El proyecto del representante Morrison
Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 8 de julio de 1987.
En un artículo del mes pasado, al insistir sobre mi idea de que la solución del problema de la deuda externa de los países subdesarrollados estaba en que un instituto internacional asumiera los créditos de la banca comercial y los renegociara con las naciones deudoras en condiciones razonables de plazo, intereses y posibilidades de pago, hice referencia a la noticia de que un Representante norteamericano había introducido a la Cámara un proyecto orientado en esa misma dirección. Ahora he recibido recaudos correspondientes al Proyecto aludido y a los razonamientos del proyectista, los cuales considero muy dignos de interés por parte de los latinoamericanos y de quienes dirigen desde los gobiernos el proceso de refinamiento.
El proyecto fue introducido a la Cámara de Representantes en la primera sesión del 100º Congreso de los Estados Unidos, el 5 de marzo de 1987, por el representante Bruce A. Morrison, demócrata del estado de Connecticut, por sí mismo y por el representante Levin, de Michigan, y está identificado con el número H.R.1453.
El sumario que inicia el largo texto lo describe así: «Dirigirse al Secretario del Tesoro para promover negociaciones a fin de establecer un intermediario financiero multilateral entre los países menos desarrollados gravados por una pesada deuda y sus acreedores, para reducir el monto de la deuda total de tales países a través de prácticas financieras innovadoras que provean a cada uno de esos países con un servicio corriente de la deuda más manejable, para fomentar el crecimiento económico en dichos países y reducir el monto de la deuda asumida por dichos acreedores».
Ese resumen, quizás, no es demasiado claro, pero contiene una idea cuya ampliación y adaptación al problema general de la deuda latinoamericana, podría constituir una puerta de salida para la grave situación actual.
El representante Morrison, en sesión del 28 de abril de 1987, mediante intervención que aparece en el «Congressional Record» de la Cámara, p. II 2605, hace una serie de precisiones que vienen a recoger lo que muchas voces han estado afirmando en los países deudores. Dijo lo siguiente: «El asunto de la deuda del Tercer Mundo es uno de los más complejos e importantes asuntos concernientes a nuestra Ley de Comercio. El Congreso debe ocuparse efectivamente de este importante problema porque afecta nuestra nación en por lo menos cuatro aspectos cruciales: Primero, la democracia en las naciones latinoamericanas es una meta vital de los Estados Unidos. La democracia no puede sobrevivir si los gobiernos elegidos no pueden mostrar a sus pueblos progresos en el manejo de la abrumadora carga de la deuda. Segundo, nuestra propia seguridad nacional es puesta en riesgo por la inestabilidad en este hemisferio. Los elementos radicales ganarán probablemente fuerza si pueden presentar la situación de la deuda como una que coloca los Bancos de Estados Unidos contra las propias necesidades de sus pueblos. Tercero, la seguridad y salud de nuestro sistema bancario está en peligro por un sistema que perpetúa el mito de que esos préstamos soberanos serán pagados de acuerdo con sus términos; y Cuarto, nuestro déficit comercial ha sido severamente impactado por los esfuerzos de esas naciones deudoras para cumplir el servicio de sus deudas. Han cerrado sus promisorios mercados a nuestros exportadores e invadido nuestros mercados en un esfuerzo desesperado por equilibrar sus propias cuentas comerciales. La pérdida de comercio favorable con las naciones latinoamericanas es una causa importante de nuestras dificultades comerciales actuales».
Todas estas consideraciones deben merecernos la mayor simpatía y seguir, no sólo con atención sino con la participación activa que se nos permita, el curso de esta iniciativa. La motivación del proyecto de ley, en su propio texto, reconoce que: «Acciones recientes de naciones soberanas en América Latina subrayan la realidad de que esas deudas no están siendo pagadas de acuerdo con los términos establecidos porque esas naciones, a pesar de extensas medidas económicas de austeridad, no pueden afrontar actualmente las obligaciones del servicio de esas deudas».
Y la intervención posterior del representante Morrison recuerda a los norteamericanos que: «La falla de los principales países deudores coloca en un riesgo real la seguridad y salud de nuestro sistema bancario. Sus continuados esfuerzos para exprimir sus propios pueblos para hacer pagos, están alimentando resentimientos y pueden conducir a la revuelta. La inestabilidad y la rebelión contra las democracias en América Latina crean enormes riesgos a los intereses de la seguridad nacional de este país. Más que todo, los riesgos que enfrentamos por nuestro propio déficit comercial no pueden ser reducidos sin una acción innovadora para aliviar el problema de la deuda del Tercer Mundo».
Por supuesto, muchas observaciones podrían hacerse a los diversos aspectos de la iniciativa del representante Morrison o a sus planteamientos. Por ejemplo, él se refiere a los países menos desarrollados fuertemente agobiados por el pago de la deuda. Podría preguntarse cuáles son y plantear si no es justo y conveniente extender el nuevo trato a todos los países que están enfrentando en mayor o menor grado la misma situación. Conviene observar que en su discurso el proyectista hace mención especial de Brasil, Perú, Argentina y Filipinas, pero a título de ejemplo, evidentemente sin intención limitativa.
Uno de los aspectos más importantes de la proposición es el de pedir al Secretario del Tesoro norteamericano «negociar con el fin de crear una nueva Autoridad Internacional para el manejo de la deuda». Sabemos a ciencia cierta, de fuentes autorizadas y confiables, que Francia y la República Federal de Alemania están dispuestas a hacer un esfuerzo en el sentido de algo similar. Parece seguro que Japón se encuentra en una posición favorable. El hecho de que Estados Unidos tome la iniciativa sería decisivo y al mismo tiempo constituiría un factor muy importante para que el Reino Unido se inclinara a esta nueva operación, que vendría a ser una especie de Plan Marshall, emprendido colectivamente por los países occidentales para sacar al mundo de esta grave y preocupante situación.
Los gobernantes latinoamericanos, y especialmente aquéllos que llevan sobre sus espaldas la responsabilidad de la renegociación de la deuda, tienen una gran oportunidad para cerrar filas y empujar esas voluntades que empiezan a mostrarse en los países acreedores proclives a dar los pasos necesarios para superar este problema; haciéndolo, como lo ha reclamado la declaración pontificia de diciembre, antes de que sea demasiado tarde.