Es mucho de lo que aún falta por hacer, y grande el deber que todavía falta por cumplir
Palabras de Rafael Caldera en el acto de graduación de la X promoción del IESA, 27 de marzo de 1979.
El acto que se está celebrando es motivo de satisfacción y aliento para quien se preocupe por el progreso de Venezuela. Hace nueve años tuve la feliz oportunidad de asistir, en ejercicio del gobierno, a la inauguración de este edificio del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), que coincidió con el grado de su primera promoción. Durante este tiempo, hemos podido observar y admirar el sostenido esfuerzo para lograr que este Instituto ocupe el alto nivel que ha alcanzado, rinda el positivo servicio que ha prestado a Venezuela y a países hermanos de América Latina, merezca el prestigio de que goza entre nosotros y en círculos académicos muy calificados del exterior.
En enero de 1978, los venezolanos celebramos con fundado regocijo los primeros veinte años de nuestro actual experimento democrático. En el presente mes, ante los ojos admirativos del mundo, hemos iniciado un quinto período constitucional consecutivo, mediante el cambio de gobierno de manos de hombres de un partido a hombres de otro partido que le hiciera recia oposición, acatando la decisión expresada en las urnas electorales por el pueblo venezolano. Ello constituye para todos un motivo de inocultable satisfacción y legítima causa de orgullo nacional. Pero también, estamos conscientes todos los venezolanos, a todos los niveles y en todos los sectores, de que la obra de consolidación democrática no es el punto final de un trayecto ni la meta exclusiva de un propósito, porque es mucho lo que aún falta por hacer y grande el deber que todavía falta por cumplir para que nuestra generación se sienta satisfecha de la tarea que le impuso imperativamente la hora en que le ha correspondido vivir. No es momento de sentarse en lo alto de una colina para mirar hacia atrás: hay mucha cuesta que remontar y es urgente continuar la marcha.
Hemos logrado la presencia firme del estado democrático, garante de las libertades y derechos humanos fundamentales, sobre la base de una Constitución avanzada, inspirada por nobles principios y emanada de la voluntad popular. Nos hemos habituado a mirar como algo normal el ejercicio de las libertades políticas y a considerar como inserto en la rutina de nuestras costumbres el hecho de concurrir a elecciones para renovar cada cinco años la dirección de los poderes públicos. Llegamos hasta a menospreciar el valor intrínseco de esta institucionalidad y la significación histórica que ha tenido su afirmación, contra el fracaso reiterado del ayer y el escepticismo renovado en el presente. Miramos como un acontecer cotidiano el planteamiento de las reivindicaciones a que aspiran los organismos sindicales, los gremios profesionales y las comunidades marginadas. Pero estamos todos acordes en que la democracia, surgida de la lucha por la libertad, nutrida del consenso fundamental entre las manifestaciones caudalosas del pluralismo ideológico y político, estimulada por el ejercicio mismo de los atributos propios de cada ser libre, patrimonio que importa preservar, tiene todavía mucho por hacer para lograr mayor eficacia en la atención de las necesidades colectivas, para garantizar más efectivamente la seguridad de la vida y derechos inmanentes a cada uno, para erradicar las lacras que tradicionalmente fueron consustanciales al ejercicio del gobierno, a saber, la corrupción y el abuso.
El reto planteado a la democracia, a las instituciones democráticas, a los gobernantes democráticos, a los hombres y mujeres de conciencia democrática, estén o no inscritos en partidos políticos, formen parte o no de los equipos gubernamentales, es tanto mayor cuanto que la etapa en que la experiencia democrática ha comenzado de lleno, ha correspondido a la época del auge fiscal, del incremento demográfico y de la transculturación tecnológica, en una sociedad presionada fuertemente por factores imitativos y empujada en forma casi irresistible hacia un consumismo desproporcionado y exótico.
Nunca antes la capacidad organizativa y administrativa de los venezolanos correspondió plenamente a las exigencias de una sociedad política cabal. Salvo, quizás, contadas y breves excepciones, no puede decirse que el Estado venezolano haya satisfecho los requerimientos derivados de su propia existencia, para que sus recursos rindan cuanto deben rendir y para que sus actividades aprovechen en amplia medida a todos los sectores de la población. Esto hace referencia a todos los períodos de nuestra vida republicana, aun aquellos en que una propaganda bien canalizada pretendía pregonar una supuesta eficacia y emparentarla indisolublemente con el ejercicio de un poder autocrático. Pero para la democracia actual el trayecto por recorrer ha sido más exigente y más urgente el reclamo de velocidad en la marcha.
Un Estado que ha pasado en cuarenta años de tres millones y medio a trece millones de habitantes, y cuyo presupuesto fiscal en el mismo lapso ha saltado de ciento setenta millones a cincuenta mil millones de bolívares, enfrenta de manera dramática la necesidad de una administración eficiente y encuentra de bulto la evidencia aleccionadora de que la capacidad administrativa no puede improvisarse ni omitirse.
Ante la distorsión de los hechos y la ebullición de las cifras, tanto el gobierno como el sector privado experimentan la necesidad de un personal capacitado para las tareas administrativas, entrenado para enfrentar los problemas y para dominar el instrumental que la tecnología moderna pone delante de la Administración. Formar administradores, a nivel medio y superior, es requisito indispensable para satisfacer una de las expectativas más sentidas por la comunidad nacional: el funcionamiento eficaz de los servicios públicos, la inversión equitativa y conveniente de los ingresos, el aprovechamiento feliz de la riqueza nacional al servicio de la población.
Sin administradores capaces, en número suficiente, y aprovechados satisfactoriamente en actividades jerarquizadas mediante un orden de prioridades racional, sería ilusorio aspirar a ganar la batalla que la democracia venezolana tiene comprometida, en la búsqueda del desarrollo económico y social y en la realización cabal de un Estado moderno, eficiente y justo. Por ello tenemos que mirar con simpatía y aplaudir sin reservas todos los esfuerzos orientados a formar, para la Administración Pública y para las actividades privadas, los recursos humanos destinados a organizar y a dinamizar los cuadros administrativos del sector oficial y todas las variedades de empresa.
Las universidades y los institutos de rango universitario han establecido cursos de grado y de post-grado en Administración. Millares de jóvenes venezolanos de uno y otro sexo acuden a sus aulas, atendiendo sin vacilación el llamado que se les hace para forjarse en estas disciplinas. El Estado, por su parte, organizó la Escuela Nacional de Administración Pública, cuyas ejecutorias han sido generalmente reconocidas y cuyas funciones continúan estipuladas después de la fusión decretada con la Escuela Nacional de Hacienda. Por otra parte, mérito sobresaliente en el desempeño de dotar al país de administradores altamente capacitados ha tenido el IESA, este instituto creado por iniciativa particular y a cuyo frente, a lo largo de sus trece años de existencia, ha militado un grupo de personas a las que debemos sincero reconocimiento.
Una de las tareas que hemos creído de mayor importancia para el porvenir de Venezuela es la de la Reforma Administrativa: a ella dedicamos esfuerzos y preocupaciones constantes a lo largo del período de gobierno que nos correspondió desempeñar. La Comisión de Administración Pública fue objeto preferente, no sólo de nuestro apoyo, sino de nuestra devoción solícita. Pero, por ello mismo, consideramos un deber ineludible dar al mismo tiempo estímulo a las iniciativas dedicadas a la formación del personal administrativo que la nación reclama. Dimos a la Escuela Nacional de Administración Pública testimonio continuo de nuestro interés por su progreso y fortalecimiento; apadrinamos emocionados la coronación de estudios de post-grado en Administración de una promoción de la Universidad Central de Venezuela; no escatimamos nuestra simpatía a planes similares o conexos en las demás instituciones universitarias. Y recordamos complacidos la entrega que hizo IESA al país de su primera cosecha de graduados de Master en Administración, coincidente con la puesta en servicio de este hermoso y funcional edificio que le sirve de sede, orgullo de la ciudad y centro de incansable ajetreo en torno a los variados programas del Instituto.
Todos los años, IESA ofrece una nueva promoción de post-grado a ésta y a las otras naciones latinoamericanas que están aprovechando sus servicios. Unos egresan para la Administración Pública; otros, para la Administración de Empresas; otros, para la Administración de Programas y Proyectos de la Integración Latinoamericana; otros, en fin, para la Administración de la Educación y Administración Financiera. En la presente ocasión, los alumnos que obtienen su Master lo reciben en las tres primeras especialidades; y no puedo ocultar la complacencia que me invade, como venezolano, al saber que la mitad de ellos han venido de seis países hermanos a aprovechar esta obra cuya importancia desborda límites locales e irradia autoridad y confianza.
Sé que a muchos compatriotas les pasa lo que a mí: que les duele cuando se proyecta la imagen de una Venezuela fachendosa, enferma de un nuevo riquismo que nos deforma y nos desacredita en el concierto hemisférico y hasta más allá de los mares, y cuando los propios venezolanos nos empecinamos en presentarnos como ostentosos tenedores de una riqueza petrolera inmerecida, que ni siquiera sabemos cómo utilizar. En cambio, nos inunda una sensación de complacencia cuando se nos estima como la patria de Bolívar y de Bello, cuando se nos considera aptos para contribuir solidariamente con nuestro esfuerzo a la hermosa tarea de ennoblecer y mejorar las condiciones existentes en la gran patria latinoamericana.
El hecho de saber que se ha logrado, en un instituto como éste, ofrecer condiciones atractivas a otros países para estudios superiores y que el grado que aquí se otorga es reconocido y apreciado como una credencial valiosa en cualquier parte, lo encuadramos dentro de esa tradición decorosa de servicio fraterno y dentro de esa imagen de país serio, cuya cooperación es estimada más allá de nuestras fronteras.
Me es muy grato expresar mis congratulaciones más sinceras al Presidente y demás miembros de la Junta Directiva, a las autoridades académicas y a los profesores de IESA por la marcha de esta digna empresa, de la que es muestra relevante la graduación que hoy presenciamos. Entre aquéllos tengo consecuentes amigos; y sé que el suyo es un ejemplo digno de analizar y seguir. Me refiero a quienes después de haber cumplido una jornada vital completa de trabajo que les dio derecho a una conveniente jubilación, conservando intacta su energía y sintiendo robustecida su voluntad de servir a los altos intereses del país, se han dedicado a funciones de dirección o a labores académicas cuya alta calificación habría sido imposible obtener sin costosas erogaciones, si se tratara de personas en plena actividad, comprometidas por situaciones gravosas que no tienen otro ingreso que el salario.
Sé que hoy se discute mucho el problema de la jubilación en general, porque el promedio de vida útil se ha alargado considerablemente, lo que hace que pasen a retiro personas en goce pleno de sus facultades; y que entre las soluciones propuestas se pretende una de cierto sabor reaccionario, a saber, la de prolongar el tiempo de servicio y la edad para merecerla. Pero hay otra solución mejor, que es la de abrir a los jubilados nuevos campos para aplicar sus capacidades y experiencias, con la altura de sus conocimientos y la autoridad de que gozan, a actividades de interés social, mediante una compensación módica porque el objetivo que los ha guiado para entregarse a esta labor no es el provecho propio sino el de prestar un servicio de interés social. Es el caso de gente de la categoría de Carlos Lander Márquez o de Santiago Vera Izquierdo para remunerar por su verdadero valor sus servicios a IESA, si no fuera porque hicieron de su merecida jubilación, obtenida a través de largos e intensos años de servicios, la oportunidad para dedicarse a esta obra de tanta trascendencia para Venezuela. Ellos están dando, en cierto modo, al programa nacional de formación de recursos humanos, un subsidio personal: el subsidio de su propio trabajo, posibilitado por el que anteriormente prestaron a otras instituciones, que les permitió merecer una situación cómoda que no quisieron dejar convertir en perezosa inactividad. Bienvenida esa jubilación que no desecha sino que viene en definitiva a abrir nuevas posibilidades a una acción invalorable para la sociedad.
Señoras y señores:
Al agradecer a las autoridades de IESA la cordial y honrosa invitación que me hicieron para llevar la palabra en este acto, y al felicitar a los nuevos graduados de Master en Administración por la coronación de sus estudios, creo oportuno recordar a éstos que el galardón recibido constituye para ellos un nuevo compromiso: el de poner los conocimientos adquiridos al servicio del desarrollo de sus respectivos países, de la organización de sus instituciones y de sus empresas, del mejoramiento de la calidad de vida y del bienestar de sus pueblos. Lo que dije antes sobre Venezuela es, en mayor o menor medida, válido para las otras naciones hermanas: hay mucho por hacer. Ahora es cuando estamos más obligados a trabajar, a renovar, a modernizar los instrumentos necesarios para conquistar un porvenir mejor.
La integración latinoamericana no puede ser una suma de debilidades y fracasos; debe constituir, al contrario, una suma de logros para el avance y superación de nuestros pueblos. Debemos unirnos para ser más fuertes, para ser más felices, para ser más justos; y para que, solidariamente integrados, alcancemos entidad suficiente para influir en el logro de una vida mejor para toda la humanidad. Para ello se necesita gente preparada: y quienes se preparan han de estar listos para rendir al máximo en esta formidable tarea. El Estado moderno, la organización de sus cuadros, la agilización de su funcionamiento, así como la integración de grandes mercados regionales y la solución de los tremendos problemas que se plantean en escala mundial, no son tarea para aficionados. Requieren cada vez más de la ciencia y la técnica aplicadas a las actividades sociales. Aplaudamos a los que así lo entienden y dan una contribución positiva al incremento de recursos humanos, los únicos cuyo valor no desaparece ni mengua con el tiempo. Aplaudámoslos sin reservar y sintamos profunda complacencia cuando iniciativas como ésta prosperan, y su aportación crece para ponerla al servicio de nuestros pueblos.
Muchas gracias.