Portada del libro El amor a la paz, Ediciones del Presidencia de la República, 1970.

El amor a la Paz

Ofrecimiento de Rafael Caldera en el libro editado por la Presidencia de la República con este título, cuya compilación de textos fue realizada por Pedro Grases y Manuel Pérez Vila. 

El Libertador nos da en sus magníficas palabras título para esta obra: «El amor a la paz, tan propio de los que defienden la causa de la justicia».

En el presente libro se reúnen, precedidos de una excelente disertación escrita por el P. Pedro Pablo Barnola, los documentos históricos relativos a los Tratados de Trujillo de 1820, cuyo Sesquicentenario está celebrando la República. Las negociaciones se iniciaron en el mes de junio de dicho año, entre las fuerzas patriotas dirigidas hacia la Independencia por el genio de Bolívar, y el ejército realista conducido por el General Pablo Morillo, empeñado en dominar el ímpetu incontenible de la Emancipación de los pueblos americanos.

A pesar de que durante la década transcurrida desde el glorioso 19 de abril de 1810, la violencia se había enseñoreado de los campos de batalla y penetrado el ánimo de los contendientes, predominó entonces la voluntad de concordia y entendimiento hasta alcanzar la conclusión de los Tratados Armisticio y de Regularización de la Guerra, aprobados y ratificados respectivamente, el 26 y el 27 de noviembre de 1820.

Venezuela evoca, a siglo y medio de distancia, tan magno suceso, hito de luz en medio de los sombríos acontecimientos que enlutaban tantos hogares de compatriotas, consagrados heroicamente a la más noble de las causas: la de la libertad. Aunque nuestros Libertadores estaban decididos a entregar sus mismas vidas por el supremo bien de crear una nación libre, fin digno de todos los sacrificios, comprendían que la Patria debía construirse en clima de sosiego, una vez resuelta la contienda bélica. Por ello escribía el Libertador a Morillo, el 3 de noviembre de 1820: «La paz es nuestro más ardiente voto». La condición que antepone de modo terminante es la de que la reconciliación es imposible si antes no se ha reconocido la Independencia.

La proposición de Armisticio formulada por España es recibida con el corazón abierto, pero no significa esto la menor renuncia a los objetivos de la República proclamados en la Declaración expedida en Angostura el 20 de noviembre de 1818. Desde aquella época, Bolívar había obtenido algunos triunfos sustanciales y resonantes: Boyacá, el 7 de agosto de 1819, la casi total liberación de la Nueva Granada y la Ley de creación de la Gran Colombia, de 17 de diciembre del mismo año. Había avanzado mucho en la realización de los visionarios planes anunciados el 15 de febrero de 1819, en Angostura, en el Discurso Inaugural del Congreso. Su posición era ya de reconocida fortaleza, pero impulsado por su deseo de paz, aceptó tratar acerca del armisticio propuesto. Y no contento con esto tomó la trascendental iniciativa de proponer la regularización de la guerra, que era por una parte expresión del apasionado afán de civilizar la lucha entablada, y, por la otra, clara indicación de que el Libertador veía el Armisticio como un intervalo, una pausa, en la obra de la liberación nacional. Así sus vehementes anhelos de paz, no le hacían disminuir la tensión necesaria para convertir en realidad el derecho americano a la Independencia.

En España parecía abrirse la duda sobre la intransigencia mostrada frente al movimiento de Independencia y se hacía más viable la posibilidad del diálogo en tierras americanas. La República «prefiere la paz a la guerra, aun a su propia costa», le escribe Bolívar a Morillo el 21 de septiembre de 1820, frase que refleja exactamente la conducta observada por El Libertador hasta llegar a la conclusión de los Tratados.

Gracias a esta comprensión se alcanzó el milagro de sustituir la terrible discrepancia por el gesto humanizado; que se firmase «un tratado verdaderamente santo», «un monumento de civilización; libertad y filantropía», según la definición del Libertador; que, luego, los dos Jefes de la Guerra, se abrazasen en Santa Ana, y que Morillo reconociese con palabras hidalgas: «Mi antiguo enemigo me ha vencido en generosidad».

Da gusto rememorar esta circunstancia de paz, vivida en aquellos duros años de pelea que estremecieron nuestro suelo patrio.

Reconforta el ánimo en estos días navideños, cuando Venezuela da ejemplo de paz en un mundo atormentado y es oportuno formular los más cálidos votos por la convivencia y felicidad de la gran familia venezolana.