Cuarenta años
Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 8 de enero de 1986.
El domingo 13 de enero de 1946 se celebró en Caracas la asamblea constitutiva del Comité de Organización Política Electoral Independiente, que desde entonces tomó personería en la historia política de Venezuela con las siglas COPEI. Suspendidas estaban las garantías constitucionales desde el 18 de octubre de 1945, en que fue derrocado el gobierno del presidente Medina Angarita: uno de los fundadores de COPEI, abogado del propietario de un local ubicado en la plaza de Candelaria donde se iba a instalar una lavandería, obtuvo su permiso para usar ese día la planta baja, donde cabían unas quinientas sillas, para la reunión.
El nombre y la naturaleza del organismo se explican por el deseo de no lanzar desde la capital la constitución formal de un partido por un puñado de personas, sino ir creando en las diversas entidades del país diversos comités, los que a su vez se reunirían en una gran convención para dar existencia definitiva a un movimiento genuinamente nacional. Se fueron fundando aceleradamente, promovidos en general por antiguos dirigentes de la agrupación estudiantil UNE, que a lo largo de la década precedente habían estado madurando el ideario e intentando salir a la vida política en forma organizada. El mismo día que en Caracas, por cierto, se fundó COPEI en el estado Yaracuy y pronto fueron los demás surgiendo aquí y allá. Su participación en los procesos electorales de 1946 para la Asamblea Nacional Constituyente y de 1947 para Presidente de la República y Congreso, precedieron a la Tercera Convención, que fue la que en 1948 decidió la constitución definitiva del partido. Pero las siglas habían penetrado tanto, que hubo que conservarlas en los estatutos así: «El Movimiento Político Social-Cristiano Copei (en su origen: Comité de Organización Política Electoral Independiente) con todas sus seccionales reconocidas en el territorio de la República, se organiza definitivamente, por decisión de su Tercera Convención Nacional, en partido político, con las responsabilidades y atribuciones que en tal carácter le reconocen las leyes».
Fue nuestro propósito inicial no adoptar de inmediato una determinada etiqueta. De allí la vaguedad del nombre original. Sin embargo, en seguida fue identificado COPEI, por tirios y troyanos, como de la corriente universal demócrata-cristiana. Su aparición coincidió y hasta precedió a la constitución de partidos de la misma corriente en Europa, después de la terminación de la II Guerra Mundial, en 1945. Dimos preferencia a la denominación «socialcristiana» sin ninguna referencia exterior, para insistir en el aspecto social y no meramente político de nuestro programa. Pero la fisonomía inconfundible del partido requirió que los estatutos actuales, en el artículo que dispone que «el nombre Copei identifica a la organización y le pertenece» precisaran: «También identifican al partido y le pertenecen los nombres Partido Social Cristiano, Partido Demócrata Cristiano y Democracia Cristiana, los cuales se han venido usando indistintamente para denominarlo». Esta declaración no ha sido nunca motivo de objeción alguna.
Cuarenta años de un partido político, en un país como Venezuela que vio la lucha de partidos en el siglo pasado naufragar en la guerra civil y sepultarse finalmente en el mausoleo de la autocracia, representan un hecho fundamental para entender nuestro proceso político. Cuarenta y cuatro años cumplió en septiembre Acción Democrática, otras importantes organizaciones frisan también en las cuatro décadas. El Partido Comunista de Venezuela tiene algo más, fijando su iniciación en los pequeños cuadros de la clandestinidad durante la dictadura gomecista. AD y COPEI han tenido en la competencia democrática el mayor auge y se han alternado en el Gobierno durante estos seis períodos constitucionales de vida democrática. El bipartidismo en Venezuela no deriva de la norma legal, sino de la voluntad de los electores.
Son incontables los sacrificios que a lo largo de cuatro décadas supone el desarrollo de un partido. Se requiere una dosis inagotable de constancia para llevar adelante la lucha, en medio de una realidad política surcada por contradicciones y sumida durante nueve años en una asfixiante dictadura de la que parecía imposible salir. Sin esa fe y esa constancia, la democracia no se habría alcanzado en Venezuela; sin ellas, habría sido después imposible mantenerla, en una etapa durante la cual se hundían estrepitosamente las instituciones democráticas en países hermanos de mucha mayor trayectoria que la nuestra.
Para salir avante, el partido Copei ha tenido que conjugar el idealismo y el realismo. Un impulso inspirado por altos valores, por nobles conceptos, por un apasionado amor a la patria y al pueblo y una interpretación acertada de la realidad social, de la idiosincrasia nacional, de los factores raigales de la acción colectiva. Iniciado como una íntima comunión en torno a principios esenciales con una decidida vocación de servicio, a medida de su crecimiento refleja más el medio ambiente y la manera de ser de la colectividad a la que se propuso interpretar y servir. El reflejo de virtudes y defectos de la comunidad que aspira a dirigir y representar no lo exime, sin embargo, del deber de superar lo negativo y de contribuir a la educación de la conciencia del pueblo, sustento y condición de la democracia.
Hoy se ha hecho común en Venezuela una literatura hostil a los partidos, sobre todo a aquellos que han gozado en mayor medida del favor popular. Unas cuantas de esas imputaciones no carecen de fundamento; pero su justificación debe suponer por otra parte la valoración de los hechos y el reconocimiento de los numerosos aspectos positivos. Al celebrar Copei cuarenta años de existencia, estoy de acuerdo en que se impone la renovación de aquel impulso generoso que le dio ser al partido y que ha favorecido su fortalecimiento. Y robustecer a la vez el propósito constante de renovación y de cambio para atender eficazmente las nuevas necesidades sociales.
Compartimos la preocupación de quienes protestan por la transformación de los partidos en agencias de clientelismo político y su reducción a maquinarias dedicadas a conquistar el poder por el poder mismo. Invocamos los manes que dieron origen a Copei para que el partido esté dispuesto siempre a crecerse en la dificultad, a mirar por encima de las pequeñeces y mezquindades de la vida diaria, a encender en las nuevas generaciones el amor por su país y la noble ambición de servirlo. A escrutar con honda mirada el porvenir, para proponer y realizar las fórmulas capaces de engrandecer la patria y de hacerla hogar feliz de nuevas generaciones emprendedoras, laboriosas y audaces. Y, sobre todo, felices.