Los latinoamericanos de Puerto Rico

Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 11 de noviembre de 1987.

El tema de este artículo, que hace más de dos años traté con motivo de la inauguración del período del gobernador Rafael Hernández Colón, está de nuevo sobre el tapete, con motivo de la importante visita oficial que hizo dicho elevado funcionario a Venezuela.

Esta visita es una de las que está realizando Hernández Colón a diversos países de nuestro hemisferio, con la evidente intención de fortalecer los lazos históricos, actuales y futuros que unen al suyo con los demás de la comunidad latinoamericana.

En la política de Puerto Rico, en la que se practica un amplio debate democrático, los viajes del Gobernador han sido motivo de curiosas controversias. Algunos han dicho que se justifican en cuanto tienen el carácter de viajes «internacionales», pero no serían procedentes si fueran viajes «diplomáticos». Es la concepción de que, estando la isla bajo la soberanía de Estados Unidos, todo lo que tiene carácter diplomático es del resorte jurisdiccional de la potencia del Norte. Otros, desde una posición contrapuesta, buscan motivos para la crítica en el status del Estado Libre Asociado, su posición no independiente, y hasta hubo un debate acerca del otorgamiento de la Orden del Libertador al magistrado visitante, porque Bolívar soñó con la independencia de Puerto Rico y ese sueño está latente en el corazón de todos los latinoamericanos.

Sea lo que se quiera, lo cierto es que la mayoría del pueblo borinqueño se siente fortalecido espiritual, cultural y políticamente cuando se halla más cerca de sus hermanos de raza. Las visitas de Hernández Colón constituyen, innegablemente, un factor efectivo para robustecer la propia identidad nacional. Porque, a casi un siglo del traspaso de la soberanía de España a Estados Unidos, la población conserva su idioma, sus vivencias, su folclore, su cultura y un sentimiento que, sin temor a equivocarme, me atrevo a calificar como sentimiento nacional.

He afirmado, por ello, tanto en el discurso que se me invitó a pronunciar en la Cámara de Representantes, en San Juan, como en las palabras de bienvenida que ofrecí al gobernador Hernández Colón en Caracas, que, sea cual fuere su status político, para nosotros Puerto Rico será siempre una nación latinoamericana. Por supuesto, en nuestro corazón desearíamos verla gozar de todos los atributos de un Estado soberano; pero debemos admitir que esta materia no nos corresponde a nosotros decidirla, sino a la voluntad de su pueblo, libremente expresada.

Los hechos reales han planteado una situación peculiar. De las manos españolas, Borinquen pasó a las manos norteamericanas sin que pudiera disfrutar del derecho de determinación en el momento de finalización de la guerra. A una situación originariamente colonial ha seguido un proceso de autonomía creciente, y la fórmula del Estado Libre Asociado, sujeta naturalmente a todos los análisis y críticas que pueda merecer, le permite gobernarse a sí mismo, mediante la elección popular y directa del Jefe del Ejecutivo, la de las dos ramas del Poder Legislativo y la organización de su administración de Justicia. Las atribuciones del gobierno insular poco difieren de las que ordinariamente ejercen los de una república independiente; pero Estados Unidos se reserva un control estricto en materia de defensa, el régimen de aduanas y lo relativo a las relaciones «diplomáticas».

A cambio de estos privilegios, Norteamérica asume una serie de cargas y otorga una serie de ventajas que para el pueblo puertorriqueño cuentan mucho. El solo subsidio para socorrer a las familias que se encuentran por debajo del nivel de pobreza crítica (más alto, por cierto, que el ingreso «per cápita» de muchas naciones latinoamericanas) y otra serie de gastos federales llegan, según creo, a una cantidad anual mayor que el presupuesto oficial de Venezuela. Y la posibilidad de ingresar a Estados Unidos aprovechando legalmente su mercado de trabajo constituye para muchas familias, una seguridad de sustento y una fuente de divisas de consideración. Del total de puertorriqueños que hay en el mundo, una tercera parte vive en Estados Unidos: es decir, un número equivalente a la mitad de la población que habita en la isla.

Una posición que ignore este hecho, por noblemente inspirada que esté, difícilmente puede conseguir el apoyo democrático de la mayoría de los votantes. Más bien hay el peligro de una corriente que propone la incorporación pura y simple, en forma de un nuevo Estado de la Unión Americana. Con ella –dicen los partidarios de la «estadidad»– podrían disfrutar de muchas ventajas más, con el goce pleno de los derechos que tienen los ciudadanos de Estados Unidos.

Para ablandar la resistencia que muchos latinoamericanos mantenemos –sin poder de decisión, pero con inocultable sentimiento– los «estadistas» alegan que cuando entren a formar parte integral de la nación del Norte, los puertorriqueños estarán en mayor capacidad de influir en la política y en la vida social norteamericana para prestar mayor atención a América Latina y rectificar conductas erradas respecto de nuestros países. Esta influencia –sostienen– tendrá apoyo y a su vez fortalecerá la posición de la considerable minoría de habla hispana que vive en el Norte. Porque es sabido que en el Sur y Oeste de Estados Unidos hay una creciente cantidad de hispanohablantes que ya no se empeñan en asimilarse totalmente al medio, sino que sus nuevas generaciones se esfuerzan por conservar el español, por hablarlo en sus relaciones familiares y en actividades sociales, y por defender con una presencia activa lo que hemos llamado «el orgullo de ser latinoamericano». Hay numerosas estaciones de TV y de radio que trasmiten sus programas en español, y hasta telenovelas producidas en Latinoamérica son muy apreciadas en el mercado norteamericano.

A pesar de todo, estos argumentos no nos han llegado a conmover. Pero tenemos que admitir que el asunto no lo podemos dirimir nosotros, sino los propios puertorriqueños, a los cuales debe garantizarse a plenitud –eso sí– el derecho de libre determinación. Hay que reconocer, por otra parte, que el partido de Muñoz Marín y Hernández Colón, con el Estado Libre Asociado, ha levantado hasta ahora una barrera al auge del movimiento pro estadidad. Una posición más radical, posiblemente habría tenido menor respaldo y habría sido quizás impotente para contenerlo.

En estos días se habla en Puerto Rico de las conveniencias de convocar una asamblea constituyente para definir el status. Por otra parte, los presidentes norteamericanos han hecho declaraciones que los comprometen a aceptar la fórmula que los isleños prefieran. Se habla en algunos medios de una «república asociada». En todo caso, me parece que las variantes de fondo serán difíciles de llevar más allá de un grado progresivamente mayor de régimen autónomo. La participación formal en la vida internacional la tienen algunas repúblicas soviéticas vinculadas a la URSS: ¿por qué no podría tenerla Puerto Rico? La presencia de las autoridades norteamericanas podría reducirse a lo estrictamente indispensable. Estas son cosas que se me ocurren al voleo. No creo que nos corresponda ir más alá en nuestras conjeturas.

Lo que interesa, por encima de todo, es que la identidad nacional de Puerto Rico no se pierda, sino al contrario, se afirme. Allá me observaban algunos intelectuales y políticos que esa identidad es tan fuerte, que Puerto Rico no es bilingüe: la gente maneja el inglés, pero su idioma propio es el español. Y los norteamericanos, en un siglo, ni siquiera han podido hacer que la puntualidad sajona desplace a la impuntualidad latina.

Los viajes de Hernández Colón, sus programas de mayor intercambio a ofrecer a los países hermanos una participación en las ventajas que su situación le permite a Puerto Rico en la economía norteamericana, todo ello no puede ser visto sino como altamente positivo, desde el ángulo que se lo vea. La invitación de los Reyes de España, recientemente, constituyó un verdadero suceso, que puso nuevamente de relieve la fraternidad. El medio milenio del Descubrimiento o –para decirlo con una expresión más aceptable a los contestatarios que, aunque venidos de otros continentes, rechazan considerarnos «descubiertos»– del Encuentro de Dos Mundos, lo están aprovechando el Gobernador y su gente como un instrumento eficaz para acentuar la «hispanidad» o, más correctamente, la latinoamericanidad de Puerto Rico. Deber de toda la familia es darles estímulo y respaldo en esa empresa.