de aquellos que no habían podido dedicar tiempo a su estudio, la curiosidad por estudiarlo, por escudriñarlo, por interpretarlo. Y con ello se ha robustecido el deseo nacional por el cambio y la convicción de que la única alternativa seria, viable y válida para ese cambio es la alternativa que le ofrezco al país.

He dicho que el plan de ataque ha sido orquestado por Acción Democrática, y lo he dicho con plena convicción. Todos los días salen en los periódicos avisos autorizados por ese partido, con el remoquete final «vota blanco», echando una andanada de ataques contra la solución copeyana. De esa misma fuente provienen grandes avisos pagados por organizaciones fantasmas, y está claro que allí mismo acunan los testaferros. En cuanto a los partidos del Frente Tricéfalo, su actitud concomitante y coordinada viene a robustecer la sospecha general de que todos o algunos de ellos están en entendimientos subterráneos con Acción Democrática para reeditar, en la hipótesis de ganar el partido oficial la Presidencia de la República, el funesto gobierno de Ancha Base. Hipótesis, por cierto, cada día más inverosímil, pero para cuya factibilidad la tarea asignada a los tricéfalos es la de tratar de mermar votos a mi candidatura. Tarea frustrada, porque a medida que se acercan más las elecciones, se hace más clara y firme la voluntad nacional de sustituir el politiquerismo imperante por una política nueva y distinta.

El ataque directo de AD contra mi Programa y los calificativos de «totalitario», «fascista», «antidemocrático» y otras tantas cosas más es índice de un propósito muy poco patriótico. Echar sobre el más fuerte competidor semejantes calificativos a través de una propaganda masiva, significa tanto como querer poner piedras en el camino del cumplimiento de la voluntad popular. No es un misterio el que en el seno de AD y en sus mandos hay gente capaz de intentar cualquier cosa para no soltar el poder, y a la voluntad de esa gente hay que atribuir la infame maniobra de poner como contrario a la Constitución y al sistema democrático a un partido que ha sido el más firme baluarte de la democracia en Venezuela, a un partido por cuya acendrada convicción democrática no fue derrocada la propia AD en momentos de grave peligro, a un partido que ha hecho oposición leal al gobierno del doctor Leoni (y por ello ha sido reconocido como una excepción de América Latina por comentaristas extranjeros). Es un sarcasmo que se pretenda descalificar como totalitario al grupo político más consecuente con la defensa de la persona humana, de las libertades fundamentales y de las instituciones democráticas, todo ello para pretender cerrar el paso al triunfo de un hombre que tiene como uno de sus mejores motivos de orgullo el de haber sido ponente del Preámbulo de la Constitución y del Título relativo a Deberes, Derechos y Garantías.

No hay, sin embargo, riesgo de que se salgan con la suya. Ya he manifestado que no creo al Presidente Leoni, ni al mismo candidato Barrios, ni a otros dirigentes adecos capaces de llegar hasta ese extremo; pero que, en todo caso, hay sólidas razones para confiar en el respaldo inquebrantable del pueblo y las Fuerzas Armadas al resultado electoral. Pero estoy en mi pleno derecho al retar a un público debate al doctor Barrios para que justifique los insensatos cargos que hace su campaña a mi Programa de Gobierno, tanto más cuanto que él mismo llegó al extremo inaudito de afirmar que ¡durante el quinquenio pasado los copeyanos estimularon el hampa para buscar el voto de los hampones! Semejante irresponsable y temeraria afirmación lo obligaba a aceptar mi invitación para un debate público, en el cual a mi vez le formularía graves acusaciones que el país todo tiene contra AD y que constituyen el argumento más urgente para el cambio. Al rechazar mi reto, al expresar que él no es responsable de esos ataques y al pretender que discuta la cuestión con testaferros, queda muy mal parada ante la opinión pública su autoridad.

Que es inconcebible lo que se ha dicho acerca del Programa, ello ha venido en definitiva a convenir. La gente, aun aquella que en el primer momento se sintió desconcertada, ha razonado que semejante monstruosidad corresponde más a una finalidad preconcebida que a una posible realidad. Llamar fascismo al voluntariado social, institución auspiciada por todos los países democráticos del mundo; pretender que al prometer medios para que las amas de casa tengan la posibilidad de tomar vacaciones, como todas las personas sometidas a trabajos fuertes, significa meter dentro de los hogares personas que las reemplacen obligatoriamente durante quince días; sostener que la extensión del Servicio Militar a un Servicio Nacional, como lo reclaman todos los civiles y militares cultos del mundo, su generalización a todas las capas sociales y su aplicación en forma progresiva, va contra el Ejército o persigue la formación de milicias; llegar a afirmar que el Programa es «peor que el de Hitler» y a invitar a dar el voto por «cualquier candidato» con tal que se me niegue a mí, ello es una pócima demasiado gruesa para que se la trague ingenuamente el país nacional. Las mismas personas que recibieron un impacto , con lo inesperado del ataque, en un programa televisado, tuvieron ocasión de analizarlo y escudriñarlo, para descalificarlo en la «reprisse» pedida en cambote por activistas combinados de AD y del Tricéfalo y anunciada con cierto sensacionalismo.

En definitiva, todo ello ha contribuido y contribuye a lo que hemos deseado firmemente desde el primer día: a que por primera vez en la historia de este país, los venezolanos de todos los sectores y áreas geográficas conozcan, estudien y discutan el Programa que va a orientar la política durante el próximo quinquenio; que lo vean, sobre todo, en el ámbito de la especialidad o de la preferencia de cada uno, para que envíen sus observaciones y contribuyan así a que su punto de vista sea tomado en cuenta en la dirección de la vida nacional.

Se ha pretendido que, al proponer la organización –de abajo hacia arriba, contra todo paternalismo estatal y contra todo dirigismo– de un Consejo Nacional de la Familia y de la Juventud, se busca que el Estado se introduzca en la intimidad del hogar para señalar a los cónyuges lo que deben hacer. Nada más falso. Lejos de pretender que el Estado diga lo que han de hacer los esposos, lo que se busca es que los esposos, la familia, digan lo que debe hacer el Estado en aquellas cuestiones que van a influir sobre la situación familiar y juvenil. Así mismo, lejos de intentar que el Estado asuma una posición paternalista para imponer al pueblo un dirigismo inaceptable, lo que el Programa de Gobierno pretende es que el pueblo tome conciencia de sí mismo, sea promovido y estimulado en el desarrollo de su propia personalidad, para que participe de acuerdo con las instituciones y las leyes en la dirección de la vida de la comunidad.

Uno de los primeros postulados que sustenta la introducción de «principios fundamentales» del Programa es el de que «la sociedad es para el hombre y no el hombre para la sociedad». ¿Es compatible esta afirmación con cualquier teoría estatista, socialista o totalitaria?

Claro que no. Pero lo que se ha buscado es intentar que se me cierre el camino del triunfo decretado a través de una madura reflexión y alimentado por generoso entusiasmo por la conciencia y el corazón de una mayoría de compatriotas. El resultado, sin embargo, ha sido todo lo contrario. El país ha visto que los programas de los doctores Barrios y Prieto no se discuten, ni siquiera se comentan; y que el programa del doctor Burelli no ha salido todavía, a dos meses de la elección.

Y he oído a mucha gente sencilla razonar que, si en mi ánimo y el de mis compañeros hubiera ponzoñas ocultas, si tuviéramos la intención de sorprender y traicionar al país para imponer un yugo totalitario, no hubiéramos puesto tanto interés en divulgar el Programa, en distribuir centenares de miles de ejemplares solicitando de cada uno su opinión y su análisis. Lo habríamos puesto en una gaveta y, a lo más, habríamos entregado cuatro páginas de frases generales y ambiguas, como han hecho otros; o, simplemente, como hizo Fidel Castro, habríamos prometido dejar las cosas como están, para resolver lo que nos viniera en gana una vez asegurado el poder.

El hecho de estimular al país nacional a leerlo, estudiarlo y discutirlo es el mejor argumento para mi Programa. Y, por primera vez, es un reconocimiento efectivo de la soberanía del pueblo.