Craxi y la deuda
Artículo para ALA, publicado en El Universal, el 27 de diciembre de 1989
Me encontraba yo en Roma, asistiendo a un interesante congreso científico sobre Derecho del Trabajo, cuando apareció la noticia de que el Secretario General de las Naciones Unidas designó al señor Bettino Craxi, ex presidente del Consejo de Ministros y líder del Partido Socialista Italiano, como delegado suyo para estudiar el problema de la deuda externa de los países subdesarrollados y presentar a la próxima Asamblea General la fórmula conducente a la solución del mismo.
La prensa italiana dio excepcional importancia a esta información. L’Avanti la tituló con grandes caracteres así: «La Deuda del Tercer Mundo encargó la ONU a Craxi. Pérez De Cuéllar ha confiado al líder socialista el encargo de estudiar una solución política del grave problema de la deuda de los países en vía de desarrollo. Plena libertad de valoración y de acción». Il Tempo: «Por mandato de Pérez De Cuéllar, Deuda Externa: para todo el 90, Craxi experto ONU». El Giornale d’Italia: «Para encontrar una solución al problema de la deuda, Craxi enviado de la ONU a los países del Tercer Mundo». La Repubblica: «Craxi super-embajador de la ONU. Estudiará para De Cuéllar la deuda del Tercer Mundo». 24 Ore: «La ONU nombra a Craxi «Zar» de las deudas PVS (Países en vía de «sviluppo»). Deberá explorar posibles soluciones al problema».
El hecho, sin duda, suscita diversas apreciaciones. En primer término, evidencia que el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas se da cuenta de la gravedad y extensión del problema y ha buscado una salida política, echando sobre los hombros de un estadista de relieve mundial una buena parte de la carga que pesa sobre él. Craxi tiene fama de ser un hombre dinámico, ejecutivo y lleva el mérito de haber presidido el gobierno de su país por un tiempo relativamente largo, en comparación con la duración promedio de los diversos gabinetes constituidos laboriosamente con la coalición de cinco partidos (el «Pentapartito»).
Por lo demás, debemos suponer que el hecho de ser una figura importante del mundo desarrollado, pueda ejercer en la decisión de los países industrializados mayor influencia de la que podrían aplicar voceros de los deudores. El hecho de ser dirigente de la Internacional Socialista debe comprometerlo a tomar una posición favorable a los deudores, obtener apoyo de los gobernantes socialistas europeos y lograr a través de ellos comprensión por parte de la Comunidad Económica Europea, aliada de los Estados Unidos y del Japón en el nivel de las altas finanzas internacionales.
No es posible ignorar, sin embargo, que la misión confiada al honorable Craxi adolece de gran imprecisión y que algunas de las expresiones utilizadas por los medios de comunicación para dar la noticia de su nombramiento contribuyen a crear cierta confusión. Por una parte, llamarlo «Zar» de la deuda haría suponer que se le han atribuido poderes que no parece tener; por la otra, decir que Pérez De Cuéllar lo envía «a los países del Tercer Mundo», implica una equivocación, porque la clave de la solución no está en los países tercermundistas sino en los otros: el arreglo del problema no depende tanto de los deudores como de los acreedores, que tienen dos caras: la de la banca privada y la de los gobiernos respectivos.
No quise venir a Italia sin solicitar una entrevista con el presidente Craxi para exponerle los puntos de vista que hemos venido sosteniendo en Venezuela y las preocupaciones que en reiteradas ocasiones hemos venido expresando algunos venezolanos sobre una cuestión de tanta significación y urgencia. Fui atendido por Craxi en forma inmediata y muy atenta y creo que la conversación fue muy positiva: ahora, considero que la diplomacia latinoamericana no debería dejar pasar de largo esta nueva oportunidad para hacer oír su voz en los centros de decisión, que en general se mantienen en una displicencia irritante y se abroquelan dentro de un egoísmo peligroso y hasta criminal.
La impresión que me dio Craxi fue la de estar deseoso de responder al encargo del Secretario General de la ONU, pero la de hallarse todavía insuficientemente informado acerca de la naturaleza y características de la situación. Me dijo que como primer paso posiblemente solicitaría una reunión de los 8 gobiernos de América Latina que han venido concertándose sobre la situación hemisférica. Sería indispensable que éstos le presentaran al desnudo la realidad que atravesamos y le convencieran de que cuando hablamos de urgencia no estamos haciendo ejercicios retóricos, sino planteando una dramática realidad. Más aún, consideramos que el vocablo adecuado es, más que urgencia, perentoriedad.
Si no se disponen los países donde opera la banca acreedora, y especialmente los Estados Unidos (que suele jugar el rol de los antiguos «burros campaneros» en los arreos que operaban a principios de siglo en nuestros ambientes rurales) a asumir por su parte una cuota del sacrificio necesario para hallarle remedio al problema, todo se seguirá deslizando en una interminable renegociación que al culminar no habrá arreglado nada, sino que nos dejará en condiciones más desfavorables aún que las actuales. La idea de que una institución internacional no lucrativa sirva de intermediaria para arreglar, por una parte, las deudas con los acreedores bancarios dentro de los precios del mercado, y por la otra, convenir con los gobiernos deudores condiciones razonables en cuanto a tasas de interés y términos para la amortización viables, se presenta cada vez más como la única que puede abrir campo a una verdadera salida.
La propia Ley de Comercio de 1988 de los Estados Unidos la previó, pero el Secretario del Tesoro se pronunció contra ella por el riesgo de que tuvieran que pagar al final algo los contribuyentes, aún reconociendo que el motivo de la elevación imprevista e injusta de los intereses no se debió a motivos económicos sino a una causa política: el déficit presupuestario, que los llevó a ofrecer intereses más y más atractivos para que los depositantes de todas partes del mundo colocaran su dinero en los bonos destinados a completar el dinero faltante para el ejercicio de su presupuesto.
Sea una agencia internacional especial, como lo preveía la citada ley, sea el Banco Mundial o cualquier otra institución, ella debería comprar los créditos de la banca privada a un precio moderadamente superior a su valor en el mercado secundario, pagándolos con bonos respaldados por los gobiernos de los países ricos; y luego, dentro de parámetros comunes, negociar «caso por caso» con los países deudores en forma en que realmente pudieran cumplir. Porque, hasta ahora lo que se hace en nombre del «Plan Brady» es someterlos a las horcas caudinas del Fondo Monetario Internacional, haciéndoles sufrir un costo social tremendo, para recibir un «dinero fresco» que se va mayoritariamente en pagarles a los acreedores los propios intereses, calculados sobre el 100% de unas obligaciones que en el mercado no valen ni la mitad.
Que el presidente Craxi entienda esto y, sobre todo, que lo haga entender y aceptar a las potencias financieras, justificaría su misión. De no ser así, puede convertirse en una pérdida de tiempo que todos los días hace más dramática la perspectiva de América Latina y más incierto el panorama de la década de los 90.
Yo le entregué a Craxi copia de algunos artículos y conferencias mías sobre el asunto de la deuda. ¿Tendrá tiempo y voluntad para leerlos? Él parece muy deseoso de conocer a fondo la materia que se le ha confiado y las posiciones de los deudores, pero lo que interesa es el ánimo y disposición de los acreedores. Quiera Dios que se haga luz en los ojos de éstos y se ablanden su corazón y sus bolsillos. Sería el mejor regalo de Año Nuevo. (ALA)