Un campeón del esfuerzo
Artículo escrito en homenaje al Padre Manuel Aguirre Elorriaga, S.J., fundador de SIC y de los Círculos de Estudios, quien falleció repentinamente en Caracas el 28 de febrero de 1969, a días de asumir uno de sus discípulos más queridos, la Presidencia de la República de Venezuela. Publicado por la Revista SIC número 319. p. 374, noviembre de 1969, bajo el título: Mosaico de una vida.
Deja Manuel Aguirre tras de sí una obra social y una labor docente de magnitud extraordinaria. Pero deja, sobre todo, un gran ejemplo. El ejemplo de una preocupación profunda, de una sensibilidad estupenda, de un compromiso –el compromiso de una vida– al servicio de los sectores populares.
Cuando lo conocí, ya tenía la visión dinámica de Venezuela como una sociedad nueva, enzarzada con afán en la búsqueda de una vida mejor. Él era un maestrillo de quizás veintitrés años; venía de lejos, a hacer su primera experiencia pedagógica en estas tierras del Caribe; le asignaron complejas tareas: la vigilancia de las filas, la organización de eventos deportivos y la enseñanza, sea de la aritmética razonada, que le torturaba y nos torturaba–, sea de la literatura –que le daba un goce visible y nos deleitaba a quienes le oíamos–. Yo era un muchacho flaco, enfermizo y pálido de once años, vuelto a venir de la provincia, empeñado en incorporarme de lleno al colegio del que había sido alumno fundador, y de emparejarme en los estudios y hasta meterme en el deporte, con condiscípulos que me llevaban notoria ventaja.
Surgió entonces nuestra amistad, hecha a base de los duros mandobles que el maestrillo vasco daba al orgullo del estudiante provinciano para que se diera cuenta de la importancia de sacrificar la gloriola de los puntos altos y de las menciones honoríficas por la amistad y solidaridad de los compañeros de clase.
Para ese momento ya había en él la imagen de un país distinto, que debía venir, donde se iba a necesitar un gran esfuerzo humano para que el pueblo se orientara hacia la paz, la libertad y la justicia. Se preocupó por promover inquietudes y después mantuvo meritorio contacto epistolar con antiguos discípulos, desde Europa, en medio de las absorbentes exigencias del estudio y de las angustiosas circunstancias vividas en su patria nativa y en otras áreas del viejo mundo: guerra civil, avalanchas totalitarias y otros prolegómenos de la terrible guerra mundial…
En ese ambiente terminó la carrera y ahí tomó la más importante decisión de su vida. Rechazó el galardón ofrecido a su vocación de historiador y literato, de investigar al lado del gran Leturia para ser su heredero. Pidió a sus superiores, en cambio, volver a Venezuela, a trabajar con los seminaristas, con los estudiantes universitarios y con los obreros. El esfuerzo cumplido entre estos sectores se distinguió señaladamente por el entusiasmo que supo comunicar, por la fe que supo poner en el trabajo social. Se hizo venezolano integral y al adquirir la carta de naturalización se complacía en decir que era «nativo de Chichiriviche». En muchas de sus tareas fue intuitivo, tuvo que abrir caminos propios; pero los caminos quedaron abiertos y en ellos quedó marcada su huella.
SIC, su revista, fue algo novedoso en Venezuela; sus círculos de estudios ofrecieron a los participantes la oportunidad de reflexionar sobre grandes problemas, entrever soluciones y, sobre todo, apasionarse por el deber de hacerles frente; sus círculos obreros fueron un ensayo amable y entusiasta que dejó como saldo un comienzo auspicioso de sindicalismo auténtico.
Murió en la brecha. Ya estaba muy golpeado por el accidente vital sufrido mientras visitaba la hermana Colombia, que casi le arrebató la vida en plena tarea propagandística y que menoscabó sus facultades físicas en medida severa. Se había repuesto, sin embargo, a base de coraje. No se plegó su voluntad. Siguió estudiando, escribiendo, hablando, trabajando, pero sobre todo, estimulando las nuevas generaciones en la inquietud por un mundo mejor.
Por eso, jóvenes gargantas despidieron sus restos al bajar a la tumba con cantos patrióticos, con estrofas de renovado compromiso y de júbilo en la lucha por el ideal. Resonaron extrañas, aquella tarde, tales notas de alegría bajo el cielo nublado del Cementerio General del Sur. Pero a los curiosos que hubieran indagado la razón de aquel hecho desacostumbrado, resultaba fácil responderles: se estaba celebrando la conclusión de una existencia fecunda en proyecciones y el comienzo de la gloria definitiva para quien trabajó con generosidad y modestia ejemplar.
El Padre Manuel Aguirre Elorriaga fue un campeón del esfuerzo, del desinterés y del optimismo. La valoración de su obra le hará destacar, cada día más, entre los promotores de valores humanos y constructores de la patria nueva.