«El Impulso» sabe por conocimiento directo lo que representa y vale la libertad
Discurso de Rafael Caldera pronunciado en Barquisimeto, en el homenaje ofrecido por todos los organismos del estado Lara al diario «El Impulso» con motivo de llegar a sus 75 años de existencia.
Conocí a don Federico Carmona, a su digna esposa doña Pancha y a sus hijos e hijas, en Caracas, quizás por el año 1928. Yo era un muchacho y vivía con mis padres adoptivos, Tomás Liscano y María Eva Rodríguez Rivero de Liscano, en un cuarto de la pensión que sostenía una honorable dama, a cuya casa llegaban constantemente personas de Barquisimeto, Coro, San Felipe y otras poblaciones de la región centro-occidental: doña Éucaris Domínguez Tinoco de D’Lima, quien habría emprendido aquel negocio como medio para levantar su familia. En la tertulia de doña Eucarita eran muy estimados los Carmona.
Don Federico gozaba de general aprecio en toda la gente larense, con la que se comunicaba en forma constante mi padre adoptivo, pues vivió y murió orgulloso de haber nacido en el estado Lara, de haber crecido aquí y de haber tenido por varias generaciones su raíz en esta tierra.
Realmente singular y proyección ejemplarizante, digno de admiración, el caso de don Federico, quien asumió al iniciarse el año de 1904 el arriesgado compromiso de publicar un periódico diario en Carora y cuyo compromiso ha continuado a través de tres generaciones en una familia que ha sabido entender lo que significa vincular su existencia con la historia del periodismo nacional. Ejemplar iniciativa caroreña que seguirían con «El Diario» los Herrera Oropeza, en su villa natal.
Hay que pensar el esfuerzo que significaría mantener día tras día, en un medio reducido y con recursos financieros y técnicos escasos, la publicación de «El Impulso». Cecilio Zubillaga Perera lo dice sin ambages: «Fortuna, dicen a menudo los que para explicar el éxito quieren achacarlo a causas que actúan fuera del dominio positivo de las facultades operantes. ¿Fortuna? Puede ser que exista como factor activo en el seno de los azares incógnitos, siendo por tanto arbitraria su atribución exclusiva en ningún caso. Pero si se dijo que el genio es una larga paciencia, es más razonable aún decir que fortuna es una larga obra de voluntad incansable e indeclinable en pro del éxito provechoso de la labor acariciada como corona del esfuerzo. El señor Carmona fue de estos: fue de los hijos de la voluntad indeclinable y de los afortunados cuya corona de consagración ellos mismos labraron con oro de sus minas y en crisoles propios».
Como una modesta empresa familiar, «El Impulso» caroreño conjugó los esfuerzos de la primera generación de los Carmona periodistas. Don Federico era el alma de todo. Su señora les prestaba ayuda constante. Como recuerda Luis Beltrán Guerrero: «Doña Pancha escribía los editoriales si estaba ausente el marido, redactaba las notas sociales y los sucesos, inventaba la fuga de vocales o de consonantes. Y no sólo eso: aprendió labores tipográficas, y muchas veces las notas que ella escribió también las vació en tipo de imprenta sobre la caja del componedor». El hermano, Pedro Francisco Carmona, inspirado poeta, fue con frecuencia durante ocho años, hasta su muerte, editorialista de claro pensamiento y de elegante estilo.
No constituyó «El Impulso» una iniciativa aislada en la vida caroreña de principios de siglo. Comenzó don Federico por adquirir y manejar una imprenta; gestionó la representación de libros editados o distribuidos en Caracas, de cuyo transporte se hacía responsable y a cuyo precio no establecía recargo alguno, conformándose con la comisión que supuestamente debían ofrecerle los libreros y garantizando las condiciones más favorables para los lectores. Imprenta, libros y periódicos, eran notas de una misma melodía. Dijo el propio Chío Zubillaga que «El Impulso» enseñó a leer a Carora, y esta frase ha sido repetida muchas veces por autorizados comentaristas; sin duda, no se refería sólo a la labor, ya de por sí ciclópea, cumplida por el diario, sino a toda la actividad que en el campo de la cultura realizaba don Federico, a la vez que llevaba adelante la gran empresa del periódico.
A los quince años, «El Impulso» ya se siente adulto, y don Federico encuentra estrecho el nativo lar para sus proyecciones. Se traslada a Barquisimeto, donde empieza a salir el periódico en septiembre de 1919. Barquisimeto es todavía una modesta capital provinciana, con un ambiente tradicional donde todos se conocen, sujeta a las limitaciones que el tiempo imponía en Venezuela y con mayor rigor en el interior del país. Sin embargo, ya apuntaba la futura metrópoli regional, que en el cruce de los caminos presentía el destino que había de transformar en una de las más importantes, de las más pobladas y de las más prósperas ciudades de Venezuela.
Podemos considerar lo que fue significando la transformación del pequeño taller familiar en una empresa organizada y próspera. Lo que debió significar la adquisición del primer linotipo, que cediera paso años más tarde al sistema offset, y que ya de inmediato abre campo a otras novedades y anuncia la incorporación de la electrónica. Podemos medir la satisfacción que significaría para aquel periodista, que se iniciara con una modesta prensa, semejante –según establecen los cronistas– a aquella en que se editaron la Gaceta de Caracas y el Correo del Orinoco, la adquisición de la primera prensa dúplex, y más tarde, de una complicada y veloz rotativa. Esta transformación instrumental supone al mismo tiempo la incorporación de un personal cada vez más numeroso y más calificado: la confección del periódico hoy es una obra compleja, técnicamente hecha, que demanda el funcionamiento regular y armónico de diversos factores, donde se conjugan una serie de capacidades y energías para presentar con rapidez, con precisión y con buen juicio las informaciones y orientaciones que el lector devora cada día al iniciar su jornada.
Ello supone el relevo, la trasferencia de la antorcha olímpica a través de tres generaciones. La primera, de la que hemos mencionado a don Federico, fallecido en Caracas en septiembre de 1928, comprendía también a su hermano Pedro Francisco, que le había precedido en 1912 y a su esposa doña Pancha, que llegó a vivir más de noventa años. La segunda generación, compuesta por once descendientes, hijos e hijas, todos cooperantes de la labor del periódico, estuvo representada especialmente en éste por Juan, jurista, abogado, litigante de fusta y hombre de empresa, y Jesús, identificado totalmente con la vida del diario. Esa generación, de la cual forman parte sus otros hermanos: Ramón, que fue ilustre jurista, consultor de política internacional de nuestra Cancillería, Roberto y Ramiro y sus hermanas y cuñados, se sintió siempre integrada dentro de la responsabilidad que para la familia Carmona ha hecho la existencia y desarrollo de «El Impulso» una obligación prioritaria. Y luego tomó el mando la generación actual, donde Gustavo y Juan Manuel se comparten en diversas posiciones la responsabilidad de llevar adelante el periódico, con la asesoría de Federico, que heredó de su padre la vocación jurídica y la capacidad empresarial.
Mucha gente importante ha colaborado con los Carmona a lo largo de estos 75 años. Dentro de ella, considero obligante, por la amistad y aprecio que le profesé y por el papel que llenó durante muchos años en este vocero de la vida larense, recordar la figura del insigne periodista y gran amigo Eligio Macías Mujica, quien dedicó su vida a «El Impulso» y hasta le dejó, al desaparecer, como el mejor legado, la vocación y capacidad periodista que de él heredara su hijo Salvador.
Barquisimeto es ya una gran ciudad. Una bella e inmensa metrópoli. Su área de influencia se extiende más allá de la región centro-occidental. «El Impulso», que llegó a publicarse, a manera de ensayo, en Caracas durante algún tiempo, tiene en la capital de la República una agencia cónsona con su importancia y mantiene vinculación con toda la nación y con el mundo. El crecimiento de la ciudad no se detiene y no se detiene el crecimiento del periódico. Ya «El Impulso» no es aquella modesta publicación provinciana sino un gran diario metropolitano, sin que por ello falte cabida amplia para otros importantes voceros de las preocupaciones y de las inquietudes de la realidad larense y centro-occidental.
Cuando uno imagina, a través de un trecho de tanta duración como son setenta y cinco años, la vida y desarrollo de un gran diario, no puede menos que pensar hasta qué punto llega la honda vinculación con la comunidad, hasta qué grado el periódico es un ingrediente indispensable, un verdadero servicio público identificado con la vida local. Lo cierto es que hoy no se puede gobernar sin tomar en cuenta los sentimientos e ideas de la gente, expresados a través de las columnas del diario; no se puede realizar obra cultural o social de vasto alcance sin lograr acceso a las columnas de la prensa, que día tras día penetra en todos los hogares y se comunica con todos los espíritus. Por eso, la tarea de mantener y dirigir un periódico excede a una mera preocupación intelectual o a un mero objetivo económico: va mucho más allá; y la conocida expresión según la cual la prensa es el «cuarto poder» (que a veces se queda corta en cuanto a la importancia decisiva que los medios de comunicación social ejercen sobre la vida de la comunidad) refleja en sí misma la responsabilidad que va envuelta en el ejercer la dirección y redacción de un instrumento como éste, y el deber de mantenerlo abierto en forma razonable a todas las palpitaciones del sentir colectivo.
El desarrollo del diarismo ejercerá sin duda una gran influencia en la orientación del trabajo de los historiadores. Cada diario recoge día tras día lo que se ha considerado más importante en el sitio donde se publica, en los variados campos de la vida humana; refleja con frescura inmediata, si no siempre el hecho mismo en su justa y final apreciación, en la estimación precisa de su influencia y de la proyección que tiene frente a otros acontecimientos humanos, y quizás ni aun en cuanto al juicio que merezca la conducta de los actores que en ellos intervienen, sí la importancia actual que en cada momento preciso se le ha atribuido, la versión que se recogió de los labios de los testigos o de los comentaristas, las circunstancias que incidieron sobre la realización del acontecimiento o sobre la medida y forma en que la información pudo cumplirse; la idea que en el propio instante se tuvo acerca de cada circunstancia, que bien puede ser objeto de rectificación en investigaciones posteriores, a la luz de documentos que más tarde se estudien o de aspectos que quizás no fueron al principio exactamente valorados o no se conocieron de manera cabal, pero que el diario debió recoger en su prístina espontaneidad.
Sin duda, la colección de un diario como «El Impulso», que llena prácticamente todos los años del siglo que estamos viviendo, si no es rigurosamente historia y pudiera tal vez en algunos aspectos no satisfacer a plenitud las exigencias de una crónica completa, razonada y definitivamente interpretada, constituye al menos un material riquísimo, que va recogiendo lo que ocurrió en la amplitud del universo y en el ámbito del país y del continente, lo que dentro de la región o de la ciudad sucedió y a lo que se atribuyó mayor importancia, y el pensamiento que se tuvo, la evaluación que se hizo en cada ocasión, de lo que iba significando el acontecer diario recogido en las columnas del periódico. Arte, cultura, sucesos, opiniones, controversias, negocios, perspectivas favorables o inquietudes acerca de la marcha económica, prioridad y jerarquía atribuida a los distintos problemas y a los programas formulados por el sector público y por el sector privado, todo ello se va consignando al instante, sin posibilidad de la menor demora, y multiplicándose en millares y millares de ejemplares que tienden a uniformar la opinión pública o a conjugar las opiniones pluralistas, a través de los medios y sistemas que la tecnología moderna pone al alcance de la actividad periodística.
Situaciones diversas ha tenido que atravesar un diario de la longevidad de «El Impulso», nacido en un momento en que se esparcían por el país esperanzas que muy pronto resultaron frustradas. Tuvo que desarrollarse y crecer a través de la larga noche de la dictadura. Supo de la emoción de los primeros logros de un ambiente de libertades públicas y de los terribles retrocesos sufridos en el proceso histórico que ha experimentado nuestra generación. Un diario como «El Impulso» sabe, sobre todo, por conocimiento directo, lo que representa y vale la libertad; lo que significa, como capital invalorable para un pueblo y para todos sus integrantes, el respeto a los derechos humanos. Con la libertad aumenta al mismo tiempo la responsabilidad y la influencia del periódico. Nuevos medios de comunicación social aparecen; las ondas hertzianas trasmiten el sonido, y la tecnología logra después la multiplicación y trasmisión de la imagen. Ninguno de los medios de comunicación social entorpece o minimiza al otro: la prensa escrita, el cine, la radio, la televisión, forman armónicamente un conjunto de dispositivos que se armonizan y se complementan, y el ser humano, que ha sido su creador, que los ha inventado para que le sirvan, a veces se siente atemorizado por la perspectiva de convertirse en prisionero.
Pero no, las instituciones sociales se fortalecen a medida que se fortalece la conciencia de la comunidad y de cada uno de sus integrantes. La participación se abre camino en forma tal que la dignidad del hombre se impone precisamente por los medios que el hombre mismo ha creado para dilatar el ámbito de su pensamiento y para extender el horizonte de sus objetivos.
Celebrar los 75 años de vida de un periódico como «El Impulso» es un acontecimiento que honra a un país, y más concretamente, a la región y a la ciudad que le sirven de sede. Yo me siento sinceramente honrado por haber sido invitado para llevar la palabra en este homenaje que los organismos económicos, profesionales, culturales, científicos y laborales del estado Lara, por la iniciativa entusiasta de Carlos Sequera Yépez, han querido rendir a «El Impulso» con ocasión de sus 75 años. Tienen razón mis comitentes en sentirse orgullosos de la longeva modernidad de «El Impulso».
Felicito a los hermanos Carmona Perera y a todos sus familiares; felicito al personal de redacción, información, administración, talleres y distribución de este gran vocero del periodismo nacional: felicito a los barquisimetanos por el privilegio de tener uno de los periódicos más antiguos y al mismo tiempo más modernos de Venezuela.
Y me siento plenamente identificado con todos aquellos que han celebrado estas bodas de diamante como un hecho que provoca alegría y entusiasmo, que aumenta la fe en la capacidad y en la constancia del hombre venezolano y que robustece la confianza en la fortaleza de nuestras instituciones democráticas, en pleno auge de la libertad de expresión, de opinión y de información y a raíz de un proceso electoral que ha enaltecido el gentilicio y que estimula y compromete a la acción constante, para sumar nuevos esfuerzos cada día en la construcción de una Venezuela mejor.
Muchas gracias.