Raúl Leoni, el camino recto de las instituciones
Palabras ofrecidas por el presidente Rafael Caldera en el Salón Elíptico del Palacio Federal Legislativo, durante el funeral de Estado del expresidente de Venezuela. Caracas, 7 de julio de 1972.
Con el más profundo sentimiento cumplo el doloroso deber de despedir, en nombre de todos los venezolanos, los restos mortales del expresidente de la República doctor Raúl Leoni. Este sentimiento se identifica hoy con el de su valiente esposa y de sus hijos, de sus familiares y amigos, de sus compañeros de lucha y de gobierno y de todos aquellos que, sin haber compartido su ideología o las posiciones que con entereza defendió, le rinden tributo y lo han proclamado como un venezolano eminente, lleno de mérito por el ejemplo de su vida pública y privada.
De los cuarenta y cuatro años transcurridos entre la Semana del Estudiante de 1928 y el día de su fallecimiento, cerca de la mitad los pasó en el exilio. Esa prueba, soportada en diversas alternativas, no melló su ánimo; antes, por el contrario, lo fortaleció en el propósito, en forma tal que puede considerarse como una consecuencia natural de su existencia el que culminara su carrera política en la Presidencia de la República.
Fue el presidente de la Federación de Estudiantes de las jornadas memorables del 28, y de allí se lanzó a una acción revolucionaria que lo aventó fuera de Venezuela. Vuelto al país en el momento en que tocó definir rumbos y fijar programa a su generación –la célebre Generación del 28, aureolada por el nimbo de la rebeldía estudiantil–, participó en la fundación de movimientos políticos que después llegarían a la formación de partidos y asesoró a pioneros en la incipiente organización de sindicatos. Abocado a un nuevo exilio, más corto y colmado de enseñanzas, regresó con el título de abogado, obtenido en Colombia. Fundador del Partido Acción Democrática, que alcanzó más tarde a presidir, esa militancia representó para él la concreción de sus ideales y la identificación de sus luchas.
Los acontecimientos de octubre de 1945 lo llevaron a compartir el ejercicio supremo del poder como miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno y a desempeñar por tres años la cartera de Trabajo, que en sus manos se inició en forma autónoma, separada del despacho de Comunicaciones. De nuevo en el exilio, durante él, contrajo matrimonio y formó su familia, cuya unidad se cimentó con la intimidad de vida del proscrito y la nostalgia de la Patria.
Reintegrado al país en 1958, jugará un papel de primera línea en la reestructuración de la República. De 1959 a 1961, en la Presidencia del Congreso. De 1964 a 1969, en la Presidencia Constitucional de la República. Y le toca ser el primer gobernante venezolana en entregar el mando pacíficamente a un sucesor electo por el pueblo, desde las filas de la oposición, en elecciones populares ganadas en noble combate democrático.
Mis relaciones de amistad e intercambio con el expresidente Leoni arrancan verdaderamente en 1958. Al descorrerse entonces un pesado velo ante los ojos de quienes, desde diversos ángulos, coincidíamos en buscar caminos para afianzar las bases de una patria libre, hubimos de darnos cuenta de que había mucho de común en el sentimiento democrático, en la ambición patriótica y en la voluntad de servicio, en hombres que en momentos de dura controversia parecían separados por abismos; abismos que la dura experiencia había salvado y que la visión clara y objetiva de la realidad venezolana relegaba a un plano secundario.
Juntos compartimos Raúl Leoni y yo muchas jornadas a partir de aquel 19 de enero de 1959 en que se instalaron las cámaras legislativas electas por sufragio libre del pueblo y que tuvimos la honra de dirigir, él como presidente del Senado y yo como presidente de la Cámara de Diputados. Mientras se realizaban largas sesiones conjuntas, hubo amplias posibilidades de dialogar.
En más de una oportunidad, el tema de nuestra conversación era el relato de sus primeras experiencias como dirigente estudiantil, con su boina azul sobre la testa en que ya comenzaba a apuntar su connotada calva, bien coronando en el Teatro Municipal a la lírica reina Beatriz, o escogiendo como oradores para los actos culminantes de la semana célebre a dos compañeros de estudios que habrían de descollar más tarde como tribunos y conductores políticos.
Parecían interminables las jornadas parlamentarias. A veces, sin embargo, tenían más duración nuestras reuniones como representantes de las fuerzas políticas comprometidas en la instalación y defensa del sistema democrático para canalizar y resolver los problemas pendientes. Pero los mejores afanas de aquellos tres años en los cuales ejercimos la presidencia de las cámaras fueron los dedicados, con optimismo indesmayable, a la preparación, discusión y sanción de la nueva Carta Fundamental que entró en vigencia el 23 de enero de 1961.
Nos tocó presidir conjuntamente la comisión bicameral que elaboró el proyecto; nos tocó hacer grandes esfuerzos para armonizar la teoría democrática, impregnada de sentido social y expresada en previsiones que servirían de base a mayores cambios de estructura, con lo que reclamaba el sentimiento popular y lo que por otra parte señalaba, en términos de rudeza inexorable, la lección de una reciente historia. El texto de la Constitución se fue elaborando en medio de frecuentes conmociones, cuyo eco llegaba hasta las mismas puertas del Congreso o hasta las ventanas de la vieja universidad, donde la Academia de Ciencias Políticas y Sociales nos dio hospitalidad para reunir nuestra comisión. Nos tocó conjugar opiniones disímiles para obtener un margen de consenso como difícilmente lo ha tenido otro ordenamiento constitucional en Venezuela. Hubimos de buscar la luz de especialistas, versados a través del estudio y ejercitados a través de la docencia en las intrincadas cuestiones del Derecho Político y de solicitar la revisión del texto por maestros y especialistas en el dominio del idioma, para que el lenguaje de la Constitución fuera preciso, sobrio y correcto, ajustado al pensamiento y a los propósitos de sus redactores.
Terminada la obra, nuestras firmas fueron las dos primeras que se estamparon en el texto. No creo que él hubiera podido pensar, en aquel instante solemne, en que habría de tocarle hacerme entrega de la Presidencia de la República al terminar el periodo constitucional para el cual ya muchos le consideraban abocado; por mi parte, ni siquiera el más leve presentimiento me habría sugerido que me iba a corresponder el doloroso encargo de presidir sus exequias.
Con motivo del sentido fallecimiento del doctor Leoni, me he puesto a revisar las palabras que él mismo pronunció, en este propio sitio, ya como expresidente, en el solemne acto de las honras fúnebres al expresidente Gallegos, y he encontrado un párrafo que considero lleno de vigencia en la luctuosa ceremonia que en este momento realizamos: «Aquí estamos hoy –dijo– ante sus restos, viviendo una vida cívica como él la quiso, como él la deseó, como él la enseñó, aunque aún no sea perfecta y no lo será quizás en mucho tiempo o nunca, pero el camino recto de las instituciones es el que estamos transitando hoy y seguiremos firmemente por él. Su cuerpo bajará a la tumba rodeado de un pueblo libre que sabe ejercer sus derechos, que no se abstiene, que no duda y que no vacila para reclamarlos».
Estas palabras cobran renovado sentido en el momento actual, en que venezolanos de todos los sectores, de todas las maneras de pensar, ubicados en las más variadas posiciones de lucha, se reúnen en torno a su cadáver para testimoniarle su admiración y su respeto. Ojalá que este ejemplo sirva de lección perdurable a las generaciones jóvenes, ante las que debemos siempre demostrar la consideración que se debe a los hombres aun cuando se hallen ubicados en posiciones diferentes, y mantener la vinculación solidaria que impone el deber de servir a la Patria con amor a la justicia, en la libertad y con humana dignidad. También nosotros, como él lo hiciera ante don Rómulo Gallegos, podemos sintetizar en esas frases el saludo final que debemos a las cenizas del expresidente Raúl Leoni. «Aquí estamos hoy, ante sus restos, viviendo una vida cívica como él la quiso, como él la deseó, como él la enseñó, aunque aún no sea perfecta y no lo será quizás en mucho tiempo o nunca; pero el camino recto de las instituciones es el que estamos transitando hoy y seguiremos firmemente por él».