La preocupación social de la ONU
Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 21 de septiembre de 1988.
De las siete Encíclicas que ha expedido Su Santidad Juan Pablo II en sus diez años de pontificado, dos han sido de tema social. La primera de ellas, por cierto, estaba lista para publicarse el 15 de mayo de 1981, en la ocasión de cumplirse noventa años de la publicación de la «Rerum Novarum» de León XIII, llamada la Carta Magna de los Trabajadores. No pudo salir en esa fecha, porque Juan Pablo II estaba entre la vida y la muerte, a consecuencia del atentado del que salvó la vida milagrosamente: por eso se publicó el 14 de septiembre del mismo año. Dicha Encíclica «Laborem Exercens» sobre el trabajo humano, ratifica la enseñanza de la Iglesia acerca de la dignidad de la persona humana del trabajador, el carácter del trabajo como fundamento de la vida familiar y de la vida de la nación, y la prioridad del trabajo sobre el capital; exalta el trabajo como participación en la obra del Creador y proclama a Cristo como el hombre del trabajo, podría decirse que como símbolo del afán incesante de la humanidad por su perfeccionamiento.
Pero no satisfecho con haber producido tan importante documento, el Papa se valió de la oportunidad que le ofrecía el vigésimo aniversario de la Encíclica de su predecesor Paulo VI «Populorum Progressio» para renovar el mensaje contenido en ésta e insistir en el interés que para cumplir los deberes de su apostolado, la Iglesia tiene en la cuestión social. En latín, la nueva carta, que lleva fecha 30 de diciembre de 1987, se denomina con sus palabras iniciales «Sollicitudo Rei Socialis», lo que en castellano quiere decir «La Preocupación Social de la Iglesia».
Pues bien, la preocupación social se llevó al propio terreno de la Organización de las Naciones Unidas, comprometida como la Iglesia en el trabajo y la lucha por la paz, por la solidaridad entre los hombres, grupos y pueblos y la defensa de los derechos humanos.
Por iniciativa del arzobispo Renato R. Martino, diligente observador permanente de la Santa Sede en la ONU y de la «Holy Family Church Society of the United Nations Community», cuyo presidente es el embajador de Venezuela, Andrés Aguilar, esta presentación de la carta pontificia se celebró en un importante seminario, en el cual intervino además del nuncio Martino y el embajador Aguilar, el secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, quien subrayó la coincidencia de los propósitos y fines que orientan la acción de la Iglesia, como también de la Organización de las Naciones Unidas y la concordancia de iniciativas y actividades que en esa dirección competen a ambas en la búsqueda de aquellos nobles fines.
La presentación de la Encíclica la hizo el cardenal Roger Etchegaray, antiguo arzobispo de Marsella, y en la actualidad presidente de la Comisión Pontificia «Iustitia et Pax», quien expresó que «las amplias reacciones a que ha dado motivo la Encíclica «Sollicitudo Rei Socialis» a través del mundo, corresponden a las esperanzas de su autor, deseoso de que la Iglesia contribuya al bienestar de la humanidad». Del texto de su elocuente intervención, me llamaron la atención, por cierto, entre otras, dos consideraciones: una, la de que, si bien dijo la Carta «Populorum Progressio» que «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz», hay que considerar a la paz, no sólo como un «producto» del desarrollo sino como una «condición» del mismo: si para que haya paz es necesario el desarrollo, para alcanzar el desarrollo hay necesidad de paz; y la otra, la de que el Papa «canonizó» la palabra «solidaridad», cuya «etimología es más cercana al Derecho que a la religión», y que «Juan Pablo II se atrevió textualmente a hacerla una ‘virtud cristiana’ y como si fuera el nuevo nombre de la caridad universal».
En el desarrollo del seminario intervinieron además seis embajadores: algunos de ellos no son cristianos (uno se proclamó hinduista y otro musulmán) y otro es representante de un gobierno comunista (cuyo pueblo, reconoció, es de mayoría católica: Polonia). Hablaron, pues, desde diversos puntos de vista, formando un conjunto muy variado y rico de consideraciones e interpretaciones derivadas de la Encíclica, el embajador de Ghana, el de la República Federal Alemana, el de India, el de Polonia, el de Túnez y el embajador alterno de los Estados Unidos.
Me correspondió el honor de intervenir en el panel, seguidamente al cardenal Etchegaray; y se me pidió desarrollar como tema «Las exigencias morales del desarrollo». Puse el mayor calor en mi exposición, por cuanto estoy convencido de que uno de los lineamientos fundamentales de la Encíclica de Juan Pablo II es la insistencia en el orden moral, en el deber ético que los hombres, los grupos y los pueblos tienen frente a los problemas económicos, sociales, políticos y culturales del desarrollo. Parafraseando un pensamiento de la «Populorum Progressio», la «Sollicitudo Rei Socialis» afirma que la Iglesia no propone soluciones técnicas, porque no es ése su campo específico, pero sí lo hace en el campo de los principios morales, porque «es experta en humanidad». Si bien parte del reconocimiento de que «el actual momento histórico es tan dramático como el de hace veinte años», recuerda la obligación de trabajar por «el desarrollo auténtico del hombre y de la sociedad», y afirma que «el desarrollo, para que sea auténtico, es decir, conforme a la dignidad del hombre y de los pueblos, no puede ser reducido solamente a un problema ‘técnico’. Si se le reduce a esto, dice, se le despoja de su verdadero contenido y se traiciona al hombre y a los pueblos, a cuyo servicio debe ponerse. Por esto –añade– la Iglesia tiene una palabra que decir, tanto hoy como hace veinte años, así como en el futuro, sobre la naturaleza, condiciones y finalidades del verdadero desarrollo, y sobre los obstáculos que se oponen a él (…) No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos».
Por supuesto, en el planteamiento de las condiciones morales del desarrollo, hube de insistir en la Justicia Social Internacional, tema en el cual vengo trabajando desde hace largos años y que llena el espíritu, tanto de la «Populorum Progressio» como de la «Sollicitudo Rei Socialis». Hasta que los países desarrollados no se convenzan de que la existencia de la comunidad internacional los obliga, para buscar el bien común universal, a asumir las obligaciones que la justicia social impone, no se podrá lograr el desarrollo a que todos tienen derecho, porque como lo dice Juan Pablo II, ello va en «la naturaleza del auténtico desarrollo: o participan de él todas las naciones del mundo o no sería tal ciertamente».
Es evidente, y así lo expresa con claridad la Carta comentada, que el derecho y el deber de buscar el desarrollo en cada pueblo corresponde a su soberanía; pero a los demás pueblos, y especialmente a los que tienen mayor poder y mayor riqueza, compete remover los obstáculos que se interponen en aquella búsqueda del desarrollo y a participar, hasta en la medida que la solidaridad humana impone, en los esfuerzos para que todos los hombres puedan tener la oportunidad de lograr, mediante su trabajo, una existencia humana y digna.
El hecho de que estas cuestiones se planteen en un ambiente de noble discusión y en un tono de altura en el foro mundial constituido por las Naciones Unidas, es sin duda muy positivo. Por su realización merecen congratulaciones sus organizadores y participantes, y en especial el nuncio Martino, quien interpretó a cabalidad con su iniciativa el mejor pensamiento y los mayores anhelos del jefe de la Cristiandad.