Creo en la necesidad de un Nuevo Orden Económico Internacional

Intervención de Rafael Caldera en el coloquio sobre el Nuevo Orden Económico Internacional y los Valores Culturales, realizado en Madrid los días 12-14 de junio de 1978.

El tema fundamental de este coloquio es el del nuevo orden económico internacional y los valores culturales, pero mañana concretamente habrá un panel que insistirá en esta materia de los valores culturales en relación al nuevo orden económico internacional y, tal vez, debería reservar para mañana algunas consideraciones sobre esto.

En relación al tema de la cultura, sobre el cual habló en forma muy brillante ayer mi compatriota el doctor Arturo Uslar Pietri, sólo quisiera observar que si cultura es todo esfuerzo del hombre por mejorar su vida no creo que la economía esté fuera de la cultura, y habría que ver entonces qué sentido tiene la contraposición entre economía y cultura, desde luego que la cultura, digamos económica, es uno de los aspectos más importantes de todo el proceso cultural de la humanidad.

Yo quisiera decir aquí brevemente algunas cosas. Creo en la necesidad de un nuevo orden económico internacional. Creo que todos los participantes de este coloquio somos solidarios con esta idea. Comparto la preocupación valientemente expresada por el doctor Prebish, de que los más grandes intereses tienen poco deseo de que cambie el orden económico internacional, en cuanto pueda significar una merma de sus privilegios, y esto debemos decirlo con sinceridad y con alguna preocupación, especialmente en relación a las grandes potencias industriales, a los Estados Unidos, a la Comunidad Europea, al Japón y a la Unión Soviética. En general, los grandes países beneficiarios del actual orden económico internacional están dispuestos a dialogar, pero no a ceder.

En las reuniones de la UNCTAD se han dicho estupendos discursos. Se han hecho elocuentes planteamientos, pero poco se obtiene. Hará cosa de mes y medio o dos meses, estuve en Washington y me pidieron algunas charlas sobre las relaciones de Estados Unidos y América Latina, y cuando me preguntaron cuál era a mi entender la primera prioridad que le asignaba a una nueva política de los Estados Unidos frente a América Latina, respondí sin vacilar que el cambio de actitud en el diálogo Norte-Sur. Me dijeron, pero el diálogo Norte-Sur no envuelve exclusivamente a América Latina, sino al tercer mundo, y yo respondí: pero es lo fundamental, ya que todo lo demás son actitudes más o menos circunstanciales, pero lo que puede cambiar la situación es que del diálogo Norte-Sur surja en verdad una esperanza firme para un nuevo orden económico internacional. Desgraciadamente en esta materia no hay todavía razón para concebir grandes esperanzas.

El año pasado tuve la ocasión de entrevistarme con el Primer Ministro de Francia, y le pregunté al señor Raymond Barre, porque estaba comenzando la administración Carter de Estados Unidos, si había la perspectiva de que el nuevo gobierno norteamericano asumiera una actitud distinta en el diálogo Norte-Sur, y me respondió muy sencillamente que no lo creía, y tenía razón. Ahora, debemos decir también con la misma honradez, y el doctor Prebish lo ha dicho con su reconocida autoridad muchas veces, que con todo lo que cuesta obtener algo de los Estados Unidos, y esto lo digo con todo respeto pero con toda sinceridad, parece que nos cuesta más a veces obtener algo de la Comunidad Europea. Hay buenos deseos, buenas promesas, buenas palabras, buena disposición para conversar en términos generales, pero no para renunciar a algo que constituya una situación de privilegio en el orden internacional.

Esto desde luego nos lleva a todos los demás planteamientos, es decir, a la necesidad de un modelo de nuevo orden económico internacional, tendríamos que saber exactamente cuáles son los objetivos prioritarios y en qué medida podemos obtener algo respecto de esos objetivos prioritarios. Pareciera que lo fundamental en este momento es el trato de las materias primas. Lo que fue en un tiempo la esclavitud y después el colonialismo, en este momento se basa especialmente en el trato inequitativo de las materias primas en el intercambio económico internacional. Materias primas mal remuneradas, con precios inestables, que provocan fluctuaciones violentas en la situación económica de los países del tercer mundo, no pueden conducir a un orden económico realmente sano, que conduzca a una verdadera y fecunda paz.

Luego tenemos el problema del capital y de la tecnología, que se encarecen cada vez más. El peso de la deuda sobre los países en vías de desarrollo y el costo de la tecnología representan una valla muy difícil de superar. Alguna vez decía que desde el gobierno de cualquier país en vías de desarrollo se experimenta este gran problema: si un gobierno tiene un plan de vivienda popular, o un programa de construcción de acueductos, se encuentra con que las condiciones que se le imponen para obtener los recursos financieros necesarios repercuten sobre la masa de población a la cual va a beneficiar. El costo de los intereses del capital solicitado o las condiciones que se ponen por los institutos de crédito internacional para que esos acueductos sean manejados en una forma tal que produzcan beneficio económico, que por lo menos no produzcan pérdidas, a veces crean condiciones difíciles de superar para los gobiernos que lo necesitan.

Ahora planteó también el doctor Prebisch algo de una trascendental importancia: no se trata solamente de que el nuevo orden económico modifique las relaciones entre las naciones, sino también dentro de cada nación, y aquí llegamos al problema también del modelo de desarrollo que tenemos que adoptar, porque si es cierto que el capital llamado periférico (yo confieso que la clasificación del mundo en centro y periferia no me hace feliz, no sé si es hasta más peyorativa que la anterior, entre países desarrollados y subdesarrollados), eso de sentirse en la periferia del mundo indudablemente que puede reflejar una verdad, pero una verdad que no es consoladora para quienes estamos en los países en vías de desarrollo. Esa posición digamos, que él ha mencionado del capital periférico como limitativa, desgraciadamente no está reducida a los capitalistas, sino que esa posición limitativa como que nos contagia a todos, y pensamos que el desarrollo que debemos obtener es la simple trasposición del proceso de industrialización que vivieron los países que están hoy colocados, vamos a aceptar, momentáneamente la terminología, en el centro.

Esos países pasaron a través de una serie de etapas que para nosotros no son alcanzables. No sólo porque disfrutaron, y esto ya se ha dicho muchas veces, de ventajas a las que nosotros no podemos ni debemos aspirar: la de obtener obreros sin jornada de trabajo, la de explotar el trabajo de los niños y mujeres, la de explotar el trabajo colonial, es decir, una serie de factores que condujeron al enriquecimiento de los que son hoy más ricos, y recursos a los que nosotros –repito– no podemos aspirar, ni debemos aspirar, porque tenemos un concepto distinto, vamos a industrializarnos con leyes de trabajo y de seguridad social, con reducción en la jornada de trabajo, con protección a los niños y a las mujeres, y sin ventajas imperiales sobre colonias que nos ofrezcan mano de obra barata y materias primas a precios sumamente bajos, sino que también, desde el punto de vista tecnológico, la industria que realizó ese proceso que han denominado los que saben de esto «la revolución industrial», ofreció o empleó en gran número en la primera época, que permitió superar este proceso de urbanización que constituye para nosotros hoy, por un lado, una necesidad del progreso y, por otro lado, un motivo terrible de angustia, porque las primeras manufacturas suponían masas incontables de trabajadores, mientras que nosotros llegamos a la industrialización cuando la tecnología ha avanzado tanto que cada vez más la industria es capital intensivo y menos trabajo intensivo. Es decir, el requerimiento de la inversión es cada vez más considerable y las oportunidades de empleo permanente que se ofrecen son cada vez menores.

Este problema es muy serio, y aquí, oyendo las interesantes intervenciones me preguntaba qué pasó con un vocablo que hace veinte años capitalizaba la atención del mundo y angustiaba a todos y que hoy como que parece olvidada. Esta palabra es automación, yo preferiría decir automatización. Hace veinte años el mundo estaba angustiado por la automatización y se hacían una serie de conjeturas: la jornada de trabajo llegaría a cuatro horas diarias y los trabajadores trabajarían tres días a la semana y tendrían que ver qué hacer con el tiempo libre o se iban a crear masas incontables de desempleados. Hoy nadie habla de automatización, porque el problema está resuelto para el mundo desarrollado. La automatización ha conducido a una mayor riqueza empleada en servicios que a su vez aumentan el bienestar. Ahora los países en vías de desarrollo se encuentran ante este dilema: nos vamos a industrializar con industria avanzada, automatizada, técnicamente llevada a tal extremo que suponga una inversión descomunal de capitales para ofrecer un número muy reducido de empleos, es cierto bien remunerados pero en número tan pequeño, o vamos a usar como algunos pretenden tecnología atrasada para que sean nuestras industrias un poco más trabajo intensivo y un poco menos capital intensivo, lo que no nos permitiría competir en los grandes mercados integrados. Este problema es realmente un problema serio.

Yo podría mencionar entre miles el ejemplo en Venezuela de Ciudad Guayana, donde está uno de los polos de desarrollo industrial más grande de nuestro país y a la vez del continente latinoamericano. Y mientras más industrias se crean, y mayor desarrollo existe, y una población que hace veinte años tenía 1.500 habitantes palúdicos, hoy tiene sobre 200.000 habitantes tal vez, se crea al mismo tiempo una periferia marginal en situaciones realmente angustiosas que provocan problemas más grandes, porque, como me decía privadamente el doctor Prebish que la industria produce excedentes que a su vez se reactivan y se reinvierten y aumentan la riqueza, pero la población aumenta más rápidamente y las necesidades son mayores.

De manera que yo me atrevo a pensar que ha sido un movimiento instintivo el de los gobierno el apelar a la burocracia para crear empleos y multiplicar los servicios, también presionados por las necesidades de la democracia y el requerimiento de los grupos sociales, aunque los economistas nos condenen, porque los servicios no deberían llegar sino después que el sector primario y el sector secundario estuvieran suficientemente desarrollados.

Yo creo por eso, que valdría la pena tomar en serio esta idea de que hay que crear verdaderos modelos nuevos para los países en vías de desarrollo. No me atrevería a decir que un modelo. Tal vez sería demasiado exigir y hasta demasiado peligroso, pero se podrían crear modelos alternativos para que sepamos que nuestro camino no está en imitar de una manera muy fiel algo que no se puede repetir en la historia, que fue el proceso de la revolución industrial en los países que hoy constituyen ese centro de decisiones del mundo, sino que tenemos que buscar otro camino, aparte de que muchos ya no desde el punto de vista estrictamente económico, sino desde otros ángulos de la observación social se preguntan si vale la pena seguir fielmente ese proceso de desarrollo de los países industrializados. Desde luego que no está demostrado que ello haya traído a la humanidad mayor felicidad, mayor bienestar, ya que al fin y al cabo el objetivo del desarrollo tiene que ser la incorporación de todos los seres humanos, como dice Lebret, «de todo el hombre y de todos los hombres al proceso social». Pero no solamente en la producción de bienes y en los niveles de consumo, sino especialmente en el desarrollo de la propia personalidad, de la realización del ser humano como tal, y de encontrar la felicitad en el trabajo.

La verdad es que los problemas son muchos, ya que el tiempo se me venció. Simplemente suelto algunas de estas preocupaciones. El doctor Prebish habló con mucha precisión del infra-consumo, que dentro de nuestras sociedades de consumo experimentan grandes masas humanas. Podría hablarse también del híper-consumo, que están realizando algunos sectores de nuestra sociedad.

Ahora yo pienso, tengo una convicción profunda, en que para lograr que se nos oiga, que se nos respete, que se nos atienda, el proceso de regionalización es indispensable. Quizás llegará un momento en que no se hable de relaciones internacionales, sino de relaciones inter-regionales. Los Estados Unidos por sí solo constituyen una región, por lo menos la región norte-américa: Estados Unidos y Canadá; y la regionalización es un mecanismo no solamente defensivo, sino una búsqueda del equilibrio de la humanidad. Creo sí, que aparte del proceso de regionalización, tal vez hay que acentuar el mecanismo de sub-regionalización. Hasta cierto punto, el Tratado de Cartagena, el Acuerdo de Cartagena, de que hablaba Hernán Santa Cruz, fue tal vez el primer intento en esa vía de la sub-regionalización.

Tal vez los problemas de la ALAC han estado en que quiso llegar a la regionalización en una forma muy directa y no a través precisamente de ese mecanismo de sub-regionalización. En América Latina, pienso que el Brasil por sí solo constituye una sub-región. El grupo Andino, otra sub-región. Los países del Plata, tal vez otra sub-región. Los países del Caribe, Centro-América y México son a su vez sub-regiones que pueden establecer una armonía, así como pienso que en Europa llegará el día en que se constituya una verdadera región con dos grandes sub-regiones que son la Europa Occidental, actual Comunidad Europea, ampliada con España, Portugal y Grecia, y la Europa Central, que está actualmente en la órbita de los países socialistas. Pero sí creo realmente que el mecanismo de las sub-regiones es el que nos permite tomar algunas decisiones.

La odiada OPEP representa el primer intento de unión de los países débiles para lograr que los centros de decisión se transfieran de los consumidores industrializados a los productores de una materia prima y por eso, los demás países del tercer mundo, a pesar de sufrir indudablemente con el aumento de los precios del petróleo, han defendido y considerado la OPEP, porque saben que la estrategia pregonada tantas veces por los grandes países industriales de quebrantar a la OPEP y de destruirla, representaría destruir la esperanza de la unión de los débiles, tal como habría ocurrido si los empresarios hubieran logrado en los tiempos del industrialismo destrozar los primeros sindicatos.

Yo creo realmente que se han planteado una serie de aspectos aquí sumamente interesantes, inquietantes. A veces parece que el proceso de transformación del mundo hacia nuevas normas de justicia y de equidad, si no retrocede por lo menos, disminuye su velocidad, como lo ha disminuido sin duda el proceso de integración. En América Latina, la integración es cada vez más aceptada, pero creo que el proceso de realización ha perdido en la actualidad mucha velocidad. Me atrevería a decir que ha retrocedido, su ritmo indudablemente no corresponde a la necesidad de los tiempos, pero estamos tan convencidos de que esto tiene que venir, que indudablemente vendrá.

El año pasado en París comencé unas palabras sobre el nuevo orden económico internacional recordando unas declaraciones del secretario de Estado Henry Kissinger al dejar su cargo, en un largo artículo en el cual decía que estaba convencido de que el diálogo y no la confrontación era la solución para el terrible problema del mundo, en que los países ricos eran islas rodeadas por un océano de miseria. Pero yo recordaba que diálogo sí, pero diálogo con disposición de que se llegue a soluciones que modifiquen la situación existente.

Y en el mismo sentido podríamos recordar que cuando el presidente Nixon habló de que era partidario de más comercio y menos ayuda, nosotros estábamos dispuestos a suscribir esa tesis, pero con una condición: con que fuera más comercio, pero más justo; no comercio en los términos de desigualdad y de privilegios en que actualmente se realiza.

Yo estoy convencido de que quienes aquí participan realizan una tarea importantísima para el beneficio de la humanidad, y el hecho de presentar mis angustias no es en modo alguno para disminuir su interés y su preocupación, sino todo lo contrario, para alentarlos a seguir adelante, creando conciencia, ya que al fin y al cabo aquí podríamos decir con esperanza, con la frase evangélica que «en principio fue el verbo». El verbo es la convicción que aquí sostenemos sobre el nuevo orden económico internacional, y lo demás tendrá que venir como consecuencia de la idea.

Muchas gracias.