Después de las elecciones, es grande la responsabilidad de COPEI
Discurso en la reunión del Directorio Nacional de COPEI realizado después de las elecciones presidenciales de diciembre de 1983.
En esta reunión, celebrada en medio de una gran expectativa, hemos asistido a un hermoso torneo de oratorias políticas de muy alta calidad. Me ha recordado las de la Democracia Cristiana Italiana, modelo en este género, pero con una diferencia: allá se contraponen tesis, planteamientos a veces muy polémicos; aquí todo el debate ha estado signado por una profunda coincidencia y se han caído los pronósticos de que iba a haber una crisis interna en el Partido Social Cristiano COPEI. Una tesis que viene repitiéndose a través del tiempo, y en cada ocasión se viene cayendo, para mantener la inequívoca característica de este Partido, de ser el único que no ha sufrido en Venezuela un trauma de esa naturaleza.
Han sido tantos, tan variados los argumentos expuestos con diversos estilos y argumentaciones variadas, que no es insincera sino muy verídica la afirmación de que mis palabras van a tener un sentido repetitivo y de que podría hasta prescindir de ellas, de no ser porque me siento obligado con el partido y con el país a exponer mis puntos de vista en relación al proceso electoral y a la actualidad nacional; y que desde el día mismo de las elecciones me impuse la norma de no dar declaraciones de carácter político hasta el momento en que necesariamente tuviera que hablar ante un órgano de esta importancia.
El propio 4 de diciembre, pocas horas después de cerradas las votaciones, cuando no estaban todavía –ni con mucho– terminados oficialmente los escrutinios, hablé al país, reconocí el triunfo del Dr. Jaime Lusinchi, y le dirigí un mensaje de felicitación, expresando mis votos para que su administración pueda satisfacer las más profundas aspiraciones y los más justos anhelos del pueblo venezolano. En aquella ocasión ratifiqué un concepto que con anterioridad, en oportunidad similar había expuesto: el de que el pueblo nunca se equivoca. Según la teoría de los gobiernos autoritarios «el jefe no se equivoca». En el sistema democrático, el jefe, el que tiene la soberanía es el pueblo, y debemos aceptar que a su juicio nos remitamos cuando concurrimos a una lucha de principios o de posiciones.
Puede que nuestros argumentos no correspondan a su decisión, pero debemos admitir que tal vez no alcanzamos a apreciar en toda su significación los que fueron determinantes de su voluntad.
En aquella oportunidad dije que no entraría en declaraciones políticas hasta que hubiera pasado cierto tiempo. No se trataba solamente de poner una especie de paréntesis entre la intensa y absorbente actividad de la campaña electoral y la nueva actividad que me corresponde como luchador político y como Senador Vitalicio. Se trataba también de establecer una clara diferencia con mi situación anterior, pues no me corresponderá ahora estar declarando todos los días, ni sobre todos los temas, y a mis amigos los comunicadores sociales les voy a rogar que lo entiendan así.
A mí mismo me será difícil acostumbrarme, pero si la declaración continua sobre los temas del acontecer cotidiano me correspondían antes como candidato presidencial, vinculado a todos los hechos de cualquier entidad que se fueran sucediendo a lo largo de la campaña, corresponde ahora a quienes tienen legítimamente la condición de voceros de instituciones tales como los partidos, y en este caso el partido tiene un vocero muy autorizado, muy acreditado, que es el secretario general nacional, Eduardo Fernández. Le ruego a mis amigos los periodistas que, sin pretender el cercenamiento de su derecho a buscar aquí y allá declaraciones, noticias, hasta rumores o puntos de vista sobre las circunstancias de la actualidad nacional o de la vida interna del partido, cumplan el honroso deber de trasmitirle plena confianza en las declaraciones del vocero calificado del partido, que es el secretario general. Acostumbrar al público a establecer una valoración exacta de la credibilidad y de la autoridad que merece la persona que ejerce un cargo de esta naturaleza es un servicio importante que los comunicadores sociales (quienes ejercen en gran parte una función pedagógica) pueden realizar y con ello servir siempre a la democracia venezolana.
Motivación de mi candidatura
Me siento obligado a recordar –aunque en forma muy breve– que la motivación de la candidatura presidencial que el partido y otros grupos aliados y numerosos independientes me confiaron, fue la de prestar un servicio. Dios sabe que no me movió ni la vanidad ni la ambición; que lo que me movió, no sólo a aceptar sino a buscar esa candidatura fue el propósito de servir. De servirle a mi país en un momento que considero de verdadera trascendencia para su orientación y su destino futuro. De servir al sistema democrático, que a sus veinticinco años de existencia ha sido objeto de numerosos cuestionamientos, no todos justos pero muchos fundados en la realidad de sus creencias y de sus defectos. Y de servir al partido, que de acuerdo con las estimaciones de los analistas encargados de medir el estado de ánimo y las inclinaciones de la gente, no estaba precisamente en una situación favorable para la contienda que se avecinaba.
Dije, usando una frase que me sugirió José Antonio Pérez Díaz antes del gran acto inicial de masas celebrado en la avenida Bolívar, que me proponía hacer «un gobierno diferente para una democracia nueva». Esa fue mi motivación. Cumplí lo que mi conciencia me indicaba como un deber. Y me entregué al cumplimiento de este deber en alma, vida y corazón. La sensación íntima de cumplir un deber produce en el espíritu una gran serenidad, una gran disposición para aceptar el resultado y para continuar en la lucha. Como lo dije el 4 de diciembre, he sido toda mi vida un luchador: es mi destino, lo acepto con gusto y soy incapaz de dejarme tentar por posibilidades de evasión; aquí estoy con ustedes, rechazando tentaciones para irme al exterior.
Tengo que agradecer, en esta ocasión especialmente, las innumerables y muy valiosas manifestaciones de aprecio que he recibido, tanto en público como en privado. Confieso que no me gusta –aunque agradezco la intención que lo mueve– el calificativo de «heroica» para la campaña que hice: es conciencia del deber, sentido de responsabilidad, lo que me animó en todo instante, y no me costó hacerlo pues sentí intensamente la emoción del servicio, del mensaje, de la lucha. Eso me compromete más, porque dos millones trescientos mil venezolanos que me dieron el voto se sienten con derecho a reclamarme la continuidad en el esfuerzo.
La estrategia de la campaña
La estrategia de la campaña arrancó de un análisis en el que hubo la más absoluta y total unanimidad. Todos los analistas, todos los dirigentes, todos los consultores, venezolanos o visitantes de diversos países, al estudiar la situación estaban de acuerdo, primero: en que era imposible ganar si el dilema se planteaba gobierno-oposición. No se trata aquí de juzgar la labor del gobierno, lo que no es oportuno ni conveniente. Probablemente, ese análisis se hará con mayor serenidad en tiempo más propicio, cuando ya los ánimos no estén sacudidos por los resultados inmediatos. Pero es un hecho indudable que la imagen del gobierno que va a terminar no permitía esperar, ni siquiera remotamente, un triunfo para el caso de que se planteara el debate sobre si el gobierno era bueno o era malo.
El compañero Luis Herrera, Presidente de la República, ha dicho hace muy pocos días que su mensaje «no pudo ser captado bien por la población». De manera, pues, que estaba descartado desde el principio el plantear por nuestra parte una estrategia que consistiera en aceptar el desafío que le hacían los voceros de oposición, para demostrar que el gobierno merecía el voto favorable de la mayoría del pueblo venezolano.
En segundo lugar, era imposible aspirar a ganar si se planteaba el dilema de partido a partido. Las mismas circunstancias, que en este caso no quiero analizar desde el punto de vista valorativo sino señalarlas en cuanto representan una realidad, establecían la imposibilidad absoluta, según los politólogos, de que el dilema «candidato de Acción Democrática versus candidato de COPEI» permitiera ganar la elección. Y no se trataba de sacar más votos; se trataba de luchar por el triunfo.
La única posibilidad que se ofrecía en el análisis residía en la buena imagen del candidato, y por eso se hizo una campaña a base de la persona del candidato. Los adversarios dijeron –naturalmente, dentro de sus conveniencias políticas– que estábamos sacrificando el partido. La realidad fue que la lucha a base del candidato le dio al partido, sumando los votos obtenidos por los grupos aliados con igualdad de planchas, más de un treinta por ciento de los votos.
Teníamos por delante experiencias aleccionadoras. En Chile, un candidato brillante, Radomiro Tomic, con un gran partido, el partido Demócrata-Cristiano, con un gobierno bueno como el de Eduardo Frei, quedó en tercer lugar. Esta posibilidad no se podía descartar y había quienes insistían en ella. En España, la Unión de Centro Democrático, que había obtenido mayoría absoluta en las elecciones anteriores, desapareció en el curso de una elección.
Este análisis nos planteó, pues, una situación para nosotros muy clara. Si los adversarios me llamaban «el candidato del Gobierno», porque estaban interesados en plantear el dilema entre gobierno y oposición, habría sido de nuestra parte ingenuo caer en eso que los adversarios se proponían. Algunos compañeros, estoy seguro que de muy buena fe, en medio de la lucha electoral se empeñaban en que estábamos obligados a asumir la defensa del gobierno; pero no se trataba de contribuir a que la elección fuera un plebiscito sobre la obra de gobierno, sino de obtener las perspectivas que nos abría una imagen favorable del candidato.
En la campaña electoral que llevó al compañero Luis Herrera Campíns a la Presidencia de la República, que yo apoyé en toda la medida que se me indicó por la conducción de la lucha, yo tenía en ese momento la imagen del presidente más eficaz y del político más popular; esta imagen se sostenía reiteradamente y apenas comenzó a modificarse –tenemos forzosamente que reconocerlo– con la campaña interna por la candidatura.
Los errores de la campaña
Esto nos llevó a insistir en personalizar la campaña, y creo que debo referirme hoy a lo que algunos consideran como los errores de la misma. Yo sé que en la campaña hubo errores, muchos, y con toda humildad y con plena responsabilidad asumo esos errores, porque fui el jefe de mi propia campaña. Me acompañó en esa dirección el Secretario General del Partido, pero yo no me desprendí, no consideré posible desprenderme de la responsabilidad de dirigirla; todo lo que se hizo se hizo con mi aprobación, con mi consentimiento, con mi participación, de manera que estoy con toda humildad, repito, y con plena responsabilidad, dispuesto a aceptar la carga de los errores cometidos.
Sin embargo, pienso que el problema está en definir si esos errores fueron los causantes de la derrota o si, por el contrario, es mérito de la campaña haber impedido que la derrota fuera más grave. Allí está, para quienes lo analicen, el aspecto fundamental. Hay infinidad de documentos esclarecedores al respecto. Uno de los regalos más hermosos que recibí en Navidad fue una carpeta que me mandó una persona amiga con todos los recortes sobre las elecciones publicados en la prensa de Caracas, entre el 5 y el 22 de diciembre. Se la entregué al compañero Pérez Olivares. Es sumamente interesante, y más interesante todavía son las observaciones y comentarios que me hizo la persona amiga que me la envió.
Yo quisiera, dentro de esta situación, referirme a algunos de los aspectos que han sido más comentados. Por ejemplo, la consigna «Venezuela entera necesita a Caldera». Fue la insistencia de los técnicos que estudiaron las encuestas, las inclinaciones, las posiciones de la gente, lo que la motivó; no fue una afirmación de soberbia, de superioridad, sino un ofrecimiento al país basado en la insistencia de aquellos en que este lema era el camino a través del cual se podía llegar a mover favorablemente el ánimo de los electores.
La insistencia que hicimos sobre el Debate con el otro candidato tenía también su base en las encuestas. Todos los sondeos de opinión demostraban que, salvo un grupo de muy fieles, adeptos a Acción Democrática, los encuestados estaban inclinados a admitir –entre ellos los independientes y simpatizantes de otros grupos políticos– que el debate realizado en mayo me había favorecido a mí. Esto produjo en los equipos técnicos la idea de que debíamos insistir en la necesidad de otros debates, recordándose además el precedente del perjuicio que le había causado al candidato Luis Piñerúa Ordaz la negativa a debatir con el compañero Luis Herrera Campíns. Lo que pasó es que la matriz de opinión que se había formado estaba muy endurecida y los argumentos más claros, y los esfuerzos más grandes se estrellaban contra una especie de coraza en gran número de electores que no querían aceptar ninguno de nuestros razonamientos.
Se ha dicho, además, que no debíamos haber hablado de crisis. Pero las encuestas revelaban, si no recuerdo mal, que más o menos un ochenta por ciento de los venezolanos estaban convencidos de que vivíamos una situación de crisis y que de ellos una buena mayoría, preguntada sobre cuál de los candidatos estaba en mejores condiciones, más capacitado para enfrentar la crisis, respondía señalando mi nombre. De allí la insistencia de los técnicos, que llegó hasta modificar la estructura tradicional de las grandes pancartas poniéndolas sin fotografías, en comenzar por decir «si crees que hay crisis, necesitamos a Caldera». Estas cosas no son arbitrarias. El presidente Luis Herrera acaba de afirmar, en una de sus últimas declaraciones, que 1983, cito palabras textuales, «fue el peor de los últimos 50 años y el más grave del trienio de la crisis comenzada en 1981». De manera que, reclamar a la estrategia de campaña como un delito, es casi como si hubiera sido un ataque al gobierno. El mencionar la crisis no es justo, y mucho menos justo cuanto que en todos mis discursos y en todos los planteamientos comenzábamos a señalar como las principales causas de la crisis las de carácter internacional, además de la herencia recibida del gobierno anterior. Los que recuerden mi debate de mayo con el Dr. Jaime Lusinchi, tendrán presente que en mi primera intervención recordé la situación de la deuda externa cuando se inició esta administración y expliqué las razones que, independientemente de la voluntad del presidente Herrera, habían agravado esta situación: sin que pudiera honestamente negar que había también culpa de parte nuestra –y lo dije en sentido general y colectivo, poniéndome a mí mismo dentro de los responsables de la situación en general– porque no hacerlo habría dañado gravemente ante mucha gente reflexiva, mi credibilidad.
La polarización
La polarización era un hecho no deseado por nosotros, pero irremediable. Desde el momento en que la Izquierda decidió ir con dos candidatos, la posibilidad remota de que un candidato de izquierda tuviera suficiente atractivo para que mucha gente votara por él, pensando en que podía ganar, estaba destruida. En el año de 1968, cuando alcancé yo la Presidencia (el último período en que no hubo polarización) los electores que votaron por el Dr. Burelli Rivas, los electores que votaron por el Dr. Gonzalo Barrios, todos tenían fundados motivos para pensar que sus candidatos podían ganar las elecciones y esto destruía la polarización (en perjuicio mío, porque el otro polo, que era el Dr. Barrios, al mismo tiempo que candidato del partido Acción Democrática era el candidato del gobierno).
Y uno muchas veces se olvida también de una circunstancia que no me parece conveniente menospreciar: Acción Democrática empezó prácticamente con la configuración de un partido de mayorías, como un gran frente político, más que como un partido propiamente dicho. El mérito de Rómulo Betancourt estuvo en convertir en un partido orgánico y activo lo que era ese gran frente político, en el que coincidían el Dr. Carlos Morales y Domingo Alberto Rangel, el Dr. Ascanio Rodríguez y el Dr. Andrés Eloy Blanco, el Buró Sindical y representantes de la mayoría de Fedecámaras. COPEI, al contrario, empezó por un grupo pequeño, un núcleo de jóvenes que fue creciendo, y cuando algunos dicen que hay que volver a aquellos tiempos, no caen en que ello sólo en parte puede ser, pero en parte es imposible. Del tiempo en que éramos un pequeño grupo (como diría Gurvich, una «comunión») fuimos pasando a un grupo más amplio, que se convierte en «comunidad» y llega a ser un partido de «masas». De ahí que Acción Democrática ha sido un polo siempre, después de que conquistó el poder por la vía del golpe militar, y muchos pensaban que estaba llamado a conquistar el poder por vía del sufragio si hubiera seguido el proceso normal de las instituciones políticas. En 1958 nosotros quedamos en tercer lugar; perdimos la posición de segundo partido que habíamos conquistado en 1946 y en 1947. Esta situación se modificó radicalmente a partir de 1963, un año en el cual luché –y perdónenme que use esta vez la primera persona singular– contra dos circunstancias muy duras y muy difíciles: una, la de que no era candidato ni del gobierno ni de la oposición, porque COPEI estaba con el gobierno de Rómulo Betancourt y lo estuvo hasta el último día, pero el candidato del gobierno era Leoni. Otra, la de que los candidatos de oposición era nada menos que Uslar Pietri, Larrazábal, Jóvito Villalba. El haber logrado en esa ocasión el segundo puesto fue punto de partida para ganar el gobierno en 1968.
Otra expresión que me ha sido criticada: ¿por qué decía yo «el otro» candidato? Lusinchi se refería a mí diciendo «el candidato del gobierno», buscando que yo lo llamara «el candidato de la oposición»; algunas veces me llamaba «el candidato copeyano» para que yo lo llamara «el candidato adeco». Tenía que evitar esa terminología, para no caer en la estrategia del adversario, que era muy clara. Ellos no lo han negado. Los publicistas que dirigieron la campaña victoriosa dijeron que su insistencia había consistido en atacar y atacar al gobierno, en tratar de crear un estado de ánimo que llevara al pueblo a la decisión de votar por Acción Democrática.
El asunto de la reelección
Hay un punto al cual me quiero referir, que es el de la reelección. A este respecto quisiera hacer una diferencia entre dos aspectos: uno, digamos, de doctrina constitucional, y otro, el aspecto práctico, la circunstancia de haber sido yo antes Presidente y de la influencia de este hecho en la elección de 1983.
En relación a la doctrina, tengo que decir, desde luego, que mi pensamiento es el mismo ahora del que era antes de las elecciones. No lo he cambiado por el hecho de que yo haya perdido. Creo que las razones que entonces expuse eran válidas; no necesito repetirlas aquí ahora. Pero quiero hacer una observación que me parece muy importante. Tengo verdadera inquietud por el hecho de que se está abriendo en mucha gente la idea de que el sistema de los Estados Unidos, de una reelección inmediata por un solo período, es más conveniente. Gente muy lúcida y de mucha experiencia llega a decir que tal norma sería preferible. Pero adaptarla sería sumamente grave. En Venezuela, un Presidente en ejercicio del poder convertido en candidato presidencial, dando mítines, haciendo uso de todos los recursos a su alcance, sería sumamente grave. Esa fue históricamente la puerta de numerosas interrupciones en la normalidad constitucional. Por otra parte, la majestad del Presidente se expone. Yo tengo recortes de prensa en los cuales se informa, en los Estados Unidos, de «lanzamiento de piedras y botellas contra el carro del Presidente Carter», cuando hacía campaña para ser reelegido; piensen ustedes lo que sería en Venezuela.
En los propios Estados Unidos hay más bien un movimiento a favor de lo que llaman aquí la no reelección absoluta, pero con la extensión del período a seis años. En «El Nacional» del 11 de mayo de 1979, puede leerse un artículo de James Reston, tomado del New York Times, en que dice: «Durante las últimas semanas, tanto el presidente Carter como John Connally se han manifestado públicamente por un único período presidencial de seis años. Lyndon Johnson y Richard Nixon habían también indicado lo mismo. Todo el acontecer de Watergate se debió a este hecho. El presidente Nixon, candidato a la reelección, hizo uso de los poderes que tenía y pasó por encima de las limitaciones que se imponían a su conducta para derivar en lo que derivó. Además, en los Estados Unidos hay permanentemente la preocupación, que se hizo patente en los últimos años del período de gobierno del presidente Carter, de que el Presidente que aspira a la reelección actúa más como candidato que como Jefe de Estado. Que los asuntos no los resuelve por el interés del país sino por el interés de la candidatura reeleccionista. Estas cosas las quiero decir sinceramente, porque me ha entrado mucha preocupación de que tal idea se defienda simplemente porque así es en los Estados Unidos, tal vez porque creemos que todo lo de los Estados Unidos es mejor, pero como decía Andrés Bello: no imitamos lo que realmente merece la pena de imitarse; o bien sea porque se le atribuye erróneamente a esta norma la estabilidad política del sistema democrático norteamericano.
Los constituyentes venezolanos de 1830 introdujeron el principio de la no reelección inmediata por un solo período; es el sistema de muchas constituciones latinoamericanas y también el de la Constitución venezolana de 1947; pero recordando el caso de los hermanos Monagas, recordando el caso mismo del general Páez, surgió en el constituyente del 61 la idea de que la no reelección por un período podía crear una especie de juego de «ping-pong» o de «toma la silla y después me la das», y por eso se extendía la inhabilidad a dos períodos. Los hechos demuestran que un candidato que haya sido Presidente y que después de dos períodos aspire a volver a serlo, está mucho menos apoyado y vinculado por el gobierno de turno de lo que estaría un candidato salido de las filas del propio gobierno para ir a la competencia electoral.
Quería hacer esta observación porque esta oportunidad me parece adecuada. Ahora, en relación al proceso de 1983, las últimas encuestas en las cuales se preguntó a los electores so consideraban conveniente o inconveniente que un candidato hubiera sido Presidente, daban más o menos –no puedo dar cifras exactas–, lo siguiente: 30% lo consideraban bueno, 40% lo consideraban malo y más del 20% era indiferente, es decir, que para más del 50% de los electores, el hecho de haber sido antes Presidente no era un hecho negativo, y preguntado concretamente sobre cómo consideraban el hecho de que yo hubiera sido Presidente, en junio de 1982, el 52% decía positivo, el 38% negativo y el 10% manifestaba no saber o no contestar. En los resultados finales, el hecho de haber sido Presidente fue un factor positivo para que unos cuantos venezolanos votaran por mí con el argumento de la experiencia, sin que se haya podido demostrar que el hecho de haber sido Presidente haya provocado un movimiento negativo en los votantes.
El mensaje a las clases populares
En cuanto a la popularidad, debo decir, sin ningún temor, que ninguno delos 13 candidatos, o digamos, de los otros 12, visitó tanto los barrios, hizo tanto empeño en la atención, en el contacto, en la comunicación con los sectores marginales como yo. Y debo decir, además, otra cosa: me cupo la satisfacción de que en todos los barrios a donde fui, había copeyanos, había comités de base, gente que vivía allí, que luchaba allí, que conocía la gente de su vecindario, aunque tal vez no tuvo suficientes mecanismos, suficiente planificación, suficientes instrumentos o suficientes argumentos prácticos para que su labor proselitista fuera más eficaz. Pero hubo contacto directo; y considero mezquina, malsana y repugnante la tesis de que yo fui un candidato de élite, que busqué a las élites mientras el otro candidato buscó al pueblo. Yo visité mucho más los barrios que el doctor Lusinchi; los visité y los caminé, anduve a pie, me metí en las casas, tomé café en ellas, jugué dominó con los vecinos; yo no anduve raudo en un vehículo saludando como una reina de belleza; tuve un contacto largo, continuo, duro, con el pueblo. Y el partido COPEI se fundó, desde sus orígenes, como un gran movimiento popular: las mayorías de Táchira y Mérida en 1946 no fuero de aristócratas, fueron de campesinos. De campesinos que todavía, en medio de esta situación, campesinos de La Quebrada, de Pregonero, de Queniquea, de Mucuchachí, de Canaguá, de Mucutuy, de Guaraque, de Bailadores, de Santa Cruz de Mora y de Tovar y de otros pueblos que mucho quiero, han salvado el concepto de que en Venezuela sí hay una democracia que reconoce organismos en que tiene mayoría la oposición. Debemos observar, cuando se señala la falta de penetración del mensaje en los sectores D y E, que es allí donde el desempleo ha golpeado más. Y es forzoso aceptar que para esa gente, que no menosprecia la cultura, no puede ser despreciable el objetivo de la comida barata,
Tuve confianza en ganar
Los pronósticos eran negativos. Algunos, que se han sorprendido por la pérdida de unos cuantos senadores, tal vez en su fuero interno están sorprendidos porque sacamos senadores en estados que ellos daban absolutamente perdidos. A mí me lo dijeron. Sacamos senadores en Estados donde estaban convencidos, quizás por esas encuestas que hace por ahí alguien que quiere rivalizar con Shapiro, de que no iban a darnos ningún senador, y lo obtuvimos, como en el Táchira, por ejemplo.
Tuve confianza en ganar, hice lo indecible para ello. Hay testimonio de que al cierre de la campaña, gente de AD y de la izquierda y de otros partidos, llegaron a pensar que realmente podíamos ganar. Pero los tres días finales, después de clausurar la campaña, fueron fatales. Por eso insistí tanto en que no se debía cortar la campaña el miércoles, pero el Consejo Supremo Electoral fue insensible ante nuestra argumentación, hasta el extremo de tomar el jueves 1º una decisión contradictoria, que le dio al adversario la oportunidad de armar un escándalo.
Yo sé bien quién hizo mucho y quién no hizo o quién obstaculizó la campaña. Yo sé bien qué favoreció y qué impidió, o por lo menos dificultó la campaña. Pero no vale la pena plantearlo. Prefiero olvidarlo. Estoy libre de amarguras. Y ya que en estos días se ha citado un verso de Jorge Luis Borges, el gran poeta argentino –con mucho agrado por cierto para una persona que se tituló a sí misma «el primer chicharrón» y para algunos otros–, también citaré a Borges cuando dijo: «Defiéndeme, Señor, del impaciente apetito de ser mármol y olvido». El mismo poeta dijo, hablando de un guerrero: «Supiste que vencer o ser vencido son caras de un azar indiferente, que no hay otra virtud que ser valiente y que el mármol será el olvido».
El candidato y el Gobierno
No creo que valga la pena cuantificar los esfuerzos que hizo el candidato para diferenciarse del gobierno, para compararlos con los esfuerzos que hizo el gobierno para diferenciarse del candidato. Pero en vista de que mi compañero, compadre y amigo José Antonio Pérez Díaz, con su generosidad de siempre, hizo unas referencias al respecto, me siento obligado a decir algo en su presencia, porque él lo sabe más que nadie: dije en todo momento que estaba dispuesto a ir a hablar con el presidente Luis Herrera cada vez que él lo dijera y donde él lo señalara, y sólo lo hizo cuatro veces en cinco años; los periodistas estaban a la puerta de su despacho como para que quedara constancia cada vez del encuentro. Debo decir que en 1979, antes de la Convención que eligió Secretario General a Eduardo Fernández, el Dr. Del Corral y Pérez Díaz me preguntaron si estaba dispuesto a ir a hablar con el presidente Herrera y les dije que sí, cuando él lo dijera y donde él lo dijera: fueron a hablar con Luis Herrera, pero no hubo llamada, ni la entrevista se realizó.
Jamás, no ya cuando era simplemente un dirigente del partido sino cuando era ya el candidato presidencial de COPEI, se me pidió opinión sobre ninguna designación o sobre ninguna disposición del Gobierno, y cuando por mi cuenta se me ocurrió expresar algún parecer, inmediatamente venía la respuesta contraria. Me he visto obligado a hacer apenas esta referencia porque no es justo que se pongan en una balanza igualitaria las responsabilidades. Yo estuve dispuesto a cooperar siempre. Y en cuanto a las relaciones partido-gobierno, de que habló Pérez Díaz, los dirigentes regionales (muchos de ellos ya lo eran cuando fui Presidente) saben que en mi gobierno traté de hacer que se llevaran lo mejor posible: claro, había fallas, las admito, había defectos, pero no hubo soberbia, no hubo indiferencia, hubo el deseo de que estas relaciones fueran fructíferas, y perdónenme que le diga aquí a José Antonio, que si él hubiera aceptado un alto cargo en el gobierno de Luis Herrera y a su lado, posiblemente las relaciones entre partido-gobierno habrían sido.
La encuesta post-electoral
En cuanto a las causas de los resultados electorales traigo aquí hoy una novedad. Un amigo me permitió ver y tomar algunas anotaciones de una encuesta reciente, hecha por una de esas firmas que apoyaron a Acción Democrática con sus medidores de opinión a lo largo de la campaña electoral. Es una encuesta hecha sobre 3.000 entrevistas en escala nacional, con muestreo realizado entre los días 8 y 12 de diciembre de 1983, es decir a pocos días de las elecciones.
Una pregunta, por cierto, es ésta: ¿cuándo decidió votar en la forma en que lo hizo? Y las respuestas son: «en los últimos días», 9% (en la Región Capital, 11%). Estos podríamos decir que fueron los indecisos (11% sobre 6 millones y medio de votantes) habría representado casi 700.000 votos, que si se hubieran podido conquistar, restándoselos a Lusinchi, lo habrían dejado en 3 millones y sumándolos a los 2.300.000 míos, me habrían puesto prácticamente a la par. «Hace un mes», dicen algunos, el 2%. «Hace dos meses», el 1%. «Hace tres meses», el 2%; «de cuatro a seis meses», el 3%; «de 7 a 12 meses», 4% y «mucho tiempo», 79%. ¡Casi las 4/5 partes de los electores dicen que estaban decididos más de un año antes del día de la elección!
Esa fue la tarea que me propuse de remontar la cuesta. En cuanto a las razones por las cuales votaron los electores, aquí traigo la comparación entre los votantes de Jaime Lusinchi y los votantes de Rafael Caldera:
Por el cambio, mejorar la situación del país: Lusinchi, 19%. Caldera, 6%.
Capacidad, inteligencia del candidato: Lusinchi, 3%. Caldera, 24%.
Experiencia del candidato: Lusinchi, 0%. Caldera, 12% (esto permite apreciar el argumento «reeleccionista» o «anti-reeleccionista»).
Tenía confianza, simpatizaba con el candidato: Lusinchi, 4%. Caldera, 12%.
Con AD se vive mejor, partido de las clases populares: Lusinchi, 10%. Caldera, 0%.
Por su programa, plan de gobierno: Lusinchi, 2%. Caldera, 2%.
El candidato honesto, sincero, sencillo: Lusinchi, 2%. Caldera, 2%.
El mejor candidato, indicado, conveniente: Lusinchi, 3%. Caldera, 6%.
Tiene confianza, simpatía, manda mejor ese partido: Lusinchi, 11%. Caldera, 9%.
Por tradición, militante o simpatizante del partido respectivo: Lusinchi, 18%. Caldera, 10%.
COPEI ha mandado mal, ha llevado al país a la ruina: Lusinchi, 9%.
Ellos dan más trabajo y más fuentes de trabajo: Lusinchi, 5%. Caldera, 1%.
Y aquí viene algo muy interesante, muy curioso: Mi voto fue castigo contra el mal gobierno: Lusinchi, 2%. Caldera, naturalmente, 0%.
¿Qué quiere esto decir? Que el «voto castigo», que se ha dicho «castigó», según lo expresan los encuestados –y esto debe tener mucha importancia para los que creen en las encuestas– no fue el objetivo directo, es decir, «no votaron para castigar» sino «castigaron votando»; votaron para cambiar, porque creían que con Lusinchi van a vivir mejor, van a tener más beneficios, van a encontrar una serie de circunstancias más favorables.
Por el alto costo de la vida: 2%.
Por la ideología política del partido: Lusinchi, 2%. Caldera, 1%.
Por el problema de la deuda externa: 0.
Otras razones: 7% y 11%.
Quiere decir que la estrategia no fue equivocada y que el obstáculo fundamental fue ese. Si sumamos cambio, mejorar la situación del país: 19%; con AD se vive mejor: 10%; por tradición, militancia o simpatizante del partido: 18%; COPEI lo ha hecho mal, ha llevado al país a la ruina: 9%; ellos dan más trabajo, que haya más fuentes de trabajo: 5%; ello nos explica perfectamente las motivaciones de los electores para el resultado, si es que las encuestas son válidas. Repito, esta es una encuesta que todavía no se ha publicado, ni sé si la publicarán, hecha a partir del 8 de diciembre y por una de esas encuestadoras más reputadas en las filas de nuestros adversarios.
Ahora, dentro de esa encuesta hay una pregunta muy curiosa: mencionar un político para responder a esta pregunta: si Venezuela estuviera atravesando por una situación muy grave, ¿quién debería gobernarla? Recordemos que es después del 4 de diciembre, y así es natural que posiblemente muchos que no votaron por Lusinchi, al ser interrogados después del triunfo, dijeron que habían votado por él. También tiene que haber en esta pregunta una inclinación a su favor. De todas maneras, el resultado me parece sorprendente: Lusinchi, 18%. Caldera, 16% (promedio nacional). En la región capital, es decir, Distrito Federal y Estado Miranda, 14% a 14%; en la región petrolera, Zulia y Falcón, Lusinchi, 10%. Caldera, 26%. Al revés, en la región oriental: Lusinchi, 26%. Caldera, 11%.
Todas estas cosas, a mi entender, para los analistas políticos, pueden servir a fin de analizar si realmente la campaña fue equivocada o no lo fue. La encuesta desmiente el dicho de que proyectamos una imagen soberbia del candidato y Lusinchi una imagen simpática, y de que ello pudo tener realmente una influencia en el resultado. Lo que aparece, más bien, es que tuvimos que remontar una cuesta muy grande, desde luego que, como dijimos, el casi 80% de los electores dicen que tenían hecha su decisión hacía mucho tiempo, es decir, antes de que comenzara la campaña electoral.
La campaña y el mensaje
La campaña electoral de AD empezó –hay que recordarlo y aquí lo han dicho algunos– el mismo día en que se inició el gobierno de Luis Herrera, y formó una matriz de opinión sistemática, sin que hubiera una respuesta efectiva, una respuesta eficaz.
Las circunstancias después se agravaron, porque nos tocó lo del control de cambio, y vinieron las discusiones entre el Banco Central y el Ministerio de Hacienda en los días anteriores a las elecciones. En el mes de noviembre, según informaron los medios, el Presidente del Banco Central dijo en Maracaibo que no se había devaluado el bolívar por razones electorales, pero que se tenía que devaluar en diciembre. Y un diplomático muy avezado, me comentó: ¿eso lo dijo para ayudarlo a usted? Estas cosas son ciertas.
Yo muchas veces defendí al Gobierno. Cuando me llevaron para que grabara una cuña sobre el Metro de Caracas, yo agregué al texto «esta obra del presidente Herrera», porque consideraba injusto quitarle el mérito; pero en la inauguración del Metro y en la propaganda que se hizo del acto yo no fui tratado como el candidato del gobierno, a quien convenía destacar y asociar a la obra, sino como alguien impertinente a quien había que mantener a un lado. En los Juegos Panamericanos, me estaban haciendo una entrevista el día de la inauguración, y la cortó una orden de alguien que estaba manejando el servicio de trasmisiones del gobierno, se asegura que con esta frase: «estos Juegos no son para Rafael Caldera, sino para Luis Herrera». Es lógico, era la obra de Luis Herrera; pero si yo era el candidato del gobierno y si incluso se me decía que estaba obligado a defender al gobierno, no me explico cómo en los aspectos positivos de la política del gobierno había la voluntad deliberada de separarme.
No hubiera querido decir estas cosas, pero está bien que se digan; y al fin y al cabo le agradezco a José Antonio que con toda su sinceridad dijo que esta madrugada se le había ocurrido la necesidad de ofrecer sus puntos de vista, aun a costa de haber puesto a pasar hambre a sus pájaros, a sus loros, y a sus perros, y nos planteó necesariamente la responsabilidad de tener que exponer los nuestros, para que el Directorio se forme un juicio claro sobre los aspectos planteados.
La campaña trasmitió un mensaje. «El orgullo de ser venezolano» no era una frase suelta, sino que sintetizaba un mensaje para un pueblo que está acomplejado, para un pueblo que está adolorido, para un pueblo que tiene que amar a su patria y tiene que sentir el deber, la obligación, la responsabilidad de servirle. Y lo que más me satisfizo de la campaña fue la respuesta de los jóvenes, los jóvenes que no fueron indiferentes, que se entusiasmaron y están entusiasmados. Tenemos la obligación, dentro o fuera de los esquemas formales de la JRC, de buscar a esos muchachos, instruirlos, animarlos, ponerlos en comunicación con los barrios para que conozcan de verdad a la gente de su pueblo.
Tenía razón William Franco cuando dijo que eso de hablar del pueblo es como una entelequia, como una abstracción. Esa es la causa del fracaso de la izquierda en Venezuela, que habla del pueblo pero sin conocer al pueblo. Se habla del pueblo en las universidades, en los ateneos, en los centros intelectuales, pero no han vivido intensamente la vida del habitante de los barrios; muchos creen que los barrios son chiqueros, centros inhumanos, pero no se dan cuenta de todos los valores que han en ellos.
Si queremos que nuestra juventud responsa a los imperativos del futuro, tenemos que hacerla que tome contacto con el pueblo; pero no un contacto ocasional sino permanente, hacerse su vocero, luchar a su lado, trasmitirle ideas, exponerle nociones, infundirle aliento, en los barrios de las ciudades y en las aldeas campesinas, en esos caseríos que es donde más difícilmente llega nuestro mensaje.
Revisando por distritos los porcentajes electorales, los distritos en que hemos tenido la votación más baja han sido los distritos campesinos. Y debemos reconocer con tristeza que los organismos respectivos muchas veces se ocuparon más del pleito interno entre líderes supuestamente herreristas o supuestamente calderistas, o lo que fuera, que en realizar una labor de penetración, aliento, mensaje. Muchos de esos campesinos no votaron por mí porque no les habían pagado las cosechas. Pero también hubo muchos campesinos que nos respaldaron. Tenemos que dar a los jóvenes aliento, un mensaje, pedirles trabajo, exigirles esfuerzo, tenemos que dar a los jóvenes la esperanza y la posibilidad de trabajar de lleno por el futuro del país. Por eso estoy hablando para que de una vez empecemos y proyectemos y anunciemos en los días de la Semana de la juventud un curso de iniciación política, para que conozcan más a su país, para que penetren más en sus ideas, para que tengan el sentido de una política nueva, de una política coherente y noble, como tiene que ser la política de COPEI.
La moral del partido es alta. Hay voluntad de lucha. Aquí se expresa y la encontramos en muchas partes. No podemos defraudarla. Tenemos que trabajar en una orientación firme por la conquista de los organismos sindicales y de los organismos campesinos. Dagoberto estaba encabezando una bella campaña en 1979, pero debemos reconocer que la liberación de precios mal realizada, inoportunamente, le devolvió las bases sindicales a José Vargas, quien las sacó a la calle, recuperó la calle, y con él los adversarios se hicieron dueños nuevamente de este movimiento. Tenemos que trabajar mucho con ellos.
Renovación y recuperación de los principios
Renovación del partido, sí, renovación de sus programas, renovación de su ideología, de su doctrina, renovación de su plan político, renovación de sus estructuras; pero también recuperación de su imagen fundamental. Me ha complacido el que aquí he oído a muchos de los oradores decir que hay que volver a la idea de que COPEI es un movimiento para defender principios, para luchar por ideas, para combatir por los intereses nacionales, de que no es una agencia de negocios o de colocaciones para satisfacer ambiciones. Debemos reconocer con dolor, aunque no haya sido un factor electoral determinante, que se nos han hecho muchos cargos sobre corrupción, y desgraciadamente, la conciencia de cada uno de nosotros no nos deja sentirnos con suficiente seguridad como para decir que todo es calumnia. Hay que recuperar ese privilegio que los viejos sondeos de opinión nos daban de que para la gente, para la gente común, COPEI era el partido de la honradez, de la honestidad, de la rectitud.
Van a venir muchos ataques. Aquí ha sido planteado con claridad y me parece que con mucha justeza por Eduardo Fernández, la posición pertinente. Nos opondremos a la venganza, a la calumnia, a la difamación, pero no podemos oponernos a las investigaciones serias, justas, objetivas, porque perderíamos toda autoridad. Mi esperanza, cada vez que un compañero es señalado por el rumor público o por la malevolencia de los adversarios como responsable de actos de corrupción, mi sentimiento profundo es el deseo de que pueda comprobar de manera clara y fehaciente la falsedad de esa acusación. Es indudable que se necesita al respecto una firme actitud. En la Convención de 1979 le pedí al partido que cualquier acusación seria, que hubiera contra cualquier militante, me la dirigieran, comprometiéndome a trasmitirla al Tribunal Disciplinario y al Despacho del cual dependiera el acusado. Llegaron 3 o 4, de las cuales 2 o 3 fueron respondidas y después no llegaron más. No sé qué pasó. O es que todo marchaba muy bien, o que la gente se sintió totalmente invadida por el escepticismo.
El partido COPEI y el país no adeco
El partido tiene, a mi entender, una función sobre la cual quisiera insistir esta mañana porque me parece trascendental. Al partido le toca ser la organización coordinadora, la voz, el canal de expresión, el factor de defensa del país no adeco, del país nacional. El país adeco es fuerte y numeroso, el país no adeco es mucho mayor. Creo que el error de estos cinco años es que en vez de abrirnos a traer con nosotros al país no adeco, nos fuimos cerrando, limitando cada vez más al círculo de los escogidos y los responsables.
Tenemos que marchar en este sentido. En la campaña electoral insistí mucho en ello, y bastante me lo criticaron con malevolencia los peores enemigos, porque dijeron que yo estaba traicionando al partido. Pero los peores enemigos del partido no podían levantarme roncha. Al contrario. Tenemos una representación independiente poderosa en el Congreso, quizás la más fuerte que tenga cualquier partido; vamos a tratarla con respeto, con cariño, vamos a abrirle camino, vamos a vincularla con nosotros, vamos a hacerla que se sienta cada vez más interpretada y más comprendida, que establezca cada vez mejores vínculos de solidaridad con nosotros. No nos quejemos si nos abandonan, si empezamos nosotros por tratarlos con egoísmo o con mezquindades; y esto no solamente en el Congreso, sino en el país. Ahora vienen las elecciones municipales y tenemos que pensar en ese mundo independiente. Si las elecciones municipales fueran simplemente para que algunos compañeros que perdieron su cambur trataren de lograr acceso a los Concejos, sería preferible que no las hubiera. Esto tiene que entenderlo el partido y yo sé que lo entiende, porque es COPEI y porque detrás de cada adversidad, COPEI se crece, vuelve a lo que es.
La afirmación de la unidad
Para ello, indudablemente, necesitamos un COPEI fuerte. Los independientes quieren sentir el apoyo de un organismo cohesionado, ágil, eficaz; no pueden tener interés en que nos debilitemos porque pierden el gran apoyo que necesitan, un gran respaldo, una fortaleza que indudablemente se hace mucho mayor con la unidad. Lo mejor de esta reunión del Directorio ha sido esta afirmación de unidad. Yo comparto con Edecio La Riva la opinión de que el discurso de Pedro Pablo ha sido uno de los hechos más importantes en este Directorio.
Como dijo Abdón, es preciso el clima moral de la solidaridad; y yo estoy dispuesto a trabajar para lograrlo. Yo no soy enemigo de Luis, yo no tengo ningún complejo con Luis; comprendo que él estuvo cinco años obsesionado con la idea de que la gente supiera que él era quien mandaba y no yo; yo jamás traté de menoscabar su autoridad. Sin embargo, a veces me atreví a darle mis puntos de vista que me parecían importantes, pero desgraciadamente no pude lograr que se aceptaran. Pero ahora vamos hacia adelante. Si hemos estado juntos tanto tiempo, nos conocemos bien, sabemos de lo que cada uno es capaz y de lo que no es. Si algo nos duele es que en el transcurso de estos cinco años, quienes pudieron no trabajaron por la unidad del partido sino por su división. Los gobernadores de Estado, salvo honrosas excepciones, no fueron escogidos para armonizar con las direcciones regionales sino para luchar con ellas. Yo no pienso que el Presidente tenía que poner de gobernadores los candidatos que los comités regionales le indicaran, pero sí que tenían que lograr una armonía fecunda, un trabajo integral, hacer una labor que se sintiera, cada uno con sus funciones y responsabilidades.
Tenemos necesariamente que llegar a esa unidad, y dos palabras que dijo Pedro Pablo me parecen de mucha importancia: coherencia y solidaridad. Y esto, ¿qué significa?, que las decisiones se toman por unanimidad, por consenso, por acuerdo o por mayoría, pero se ejecutan por unanimidad. Es inconveniente e innecesario el que las quejas, los reparos, las objeciones, vayan a las columnas de la prensa, donde no la leen sino los interesados, pero crean una atmósfera de desconfianza que puede ser sumamente peligrosa.
Frente al nuevo gobierno
COPEI tiene un gran destino ahora. Hemos lanzado un Programa de Gobierno inspirado en la necesidad de un modelo nuevo, propio e integrado de desarrollo. Frente al próximo gobierno tenemos una tarea de vigilancia constante y de oposición constructiva. Este es el mejor servicio que le podemos hacer al propio gobierno y al país. Una oposición seria, firme, valiente.
Ya que ha habido aquí citas que algunos oradores han traído, me van a perdonar ustedes que lea algunas palabras del discurso que pronuncié el 17 de diciembre de 1946, al instalarse la Asamblea Nacional Constituyente surgida de los hechos del 18 de octubre. Dije: «Sin miedo, pero sin acritud, sin bilis, venimos aquí. No venimos a reñir. No queremos darle a nuestro pueblo el espectáculo horroroso de sus representantes entregados a la tarea satánica de destruirse. Venimos aquí a colaborar en todo aquello que colaboración necesite. Y de una vez afirmamos que todo lo que signifique una honda redención social para nuestras clases populares, tendrá nuestro apoyo y nuestra iniciativa; porque nosotros creemos, y estamos comprometidos con nuestro electorado en el documento de nuestra plataforma electoral, que en Venezuela hay que cambiarlo todo y primero que todo hay que cambiar los sistemas corrompidos que han venido imperando durante más de un siglo».
Esa posición se estrelló contra el sectarismo, contra la incomprensión. Corremos el peligro de que para desgracia del país se reincida en graves errores de aquel tiempo. Debo decir, en nombre de todos, interpretando la voluntad de los copeyanos y de los no copeyanos, de los más de dos millones de venezolanos que votaron en las elecciones del 4 de diciembre por mi plataforma electoral, que estamos deseosos de que el gobierno tenga éxito y dispuestos a prestar la colaboración que sea posible en objetivos fundamentales, como el refinanciamiento de la deuda externa, el pago de la deuda a proveedores de bienes o de servicios, la reactivación del empleo, la atención a los sectores populares, a los sectores marginales.
Pero, que al mismo tiempo, estamos en actitud de vigilancia política. El nuevo gobierno ha dado signos positivos y negativos. Positivo, el mantenimiento del pacto institucional, que no puede estar sujeto a condiciones, porque si COPEI aceptara la Presidencia de la Cámara de Diputados o la participación en la elección de algunos altos funcionarios a cambio de subordinar sus propias decisiones al criterio de Acción Democrática, ese pacto sería más negativo que positivo.
El mantenimiento del pacto institucional y algunas expresiones de algunos de los altos jerarcas del nuevo gobierno son hechos positivos.
Negativos, los hay. Respecto al Gabinete –no me voy a meter en el análisis de dónde están «los mejores», lo que muchos se están preguntando, ni qué atención ha habido para las consignas de amplitud y renovación– no puedo ocultar la preocupación que nos merece el que se haya designado para los ministerios de mayor significación política a dirigentes de la campaña electoral, que después de las elecciones han persistido en una actitud visiblemente agresiva, lo que parece auspiciar el clima de concordia y de paz que está reclamando en este momento Venezuela.
El incidente del Consejo Supremo Electoral sobre los senadores y diputados adicionales, también nos tiene que preocupar a todos. El presidente electo tomó una posición que no era la que correspondía a quien ya debe empezar a sentirse el presidente de todos los venezolanos. Ha debido dejarle esa tarea a los dirigentes del partido, que podían cumplirla con éxito, y me parece que incurrió en un error aún más grave amenazando él con la ruptura del pacto institucional. Dos ministros designados participaron también en estos hechos y otro de ellos habló en términos que recordaban las continuas acusaciones de golpismo que nos hacían los dirigentes de partido y de gobierno adecos en los años del Trienio aquél, en el que nuestra conducta democrática era constantemente vulnerada porque quería a cada momento imputarnos actitudes desleales, simplemente porque estábamos defendiendo nuestros puntos de vista.
Debo decir, por otra parte, que me mortificó el relato de la instalación de la Cámara de Diputados; me trajo recuerdos de aquellos tiempos. Mal comienzo para un gobierno que necesita la comprensión y el apoyo del país, para un partido que tiene una fuerza tan grande en el Parlamento, empezar por abuchear y por silbar y por vejar a los representantes de partidos contrarios. Espero que haya reflexión en los jefes para que hechos como éste no se repitan.
Las elecciones municipales
Y está de por medio una piedra de toque: la actitud respecto a las elecciones municipales, porque el hecho de que sean separadas no es para que se vote un día distinto, ni para que se ponga en las planchas a los que no salieron en la elección anterior, sino para que se le dé al municipio un sentido propio, para que se fortalezca en el pueblo la conciencia de la significación que tiene la institución municipal. A lo largo de la campaña se habló de esto. Todos los candidatos fuimos invitados por las asociaciones y federaciones y confederaciones de vecinos, para exponer nuestros puntos de vista. Todos escuchamos su anhelo para que se establezca un nuevo sistema de elecciones, a cuyo fin obtuvieron una disposición en la Enmienda Constitucional No. 2. Todos reclamaron, todos nos comprometimos a la sección nominal de los candidatos. Todavía en diciembre (creo que fue el 14), en el acto que promovió Godofredo González para conmemorar en el Congreso los 25 años de la democracia venezolana, el vocero de Acción Democrática, el jefe de su fracción parlamentaria, habló en favor de un nuevo sistema de elección: no hay por qué decir ahora que se debe esperar cinco años más para conversar sobre esto y para ver qué se resuelve.
Yo le propuse al Dr. Lusinchi, en una carta que no me respondió, que aprovecháramos los últimos meses del Congreso del año pasado para resolver estas cuestiones. Hice después una proposición en una de mis ruedas de prensa, para que antes del 23 de enero se llegara a un acuerdo. Que no se invoque ahora el argumento de la falta de tiempo. Un paréntesis entre la elección del 4 de diciembre y la elección municipal, lejos de traer intranquilidad sería beneficioso para la democracia y podría darle al país mismo la sensación de que se trata de una elección distinta.
Todos estamos comprometidos con el Litoral Central a darle una autonomía municipal, que requiere la reforma de la Ley Orgánica del Distrito Federal y estas cosas hay que hacerlas; no es una consigna partidista, es una consigna general, y el hecho de haber obtenido una fuerza política mayoritaria no implica el derecho de hacer lo que se quiera sino la obligación de hacer lo que se prometió. Y un papel que tenemos nosotros es el de recordarle al nuevo gobierno las promesas que le hicieron al pueblo, porque esas son las que le dieron el derecho a gobernar y constituyen un compromiso que tan formal y seriamente adquirieron.
En relación a las elecciones municipales, luchar, como ya se dijo aquí, contra ese enemigo que es la abstención, recordar a los vecinos que si no se preocupan por el Municipio van a perder el derecho a reclamar los atributos y privilegios del Municipio.
La idea de Nectario Andrade Labarca, acogida por Eduardo Fernández y por el Directorio, de buscar un sistema de selección por las bases populares para los candidatos, es indudablemente uno de los cambios que hay que intentar. Y algo que quisiera decir también: debemos trabajar, utilizar todos los recaudos que tenemos para controlar el proceso electoral. Ya estamos exigiendo que la tinta indeleble sea realmente indeleble; que se tomen a tiempo precauciones para evitar la votación múltiple; y una recomendación que quiero hacer, para que se trasmita a todos nuestros funcionarios electorales: observar bien la titularidad de la cédula de identidad. No todo el que presenta una cédula de identidad es el titular de la misma. Hay que ver la fotografía, y si la fotografía no es clara hay que apelar a otros mecanismos: no podemos dejar que nos arrope de nuevo la llamada «Operación Galope».
Mensaje final
En el año 1979, en la Convención del Partido, comenté que un humorista en un diario deportivo de esta ciudad había puesto una frase más o menos como ésta: «Venezuela es un país tan democrático, que cuando un partido gana las elecciones empieza de inmediato a trabajar para perder las próximas». Pareciera que esa regla lleva cierta inclinación a cumplirse, pero no podemos conformarnos con esto, tenemos que ganarnos por nosotros mismos el papel de ser fuerza guiadora, la fuerza orientadora del futuro de Venezuela.
Reclaman la responsabilidad histórica de COPEI más de dos millones de votantes, y el resto del país no adeco que votó por AD y aunque le dio su voto a ese partido y a su candidato, admite que un partido fuerte de oposición tiene que cumplir su deber. Una de las razones de mi candidatura fue el pensar en la proyección histórica que el partido tiene que cumplir. Eso no lo podemos perder de vista. Y ya que Jorge Luis Borges ha sido citado en nuestra política reciente, quiero terminar con él, ante la visión de nuestros grandes objetivos, recordando estos versos:
«No he recobrado tu cercanía, mi patria, pero ya tengo tus estrellas».
«Ante su firmeza de luz todas las noches de los hombres se curvarán como hojas secas».
«Son un claro país y de algún modo está mi tierra en tu ámbito».
Tenemos el objetivo lejano, compañeros, pero podemos observar las estrellas. Esas estrellas nos han guiado a lo largo de 38 años y están presentes en nuestro destino y en nuestra fe.
Muchas gracias.