La OPEP es un ejemplo invalorable para los países exportadores de materias primas
Nota publicada en el diario El Nacional, el 19 de octubre de 1974, que registra la conferencia pronunciada en la Universidad de Oxford.
- Su acción es apenas la reparación parcial de una de las más tremendas injusticias que la humanidad ha presenciado impunemente, dijo el doctor Caldera al inaugurar ayer la Cátedra Andrés Bello.
- Una vigorosa corriente nacionalista sacude las conciencias y determina las actitudes que se toman en América Latina, afirmó el expresidente.
El doctor Rafael Caldera dejó inaugurada ayer la Cátedra Andrés Bello en la Universidad inglesa de Oxford, para lo cual fue invitado por el Centro Latinoamericano del Saint Antony’s College y la Junta Directiva del Banco Central de Venezuela, instituciones organizadora y patrocinadora de la mencionada Cátedra.
Luego de referirse a la vida y obra de Bello, el expresidente Caldera puso énfasis en señalar que con esa Cátedra se contribuirá a un mejor conocimiento de nuestra realidad, nuestros problemas y nuestros propósitos. Se refirió igualmente a la vigorosa corriente nacionalista que sacude las conciencias y determina las actitudes que se asumen en América Latina.
La gran nación latinoamericana
«Latinoamérica vive hoy –dijo el doctor Caldera– un momento de gran importancia, quizás el de mayor importancia después de los días gloriosos de la Independencia. Se vive una vigorosa corriente nacionalista, no de un nacionalismo estrecho de esos que crean tensiones entre los diferentes países; sino un nacionalismo integracionista, unificador, que no busca lo específico de cada una de nuestras naciones, sino lo que es común a la gran nación latinoamericana. No se pretende hacer de la presencia integrada de América Latina una fuerza generadora de conflictos, sino interesada por trabajar en pro del entendimiento entre las distintas regiones del mundo, que aspira a ser tenida en cuenta en su sustancia, en sus derechos y reivindicaciones, para contribuir a la realización de la justicia, el desarrollo de los países del Tercer Mundo y al establecimiento de vínculos duraderos de comprensión y cooperación entre todos los pueblos.
Nacionalismo democrático
«En el plano de las relaciones internacionales –señaló luego Caldera–, interpretando un sentimiento común de los venezolanos que he denominado nacionalismo democrático, he sostenido la existencia de un bloque latinoamericano, que no tiende al conflicto sino a la distensión, no al aislamiento, sino a la cooperación.
Consciente de que en la situación actual existen diferencias marcadas en cuanto a la orientación ideológica y a la manera de gobernarse de nuestros diferentes estados, he sostenido la tesis de la solidaridad pluralista.
Tenemos conciencia de que quienes han aprovechado nuestra debilidad para sus intereses injustos y egoístas, se han propuesto siempre fomentar la desunión, estimulando discrepancias internas en el seno de la familia latinoamericana. Se ha hecho famosa la frase de que, al lado de los Estados Unidos del Norte hemos sido los Estados Desunidos del Sur. Ello ha favorecido apetitos circunstanciales inmediatos, pero ha perjudicado, no solamente el desarrollo de América Latina, sino la propia solidaridad del Hemisferio Occidental. La tesis de la solidaridad pluralista la impone la misma realidad de los hechos.
El capital extranjero
Los capitales que nos han prestado –puntualizó luego el doctor Caldera– casi siempre ha sido mediante intereses elevados y condiciones difíciles, que llegan a convertir en una carga insostenible el servicio de la deuda externa. Los pasos iniciales de nuestra industrialización, han estado y se mantienen en gran parte sujetos a las patentes y a la tecnología extranjera y los medios de comunicación social se han usado para estimular el apetito de consumo de artículos que tenemos forzosamente que importar. Las compañías transnacionales han jugado a su antojo con los volúmenes de producción de los distintos países en que actúan para de esta manera manejar los mercados y los precios.
Los tratados bilaterales del comercio se han inspirado en el modelo clásico y para asegurarnos mercado a las materias primas que exportamos, se nos han impuesto cláusulas que nos fuerzan a la importación de productos manufacturados externos.
El petróleo
Dentro de cada país –dijo luego al referirse a la OPEP– tuvieron que unirse los débiles para que los poderosos reconociesen sus derechos. La lucha por la justicia social internacional demanda la unión de los que separadamente no pueden lograr el reconocimiento de sus derechos.
Es increíble que mientras todos los precios se elevaban en el mundo, los del petróleo no sólo se mantuvieron estables, sino que bajaron, contra toda razón y sin justificación alguna. En la década de 1950 a 1960, el precio promedio del barril de crudo exportado por Venezuela era de 2,27 dólares, mientras el precio promedio del crudo de los Estados Unidos era de 2,76 dólares. En el período 1960-1970, el precio del petróleo venezolano bajó considerablemente: el barril del crudo producido en Estados Unidos se pagaba a 2,91 dólares, una diferencia de más del 50%. El producto venezolano derivado del petróleo se pagaba a dos dólares, mientras que el producto norteamericano se pagaba a 3,83 dólares, es decir, cerca del 100% de diferencia.
Durante esos mismos 20 años, el precio de las maquinarias y equipos que tuvimos que importar subió por lo menos en un 75% y el precio de los productos alimenticios, de cuya importación dependíamos, subió también por lo menos un 40%.
Las pérdidas sufridas por Venezuela en sus precios de exportación –dijo luego Caldera– llegaron en esos 20 años a un gran total de 17,500 millones de dólares. Se estima que en 20 años hemos exportado 15 mil millones de barriles pagados a un precio promedio de dos dólares el barril. Al precio de hoy, de 14 dólares el barril, se dejaron de pagar a Venezuela unos 240 mil millones de dólares. ¡Cifra astronómica!, pero que autoriza a afirmar cómo lo ha hecho S.M.I. el Sha de Irán, que hemos financiado el desarrollo de los países industrializados. Piénsese –agregó el doctor Caldera– que el petróleo exportado por Venezuela es sólo una fracción del petróleo exportado por los países de la OPEP; que los países del Medio Oriente y del África sufrieron manipulaciones que les hicieron vender su petróleo a precios inferiores a los de Venezuela, y se concluirá que la acción que ha tomado la OPEP y que constituye un ejemplo invalorable para todos los países exportadores de productos primarios, es apenas una reparación parcial de una de las más tremendas injusticias que la humanidad ha presenciado impunemente.
La comunidad europea
La comunidad europea no ha prestado hasta ahora ojos y oídos suficientes a América Latina. ¿No será acaso –preguntó Caldera– porque los mejores cerebros y las voces más autorizadas del continente europeo no han tenido la visión exacta de lo que somos, de lo que hemos sido y de lo que podemos representar? A veces, solo se nos ha enviado consignas pesimistas, como la de que no podemos aspirar a ser democráticamente libres, si queremos lograr el desarrollo. Que no estamos capacitados para lograr los fines que deseamos y que por lo tanto debemos resignarnos a una suerte mediocre. Somos culpables, sin duda, de no haber resuelto aún nuestros problemas y sobre todo de no haber explicado suficientemente las causas reales que produjeron el eclipse de América Latina después de la Independencia, en los años oscuros del caudillismo y la anarquía. Todo esto que ha sido lamentable –dijo finalmente Caldera– puede curarlo el conocimiento recíproco. Por ello considero de gran trascendencia el que en un centro como éste, tan afamado, se establezcan instituciones como la Cátedra Andrés Bello, que formalmente estoy inaugurando, tendiente a abrir canales para el conocimiento recíproco y a hacer llegar hasta acá, la versión seria y efectiva de lo que somos y lo que queremos.