Promoción humana

Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 28 de enero de 1987.

Una horrible tragedia, el 18 de enero de 1986, en el Departamento de Petén, en Guatemala, nos arrebató a los venezolanos y a todos los demócrata-cristianos de América Latina y del Mundo, una figura realmente excepcional, la de nuestro gran compañero de luchas e ideales Arístides Calvani. Con él desaparecieron, además, su insigne esposa Adelita Abbo de Calvani y dos de sus hijas. Las había invitado a pasar con él su cumpleaños en las célebres ruinas de Tikal, que ellas no habían tenido oportunidad de conocer.

La muerte de Arístides produjo verdadera consternación; de ella informaron todos los periódicos del mundo, y a su recuerdo se tributa cada día mayor número de homenajes. Una avenida del sector de Los Chorros, en Caracas, por donde discurría a diario su actividad como Secretario General de ODCA (Organización Demócrata Cristiana de América) y como fundador y profesor de IFEDEC (Instituto de Formación Demócrata Cristiano) recibió su nombre por acuerdo unánime del Concejo Municipal de la jurisdicción. Pero por ello mismo, por la dimensión extraordinaria de la figura de Arístides, no se ha reparado suficientemente en la personalidad nada común de su fiel compañera (que estuvo con él siempre tan unida y lo acompañó en el viaje a la eternidad).

El Centro de Promoción Humana (Pro-Hombre) ha tenido un gran acierto –en consecuencia- al organizar en el primer aniversario del accidente del Petén un homenaje especial para Adelita, con un foro en el cual se hizo reconocimiento merecido a su permanente afán por la promoción popular y por el sentido humano de la misma.

Egresada de la Escuela Católica de Servicio Social, discípula y colaboradora de una gran mujer venezolana, Inés Ponte, y de otras esclarecidas figuras que la acompañaron en aquella institución, fue una apasionada de eso que alguna vez denominé «la técnica de la caridad». Adelita y Arístides, además de formar una bella familia, compartieron a cabalidad una preocupación constante por la marginalidad en todos sus aspectos: familiar, por supuesto, económico, educacional, social y moral.

Al prepararse el Programa de Gobierno que presenté al país en 1968, Arístides puso especial interés en el capítulo correspondiente a la Promoción Popular. Cuando lo designé Ministro de Relaciones Exteriores, cargo en el cual cumplió una labor tal que se le considera unánimemente como uno de los mejores cancilleres que ha tenido Venezuela, le ofrecí a Adelita la Secretaría de Promoción Popular. Aceptó, pero sin sueldo; y realizó durante el quinquenio 1969-1974 una labor eficaz y callada, porque, como me tocó responder a un periodista que me interrogó sobre la Promoción Popular: «Es un programa largo y mientras menos escándalo se haga, mientras menos publicidad tenga, mayor sinceridad y mayor posibilidad habrá».

No pudimos lograr que el Congreso le acordara las partidas necesarias para la mayor amplitud de la obra. Hubo un acuerdo de los grupos políticos de oposición para hacer mayoría con el objeto de negarlas, y nos las rechazaron, por pensar que ellas podían favorecer electoralmente al gobierno. La señora Calvani, sin embargo, no desmayó; prácticamente sin dinero, y aprovechando la cooperación de funcionarios de otras dependencias, fue cumpliendo una labor en profundidad de indiscutible valor. Como ella misma diría: «Se puede considerar a la Secretaría de Promoción Popular como la institución que emprendió, por vez primera en Venezuela, la tarea de realizar experiencias que sirvieran de base para precisar un proceso de participación de la población en el desarrollo del país y para formular una metodología al respecto. Los esfuerzos cumplidos durante los cinco años de vida de la Secretaría de Promoción Popular (1969-1974) se dirigieron fundamentalmente a la experimentación de métodos, técnicas y logros que permitieran abrir un camino y establecer las bases para una transformación social fundada en la persona humana».

Al concluir el quinquenio, Adelita Calvani tomó la iniciativa de fundar el Centro de Promoción Humana (Pro-Hombre). Es una asociación civil (sin fines de lucro) empeñada en un propósito de investigación, educación para la participación, organización social e integración institucional. «Las experiencias y resultados obtenidos por la Promoción Popular en sus cinco años de vida constituyeron el punto de partida de un trabajo que se prolongó, durante diez años más, a través de Pro-Hombre, con el objeto de revisar, experimentar, completar y fundamentar nuestros procedimientos metodológicos». Las citas anteriores son de un excelente libro: «Las bases de la participación social en Venezuela», por Adela Abbo de Calvani, que acaba de entrar en circulación, patrocinado por Pro-Hombre, y que viene a ser como la obra póstuma de Adelita y a la vez una especie de testamento y de perfil auto-biográfico, porque en el planteamiento sistemático que hace de los problemas y de las posibles soluciones, se retrata su imagen de trabajadora social en alta dimensión, pendiente de entrarle a fondo a los complejos problemas de la marginalidad.

La exposición metódica, clara y científica, no sólo revela de cuerpo entero la personalidad de la autora, sino que obliga a centrar de nuevo las preocupaciones fundamentales de toda acción de gobierno o de dirección de la vida social en cualquier terreno o actividad, hacia la promoción del hombre como sujeto y término; a rescatar su condición de la situación infrahumana en que se encuentra. Sin demagogia, sin sectarismo, sin caer en populismos, la aspiración es cumplir una labor fundamental en la construcción de una nueva sociedad.

Digna es la memoria de Adelita Calvani, de un amplio reconocimiento. Su entrega a la promoción popular fue tal que, habiendo sido electa Presidenta del Concejo Municipal de Caracas –cargo que honró con su personalidad- al cabo de cierto tiempo renunció a continuar en tan honrosa posición porque quería dedicar más tiempo a su objetivo fundamental y gran parte se lo robaba el parlamentarismo del cuerpo y las obligaciones burocráticas.

Debo dejar constancia que la Secretaría de Promoción Popular que desempeñó durante mi período de gobierno, no le hizo descuidar su papel como esposa del Ministro de Relaciones exteriores, que cumplió con sencillez, con seriedad, con amabilidad, con comprensión humana.

Por algo, cuando hice una visita de Estado a los países de América del Sur, la esposa del ministro de Gobierno de Perú, general Edgardo Mercado Jarrín, que había sido ministro del Exterior durante algunos años, me dijo en Lima lo siguiente: «Durante el ejercicio de la Cancillería por Edgardo, él y yo hicimos buena amistad con todos los cancilleres de América Latina… pero, Arístides y Adelita son una cosa aparte». Arístides y Adelita: no solamente Arístides, porque él solo, sin ella, no habría podido alcanzar la elevación de vida y la potencialidad de acción que caracterizaron su maravillosa existencia.