Venezuela, los socialcristianos y el mundo
Conferencia en el Seminario «Hacia una interpretación socialcristiana de los problemas internacionales», organizado por el Movimiento de Profesionales y Técnicos de COPEI y la Dirección de Relaciones Internacionales del partido.
Es muy acertada y oportuna la iniciativa del Movimiento de Profesionales y Técnicos de COPEI y de la Dirección de Relaciones Internacionales, de reunirnos a cruzar ideas sobre la política internacional de acuerdo con el pensamiento socialcristiano. El título me parece acertado: «Hacia una interpretación socialcristiana de los problemas internacionales». «Hacia», porque no podemos establecer una política dogmática, formalizada de una manera estricta, con estilo de catecismo, un poco como lo hace la internacional marxista, que tiene una rigidez aplicada en todos los países por sus adeptos en una forma absolutamente idéntica. La tendencia o la idealidad socialcristiana tiene mucha mayor flexibilidad, contiene principios fundamentales que se inspiran tanto en el ideal cristiano en sí, como en el pensamiento democrático, pero desde luego está en constante elaboración.
Yo voy a tratar de interpretar esta mañana los aspectos que a mi modo de ver son más importantes, pero advirtiendo, desde luego, que se trata de una interpretación personal, que creo fundada en los principios de la Democracia Cristiana, creo derivados de una secuencia lógica de los mismos y creo tendientes a su aceptación en los cuadros que en el mundo se inclinan o sostienen la idealidad demócrata-cristiana.
Me parece que deberíamos partir de la idea de que todo cristiano considera a la humanidad como de un mismo origen, como vinculada por una fraternidad: el viejo principio religioso cristiano es el de que todos somos hijos de Dios y hermanos de Cristo, de donde me parece una secuencia inmediata la afirmación de la existencia de una comunidad internacional. No podemos ser indiferentes a lo que ocurre en ningún lugar de la tierra. Donde haya un hombre, ahí está un hermano nuestro y ese hermano nuestro tiene derecho a las consecuencias de esa fraternidad. Si existe una comunidad internacional, todos los miembros de esa comunidad estamos ligados por un vínculo de solidaridad; ningún pueblo puede aislarse de los demás pueblos. El aislacionismo es una actitud radicalmente contraria al pensamiento cristiano y ese aislacionismo es más grave aun cuando lo inspira un egoísmo nacional. Defendemos a capa y espada el sentimiento nacional como un desarrollo lógico de la personalidad de cada uno, pero ese sentimiento nacional no puede, si es verdaderamente cristiano, tomar una posición de aislamiento, de negación, de indiferencia ante lo que los demás pueblos, las demás naciones sostienen y necesitan y plantean en el mundo para existir.
Por eso planteamos como el objetivo supremo de toda política internacional, el bien común universal. La idea de bien común, de profunda raigambre tomista, es el fundamento del gobierno en el interior de cada pueblo; el bien común de todos los hombres y de todos los pueblos tiene que ser el objetivo de una política en escala internacional. Por supuesto, la diferencia ya la sabemos: dentro de cada Estado hay un poder organizado que tiene la atribución y el deber de coordinar las energías y las actividades de todos para perseguir el bien común; en escala internacional no existe ese super-poder, ni es compatible ese super-poder con la soberanía nacional de cada pueblo; se aspira a que por una labor de acercamiento, de concordancia y de entendimiento entre todos los pueblos se puedan establecer normas que tengan vigencia universal. Pero es indudable que estamos muy lejos de obtenerlo y que en definitiva las decisiones que en escala internacional se adoptan dependen jurídicamente de la recepción, de la aceptación que cada Estado haga de las normas que se plantean, aun cuando en algunas ocasiones, cuando las potencias mayores, los Estados de mayor fuerza, de mayor riqueza, de mayor influencia de mayor poderío se ponen de acuerdo, se logra el cumplimiento coactivo de algunas determinaciones aun por encima de la resistencia que puedan establecer o que puedan promover algunas comunidades nacionales.
Ahora, el bien común universal debe inspirarse en la justicia, en esa virtud que, según las viejas definiciones romanas, consistía en dar a cada uno lo suyo. La justicia, según la vieja clasificación aristotélica, podía ser o es conmutativa, legal o social y distributiva. La conmutativa es la que establece entre iguales lo que a cada uno corresponde y que se expresa generalmente en relaciones matemáticas de equivalencia, en el «do ut des», «te doy tanto para que me des cuanto», es decir, algo equivalente. La justicia legal, según la vieja definición, es la que asiste el derecho del Estado, de la sociedad representada por el Estado, para pedir a cada uno de sus integrantes lo que a la sociedad como tal corresponde, y la justicia distributiva es, a la inversa, la que a cada uno de los asociados corresponde frente a la comunidad. Hay grandes discusiones en los tiempos modernos sobre si la justicia social de que ahora se habla es una de las tres de las clasificaciones aristotélicas o es una cuarta forma de justicia. Esta, en realidad, es una discusión un tanto platónica; lo cierto es que en el mundo, de más de un siglo (casi dos siglos) para acá, se ha ido asentando y afirmando la idea de la justicia social.
La justicia social ha ido abriéndose paso en todas las ramas del derecho y ha ido siendo más aceptada, en una forma que pudiéramos decir que hoy es un hecho universal: en todos los países hay alguna recepción de la justicia social, en todos los países se ha transformado el derecho interno en mayor o menor medida por la inspiración de la justicia social. El preámbulo de la Constitución venezolana vigente habla del fomento de la economía; de la riqueza al servicio del hombre «según los principios de la justicia social», es decir, que está incluida la justicia social como uno de los objetivos fundamentales que dicho preámbulo establece, que es una especie de gran programa planteado a nuestra generación, y quizás a varias generaciones de venezolanos.
Diferencias entre la justicia social y la justicia conmutativa se han planteado muchas veces: la justicia conmutativa arranca de la afirmación de la igualdad esencial de derechos entre los hombres y supone que esa igualdad de derechos está basada en una igualdad real; la justicia social, que mantiene la igualdad jurídica entre los ciudadanos, parte del principio de que en la realidad los hombres son diferentes en riqueza, en poder y en una serie de bienes, lo que debe influir sobre las normas jurídicas respectivas.
Bolívar, en el discurso de Angostura, dice que la naturaleza hace a los hombres iguales en derecho, pero que la sociedad los hace desiguales en una serie de aspectos y que las leyes deben corregir esa desigualdad. Es algo realmente fabuloso el poder encontrar en el pensamiento bolivariano, en una forma tan clara, la expresión de conceptos que vinieron a plantearse y a desarrollase muchos años después.
Fundamentalmente, la idea de la justicia social arranca de esa circunstancia: si los hombres son iguales en derechos y en sustancia, pero son desiguales por las circunstancias sociales, la Ley tiene que compensar esa desigualdad, estableciendo normas distintas de acuerdo con la situación que cada uno tenga en la sociedad y que cada uno represente. De allí viene la historia realmente apasionante de lo ocurrido en los países del mundo para que se fuera aceptando la idea de justicia social. Por ejemplo, la idea del salario, no como una retribución del trabajo hecho, sino como una fuente de mantenimiento del trabajador y de su familia, cambia completamente el planteamiento inicial y en muchas circunstancias establece una discrepancia, una proporcionalidad que varía entre la labor rendida y la retribución percibida.
La manera como se fue infiltrando la idea de justicia social en las normas jurídicas fue sumamente curiosa, y hay quienes aseguran, por ejemplo, en la materia de los accidentes de trabajo, que fue más fácil para los empresarios aceptar las obligaciones que la nueva legislación establecía, que para los juristas, «amamantados con la leche clásica», como dice algún autor, el aceptar una tergiversación de los principios. ¿Por qué? Porque cuando le ocurre a alguien una desgracia, si hay otro que sea responsable de esa desgracia está obligado a repararla cuando se deriva de su acción, de su negligencia, de su violación de las leyes o de los reglamentos, pero la Ley sobre accidentes de trabajo estableció sobre el empresario la obligación de indemnizar hechos de los cuales él no tenía ninguna responsabilidad; los accidentes de trabajo generalmente se deben al caso fortuito, más aún, las estadísticas antiguas y modernas reflejan la idea de que la mayoría, o por lo menos un buen número de accidentes de trabajo, derivan de culpa del propio trabajador. Lo que llaman la «imprudencia profesional», porque el trabajador que se acostumbra a manejar una maquinaria o un instrumento peligroso, se connaturaliza con ellos y en un momento dado no cumple todos los requisitos de seguridad y ocurre el accidente.
Los juristas clásicos decían: «¿Cómo se puede obligar al empresario a reparar las consecuencias de un hecho del que no solamente no tiene la culpa, sino del que tiene la culpa el mismo perjudicado, el mismo dañado?». Pero los principios de la justicia social, los derechos de la sociedad, la necesidad de compensar la situación de quien en un momento dado pierde su fuente de vida, que es el trabajo, llevaron necesariamente a la aceptación de esta norma. Y así fueron apareciendo infinidad de disposiciones que configuraron el Derecho del Trabajo y otras ramas del Derecho, porque al fin y al cabo, el Derecho Agrario es rama del Derecho Social, inspirada por la justicia social: el trabajador campesino en la tierra adquiere derechos frente al propietario de la tierra que no encajan dentro de las normas de la justicia conmutativa; y las relaciones entre el acreedor y el deudor, o entre el propietario y el inquilino, o entre otros que tienen una situación diferente dentro de la sociedad, se regulan en forma desigual, con la circunstancia de que el que tiene más viene en definitiva a resultar más obligado, no a tener más derechos sino más obligaciones frente al que tiene menos.
Ahora, yo he venido sosteniendo –y el Programa del Partido Social Cristiano COPEI desde 1948 la introduce como una norma de política internacional– la idea de la justicia social en las relaciones internacionales. Hasta ahora, las relaciones entre un Estado y otro Estado han venido guiándose exclusivamente por la justicia conmutativa. Los tratados de comercio, por ejemplo, han sido una especie de catálogo de equivalencias. Venezuela, para que los Estados Unidos le comprara su petróleo, le diera algunas facilidades especiales en su mercado de energía, tenía a su vez que asegurarle a los Estados Unidos mercado para sus productos industrializados, a los cuales se obligaba a no modificarle el arancel para no establecer normas que hicieran difícil su acceso: ésa era la célebre Lista No. 1 del Tratado de Comercio entre los Estados Unidos y Venezuela, que fue denunciado por un acto de soberanía por el gobierno socialcristiano, el 31 de diciembre de 1971. Esos tratados de comercio, basados en la justicia conmutativa, arrancan de la idea de la igualdad fundamental de los Estados. Si nosotros esta idea la sostenemos y la compartimos, todos los Estados, iguales en derechos, por esencia tienen una igualdad fundamental, pero son desiguales en los hechos, desiguales en poder, desiguales en riqueza, y es necesario el que, por una obligación derivada de la justicia social, los países más poderosos, más ricos, los más fuertes, contraigan obligaciones que permitan a los países más débiles o más pobres, el desarrollar su propia economía y su propia actividad de modo de alcanzar un nivel de vida humano, un nivel de vida satisfactorio.
Esta idea de la justicia social internacional ha venido abriéndose campo. Por supuesto, en el gobierno que tuve el honor de presidir, en todas las declaraciones bilaterales con otros Jefes de Estado que nos visitaron o con los cuales tuvimos algunos encuentros, incluimos la noción de justicia social internacional. Al Proyecto de la Carta de Derechos y Deberes de los Estados por las Naciones Unidas llevamos la idea y aun cuando no se llegó a acoger en forma ampliamente satisfactoria porque quedó «fomentar la justicia social internacional» de todas maneras se incluyó allí el concepto en ese documento por una iniciativa de Venezuela. El presidente Herrera Campíns, en su discurso de toma de posesión, proclamó la justicia social internacional como uno de los principios guiadores de la política internacional de su gobierno. En una serie de documentos internacionales ha ido apareciendo la idea. En muchos documentos pontificios está el concepto, aunque no la denominación explícita; por ejemplo, en la Encíclica «Pacem in terris» hay una clara exposición de este concepto de la justicia social internacional y lo mismo en las otras encíclicas de Juan XXIII y de Pablo VI; en la Encíclica sobre el desarrollo existe una clarísima afirmación del principio de la justicia social internacional. Pero la única vez que se ha usado formalmente la expresión por un Pontífice ha sido en una carta que el Papa Paulo VI dirigió al Secretario General de las Naciones Unidas, Kurt Walheim, cuando se iba a celebrar la primera Asamblea Extraordinaria de las Naciones Unidas sobre las relaciones entre los países ricos y pobres, sobre el desarrollo en general, carta en la cual el Papa afirmó que la Iglesia considera que «la única solución está en la justicia social internacional».
Ahora, indudablemente que sostener el principio de la justicia social internacional confiere derechos pero también deberes, y en este sentido hemos sido consecuentes en la política que los gobiernos socialcristianos de Venezuela han mantenido en la esfera internacional. Reclamamos frente a las potencias mayores los derechos fundamentales para que el desarrollo pueda lograrse en el mundo. En el diálogo Norte-Sur hemos sostenido de una manera clara, consistente y terminante, las posiciones que vienen a derivarse de la idea de justicia social internacional. Pero también en relación con otros países hermanos, con otros países que están en condiciones económicas más difíciles que nosotros, hemos mantenido un alto nivel de cooperación, una línea de conducta consecuente con los principios que afirmamos en relación a la justicia social internacional.
A veces reconozco que esto ha sido motivo de crítica dentro del país y que muchas personas han preguntado cómo es posible que Venezuela, teniendo problemas tan graves que resolver, esté «botando el dinero» (como se dice lo pondríamos entre comillas) a través de la cooperación internacional. En realidad, la cooperación que hemos dado y la que los países de la OPEP en general han dado, excede no sólo porcentualmente, sino en cifras absolutas, a los grandes programas de ayuda que han sostenido los grandes países, las grandes potencias del mundo industrializado. Pero es indudable que un concepto claro de la situación nos obliga a compensar en algo la grave repercusión que el aumento de los precios del petróleo tiene en los países en vías de desarrollo. Nosotros consideramos (yo lo he sostenido en todos los ambientes, aún los aparentemente más hostiles, en Inglaterra, por ejemplo, en Francia, en los Estados Unidos) que el actual precio del petróleo es justo por su utilidad y condición no renovable, hasta un nivel, que pueda justificar el mismo de otras fuentes de energía. Pero ello no excluye el que se adopten fórmulas para aligerar su peso a las naciones pobres.
El precio del petróleo es justo. No sé si totalmente justo, pero mucho más justo que el precio del petróleo que existía hace 10 años. Hace 10 años un barril de petróleo se vendía a menos de 2 dólares, y cuando hacíamos esfuerzos por diversificar nuestro mercado nos encontrábamos con el argumento de que el petróleo del Medio Oriente, del África y aún de la Unión Soviética, se vendía a precios inferiores al nuestro. Indudablemente que esto fue una injusticia mantenida durante más de cincuenta años, durante los cuales el precio de los artículos manufacturados y de todos los productos en general iba subiendo considerablemente, mientras que el precio del combustible estaba virtualmente congelado.
Esta situación se corrigió cuando la OPEP dejó de ser un elefante blanco, como recuerdo que la llamaban a más y mejor en todos los diálogos que sostuve en la campaña electoral de 1968, y se convirtió en un organismo operante, el primero que, como los primeros sindicatos en la época de la Revolución Industrial, lograra que los poderosos doblaran la cerviz y aceptaran que el poder de decisión no estaba en sus manos y tuvieran que someterse a precios mayores que los que tradicionalmente venían pagando. ¿Cuál es el precio justo del petróleo? Los economistas tradicionales establecen como precio de un artículo el que resulta de su utilidad, de su rareza, de su importancia. En sí, el petróleo, por su utilidad y por su rareza, es realmente un producto excepcional. La norma para establecer un parámetro debería ser –o por lo menos está siendo en este momento– el valor que cuesta producir una unidad de energía a través de otras fuentes. Cuando otras fuentes llegan a cierto límite para ofrecer la producción de energía a determinado precio, podremos decir que hay un parámetro que se está estableciendo en una forma equiparada para el petróleo.
Ahora, nosotros sostenemos que el precio del petróleo es justo, pero admitimos que el aumento a los niveles actuales de los precios del petróleo ha producido en los países en vías de desarrollo (que, por lo demás, son consumidores de un porcentaje relativamente bajo, creo que no llega al 20% del petróleo exportado por la OPEP) muchas dificultades, por lo que hemos tenido que ofrecerles ventajas especiales, y las compensaciones o las facilidades atribuidas están en el orden de lo que exige la justicia social internacional.
Cuando el gobierno de Venezuela y el de México anunciaron un programa para ocho países de Centro América y del Caribe, para establecer formas de diferimiento en el pago en los aumentos del petróleo, indudablemente actuaban y actúan dentro de un concepto de justicia social internacional. De manera que no se puede decir que el gobierno venezolano sostiene la justicia social internacional sólo para reclamarle a los países ricos lo que éstos tienen que ceder a fin de facilitarnos el desarrollo, sino que debe reconocerse que también sostiene la justicia social internacional para facilitar a los otros países subdesarrollados, que se encuentran en condiciones difíciles, para facilitarles la vida y el desarrollo.
Otro principio que es fundamental dentro de la concepción internacional de la Democracia Cristiana es el de la dignidad de la persona humana, que trae como consecuencia inmediata y directa el de la dignidad humana de cada pueblo. Todos los pueblos tienen derecho a su dignidad y este derecho envuelve, desde luego y así se ha afirmado mucho en el diálogo Norte-Sur, el derecho a que se remuevan los obstáculos para obtener su desarrollo, que según una frase de neta significación socialcristiana es la incorporación de todo el hombre (es decir, no sólo el hombre-materia sino del hombre-espíritu, no solamente del hombre-estómago, sino del hombre-cerebro y del hombre-corazón) al proceso social, y de todos los hombres, es decir, cuando se remuevan los obstáculos para que cada uno pueda por su esfuerzo, por su trabajo y de acuerdo con su propio criterio, incorporarse al proceso social, entonces puede hablarse de desarrollo. Este desarrollo es la realización de la idea de la dignidad de la persona humana, por eso sostenemos que todos los pueblos son iguales en dignidad, que todos los pueblos tienen derechos fundamentales, que el establecimiento de categorías dentro de la comunidad internacional es contrario a ese origen, a esa dignidad que la persona humana supone y que es inherente no solo a la persona individual sino a la persona colectiva, especialmente a la persona colectiva más importante, que es la comunidad nacional.
Ahora, de allí se deriva también un punto de política internacional que es objeto de muchas controversias, la inviolabilidad de los derechos humanos: no es materia exclusiva de la soberanía de cada Estado el garantizar o violar los derechos humanos; el respeto a los derechos humanos, la inviolabilidad de los derechos humanos, la garantía de los derechos humanos es una condición misma de la existencia de la comunidad internacional. Muchos tratados, entre ellos la Carta de las Naciones Unidas y los documentos que posteriormente se han firmado, establecen un compromiso entre los Estados a este respecto. En el Sistema Jurídico Interamericano, en la Carta de Bogotá, hay la afirmación de que los derechos humanos no solo son una declaración teórica de cada uno de los Estados signatarios sino que constituyen un compromiso, una obligación que todos los Estados contraen y que por tanto confiere a los demás Estados el derecho de reclamar contra estas violaciones cuando se realizan en alguno de ellos. Esta materia ha sido, como antes señalaba, motivo de muchas controversias, porque a veces la idea de la soberanía nacional se la quiere contraponer como si secuestrar, asesinar y torturar fueran derechos inherentes al poder en cada Estado y no tuviera que darle cuenta a nadie.
Se han dado pasos positivos en este respecto contra la violación de los derechos humanos, pasos que indudablemente están enmarcados dentro de lo que podríamos considerar una concepción socialcristiana de las relaciones internacionales. Muchos Estados han tenido que aceptar la visita de Comités, de Comisiones de Organismos Internacionales que han escuchado los planteamientos, que han interrogado a los interesados, que han actuado en esta materia para tratar de emitir su veredicto, y aunque este veredicto no tiene carácter coactivo, porque no puede imponerse a través de la fuerza el cumplimiento de sus conclusiones, sí tiene, indudablemente, un carácter moral y político de gran importancia. En el caso de Argentina podemos recordar una Comisión de Derechos Humanos presidida por nuestro compatriota y compañero de ideología, el Dr. Andrés Aguilar.
En materia de derechos humanos han pasado cosas muy importantes en este siglo. Quizás la más importante, desde el punto de vista del enfoque jurídico, fue la de los juicios de Nuremberg, porque los criminales de guerra fueron condenados, no en virtud de su propia legislación existente (ellos actuaron, muchos de ellos, en gran parte dentro de lo que las normas jurídicas del Estado del Imperio Nazista establecía) y fueron condenados algunos de ellos a la pena capital o cadena perpetua, en virtud de los principios generales del Derecho Internacional, por la violación de derechos humanos y por la violación de principios que no estaban en una ley escrita, pero que se consideraban como fundamentales, con un valor que tenía que reconocerse en todos los Estados y en todos los tiempos.
Es indudable que la política internacional de la Democracia Cristiana está comprometida con la defensa de los derechos humanos. ¿Qué se entiende por derechos humanos? Indudablemente, podríamos decir aquí, que todos los derechos son humanos porque todos tienen como sujeto un ser humano; pero parece que hay unos que son más humanos que otros, porque tienen una relación más directa con la persona en sí, con sus atributos fundamentales: el derecho a la vida, el derecho a la integridad física y moral, el derecho a la libre expresión del pensamiento, el derecho a la libre profesión religiosa, el derecho a la libre determinación de las posiciones políticas; hay un conjunto de derechos que tienen un valor tan fundamental y que está tan directamente relacionado con la persona humana que por eso se les llama derechos humanos por antonomasia. Y aunque somos respetuosos como el que más de los atributos y derechos de cada uno de los demás Estados soberanos, consideramos y hemos considerado siempre que está en nuestro deber actuar en la medida en que sea realizable y posible, para hacernos eco de la conciencia de la humanidad contra la violación de estos derechos fundamentales. No se nos puede acusar por tanto de intervención, aunque algunas veces se lo ha tratado, cada vez que por una circunstancia o por la otra hemos tomado una posición clara y determinada frente a esas violaciones en cualquier otro país.
Somos demócrata-cristianos, hemos hablado de justicia social internacional como derivada de la misma concepción cristiana de la vida, de la existencia de una comunidad internacional, de la igualdad sustancial entre todos los pueblos, de la dignidad de cada pueblo y de la inviolabilidad de los derechos humanos.
Como demócratas, también estamos comprometidos con la causa de la democracia en el mundo, y en este sentido el Preámbulo de la Constitución interpreta fielmente lo que nosotros sostenemos, porque el Preámbulo de la Constitución asevera que consideramos la democracia como el único sistema compatible con la dignidad de la persona humana, y que debemos favorecer pacíficamente su extensión a las demás naciones. No tenemos el derecho de intervenir por la fuerza en los asuntos internos de los otros países, pero estamos comprometidos a trabajar pacíficamente por la extensión del sistema democrático en el mundo entero. Y en este sentido, una línea clara y honesta de la Democracia Cristiana ha sido la de colaborar con las otras corrientes democráticas en el mundo para el fortalecimiento de la democracia, para la instauración o restauración de la democracia en aquellos países donde no ha existido, donde ha desaparecido; repito, colabora con los otros movimientos de naturaleza e inspiración democrática que existen en el mundo, aun cuando tengamos con ellos notables diferencias.
Es perfectamente legítimo el que colaboremos con las corrientes social-demócratas para la defensa y el establecimiento de la democracia, como es también perfectamente legítimo el que colaboremos con tendencias o corrientes de signo conservador, siempre que sean realmente movimientos o grupos de tendencia democrática. Alguna vez se ha criticado al gobierno de Venezuela por coincidir, por ejemplo, con un gobierno republicano de Estados Unidos en la defensa o en la búsqueda del sistema democrático en países centroamericanos; otras veces se nos ha atacado por ser en cierta manera aliados o partícipes con las corrientes social-demócratas en la búsqueda del establecimiento de la democracia. Pero en uno y otro caso, estamos siendo consecuentes con nuestra fundamentación demócrata cristiana. Observamos que en los partidos de signo social demócrata existe un egoísmo que no ha sido el característico de los partidos demócrata-cristianos, es decir, que ellos solicitan apoyo para los gobiernos democráticos cuando son de su propia corriente, pero no se sienten comprometidos a adoptar una posición similar cuando los partidos o los gobiernos de que se trata son de una corriente diferente a la de ellos. Nosotros, por ejemplo, defendemos la democracia costarricense, ya estén gobernando demócrata-cristianos o estén gobernando social-demócratas. Y en cualquier momento, el gobierno social-demócrata de Costa Rica puede solicitar nuestro apoyo y nuestra ayuda y tiene nuestra cooperación en diversos órdenes, por esta idea de fomentar y defender la existencia de la democracia. En cambio, la corriente social demócrata de América Latina cometió el gravísimo error de hacer causa común con los planteamientos de los guerrilleros en El Salvador, por el hecho de que estaba al frente del gobierno un hombre de filiación demócrata-cristiana, que era el Ingeniero José Napoleón Duarte. Nosotros le hemos dado apoyo, en organismos internacionales y en todos los órdenes al presidente Siles Suazo de Bolivia, que tiene una inclinación social-demócrata, quizás más a la izquierda que los partidos social-demócratas miembros de la Internacional Socialista, y a su vicepresidente Paz Zamora, que es militante de una corriente de izquierda.
Nosotros hemos estado dispuestos siempre y debemos estarlo, a darle nuestra cooperación y nuestro apoyo a cualquier corriente, a cualquier grupo, a cualquier gobierno, cualquier partido de inspiración democrática. Desde luego, nos sentimos más obligados con los de pensamiento demócrata-cristiano, pero nos sentimos también comprometidos con los otros partidos, así sean social-demócratas o sean conservadores, que tengan una clara y firme vocación democrática, por la defensa de la democracia.
Luego tenemos el aspecto de la integración. Yo considero que el proceso integracionista está perfectamente enmarcado dentro del pensamiento y la orientación de la corriente demócrata-cristiana. Y es para nosotros motivo de orgullo el saber que la integración europea, la formación de la Comunidad Europea, que es uno de los procesos integracionistas más importantes que ha habido en el mundo, tuvo su inspiración fundamental en gente demócrata-cristiana. Desde el punto de vista de esta corriente histórica, Francia, Alemania, Italia, fueron llevados por grandes líderes demócrata-cristianos a superar los traumas históricos, a cerrar las heridas, a olvidar las cuestiones pendientes, para dar un ejemplo que ha sido muy alentador en el mundo. Nos preocupa en cambio que en la corriente socialista de la Gran Bretaña haya predominado el voto de los enemigos de la integración hasta el punto de que en reciente Congreso del Partido Laborista se ha adoptado la determinación de someter a nuevo referéndum el asunto de la participación del Reino Unido en la Comunidad Europea, desde luego que la inclinación mayoritaria de esa corriente laborista ha sido más bien antagónica a la integración. Nosotros sentimos que al hacernos voceros y promotores de la integración en América Latina estamos actuando dentro de la concepción cristiana de la vida, dentro del concepto demócrata-cristiano de la política, y en este sentido trabajamos, afirmando que las razones para la unidad son superiores a las razones que conspiran contra esa unidad.
Yo he sostenido la tesis que denominé de la solidaridad pluralista, es decir, la solidaridad que está por encima de los puntos de vista plurales, de la diferencia de sistemas políticos, de las diferencias de regímenes, de las diferencias de inclinación ideológica y esta solidaridad pluralista, a mi entender, tuvo una brillante manifestación en el caso doloroso del Atlántico Sur, en la ocasión de la guerra de las Malvinas. La América Latina (países con gobiernos de derecha o de izquierda, democráticos o dictatoriales) mantuvo una posición casi unánime, podríamos decir unánime, de solidaridad con la nación Argentina en la difícil coyuntura que atravesaba. Esta solidaridad fue más activa por parte de algunos, fue más cautelosa por parte de otros. Venezuela tuvo una posición muy decidida y muy clara, y esto contribuyó a la definición de una actitud. Pero ahí está el ejemplo práctico de lo que es la solidaridad pluralista: gobiernos tan diferentes como el de Brasil, el de Cuba, como el de Venezuela y el de Uruguay o Paraguay, países tan distintos, por su posición, por su orientación y por su régimen, supieron entender que había motivos para la unión, para la solidaridad, para la afirmación conjunta, que desbordaban todas las diferencias establecidas entre los diversos regímenes.
En esta materia de integración, alguna vez he asomado, en una conferencia que pronuncié en Río de Janeiro ante un Congreso Latinoamericano de Profesionales Universitarios y en un curso del Comité Jurídico Interamericano, mi idea de la integración regional a través de la integración sub-regional. Es indudable que en el mundo se está viviendo una situación muy difícil, que ha llevado a muchos a hablar de la crisis del Estado Nacional, y en las Naciones Unidas se han planteado situaciones que realmente no es fácil resolver. Crece el número de miembros de las Naciones Unidas, de Estados Miembros, y después de que pasó del centenar, el número va aumentando y hay una diferencia muy grande entre el tamaño geográfico, entre el número de habitantes, entre la fortaleza y poder de cada uno de esos numerosos Estados, todos los cuales tienen un voto igual. Lo que ha hecho a las grandes potencias aferrarse más a la institución del veto, que las protege contra una votación en la cual un número de países pequeños –por su tamaño o por su población– adopten decisiones que a juicio de ellos, de las grandes potencias, pueden poner gravemente en peligro la situación mundial. Pero dentro de las mismas Naciones Unidas va surgiendo el fenómeno regional: los países van formando grupos regionales, los grupos regionales deliberan internamente y adoptan posiciones para plantearlas ante la Asamblea Plenaria. Es un poco lo que sucede en los parlamentos democráticos, en que se forman grupos o fracciones, que se organizan a base de la militancia en partidos, mientras que en las Naciones Unidas se forman a través de la ubicación regional.
Pero indudablemente que el proceso de integración regional en forma directa puede resultar muy difícil. La experiencia de la ALALC fue aleccionadora. Resulta difícil de la noche a la mañana realizar una integración de toda la región latinoamericana en que entren en condiciones iguales Brasil y El Salvador, por ejemplo, o Bolivia y la Argentina: hay una diferencia grande de tamaño, de riqueza, de poder, que establece dificultades muy grandes para llevar adelante el proceso. La ALALC dejó su lugar a la ALADE, pero no tenemos muchas razones para pensar que la ALADE haya tenido mayor éxito y tenga perspectivas más brillantes que las tuvo la ALAC. En cambio, el grupo sub-regional Andino, promovido por los presidentes Frei de Chile, Lleras Restrepo de Colombia, Leoni de Venezuela y la representación de los países del Ecuador y del Perú, viene a abrir un camino que si se cuida y se orienta puede ser realmente el camino definitivo de la integración. Yo me imagino el mapa del mundo organizado en una serie de regiones y de sub-regiones. Una región, por ejemplo, Europa con dos sub-regiones, la Europa del Oeste y la Europa del Este. Un continente americano dividido en dos grandes regiones: la región norteamericana, con Estados Unidos y Canadá, y la región latinoamericana. Y así sucesivamente, la integración pareciera que puede ser más fácil y lograr por ese camino un equilibrio de poder, que de otra manera parece realmente imposible.
Dentro de la América Latina surge el recuerdo de la Carta de Jamaica, porque también en este materia El Libertador fue un precursor: en el Norte, México, quizás con Centro América; luego, el grupo Andino; luego el Brasil, que por sí solo es una sub-región (ellos hablan allá mismo de un sub-continente, el sub-continente brasilero), y los pueblos del Plata, que están llamados también a constituir una importante sub-región. ¿Será esto viable o no lo será? Depende de muchas circunstancias, pero es indudable que si tenemos ideas claras al respecto podemos lograr una solución más armónica y más satisfactoria de los grandes problemas de la humanidad.
Y naturalmente, para concluir esta rápida exposición en la cual no he traído ideas nuevas, sino que simplemente he tratado de exponer sistemáticamente una serie de ideas que se han venido planteando sistemáticamente frente a la política internacional demócrata-cristiana, recordar que para todos los demócrata-cristianos, para todos los hombres de buena voluntad en el mundo, el objetivo fundamental es la paz, la paz que no entendemos como la simple omisión de hechos de violencia colectiva entre unos Estados y otros; la paz, que tiene que ser armonía dentro del orden, como decía San Agustín, el entendimiento de los pueblos libres para lograr cada uno de sus objetivos, para lograr cada uno sus propios y determinados fines, objetivo de nuestra política internacional; pero para que se pueda asegurar a todos los hombres la posibilidad de una existencia humana con una calidad de vida que mejore al mismo tiempo una posibilidad de superación y de progreso.
En materia de integración, El Libertador usó una expresión que es formidable en cuanto a la concepción integracionista en la América Latina. Cuando escribió al Libertador O’Higgins de Chile, le dijo, «hemos logrado librarnos de nuestros opresores, pero ahora nos falta lograr una nueva empresa, una nueva tarea, que es la de constituir a nuestros pueblos en una nación de Repúblicas». Una nación de Repúblicas, es decir, una especie de gran idea nacional que vinculara a toda la América Latina, pero integrada por diferentes Repúblicas, es decir, cada una ejerciendo su soberanía dentro de su propio territorio y sobre su propia gente.
Conciliar, ya no en escala hemisférica o continental sino en escala mundial, la soberanía de cada nación, de cada Estado, con la unidad, la unión, con el reconocimiento de la fraternidad universal es, sin duda, el gran camino de la paz. Y si, como dijera Paulo VI, el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, para que la paz se logre en el mundo no bastan los diálogos Este-Oeste, que siempre están sembrados de suspicacias y de desconfianza, sino que hay que lograr que el diálogo Norte-Sur supere las diferencias esenciales.
No aspiramos a quitarles a los países ricos sus riquezas; no aspiramos a causarles daño en sus economías, pero tenemos el derecho a reclamar el que se nos dé a todos la posibilidad de superar nuestras dificultades esenciales y de ofrecer a nuestros habitantes una calidad de vida decente.
Esa idea de la paz, una paz activa, una paz dinámica, una paz creadora, una paz constructiva, es sin duda objetivo central y meta fundamental del pensamiento demócrata-cristiano.
Muchas gracias.
Como se ha establecido, vamos a abrir durante media hora, para continuar con el programa señalado, un período de preguntas con la siguiente mecánica: quienes deseen hacer al Dr. Caldera una pregunta sobre el tema expuesto, vinculado a la problemática internacional, y como él lo resumía, fundamentándose en la idea de la justicia social internacional, en la concepción cristiana de la sociedad, en la dignidad del hombre y de cada pueblo como consecuencia de la no violación de derechos humanos, la vida democrática y la integración, para concluir con el postulado fundamental de la paz, se les agradece ser muy concretos en cada pregunta y aprovechar al máximo la exposición que pueda aclarar algunos conceptos o extenderse en algunos planteamientos de tan interesante conferencia, fundamental en el acervo ideológico doctrinario y político de la Democracia Cristiana.
Humberto Maio: yo me voy a permitir una pregunta como un participante más, no como miembro del Comité Organizador de este evento. Siempre se ha dicho, hoy en día, sobre todo Brasil, por ejemplo, y nuestra vecina Colombia, han mantenido una actitud y una clara Geopolítica y una estrategia en función de sus intereses. ¿No cree usted que, pese a lo que sabemos, y todos conocemos ese pasado nefasto que tuvo la Geopolítica y para lo que sirvió en detrimento de los derechos del hombre, no cree que dada la realidad dinámica del mundo contemporáneo y la complejidad de las relaciones internacionales, deberíamos darle una dimensión, por supuesto que no contradiga todos estos principios fundamentales a los cuales usted ha hecho referencia, pero yo diría así como Santo Tomás bautizó a Aristóteles, no deberíamos «bautizar» la Geopolítica y hacerla más cristiana, traducirla en una presencia más activa de los socialcristianos en el mundo? Porque pareciera que nuestra proyección internacional no ha estado acorde con esas exigencias, no.
Entonces, la pregunta concreta es ésta: ¿no cree usted que deberíamos «bautizar» un poco o darle un contenido más cristiano a la Geopolítica y hacer que nuestra presencia sea más activa cada vez en el mundo?
RC: Sí, indudablemente que la Geopolítica no es propiamente un elemento de una política demócrata-cristiana, pero tampoco se contradice con ella. Cuando hemos hablado de la soberanía nacional, indudablemente que hemos presumido todos los elementos que la integran, entre los cuales el elemento territorial es esencial. La Geopolítica ha sido utilizada por algunos países en una forma agresiva y hasta diríamos invasora. En Venezuela tendría más bien el sentido defensivo. Tenemos una especie de conciencia pesimista por la historia de nuestros límites territoriales y hemos sido muy descuidados en general con la materia fronteriza. Los gobiernos socialcristianos le han dado importancia a la cuestión fronteriza. Durante el mío se creó el Consejo Nacional de Fronteras y se hicieron una serie de estudios y de planteamientos, y se inició el programa de la Conquista del Sur, el que argumentos conservacionistas, a mi modo de ver mal entendidos o mal aplicados, dejaron sin efecto. No se le puede a un país imponer que casi la mitad de su territorio se abandone por motivos de conservación. El hombre puede ser un factor de conservación, así como puede ser un factor de erosión. Israel es un ejemplo de cómo el hombre se convierte en un factor de conservación.
Yo sí creo que un internacionalista tiene que estudiar y conocer a fondo la Geopolítica, tiene que estudiar a fondo la realidad y sus implicaciones, que son muchas. Por ejemplo, cuando en el Tratado de Límites de 1941 se declaró en forma bilateral y de manera solemne, a perpetuidad, abierta la navegación de los ríos comunes, posiblemente no se estudiaron las consecuencias adonde esto podía llevarse. Pensaron quizás en el Orinoco y en algunos planteamientos a este respecto: hubiera sido preferible que Venezuela hubiera dictado una Ley, hubiera establecido, no en una forma bilateral, ni de compromiso a perpetuidad, este principio; pero yo creo que allí faltó mucho de conocimiento de Geopolítica. Por tanto, resumo la contestación diciendo que me parece muy bien la idea de «bautizar» la Geopolítica, o por lo menos aceptarla entre la comunidad de los creyentes.
Oscar Rojas: yo quería referirme al punto muy específico de la integración, que usted trató al final y sobre ese particular le quería preguntar sobre España. Después de la Guerra de Las Malvinas, se ha hablado mucho de la reorientación del sistema interamericano y se ha visto por allí que algunos voceros de distintos gobiernos han hecho referencia a que quizás América Latina debe buscar su solidaridad occidental, por así llamarla, un poco más con nuestra madre patria que con los vecinos de América del Norte. Yo recuerdo que, inclusive, la idea de una comunidad hispánica de naciones es una idea que el propio Rey de España en alguna oportunidad mencionó.
Mi pregunta concreta sería: ¿dentro del esquema que usted ve para la integración de la América Latina con base a sub-regiones, como nos lo acaba de indicar, vería alguna cabida para que tuviéramos algún tipo de asociación con España dentro de un esquema que quizás no fuese en la parte económica, pero sí en la parte social, cultural y hasta política?
RC: Yo sí creo que España y Portugal, pero especialmente España para nosotros, aunque Portugal tiene una vinculación histórica especial con el Brasil, deben tener nexos cada vez más estrechos con la integración latinoamericana. Ahora, en España misma se ha alertado contra la idea de colocarla entre una especie de dicotomía para escoger entre América Latina y Europa. El destino de España es precisamente ser al mismo tiempo americana y europea, esa es su significación especial; entonces, no podemos pretender, porque sería contrario a una serie de factores reales, el que España pusiera el límite con Europa en los Pirineos, como se dijo en alguna frase famosa y se integrara totalmente a la América Latina. Debe ser, más bien, un enlace, porque hay en España un deseo vehemente de participar en la Comunidad Económica Europea, por razones obvias, especialmente de naturaleza económica, aunque la Comunidad Europea ha sido mezquina con España y con Portugal, porque los intereses de algunos grupos de agricultores han prevalecido sobre el interés integracionista general.
Se han dado muchos pasos. España ha estado presente en muchas reuniones de Latinoamérica y creo que va a tener un rango permanente de observador en el seno de los organismos de integración, en los organismos de nuestra familia de naciones, pero no debemos olvidar su calidad europea, siempre teniendo presente el que sería posiblemente utópico y desde luego no creo que tendría una aceptación general, el que nosotros pretendiéramos se segregara de Europa a España y Portugal. Portugal menos, pues tiene una vieja alianza con Inglaterra, desde cuando estaba luchando por su independencia frente a España y encuentra en Inglaterra el apoyo para mantener su propia soberanía.
Simón Uzcanga: la pregunta que le hizo el doctor Maio, se refería a la Geopolítica, que es una parte digamos, una partecita, del problema de la seguridad. La seguridad entendida en el ámbito internacional, la seguridad del hombre, la seguridad de un pueblo, la seguridad de un Estado, una Región, un Continente, la seguridad del globo terráqueo. Este aspecto de la seguridad ha sido interpretado como una doctrina agresiva en regímenes autoritarios y regímenes totalitarios de la misma forma. La Democracia Cristiana como corriente ideológica que influye en el universo, pensamos que puede tener un papel importantísimo a la hora de elaborar el concepto de seguridad, partiendo de la seguridad del hombre y del globo terráqueo. Estos países nuevos que están surgiendo, muy pequeños, es verdad, que afianzan ese criterio del veto de las superpotencias, pensamos en la influencia de la Democracia Cristiana en Europa, en sus conexiones con Alemania, y pensamos que la Democracia Cristiana, elaborando el concepto de seguridad de acuerdo a su doctrina, podría representar realmente un aporte significativo para la paz.
Nos gustaría escuchar su opinión autorizada al respecto.
RC: Sí, como usted ha dicho bien, la idea de seguridad es fundamental en materia de relaciones internacionales, aun cuando su interpretación ha sido muy variada. La célebre doctrina de la seguridad nacional ha sido el pretexto para el establecimiento de regímenes tiránicos y opresores y en este sentido hay valiosos estudios para demostrar que la verdadera seguridad nacional reside en la voluntad del pueblo, reside en el sistema democrático, porque seguridad sin apoyo del pueblo es una ilusión.
Las fronteras –esto lo han demostrado los israelíes– no son líneas geométricas artilladas, sino que son, más que todo, posesiones llenas de gente con sentido nacional y con voluntad de defensa. Yo sí creo que realmente la Democracia Cristiana, en la aspiración mundial hacia la paz y hacia la seguridad, puede ejercer alguna influencia, y considero en gran parte la actitud de Italia en el seno de la Comunidad Económica Europea fue insigne por la presencia de la Democracia Cristiana en el Gobierno, la influencia de la Democracia Cristiana en Latinoamérica, en el caso de Las Malvinas, aparte de la gran relación –digamos étnica– que tiene Italia con Argentina, porque una gran parte de la población moderna de Argentina es de origen italiano. Yo creo que la Democracia Cristiana en este sentido puede realizar un gran papel.
Ahora, en materia de seguridad militar es una cosa distinta, es más una cuestión de estrategia que de diplomacia, y una cosa que a mí me ha preocupado siempre, cuando escucho en Venezuela algún lenguaje guerrerista, es que Venezuela tiene en sus dos fronteras, en la oriental y en la occidental, dos grandes centros de desarrollo que se convierten en los puntos más vulnerables. En un conflicto en la frontera oriental, la protección y la seguridad del complejo hidroeléctrico de Guri es una tarea considerable, porque con los sistemas modernos sofisticados y tecnológicos estamos muy expuestos allí; y en la frontera occidental, tenemos los campos petroleros, en una zona muy centralizada que nos hace también terriblemente vulnerables. No sé si algunas veces se plantean esto algunos estrategas de bolsillo que viven hablando alegremente de posiciones guerreristas y militares sin hacer un análisis serio de los peligros a que se expone Venezuela en cualquier aventura bélica.
María Rausseo de Mascotai: ¿cuáles serían los planteamientos fundamentales de su estrategia como próximo Presidente de Venezuela para coadyuvar a que esa justicia social sea más dinámica, más realista, más verdadera, más integracionista y que por ende estemos trabajando por esa paz, tan bien descrita y titulada por usted?
RC: Yo creo que lo fundamental para que un concepto claro y una estrategia basada en la justicia social internacional sea eficaz en el mundo es la unidad efectiva de los pueblos del tercer mundo en torno a la idea. He tratado en todos los contactos que he hecho en esos pueblos de ir sembrando esta fundamentación, porque al fin y al cabo la aspiración del nuevo orden económico internacional debe tener una fundamentación ética y jurídica, y no puede plantearse simplemente como una cuestión de política. Ahora, es indudable que tendrá que haber situaciones y momentos críticos en los cuales los grandes países se vean obligados a ceder en sus posiciones, que son demasiado rígidas y hasta tal extremo que se consideran a veces ofendidos por el planteamiento que se les hace.
Yo me acuerdo que una vez estuve en Estados Unidos y un muy distinguido jerarca de la iglesia, que era Secretario entonces de la Comisión de Obispos y después fue Obispo él mismo (ya falleció), un hombre muy importante, muy inteligente, cuando comencé a discutirle la tesis de la justicia social internacional, en un almuerzo, llegó un momento en que se sintió un poco acorralado y me dijo: «pero los Papas no han dicho eso»; entonces yo, en una forma muy audaz y muy aventurada le respondí: ¡pero lo van a tener que decir!
Igualmente, pienso que estas ideas, para que logren imponerse, a veces toman tiempo, pero sería muy bueno si pudiéramos tener un apoyo grande por parte del mismo Papa. A Su Santidad Juan Pablo II le expuse con mucho calor esta idea y creo que la acogió con bastante interés. En países como la India, países que dentro del Tercer Mundo representan mucho, he sostenido la idea, y en un momento dado se pueden coordinar las acciones. La OPEP es un gran ejemplo: un grupo de países con los cuales se estaba jugando arbitrariamente a través de las transnacionales y a través de las grandes potencias, en un determinado momento resolvieron ponerse de acuerdo y tocaron un botón y funcionó. Cuando en 1970 o 71 se realizó el primer aumento como una decisión de la OPEP, y lo tuvieron que aceptar los otros; se abrió el camino, y parecía imposible adónde se llegó.
A propósito, y aunque no está relacionada con la pregunta, quiero hacer una observación de algo que a mí me llama la atención: es que en el mercado petrolero todo lo que ha ocurrido ha sido imprevisto, pero si uno lo analiza, todo era perfectamente previsible. Debió preverse si los factores reales se hubieran estudiado, si las circunstancias se hubieran analizado, pero siempre se presentan las alzas y las bajas y todo lo demás como algo inesperado. Por eso tenemos esa mentalidad de jugadores, que estamos esperando nos salga el número premiado en la lista de la lotería para poder solucionar nuestros problemas inmediatos.
Pero eso que usted dice es fundamental: hay que crear una conciencia, hay que mantener una política, hay que lograr convencer a los países interesados en mantener una actitud cónsona, una actitud coordinada, para que podamos lograr los resultados; porque a veces tenemos una posición muy subalterna; por eso afirmé en Washington una vez, y me lo recuerdan los periodistas cuando voy allá, que más grave que una mentalidad imperialista en los Estados Unidos es una mentalidad colonialista en los países latinoamericanos.
Antonio Francis: Desde hace unos cuantos meses, un grupo de nosotros ha venido elaborando una idea, pero esa idea casualmente quisiéramos exponerla acá, es en relación a este aspecto vinculado a la tecnología y al conocimiento en sí mismo, que está pasando a ser definitivamente uno de los factores de dominación mundial, porque quienes dominan el conocimiento indiscutiblemente tienen el ejercicio del poder, por lo menos más cercano que los que no lo tienen. Este dominio de la tecnología, del conocimiento, en muchas fases más, incluso el mismo hecho tecnológico hasta ahora, o es propiedad de grandes corporaciones especialmente de los países muy industrializados de Occidente o del mundo socialista.
Entonces, el planteamiento es, y su opinión es sumamente valiosa y además para aclarar algunos aspectos de su vinculación con nuestra posición socialcristiana, ¿no tendría algún sentido el que el conocimiento mundial dejara de ser propiedad de corporaciones o de países, y fuera justamente de un dominio público mundial y que estuviera al servicio de toda la humanidad, administrado quizás por una organización estilo Naciones Unidas?
De ese enfoque hemos venido elaborando un planteamiento y creemos que puede tener una profunda raíz ideológica dentro de nuestra orientación socialcristiana. Su opinión puede enriquecernos enormemente en esto.
RC: La cuestión de la transferencia tecnológica es una de las más importantes que hoy contempla el mundo, y el planteamiento que ha hecho el compañero Tony Francis lo debemos hacer, realmente, como una legítima consecuencia de la idea de la justicia social internacional, porque si todos los pueblos tenemos derecho a vivir, a desarrollarnos, indudablemente tenemos que tener derecho al acceso a todos los medios a través de los cuales podamos encontrar el desarrollo. Ahora, la realidad, ¿cuál es en este mundo, en este momento, la transferencia tecnológica? Yo creo que sí la hay: hay transferencia tecnológica operativa, pero lo que es la transferencia de la tecnología creativa, constructiva, productiva, eso no existe. Es decir, cuando un piloto venezolano, o chino, o español, o francés, conduce un avión norteamericano, o ruso, o inglés, indudablemente que a él le han transferido la tecnología operativa, él sabe manejarlo, sabe guiarlo, y con una precisión estupenda. Pero la construcción del avión, esa está reservada en manos de los poderosos. Nosotros podemos tener perfectamente el manejo de la tecnología de los aparatos electrónicos, de los computadores, de los televisores, pero construirlos, modificarlos, realizarlos, eso está muy lejos de nosotros.
Yo me he sentido muy, pero muy indignado con una reflexión que he hecho de un tiempo para acá y que me molestó tremendamente, que es el caso del petróleo. Las transnacionales del petróleo son el caso de los inversionistas extranjeros que han sido mejor tratados en el mundo. Invirtieron, sacaron beneficios varias veces superiores al monto de la inversión; en el momento de terminar las concesiones, se arregló todo pacífica y amistosamente. Se asignó una justa compensación. Durante cincuenta años de permanencia en el país formaron un personal competente, idóneo y fiel a las respectivas empresas. Sin embargo, en el momento en que el presidente Pérez fue a izar el pabellón nacional para significar que había llegado la nacionalización petrolera (dos años después de haber entrado en posesión del cargo de Jefe del Gobierno) se vio obligado a firmar un contrato, un acuerdo por el cual tenía que pagar a las compañías una cantidad por cada barril de petróleo extraído, por la tecnología que ellos aportaban. Con cláusulas tan odiosas como la de que la tecnología de una de esas empresas no podía pasar a la filial de otras empresas, a pesar de que todas iban a tener un mismo propietario que era la nación venezolana.
Quiero decir que esta gente, que sabía que en Venezuela había talento, capacidad, idoneidad para poder asumir cualquiera de estas tareas, celosamente mantuvieron la tecnología fundamental inaccesible aún para aquellos que ocupaban altas posiciones dirigentes y que mantuvieron con las empresas una lealtad a toda prueba: tenían su bunker tecnológico allá, para obligar al Estado venezolano a pagarles algo que parece ser que produjo más para ellos de lo que antes les producía la explotación directa del petróleo. Eso, modificar esa situación, indudablemente que es una aspiración de la humanidad. Ahora, ahí se enfrenta a la cuestión de la inventiva la del desarrollo: el que produce sistemas tecnológicos reivindica su derecho a aquello que ha inventado y al fin y al cabo eso pone el control en aquellos países que tienen una tecnología superior, no creo que porque tengan mayor inteligencia, sino simplemente porque tienen los recursos indispensables para la investigación y para la producción de sistemas tecnológicos que son sumamente costosos.
Yo, desde luego, estoy con mucho gusto dispuesto a apoyar esa aspiración de la Fracción de Profesionales y Técnicos de que haya una tecnología que sea para toda la humanidad y accesible a todos los países, y aunque en este momento pueda parecer utópico, creo que esas ideas hay que expresarlas y repetirlas, hasta que llegue el momento en que se acepten y triunfen. Ahí está el problema del Tratado sobre las áreas marinas, sobre el derecho del mar. La resistencia que han puesto las grandes potencias en reconocerle a los demás países ciertos derechos de primacía en las áreas respectivas, porque reivindicando ellos en teoría la libertad de explotación por todos saben que ellos son los que tienen los medios y recursos para aprovechar esa riqueza que está en el fondo del mar. De manera que la libertad y la no libertad la manejan de acuerdo con sus intereses y de ahí tratan de imponerla por la fuerza que los asiste.
Nos quedan ocho minutos, y con su permiso, Dr. Caldera, para cambiar el ritmo de preguntas, dado que hay cuatro personas que desean hacer preguntas, cuatro médicos, si usted está de acuerdo que las hagan sucesivamente y usted respondería al final, de modo de comenzar a la hora con la conferencia del Dr. José Curiel sobre «Geopolítica de Venezuela» y terminaría mañana con la del Dr. Gonzalo García Bustillos sobre «Aproximación poética al Humanismo Cristiano». Entonces, los médicos Eloy Caldera, Raúl Díaz, José Casanova y Alí Rivas van a hacer el uso de la palabra a continuación.
Eloy Caldera: Hoy en día se celebra en Jamaica la Asamblea de CARICOM, que es una Asamblea basada en principios para discutir aspectos de tratados económicos de los países del Caribe, angloparlantes, y por ende se incluye Guayana. Como es sabido, el presidente Forbes Burnham, su ministro de relaciones exteriores y Walter Richard, representante de Jamaica, han buscado apoyo, incluso bélico, aunque su poder bélico es muy poco. Este apoyo bélico fue en principio rechazado por los demás países que conforman el CARICOM. Dentro de los principios de justicia social internacional, ¿en qué forma va a influir dentro de la discusión del Acuerdo de Ginebra esta negativa para Venezuela y posteriormente para la OEA, aunque tengo entendido que hoy la OEA está un poco desfallecida?
Raúl Díaz: Dado que Latinoamérica, incluso Venezuela, no dispone de una infraestructura tecnológica médica y que depende de los países desarrollados, y se entiende el desarrollo como el acceso del hombre a la seguridad social y un campo de ésta es la salud, ¿cómo se realizaría para el hombre latinoamericano el acceso a la salud sin estar mediatizada o filtrada la información médica para el desarrollo de la salud pública?
José Casanova: Declina la pregunta, pues ya fue contestada.
Alí Rivas: Hace aproximadamente dos años, tuve la oportunidad de atender una invitación de la Junta de Gobierno de Nicaragua, estando en el ejercicio de la presidencia de la Federación Médica Venezolana, y al recorrer ampliamente ese país, no sólo la ciudad de Managua sino en el interior, me pude dar cuenta del entusiasmo y la esperanza que significaba la presencia venezolana en la ayuda económica para la gente de Nicaragua. Nosotros –la gente estaba consciente de ello– estábamos financiando parte de sus proyectos importantes para su calidad de vida, para tantas cosas necesarias en los pueblos, mientras los cubanos ponían los maestros y los médicos.
La pregunta mía en concreto es: ¿cuáles serían sus lineamientos en su futuro gobierno para estos países que, como Nicaragua, tienen un corte marxista-leninista, pero dejan respiraderos, por decir así, para las corrientes democráticas?
RC: Bien, la pregunta sobre la situación de Guyana, CARICOM y todos los aspectos respectivos, es delicada y difícil. Los países del Caribe han adoptado, por efectos de una acción diplomática venezolana continuada e intensa, una actitud más neutral de la que tenían hace doce o quince años. Hace doce o quince años había realmente una actitud muy agresiva en todos ellos. Recuerdo, y puedo mencionar al general Alfredo Monch, que cuando fue enviado como embajador a Jamaica, el primer informe que me dio fue realmente desalentador: encontró por todas partes una hostilidad muy grande hacia Venezuela por la supuesta inminencia o la amenaza de una agresión a Guyana. En Trinidad, en los carnavales, pasaban carrozas en las cuales aparecía un tiburón tratando de devorar una sardina y el tiburón decía «Venezuela», y la sardina decía «Guyana». Había una actitud en todos ellos bastante hostil. Hoy Jamaica ofrece mediación y los demás países hablan en favor de una solución pacífica. Esto indudablemente es una ventaja, no es que se crea que estos países tengan una fuerza militar considerable, pero en el caso, que yo creo que no se dará, pero que algunos por una razón o por otra preconizan, una acción militar, estos países lo que harían sería ofrecerle al adversario nuestro, apoyos como bases, comodidades logísticas para actuar. Alguna vez me preguntó un joven en un diálogo: «contésteme sí o no: ¿usted usaría la fuerza para recuperar el territorio que nos fue arrebatado en Guyana?», y yo le dije: «si tuviera fuertes probabilidades de éxito, sí; si no, no». Yo creo que esa es la contestación que todo el mundo se tiene que dar.
La primera pregunta que tiene que hacerse todo venezolano a quien le habla de una acción militar en Guyana es si el conflicto va a ser con Guyana o va a ser con la Gran Bretaña, porque si la Gran Bretaña, como han dicho algunos ministros del Gabinete, se siente solidaria, garante de las fronteras actuales de Guyana, la situación es muy distinta. En Las Malvinas la distancia era muy grande, el aislamiento era tremendo, las dificultades militares eran espantosas. En Guyana, la distancia es mucho menor, y las facilidades de aprovisionamiento, las bases militares y logísticas en todas esas islas le ofrecerían una gran ventaja a la Gran Bretaña, si fuera el enemigo a quien tuviéramos que enfrentar.
Esto parece que algunos lo menosprecian, no lo toman en cuenta; bastaría pensar, para una operación naval, ¿cuál sería la ruta que podrían tomar unidades navales venezolanas para ir de cualquiera de nuestras bases en el Caribe, para ir por las costas de Guyana sin pasar por un territorio dominado militarmente por la Gran Bretaña? Evidentemente, por el Golfo de Paria no podríamos pasar, porque con que nos cierren los dos estrechos, Boca Dragón y Boca de Serpiente, nos dejarían toda la flota inhábil, sin que pudieran salir de ahí, y si vemos el mapa, hay un cinturón de islas separadas –o unidas– por angostos estrechos entre unas y otras, en la mayoría de las cuales estaría gente que no daría apoyo a una operación venezolana. Una operación terrestre parece difícil, de manera que sólo podría pensarse en una operación aérea, con la circunstancia de que si fuéramos a enfrentarnos con la Gran Bretaña, su superioridad aérea sería realmente algo que tendríamos que tomar muy en cuenta y la vulnerabilidad, como antes decía, de nuestro complejo hidroeléctrico de Guri, que está allí invitando a cualquiera que quiera realizar una acción.
Por eso, estas preguntas a veces es conveniente que en grupos como éste se formulen, porque yo creo que se medita poco sobre la realidad, porque se piensa solamente en que nosotros somos un país más grande que Guyana y en que tenemos más recursos y por tanto debe ser muy fácil la operación. Habría que saber qué piensa y qué van a hacer los Estados Unidos, qué piensa y qué va a hacer el Brasil, porque su actitud no ha sido necesariamente de apoyo franco y decidido a las reivindicaciones de Venezuela en el área. Bueno, y estas cosas pasan así: los Estados Unidos le quitaron a México la mitad de su territorio; indudablemente, todo mexicano desearía que se recuperara ese territorio por la fuerza, pero ¿cómo? Problemas como éste y más graves que éste hay en el mundo entero. Trinidad fue parte de Venezuela y los libertadores entendieron que si pretendían reivindicar a Trinidad para anexarla nuevamente al país, probablemente la causa de la Independencia se iba a perder, porque Trinidad y Curacao, que fueron provincias venezolanas y que se perdieron poco antes de la Independencia, fueron para los patriotas bases de operaciones para poder lograr la independencia continental.
Son cosas difíciles de decir, pero que todo patriota tiene el deber de pensar. Se ha ganado mucho en el sentido de que el CARICOM no tome una actitud agresiva, belicosa, frente a Venezuela, ya esto es resultado de una acción diplomática que debemos elogiar. Ahora, esto no significaría que en caso de una confrontación bélica, la actitud de estos países fuera de neutralidad.
El problema de la tecnología médica es una de las preguntas para mí más difíciles, porque es un tema que no domino a plenitud. Creo que la Organización Mundial de la Salud, el intercambio de profesionales, los Congresos Médicos, han ayudado mucho en esta materia; el uso de las tecnologías médicas más avanzadas, creo que es uno de los que se ha alcanzado en mayor grado, porque hay otros aspectos de tecnología que no se llegan a dominar, claro está, porque la producción de algunos aspectos del instrumental médico está en este momento en manos de las grandes potencias, cuyo desarrollo les ha permitido producirlos. Pero pareciera que el acceso es más fácil por tratarse de la salud en sí, es decir, que los progresos que se logran a través de tratamientos médicos, de drogas que se descubren, que se inventan, de sistemas que se ponen en práctica, es más rápido en el campo de la salud que en cualquier otro campo. Hay una mayor permeabilidad, por razones de humanidad, que afortunadamente en este caso prevalecen.
Ahora, el caso de países como Nicaragua. Yo creo que la posición que ha adoptado el gobierno socialcristiano ha sido acertada. Mantener amistad y apoyo y mantener insistentemente el recuerdo de que la revolución sandinista se comprometió a garantizar el pluralismo político, a ir a unas elecciones democráticas, porque la caída de Somoza fue obra, no sólo de los sandinistas, sino de todos los sectores nicaragüenses. Todo el mundo contribuyó, y pasa lo que pasa algunas veces con estos movimientos políticos de corte totalitario, que utilizan el apoyo para llegar, se apoderan de las armas y después no quieren dejar que los demás actúen, o solamente les permiten actuar en la medida en que no pongan en peligro su control del poder.
Yo creo que Venezuela ha hecho mucho y está haciendo mucho. El viaje del presidente Herrera a la celebración del aniversario de la Revolución, yo lo conceptúo un hecho positivo, porque al mismo tiempo que era un apoyo para la soberanía de Nicaragua, que se siente potencialmente objeto de una agresión, constituía una reafirmación del compromiso que ellos contrajeron con toda la comunidad latinoamericana de mantener los principios de respeto a los distintos grupos, a las distintas corrientes, y de aceptar el sistema democrático como el sistema de gobierno que debía sustituir al gobierno de la dinastía Somoza.
Bueno, les agradezco de nuevo a todos los presentes y a todos los intervinientes su participación, y felicito una vez más a sus organizadores. Felicito a Juan José Monsant, felicito a Tony Francis, felicito a los departamentos y fracciones que ellos representan, y creo que actos como éste son muy importantes para demostrarle al país que no estamos solamente entregados a la tarea de pelear con el adversario para ganar las elecciones, sino que estamos interesados por el análisis de los grandes problemas del país, para tener cada vez más una conciencia clara de lo que nos corresponde hacer como gobierno y lo que nos corresponderá realizar en el próximo período constitucional.
Muchas gracias.