La renovación del municipio
Artículo de Rafael Caldera escrito para la Agencia Latinoamericana de Noticias (ALA), en junio de 1979.
Seis meses después de las recientes elecciones presidenciales, Venezuela acaba de dar una nueva sorpresa con las elecciones municipales realizadas el domingo 3 de junio. Sorpresa, porque a pesar del presunto cansancio –después de una campaña electoral agotadora y de las incidencias del cambio de gobierno–, la concurrencia de los electores ascendió –contra todos los pronósticos– a más del ochenta por ciento. Y sorpresa también porque el Partido Social Cristiano Copei, que ganó las elecciones presidenciales y parlamentarias por un margen relativamente estrecho, alcanzó en las municipales más del 50% de los votos, porcentaje que parecía difícil de alcanzar. COPEI logró el control de la inmensa mayoría de los cuerpos municipales del país, incluyendo los de importantes ciudades del Oriente y del Sur, como Barcelona, Cumaná, Puerto La Cruz, Maturín, Porlamar, Ciudad Bolívar, Ciudad Guayana, donde el partido Acción Democrática, hoy en la oposición, había obtenido votación mayoritaria en las elecciones de diciembre y donde el dominio hegemónico de dicho partido había sido tradicional en la política venezolana.
El Municipio es una institución de gran abolengo en los países latinoamericanos. Los historiadores señalan que, después de la derrota de los Comuneros de Castilla, la institución municipal cayó en la Península Ibérica bajo el centralismo real, pero que simultáneamente se expandió, favorecida por la gran extensión territorial, las condiciones específicas de la Conquista y la lejanía de la Metrópoli, en todo el Continente Iberoamericano. La marcha de la Conquista y la fijación de la Colonia se fueron haciendo a través de ciudades fundadas con todas las fórmulas rituales y dotadas de una organización municipal autónoma, que sirvió de nucleación originaria para la formación de las nuevas naciones.
Culminó el Municipio en las jornadas de la Independencia. Asumió inicialmente la representación de los pueblos y echó las bases para la elección de Congresos llamados a dotar a los nuevos Estados de su organización jurídica. En Venezuela, por ejemplo, el punto de partida decisivo del proceso de Emancipación lo constituyó la jornada cívica del 19 de abril de 1810, que tuvo como protagonista al Cabildo de Caracas. Después irían sumándose ciudades y provincias, pero fue la Junta de Gobierno, constituida a base y en la sede del ayuntamiento municipal, la que convocó al primer Congreso Constituyente el cual formalizó la Declaración de Independencia , el 5 de julio de 1811.
Pero después, el municipio comenzó a decaer. No faltó su presencia a la hora de los pronunciamientos, ya en favor de Bolívar y su obra integracionista, ya en pro de los caudillos portavoces de la secesión. El propio Libertador expresó conceptos llenos de amargura sobre la situación en que se hallaba la institución municipal, en su mensaje a la Convención de Ocaña, en 1828. En Venezuela, el auge de los caudillos y el gobierno autocrático se manifestaron, entre otros aspectos, en el cercenamiento de la autonomía municipal. Cada vez que desapareció un régimen absolutista (los Monagas en 1856, el Guzmancismo en 1888, el Gomecismo en 1935, así como la última dictadura, en enero de 1958), uno de los principales objetivos señalados a la reconstrucción institucional del país fue la revitalización y autonomía del Municipio. Frases en favor del Municipio pueden encontrarse, quizás sin excepción alguna, en el pensamiento de todas las figuras señeras de nuestra historia.
La Constitución de 1961, dictada como consecuencia del movimiento de liberación del 23 de enero de 1958, norma fundamental del proceso democrático que ha vivido Venezuela en estos veinte años, se preocupó por abrir nuevos horizontes a la vida del Municipio, al que califica de «unidad política primaria y autónoma dentro de la organización nacional». Pero no ha sido hasta 1978 cuando ha venido a dictarse la Ley Orgánica de Régimen Municipal, prevista en la Carta Fundamental y destinada a darle al Municipio base sólida y parámetros seguros de actividad, para que cumpla efectivamente su función de célula fundamental de la organización política.
Lo que ocurre es que este nuevo ensayo se encuentra con una realidad política distinta totalmente de la que tradicionalmente inspiró la vida municipal. En un simposio organizado por el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela y por el Ateneo de Caracas, que me correspondió iniciar, adopté como título de mi presentación éste: «El Municipio: una institución antigua para una realidad nueva». Porque, en verdad, los hechos sociales sobre los cuales van a aplicarse las formas de la organización municipal han ido desarrollándose de modo muy diferente a como se expresaba la comunidad de vecinos en los orígenes de la vida de nuestra América.
Los textos clásicos definen al Municipio como una sociedad natural basada en los vínculos de la vecindad. Pero la vecindad es hoy un fenómeno distinto, que ya no tiene vida en las grandes metrópolis (las megalópolis son expresión cabal de la masa que a la vez comprime y aisla, dando lugar a lo que un sociólogo norteamericano llamó «la muchedumbre solitaria»), sino más bien en los barrios, en las urbanizaciones, en las unidades vecinales. Surgen las «asociaciones de vecinos» como órganos de expresión de los diversos vecindarios encajados dentro del Municipio propiamente dicho. Los servicios públicos, especialmente los de agua, transporte, electricidad, higiene ambiental, educación, salud, policía, aseo, etc, rebasan la capacidad de las ciudades y exigen esfuerzos mancomunados de diversos organismos y con frecuencia reclaman la presencia del Estado Nacional. Y al mismo tiempo que el hombre reclama un ámbito acogedor, a escala humana, lo que sólo logra en vecindarios pequeños, se experimenta la necesidad de un proceso de integración para coordinar y unificar los programas en esferas de competencia cada vez más extensas.
No se puede, pues, pensar en revivir el municipio con las características determinadas por la sociedad colonial. Hay que tomar la sustancia de la institución, pero adaptarla a una realidad social más compleja y dinámica. Es un gran desafío y ese preciso desafío es el que han querido plantear el constituyente, el legislador y el dirigente político a la sociedad venezolana en el momento actual.
Para darle mayor importancia al Municipio, para estimular una concientización más precisa de los venezolanos ante la institución municipal, se decidió convocar a las elecciones municipales separadamente de las elecciones generales, por primera vez en la etapa democrática iniciada en 1958. En los comicios celebrados en 1958, 1963, 1968 y 1973, los miembros de los Concejos Municipales eran elegidos conjuntamente con los del Congreso y Asambleas Legislativas, simultáneamente con el Presidente de la República. Ahora la elección municipal se ha realizado separadamente, a los seis meses de la elección anterior, para obligar a los partidos a elaborar más cuidadosamente sus listas de candidatos y para dar más oportunidad a grupos de electores no organizados en partidos, para presentar sus propias candidaturas. Por supuesto, era imposible excluir el debate político, y como consecuencia de éste, el pueblo consideró pertinente ofrecer una posibilidad de colaboración, a través de los municipios, al Gobierno que eligió en diciembre de 1978.
En la campaña electoral insistimos en que el Municipio es y debe ser el primer escalón de la participación del pueblo en el análisis y toma de decisiones de los asuntos que le conciernen. Al plantear la democracia de participación como una necesidad nacional, sostuvimos que el municipio sería su primer instrumento. El pueblo venezolano está pendiente del cumplimiento de este propósito.
Las elecciones municipales del 3 de junio han venido a fortalecer en la conciencia de nuestro pueblo y en los pueblos hermanos, la imagen robusta de la democracia venezolana iniciada el 23 de enero de 1958.