Las tasas de interés
Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 24 de julio de 1985.
Uno de los visitantes más lúcidos que hemos tenido en Caracas últimamente ha sido el ex Premier y seguro candidato a las elecciones presidenciales en Francia, Raymond Barre. El señor Barre tomó contacto con las altas autoridades y con la representación de las principales fuerzas políticas, sectores sociales y medios de comunicación social. No eludió las preguntas que se le formularon y sus respuestas mostraron la claridad y elegancia características de los oradores y escritores franceses.
A la entrevista que sostuvo con la dirección nacional de mi partido asistí, con el deseo de saludarlo, ya que por iniciativa del común y admirado Francois Perroux había tenido oportunidad de visitarlo y platicar con él cuando ejercía el cargo de primer ministro; ocasión en la cual pude apreciar las singulares dotes que le hicieron pasar –casi por sorpresa para la generalidad- al primer rango político de su país.
La dirección de Copei le pidió opinión sobre diversos tópicos. Entre ellos, naturalmente, los que más inquietan a los venezolanos: el mercado petrolero y la deuda externa. En cuanto al primero, hizo un análisis ponderado de los momentos por los cuales ha atravesado la política de la OPEP a partir de 1970. El alza de los precios en 1971-1973 la halló plenamente justificada; el alza de los años 80 la consideró imprudente y equivocada, pues estimuló la competencia de fuentes más costosas y el ahorro del consumo energético. La situación actual, a su juicio, deben manejarla con prudencia los consumidores, ya que si éstos pretendieran orientarse por un propósito «revanchista» contra la OPEP provocarían graves trastornos y, a vuelta de no más de una década, originaría una nueva explosión en el mercado.
Me interesó mucho su análisis sobre la situación actual del problema de la deuda externa: él convino en que no se trata solamente de una cuestión económica, sino política. Y en el apunte de los elementos para la solución señaló uno que creo indispensable destacar: una tasa de interés fija.
Sus interlocutores entendimos que al decir «fija» estaba señalando un tope, que no impida el que si las circunstancias lo permiten, pueda bajar más. De la conversación colegimos que pensaba en una tasa de interés moderada, a la que pueden ofrecer compensación ciertos mecanismos a través del Fondo Monetario Internacional (que se quitaría algo de la mucha mala voluntad que se ha granjeado en los países deudores) y del Banco Mundial. Francia, la República Federal de Alemania y Japón –dijo– están dispuestos a aportar su cuota en esta especie de subsidio; falta que lo hagan los Estados Unidos y la Gran Bretaña para ponerlo en marcha. Por supuesto, no faltó en la palabra del líder francés la crítica a la política financiera de los Estados Unidos, el país más rico y al mismo tiempo el mayor deudor del mundo, a cuyo gigantesco déficit presupuestario atribuyó una buena parte de la actual situación mundial.
Cuando comenzaron a incrementarse en forma desmedida las tasas de interés comenté, con algunos banqueros amigos míos, que eso podría convertirse en una bomba de tiempo que amenazaría destruir el sistema financiero capitalista. No hay duda de que la situación de los países del Tercer Mundo se agravó considerablemente cuando nos forzaron a pagar intereses bancarios cada vez más caros. Les recordé que cuando estudiábamos las nociones elementales de la ciencia económica en la Universidad, se nos planteaba el histórico debate acerca de la licitud o ilicitud del cobro de intereses por el dinero dado en préstamo, a partir de la opinión de los teólogos medievales que la rechazaban con el argumento de que «pecunia non paret pecunia». Llegábamos a la conclusión de que en la sociedad moderna es lícito el cobro de intereses, por diversas razones: una, el deudor usa el dinero para producir más dinero, porque en nuestro tiempo el dinero si «pare» dinero; otra, debe compensarse al acreedor por la privación de esta posibilidad; otra, si a través de un proceso inflacionario continuo, el dinero va perdiendo valor, el cobro de intereses viene a constituir una compensación por esa merma. Pero, por ello mismo, se me hace difícil entender que en países cuya tasa inflacionaria está contenida en el orden del 3 al 6%, se exijan intereses que llegan al 12, 13 o 14% y aún más.
Antes y después de la Guerra Mundial se hacían préstamos para viviendas de interés social y obras de servicio público al 4%. Un interés del 6% no era excepcional; y los más altos llegaban al 8, 9 y 10%. El Código Civil venezolano de 1942 limitó al 1% mensual el préstamo con garantía hipotecaria y el Decreto contra la usura, de la Junta de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt, en 1946, declaró usuario sobrepasar en cualquier manera este tope del 12% en todo préstamo de dinero.
Un arreglo de la deuda que pesa sobre los países en vías de desarrollo debe establecer un tope fijo y equitativo para las tasas de interés, para que pueda satisfacerse sin sacrificar las posibilidades de vida de sus pueblos. Recientemente se ha observado una tendencia a la baja, pero todavía están en un alto nivel.
Si fuere necesario, los países capitalistas podrían establecer subsidios y compensaciones, como lo propone el presidente Barre.
En mesas redondas en los Estados Unidos, cuando me han preguntado qué pienso yo que podría hacer ese país ante el problema de la deuda, he respondido que no debe ser imposible hallar una respuesta por el país que realizó el Plan Marshall. Éste, recordado recientemente por personalidades como el presidente de Colombia, Belisario Betancur, fue una de las operaciones más extraordinarias de la política internacional, no sólo en este siglo, sino en la historia de la humanidad. En vez de cobrar a los vencidos cuantiosas reparaciones de guerra, les prestaron en las mejores condiciones sumas inmensas para que reconstruyeran sus economías. Se dijo que la finalidad fue evitar que cayeran en manos del comunismo. Esa razón, con algunas variantes, es operante ahora. Si no se halla un camino, las consecuencias pueden ser catastróficas.
Y otra cosa. Tenemos que insistir en que para pagar necesitamos producir divisas y esas no las tendremos si no se nos abren las puertas del mercado internacional. Si Venezuela vende su petróleo en cantidades convenientes y a buen precio, puede hacer honor al compromiso de «pagar hasta el último centavo». Si no, muy problemático será cumplirlo.