Vuelve la anarquía petrolera

Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 12 de febrero de 1986.

Cuando se creó en Bagdad, el 14 de septiembre de 1960, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el propósito fue enfrentar la anarquía existente en el mercado petrolero, que los países importadores y las «siete hermanas» transnacionales manejaban a su antojo, a expensas de los países productores.

Esto lo resumió el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, en la reunión de Caracas, así: «La celebración de consultas regulares entre sus miembros, con el objeto de coordinar y unificar sus políticas y determinar la actitud que deberían adoptar en defensa de precios estables del petróleo, libres de toda fluctuación innecesaria, para lograr el restablecimiento de los precios a los niveles prevalecientes antes de las reducciones y para asegurarse de que, si apareciere una nueva circunstancia que según las compañías explotadoras requiriese modificaciones de precio, éstas entren en consulta con el miembro o los miembros afectados, para explicar cabalmente las circunstancias».

Afirmó Betancourt y lo ratificó en su discurso el ministro Pérez Alfonzo: «No nos interesan éxitos espectaculares, sino el plasmar, tras quietas y laboriosas sesiones de trabajo, fórmulas concretas encaminadas a impedir pugnas competitivas –a costa de los intereses primordiales de los países exportadores– entre quienes producen y comercian con petróleo con destino a los grandes centros industriales».

Durante su primer decenio, no fue mucho lo que la OPEP pudo lograr. En Venezuela, la opinión pública se quejaba de que perdíamos mercados que nos quitaban productores del Medio Oriente y del norte de África. Voces autorizadas calificaban a la OPEP como «elefante blanco». Este fue tema obligado en numerosos foros y debates de la campaña electoral de 1968. Respondíamos que nuestro objetivo no podía ser abandonar la Organización, sino fortalecerla.

En representación de Venezuela sostuvimos, en las conferencias de la OPEP, que era necesario programar la producción para obtener precios más equitativos, pues no se trataba de vender más sino de venderlo mejor. El petróleo se regalaba a menos de dos dólares el barril. Mientras tanto, todos los artículos –y en especial las manufacturas exportadas por los países industriales subían considerablemente. En Teherán, el 15 de febrero de 1971, se dio un primer paso, decretando un aumento uniforme de 33  centavos de dólar por barril. Se ha reconocido que este acuerdo fue «el resultado concreto de los principios de la Conferencia de Caracas», celebrada en diciembre de 1970.

Había ocurrido un hecho trascendental: el poder de decisión en la fijación del precio había pasado a las manos de los productores. Para todos los proveedores de materias primas era un acontecimiento muy promisor. El proceso continuó, impulsado también por razones políticas. En 1974 estaba en 14 dólares el barril.

Esta alza produjo un gran impacto. Se le achacaba la inflación, pero quedó demostrado que ésta había tenido otras causas, antes del aumento del petróleo. Se trató de echarnos a los pueblos del Tercer Mundo contra los países petroleros, pero aquellos entendieron que la causa que librábamos favorecía a todos los suplidores de productos primarios. Los países de la OPEP realizaron programas de ayuda a países subdesarrollados, en proporción mayor de lo que lo habían hecho los países ricos. El ministro Pérez La Salvia puso gran empeño en que se creara un Banco de la OPEP, que habría servido a la vez de factor de desarrollo y colchón protector, pero desgraciadamente no se obtuvo para la idea el amplio apoyo esperado.

La acción de la OPEP en la década de los años 70 produjo para la humanidad indudables beneficios. 1) Logró concientizarla sobre el problema de la energía, hasta entonces menospreciado por la facilidad de obtener petróleo barato: se paró en seco una vertiginosa carrera hacia una gran crisis energética, que habría encontrado al mundo impreparado en el siglo XXI. 2) Moderó el despilfarro de esos recursos naturales no renovables; los programas de economía puestos en práctica por las naciones industrializadas dieron resultados considerables. 3) El alza de los precios estimuló la investigación de nuevas fuentes de energía, como la energía nuclear, la energía solar, la energía geotérmica, la energía eólica y reactivó el aprovechamiento del carbón. 4) Estimuló la investigación y hallazgo de nuevos yacimientos petroleros, porque se hizo rentable la cuantiosa inversión requerida.

Pero las perspectivas se perdieron. Se olvidó que el objetivo primordial de la OPEP  era impedir las dislocaciones del mercado. Se cedió a la tentación de aprovechar alzas ocasionales, como la motivada por el conflicto Irán-Iraq y no se puso suficiente interés en lograr acuerdos con los nuevos productores no-OPEP, los cuales apelaron al tradicional y funesto recurso de ofrecer precios más bajos para lograr acceso al mercado mundial. Ahora estamos a la puerta de una guerra de precios, suicida como todas, manipulada con habilidad y arrogancia por los países industrializados. Bajan los precios, aunque no en beneficio de los consumidores finales, sino de los intermediarios y del fisco de los países importadores.

Cuando fui en 1974 a Londres a entregar una estatua de Bolívar, al responder el banquete ofrecido por el ministro Callaghan sugerí que los hallazgos del Mar del Norte podrían llevar a vuelta de pocos años al Reino Unido a solicitar su incorporación a la OPEP. Se tomó la frase como una inflexión humorística. Pero lo cierto es que las cosas habrían ido de otra manera si hubiéramos podido llevar a Inglaterra y Noruega, y después a México, a reuniones con la OPEP y hubiéramos entrado en conversaciones con ellos para equilibrar el mercado. Más todavía, si cuando éramos los más fuertes hubiéramos insistido en la idea que habíamos planteado los venezolanos, de un diálogo abierto con los países importadores, para evitar una pugna fatal.

En la historia del petróleo se da la paradoja de que lo que ha ocurrido como imprevisto era perfectamente previsible. Previsible era el alza de los años 70, que como dijo en Caracas el notable político y economista francés Raymond Barre, estaba plenamente justificada. Previsible la baja posterior al alza coyuntural de los años 80, por factores desencadenados por la misma OPEP. Hoy cuando se insiste que la baja actual era previsible, observamos que si el índice de inflación en el mundo desarrollado en los últimos doce años pudo estar entre 4 y 5%, los dólares de 1974 tienen un valor real mucho menor. Estamos descendiendo más allá de lo que la equidad acepta y la economía tolera.

La anarquía en el mercado es la gran enemiga de la economía petrolera. Combatirla con efectividad constituye la mayor urgencia. Un derrumbe en los precios petroleros sería grave, aun para los que están ingenuamente cantando victoria.

Y mientras tanto, es necesario estudiar seriamente la futurología, considerar todas las hipótesis (todos los escenarios, como dicen los economistas). Para que no nos coja de improviso una situación que debemos tener suficientemente prevista para que no se desperdicie. Es de suponer que la coyuntura actual tendrá que superarse; pero ¿cuándo? ¿En qué forma? Ojalá no tengamos que decir otra vez que habríamos debido suponerlo, pero no nos dimos cuenta. Como le pudo ocurrir al mariscal Rommel, que pasaba triunfante sus tanques sobre el desierto libio, desplegando sus facultades de militar extraordinario, pero no supo –porque los técnicos no se lo dijeron, aunque se los suponía los mejores del mundo que navegaba sobre un mar de petróleo. Los nazis perdieron la guerra por falta de petróleo. Dios ciega a quien quiere perder.