La Perestroika de Gorbachov
Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 16 de diciembre de 1987.
El que llegue actualmente a los Estados Unidos y visite una buena librería, la obra más desplegada que encontrará será la del secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, intitulada «Perestroika». Subtítulo: «Nuevas ideas para nuestro país y para el mundo».
La obra tiene todas las características de un bestseller y cumple todos los requisitos del negocio editorial. Cuesta veinte dólares el ejemplar, y no se ha hecho todavía la edición popular sin encuadernar (paper back). Los libreros explican que ésta no la harán sino después de que hayan vendido unos cuantos millones de ejemplares encartonados (hard back). De acuerdo con las reglas del comercio, en la contraportada se advierte: «Ninguna parte de este libro podrá ser usada o reproducida de algún modo o como sea sin permiso escrito, excepto en el caso de breves citas en el cuerpo de artículos críticos o revistas».
Es de suponer que, si mi experiencia es de hace pocas semanas, después del encuentro del secretario general con el presidente Reagan, la venta del libro debió incrementarse considerablemente. Los cables han informado del aprovechamiento que los negociantes han hecho, en camisas, juguetes, etc., con referencia al líder visitante, haciéndole de paso una amplísima publicidad y beneficiándose ellos con el incremento sustancial de sus ventas de la estación.
El libro es muy interesante. Lo más extraordinario que contiene es la crítica abierta del autor al funcionamiento del régimen soviético en las últimas décadas. Que lo diga un periodista occidental no tiene nada de espectacular. Lo impresionante es que quien lo dice ejerce el más alto cargo dentro del sistema, al cual pertenece desde su nacimiento y en el cual ha ido paulatinamente subiendo los escalones que lo han llevado a la máxima jerarquía. Su denuncia ha sido comparada por ello con el discurso de Kruschov en el XX Congreso del Partido Comunista, en el cual denunció abiertamente los crímenes de Stalin; pero, sin llegar hasta la imputación concreta de hechos delictivos, Gorbachov encabeza «una revolución dentro de la revolución» y no teme hablar de «democratización» y de reconocer que su programa de transformación de la realidad de su país ha encontrado resistencia en quienes preferirían continuar viviendo en la comodidad que ofrece el poder absoluto mientras se puede disfrutar.
La cosa empezó formalmente en abril de 1985, en la reunión plenaria del Comité Central del PCUS. Pero ya había asomado en el Informe del 22 de abril de 1983, en la sesión de gala del 113º aniversario del nacimiento de Lenin. Gorbachov no tiene reparo en reconocer –y en decirlo para el mundo exterior– que se habría producido una «erosión gradual de valores ideológicos y morales» (p. 21) y de afirmar: «Necesitamos democratización en todos los aspectos de la sociedad» (p. 32). Como consecuencia de la situación contra la cual reacciona, dice que «el pueblo no estaba acostumbrado a pensar y actuar en forma responsable e independiente» (p. 65). De ahí la necesidad de una «renovación democrática» (p. 76) en torno a la cual se formulan dos afirmaciones concomitantes: «no hay democracia sin crítica» (pp. 78. 80. 82); y «no hay socialismo sin democracia» (p. 79).
Cuando el autor usa el término «revolución» (pp. 49, 74) lo explica en forma muy similar a como lo hemos hecho otros en numerosas ocasiones (v.g. en mi discurso de clausura del II Congreso Mundial de las Juventudes Demócratas Cristianas, Berlín, 1965, en el libro «Ideario, la Democracia Cristiana en América Latina», (1970, pp. 207-220); su revolución es un conjunto de cambios radicales, producidos por una decisiva aceleración, pero en forma pacífica, democrática y –no sorprenderse– algo que «implica ley y orden» (pp. 49, 74).
Por supuesto, para ahondar tan arriesgadamente en la crítica de la situación para enfrentar las resistencias de los apegados a la rutina establecida, tenía que buscar dos palancas: el apoyo del pueblo, que se debe sentir más a gusto con la «glasnot», es decir, con la posibilidad de hablar y escribir cartas y observaciones sin que se le persiga y que abriga esperanza en lograr una «buena calidad de vida» (p. 98), y Lenin, en cuya fuente tiene que abrevar para que su manifiesta heterodoxia de hoy se interprete como una búsqueda de la genuina ortodoxia socialista del padre de la Revolución.
Lenin, en la sociedad soviética, refunde una doble condición de héroe y de mito. Es la encarnación de la nueva patria surgida en 1917 y el símbolo que llena el vacío dejado en una población educada dentro de un ateísmo militante por la falta de Dios. Para un venezolano, la presencia estatutaria y el culto al sepulcro y a las reliquias de Lenin, equivalen a como si se reunieran en una sola personalidad Cristo y Bolívar: el Dios y el Héroe, que encarnan para nosotros la religión y la patria.
Pues bien, la Perestroika o «reestructuración» del secretario general Gorbachov tiene que enlazar sus audacias con las raíces de la ortodoxia bolchevique. No debe sorprender, por tanto, que intercale con sus categóricas denuncias la reminiscencia de ideas o hechos de Lenin y base en él su tesis, hasta llegar a señalar que aquél no se asustó por la palabra «reforma». Lenin –dice– «no tuvo miedo de usar esta palabra y aun enseñó a los mismos bolcheviques a hacer ‘reformismo’ cuando fuera requerido para llevar adelante la causa de la Revolución en las nuevas condiciones. Hoy, agrega, necesitamos reformas radicales para el cambio revolucionario» (p. 52).
El proyecto de Gorbachov desde el punto de vista interno es evidentemente el de aflojar los estrechos lazos que han mantenido amarrados a sus compatriotas a través del ejercicio de un poder absoluto. Estimular el estudio, el análisis, la discusión y aun la controversia, para que esto contribuya a superar los bajos rendimientos en materia de producción y productividad en todos los órdenes y hacer viable una mejor calidad de vida. «Uno de los signos de la revitalización general es que nuestra prensa – afirma– está prefiriendo en forma creciente el diálogo al monólogo» (p. 77). Le duele que, habiéndose realizado un gran esfuerzo para impulsar la educación y la salud, el funcionamiento de uno y otro servicio – esenciales para la sociedad– no corresponda en la medida necesaria y no teme aseverar que el gran progreso alcanzado para la participación de la mujer en todas las actividades no autoriza a tolerar el descuido en la protección que se debe a la mujer como madre y ama de casa (p. 117). No admite que, habiendo logrado los rusos espectaculares éxitos en la tecnología espacial, se muestren rezagados en la tecnología de la vida ordinaria. «Deben subirse los estándares de vida y mejorarse la situación habitacional; más artículos y de mejor calidad deben ser producidos; los servicios de salud deben desarrollarse más; la reforma de la educación secundaria y superior debe ser realizada, y muchos otros problemas sociales deben ser resueltos» (p. 98).
Ello, desde luego, expresa un programa de política interna. «No a todo el mundo, sin embargo, le gusta el nuevo estilo» (p. 77). Pero está dispuesto a llevarlo adelante, reconociendo –eso sí– que «la política es el arte de lo posible» (p. 65). Pero, además, el libro habla en su subtítulo de un nuevo pensamiento «para nuestro país y para el mundo»: la mitad de la obra, en consecuencia, expone su visión de la política internacional. Trata con habilidad lo relativo a los países socialistas de Europa, a los cuales inevitablemente alcanzará en mayor o menor medida la «Perestroika». Delinea con prudencia lo relativo a las relaciones con China. Pero, especialmente incide en lo tocante a la Europa Occidental y a los Estados Unidos. La apertura es una pieza indispensable de su «revolución» y los logros que obtenga en ella son los que pueden afianzar el proceso interno de democratización. Para desarrollar la tesis del desarme no se va extramuros: aprovecha la «lección de Chernobyl», «una grave lección sobre lo que un átomo fuera de control es capaz de hacer, aunque se trate de un átomo usado para propósitos pacíficos» (p. 235). Propone con Occidente «cooperación, no confrontación» (p. 188). Demuestra, sin duda, ser un político de visión y coraje.
¿Logrará la «Perestroika» realizar el ideal de un socialismo verdaderamente democrático? Ese es el grave interrogante. Hasta ahora va andando su camino, superando las dificultades. Sería ilusorio pensar que existe ya en la URSS un ambiente de libertades que se acerque siquiera de lejos al modelo occidental. Más, no puede negarse que al movimiento emprendido lo mira con simpatía mucha gente de los dos lados del planeta. Un jefe soviético que proponga medidas de liberalización y no se arredre en anunciar «joint ventures con firmas extranjeras» (p. 66) es evidentemente un caso singular. No habíamos visto eso en los 70 años que lleva la Revolución de Octubre. Quién sabe qué sorpresas nos tendrán reservados los años que faltan para llegar a los albores del siglo XXI. Gorbachov dice: «Estoy profundamente convencido de que el libro no está terminado, no puede ser terminado. Debe ser completado con hechos» (p. 253). La conclusión deja abierta, pues, la expectativa.
NOTA: Como no tengo versión castellana del libro comentado y supongo, no la hay todavía, me he atrevido a traducir libremente las citas. Doy excusas por los errores que pueda haber en las versiones.