Garantía de confianza

Columna «El año del cambio», escrita para El Universal. 8 de septiembre de 1968.

En la tercera letra del «Abecedario del Cambio», la palabra dominante es confianza. El país tiene necesidad de confianza. Hay una verdadera sed de mirar el porvenir sin sobresalto, de poderse entregar a una labor creadora sin la amenaza permanente de perder todo el fruto del esfuerzo. Por todas partes se nota una tremenda suspicacia contra la palabra de los gobernantes y ésta es, precisamente, una de las requisitorias más constantes que la opinión formula contra el régimen actual.

No hay confianza porque los responsables de encauzar la vida del país dicen una cosa y practican otra. No hay confianza, porque se ha ido suplantando el cauce institucional de las leyes por la aplicación de la arbitrariedad oficial. Cuando se garantiza desde arriba estabilidad a los funcionarios públicos que militan en otras toldas políticas, éstos comienzan a hacer conjeturas sobre quiénes serán las víctimas contra las cuales se tiene ya afilada el hacha de la destitución.

Si el Gobierno dice que no elevará los impuestos, inmediatamente los sectores económicos se ponen en guardia, porque suponen que detrás del anuncio está preparada una nueva «reforma tributaria». Si se afirma enfáticamente que no habrá otra devaluación, se sospecha que hay amenazas contra el valor del signo monetario. Cuando se promete que no se firmará el Pacto Andino sin atender a los planteamientos del sector privado, se está pendiente de que ya se hayan convenido, bajo cuerda, fechas estratégicamente escogidas para suscribirlo sin más. Si se expresa un propósito de modificar la política petrolera en sentido más constructivo, ello sólo preanuncia que las máximas autoridades de la corriente política gubernamental tienen intenciones severamente restriccionistas. Si se dice que va a mantenerse la unidad sindical, seguro que ya se está tramando la creación de sindicatos paralelos.

Por ello, en todos los sectores, la desconfianza es un término común en la apreciación de la actual situación. Por ello mismo, suena a paradoja o burla el que en la profusa propaganda que rodea la candidatura oficial, se haya usado y abusado sin razón ni sentido de la palabra confianza.

Pretender hacer sinónimos los conceptos de continuismo y de confianza es un exabrupto. El continuismo de la actual situación arrasaría con las reservas de confianza que tiene todavía el país. La única manera de recuperar la confianza indispensable entre gobernantes y gobernados, de restablecer la armonía entre la práctica y el orden jurídico, de hacer sentir la firme voluntad de cumplir un programa eficaz, es renovar los cuadros políticos y administrativos. El cambio es indispensable para asegurar la confianza y la estabilidad.

Por ello le hemos dado a la confianza el rango preeminente que tiene en el Abecedario del Cambio. Y al decir «confianza», agregamos: estímulo y seguridad para todos. Porque la confianza envuelve un doble elemento: la seguridad, es decir, la garantía del ejercicio pleno de los derechos fundamentales que la Constitución reconoce, y el estímulo, es decir, la promoción del esfuerzo de todos para resolver por una acción común los problemas fundamentales de nuestro país en el actual momento.

La seguridad es un concepto de primerísima importancia en el sentir unánime. La angustia por falta de seguridad no está restringida a los sectores más acomodados. Hay quienes dicen que los atracos sólo asustan a los ricos: craso error. Más bien se observa que quienes poseen medios de fortuna tienen a su alcance el procurarse una protección privada, pagando guardianes o serenos de los que se han ido ofreciendo a través de empresas particulares. Pero el agente viajero que atraviesa largas carreteras, el conductor de carritos por puesto o libres que tiene que transitar por rutas oscuras, la misma ama de casa de una humilde familia que sale de su rancho con veinte bolívares en la cartera para hacer el mercado, van temiendo a cada paso encontrarse con el asalto impune del cual puede resultar perdiendo hasta la vida. La esposa que ve pasar algunas horas sin que el marido regrese al hogar, la madre que siente prolongarse la hora de volver el hijo del liceo, viven en un hilo de ansiedad porque no sabe si al ser querido le ha tocado el número trágico en la ruleta de la violencia.

Afrontar este problema reclama más que unas frases declamatorias. Reclama conciencia de sus causas y de sus perspectivas, estudio de sus soluciones y una inquebrantable energía. La violencia no se erradica empleando simplemente contra ella otra violencia igual o mayor. Hay que enfrentar sus aspectos, desde la reforma urgente de las leyes procesales para evitar los desaguaderos de la justicia, hasta el logro de un funcionamiento más efectivo de los órganos judiciales, hasta la coordinación y tecnificación de las policías, dotando los cuerpos policiales de los instrumentos necesarios y del personal idóneo, depurando sus filas de los elementos perjudiciales, controlando las infiltraciones que en ellos existían y demostrando con hechos a la población que la policía está destinada a proteger y a ampararla, no a amenazarla o atropellarla.

El estado de derecho está reclamando urgentemente su plena y cabal realización. Lo que se está volviendo muy frecuente es que el Estado haga lo que quiera y se olvide de su propia sujeción a las normas del ordenamiento jurídico que sus propios órganos han dictado. La Cámara de la Construcción ha planteado el grave problema de que el Gobierno no paga a sus miembros deudas contraídas por obras realizadas. Esto provoca incontables perjuicios, que pueden llegar en ocasiones hasta la quiebra económica. «Este problema –dice la Cámara– el más álgido de la hora actual, compromete gravemente la responsabilidad del Gobierno Nacional, porque en buen número de casos supone la comisión de verdaderos delitos de carácter administrativo…». Y ¿los incontables ciudadanos ignotos que están esperando el reconocimiento o la reparación de un daño, sufrido o la indemnización de un bien que fue tomado para atender un proyecto o satisfacer una necesidad pública?

La seguridad es, al mismo tiempo, inseparable del estímulo. Porque el cambio no lo va a hacer un hombre solo, ni siquiera un equipo solo, por competente que sea. El cambio supone la participación general. Supone la promoción de ideas, iniciativas y esfuerzos de todos, a través del fomento de una verdadera y sana libertad. La frase más frecuentemente escuchada al recorrer el territorio nacional es la de que «el Gobierno es enemigo de los hombres de trabajo». Hay la sensación de que emprender, realizar, tener éxito, coadyuvar al progreso, es mirado con antipatía por los sectores oficiales. Quizás el fenómeno tenga excepciones: quizás la queja atribuye a acción deliberadamente hostil lo que en muchos casos es sólo culpa de incomprensión o negligencia. Pero uno de los aspectos dinámicos del cambio está en lograr hacer sentir a cada venezolano capaz de un esfuerzo creador, el que su esfuerzo será estimulado y apreciado, garantizado y protegido.

La confianza supone sinceridad, lealtad y eficiencia. Sin esos postulados previos, se convierte en palabra hueca y hasta en expresión satírica. Por ello considero que la mejor contribución hecha a la confianza ha sido la sinceridad de mi campaña y la presentación de mi Programa. Su complemento será la ejecución sincera y entusiasta de este Programa, para lo cual coadyuvará el mismo efecto multiplicador de las energías de todos los ciudadanos que producirá la misma implantación de la confianza.