Democracia en Guatemala

Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 5 de marzo de 1986.

La toma de posesión de la Presidencia de la República de Guatemala por el líder demócrata cristiano Vinicio Cerezo Arévalo, electo por la voluntad popular en los comicios más limpios celebrados en aquel país, abre una nueva etapa para la vida democrática en América Central.

Guatemala, el mayor de los cinco países centroamericanos, fue el que primero recibió el impacto de la violencia política. Después del asesinato de Castillo Armas, quien ocupó el poder por vía insurreccional contra el gobierno de Arbenz, las acciones violentas de la izquierda y la derecha se fueron constituyendo en un hecho consuetudinario. Hubo, sí, elecciones, a las cuales sucedieron denuncias de fraude y acciones de derrocamiento y con todo ello el fracaso de las nuevas esperanzas.

Ha sido un heroísmo fundar y desarrollar partidos como el demócrata cristiano, inspirado en ideales de solidaridad y de paz, orientado hacia una reforma profunda inspirada por la justicia social. Fueron muchos los militantes y dirigentes que ofrendaron  sus vidas ante los destellos de la violencia y el propio presidente Cerezo estuvo en más de una ocasión amenazado de muerte. Por otra parte, para una propaganda derechista intransigente en grado sumo, la democracia cristiana era sólo una variedad del comunismo a la cual había que combatir en todos los terrenos y por cualquier medio.

Estas circunstancias condujeron inevitablemente a un régimen militar, en el cual las Fuerzas Armadas tomaron cada vez mayor injerencia en todos los aspectos de la vida nacional y asumieron la tarea de una pacificación de mano dura, que ha dejado sembrados hondos sentimientos de rencor y deseos de revancha.

Todo ello se ha producido en un país de nutrida población indígena y que guarda el testimonio monumental de una gran civilización precolombina y que conserva en gran parte sus formas de vida y sus raíces culturales, en medio de un fenómeno de transculturación y de urbanización que crece velozmente al lado de las vivencias tradicionales y de la manera de ser de la población rural.

La situación económica es difícil. Los costos energéticos no serán fácilmente soportables por los países centroamericanos hasta que pueda alcanzar niveles satisfactorios la producción de la energía geotérmica, obtenida de sus volcanes. El café, ya lo sabemos, ha sido siempre un fruto de precio variable en los mercados internacionales. Años atrás, un centroamericano amigo mío explicaba con cifras a los norteamericanos las repercusiones nefastas que tenía en la vida de esos pueblos la disminución de un solo centavo en una libra de café comprada por las amas de casa en los Estados Unidos. Cuando había alza, los hacendados viajaban a Europa y los gobiernos la aprovechaban, no tanto para ir a remediar la situación social como para construir obras suntuarias, hermosos edificios con la idea de renovar en los tiempos modernos el esplendor hispánico de la capitanía.

La fe en la democracia, la constancia en la lucha, el amor al pueblo, han producido un alentador resultado. El pueblo aglomerado frente al Palacio Nacional el día de la inauguración presidencial, mostraba su alegría, su propósito de mantener la libertad y su amor a la patria. El Presidente es un hombre capaz y tiene valiosos colaboradores, entre ellos al demócrata cristiano René de León y el independiente Juan José Rodil.

El gobierno de Cerezo enfrenta una situación muy difícil. En su discurso inaugural, recalcó el magistrado la situación desastrosa en que recibía el país y delineó sus planes de gobierno, inspirados en la primacía de la persona humana y en la decisión valiente de encarar la injusticia y luchar por los desheredados.

Es indudable que las posibilidades de éxito dependen, en buena medida, de los militares. De la convicción que ellos mantengan de que el sistema democrático, con todos sus defectos, no es sólo el que tiene justificación ética sino el que ofrece mayores posibilidades a la dignificación de las Fuerzas Armadas, a su mejor entendimiento con el pueblo y a la elevación de su nivel profesional y técnico. De la conciencia de que alentar contra el sistema, no sólo sería criminal sino que conduciría al fracaso.

El presidente Cerezo afirmó contar con el respaldo de la institución armada. Tomó la determinación de nombrar en los más altos cargos de comando a oficiales de vocación democrática generalmente reconocida. Es de señalar que el general Mejía Victores, quien como jefe de Estado hizo entrega del mando al presidente constitucional, merece reconocimiento por haber cumplido el compromiso de realizar el proceso electoral y de aceptar su resultado. En el proceso jugó importante papel el canciller Fernando Andrade. Para quienes por obligante invitación observamos los actos de trasmisión del mando, era algo extraña la aparición de cuñas de propaganda televisada recordando el papel del Ejército en el enfrentamiento de la subversión, que terminaban con este slogan: «Pueblo de Guatemala: tu Ejército te ha cumplido». Pero cualquier observación que esto pudiera merecernos quedaba superada por el hecho mismo de la entrega pacífica del gobierno y del reconocimiento de la legitimidad del nuevo orden democrático.

Por otra parte, parece que hay en Guatemala –como en otros países– políticos que no alcanzan a darse exacta cuenta de lo trascendental y delicado de este momento histórico. Por un calendario que estimo como un error de procedimiento, se mantuvo viva a la Asamblea Constituyente hasta el propio 14 de enero, día de la toma de posesión del nuevo Presidente. Debates intrascendentes e inoportunos demoraron por dos largas horas la ceremonia de asunción del mando: se debatió ligeramente sobre la aprobación de su cuenta, sobre si la terminación de la Asamblea debía ser objeto de un decreto o de una declaración y –lo que a los observadores foráneos que los seguíamos por televisión nos pareció insólito– sobre si los miembros de la finiquitada Asamblea Constituyente debían no sólo conservar la honorífica condición de padres de la patria sino los privilegios y sueldos que habían tenido como miembros del cuerpo. Felizmente, la decisión les otorgó solamente la condición honorífica; pero dejaron la impresión, los que hicieron el planteamiento, de que no comprendían exactamente lo que se está jugando en aquel país hermano.