El precio del petróleo
Artículo de Rafael Caldera con el antetítulo «Reflexiones latinoamericanas», escrito para la Agencia Latinoamericana de Noticias (ALA), y tomado de su publicación en el diario El Universal, del 24 de diciembre de 1977.
A partir de 1971-74, el precio del petróleo, cuya controvertida actualidad se renueva con cada Conferencia de la OPEP, ha venido a constituirse en uno de los asuntos más importantes para el análisis del orden económico internacional. Defenderlo, no es un acto de buena o mala voluntad hacia nadie, sino aclarar una situación a la luz de la justicia. La cuestión arranca de que por primera vez un grupo de países en desarrollo osaron fijar el artículo del que derivan su subsistencia un precio mejor que el tradicionalmente fijado por los grandes consumidores.
Naturalmente, aquella decisión afecta a dos mundos distintos. Por una parte, a los países industrializados, poseedores del dinero y la técnica por cuyo uso obtienen inmensas ganancias y señores del mercado en su doble papel de compradores de materias primas y vendedores de artículos manufacturados. Por otra parte, a otros países en vías de desarrollo, a los cuales se quiere utilizar como instrumento para colocar frente al paredón a los proveedores de combustibles.
Con la intención de hacer retroceder a los países petroleros, los países poderosos han puesto en juego desde represalias económicas, crediticias o arancelarias, hasta amenazas poco veladas de acciones de fuerza; pero se han estrellado ante la unidad que han logrado mantener aquéllos. Entonces, han apelado al recurso psicológico de asumir una supuesta defensa de los pobres –que nunca antes les interesó– para hacer ver que con los nuevos precios se ha echado una carga imposible de soportar sobre los países en desarrollo que no tienen petróleo, cuya balanza de pagos (deficitaria desde siempre por las obligaciones con los ricos) se ha hecho más grave por el nuevo peso que le han impuesto esos otros países subdesarrollados que exportan petróleo, que han pasado a la categoría de «nuevos ricos» en el espectro universal.
Los países de la OPEP han tomado plena conciencia de la situación y han iniciado diversas formas de asistencia en un nivel que antes jamás intentaron los países desarrollados en favor del Tercer Mundo. Debemos admitir, sin embargo, que no se han logrado todavía fórmulas satisfactorias. Por supuesto, lo que quieren los grandes es una baja de precios, aunque sea mediante tarifas diferenciales, pero en el seno de la OPEP se sabe –por amarga experiencia– que cualquier acto que quebrantara la firmeza de los precios provocaría una erosión incontenible y sería pródiga en maniobras fraudulentas que no habría posibilidad de controlar.
En la campaña contra la OPEP se silencian hechos importantes. Uno es el de que, por largos años, mientras todos los productos industriales, así como la tecnología y el uso de capitales prestados subieron, el petróleo se mantenía a niveles increíblemente bajos. En conferencias que dicté en Inglaterra este año cité una información del Times de Londres, que en su edición dominical de 6 de marzo de 1977 trajo una estadística de la variación del costo de artículos importantes entre 1950 y 1976, estimado en tiempo de trabajo de un obrero manual: mientras el pago de intereses y amortizaciones de hipotecas, la carne de buey, el filete de pescado, las papas o el pan habían subido mucho, el costo de 5 galones de petróleo, que en 1950 equivalía a 308 minutos de trabajo, en 1976 sólo alcanzaba al equivalente de 212 minutos.
El análisis más superficial indica que los países ricos se desarrollaron pagando precios viles por el petróleo consumido, lo que constituyó de hecho para ellos un gigantesco subsidio. Por otra parte, en muchos países, más de la mitad de lo que paga el consumidor de combustible va a su propio gobierno por impuestos, y menos de la mitad al pago del crudo, refinación, transporte, distribución, ganancias de los intermediarios e impuestos del país productor. Además, se observa que en los países industriales suben todavía los impuestos sobre la gasolina para frenar el consumo: con ello reconocen que los precios no son todavía suficientemente altos para desestimular el despilfarro.
La realidad ha comprobado que el precio actual del petróleo es todavía económico frente al costo de producir energía de otras fuentes. Ese precio tiende a alertar la actitud suicida del mundo desarrollado al agotar sin conmiseración los depósitos de hidrocarburos, que no son renovables.
Mucho más pudiera decir. Pero lo que más importa es señalar que lo que hicieron antes las naciones industriales con el petróleo es lo mismo que están haciendo con las otras materias primas, suplidas a la fuerza por las naciones pobres como los esclavos proveían mano de obra para que sus amos se enriquecieran más. Mientras el petróleo no subió, los poderosos fueron ciegos y sordos al clamor de los países subdesarrollados frente al alza de las maquinarias y de todos los otros bienes que deben importar para subsistir, incluyendo la tecnología y el capital. Por otra parte está demostrado que el alza del petróleo no fue generador de inflación, sino un episodio dentro de un proceso inflacionario desencadenado en el mundo, que padecieron principalmente los pueblos de menor desarrollo. Y que los países de la OPEP hace tiempo ya no suben los precios sino en una medida inferior al índice inflacionario a que los someten los países rectores de la economía mundial. De hecho, los precios reales son hoy más bajos que en 1974, porque los incrementos han sido mínimos, en tanto que el índice general de precios ha continuado subiendo en forma constante.
El petróleo exportado por la OPEP va mayormente a los países industriales, que deben y pueden pagar precios justos, no sólo por el combustible sino por todas las materias primas que utilizan. Estimando en el 80% de los 25 millones de barriles de petróleo que exporta la OPEP diariamente lo que va a las naciones ricas, el problema que con urgencia se debe resolver se refiere al otro 20%. Concretándonos a Venezuela, la proporción es más aguda: el 88% del petróleo que exportamos lo vendemos a los Estados Unidos, a la Gran Bretaña, al Canadá, al Japón, a la Comunidad Europea, a otros países industriales; solamente el 12% a países latinoamericanos. Sobre un total de 780.2 millones de barriles por año (1976), esto representa 93,6 millones de barriles; es decir, que un aumento globalmente estimado en 10 dólares por barril representa algo más de 900 millones de dólares por año. En el Gobierno que presidí auspiciamos la idea de un Banco de la OPEP, para dar programación idónea a la idea de compensar a las naciones en desarrollo el sobrecargo de sus gastos por aumento de los precios del combustible.
Estamos de acuerdo en aplicar una solución armónica, pero no en bajar los precios, porque esto favorecería en definitiva sólo a los ricos, pues rompería el abroquelamiento logrado después de diez años de vida de la OPEP, considerada como un elefante blanco hasta 1970. Eso sería ahogar las esperanzas de la humanidad de adelantar en la unión de los débiles, para lograr un nuevo orden económico inspirado en la justicia social internacional.