Erróneo, peligroso, inaceptable

Recorte de El Universal del 18 de octubre de 1989 donde aparece publicado este artículo de Rafael Caldera.

Erróneo, peligroso, inaceptable

Artículo para ALA, tomado de su publicación en El Universal, el 18 de octubre de 1989.

 

Los documentos emitidos en los últimos años por el Episcopado Católico Norteamericano son dignos de atención, no sólo por su contenido, sino por el efecto que se supone deben producir en una importante porción de los Estados Unidos.

Muchas veces hemos expresado la necesidad de construir una nueva relación, que conduzca a una sincera amistad y cooperación entre América Latina y el gran país del Norte. Explorando los sectores de la sociedad norteamericana que puedan entender los problemas comunes y concebir la intercomunicación e interdependencia como un modo nuevo de comportarse, podría uno preguntarse cuál es entre aquéllos el más dispuesto a la rectificación necesaria.

Los políticos proclaman a veces, cuando son suficientemente lúcidos para comprender la actuación hemisférica, nuevas posiciones tendentes a crear una nueva dimensión. Franklin D. Roosevelt pregonó una política de «Buena Vecindad», John F. Kennedy promovió una «Alianza para el Progreso», Jimmy Carter llevó adelante una revisión de la situación del Canal de Panamá, que le costó a él y a su partido no pocos votos en las elecciones siguientes. Pero los políticos encuentran una valla en la disposición de los electores, y cuando éstos consideran, como contribuyentes, que van a tener que pagar más impuestos, las buenas voluntades de los líderes flaquean. Al fin y al cabo, el «tax-payer» constituye el ingrediente más reacio del votante, y éste, al fin y al cabo, tiene en los comicios la palabra decisiva.

Hay hombres de negocios, de gran experiencia y visión amplia, de esos para quienes las fronteras comerciales son un entorno al desarrollo de sus planes, que también conocen la realidad y hacen intentos de corregirla. Pero se les interpone otra valla: la ley suprema del «profit», el beneficio o provecho económico, contra cuyo mandato no osan combatir. Si los buenos propósitos no producen beneficios, más aún, si generan sacrificios, hay que abandonar esos propósitos y volver a la rutina creadora de provecho. Por eso es por lo que, en un momento impregnado de despecho, el presidente Carlos Andrés Pérez dijo que «los bancos no tienen corazón». Efectivamente, esa víscera no tiene relevancia para ellos, pues su camino va del cerebro al estómago.

Pero hay dos sectores, menos condicionados por el egoísmo de los votantes y por el imperativo del provecho, que se muestran más proclives a entendernos, a medir la gravedad de la situación y a señalar valientemente caminos de rectificación.

Uno, el de los universitarios; no todos, por supuesto, ni siquiera la mayoría, pero sí minorías calificadas que estudian a fondo la realidad latinoamericana y valoran altamente nuestro modo de ser y claman por una adecuada comprensión de lo que está ocurriendo y lo que podría ocurrir en nuestro hemisferio. Otro, numeroso e influyente, el de los pastores religiosos, que se muestran crecientemente dispuestos a llevar el verdadero mensaje del Evangelio a sus feligreses y a todos los ambientes donde su palabra es apreciada y respetada.

Recientemente el cable informó que la Conferencia Católica de los Estados Unidos (United States Catholic Conference) acababa de emitir un documento de más de treinta páginas sobre la situación de la deuda de las naciones del Tercer Mundo, la cual calificó como «económicamente errónea, políticamente peligrosa y moralmente inaceptable».

Tal documento no ha sido fruto de una improvisación. En marzo de 1989, el obispo de Salt Lake City, William K. Weigand, comunicó a las Conferencias Episcopales de Latinoamérica la decisión del Comité de Política Internacional de la U.S. Catholic Conference, presidido por el Arzobispo Roger Mahoney, de Los Ángeles, de designarlo para presidir el subcomité sobre la deuda del Tercer Mundo. El propósito era definir una posición acorde con la Declaración Pontificia de la Comisión «Iustitia et Pax», como «un problema central de la Iglesia, un problema central de nuestro tiempo y una cuestión de prioridad para la Conferencia».

Según el obispo Weigand, el subcomité se disponía a realizar consultas con teólogos morales, economistas, banqueros mercantiles, funcionarios del Tesoro de los EE.UU., el Banco Mundial, el FMI y muchos otros. Así lo hizo. Especial consideración dedicó a las opiniones e informes de los obispos latinoamericanos, uno de los cuales, el cardenal Arns, de Sao Paulo, «los confirmó en su creencia de que la inmensa y ominosa sobrecarga de la deuda impide el desarrollo, amenaza la democracia y aumenta la pobreza de los pobres, que son los que más sufren del peso que supone el pago de una deuda en cuyo crecimiento no han tenido parte alguna».

No he recibido todavía el texto completo de la declaración, pero el despacho cablegráfico contiene interesantes elementos que ayudan a concebir esperanzas de que las poderosas naciones acreedoras abran los ojos y se dispongan a adoptar las medidas necesarias para la solución del problema. Que tengan que soportar su cuota parte en el sacrificio de todos, ¿no hicieron así cuando adoptaron el Plan Marshall, apenas salidos de la guerra más destructiva que ha conocido la humanidad e intentaban los primeros esfuerzos de su propia reconstrucción?

Según el cable, la declaración de los obispos dice: «se necesitarán acciones constructivas por parte de corporaciones, bancos, sindicatos laborales, gobiernos, agencias multilaterales y otras fuerzas de la economía internacional si se quiere lograr el progreso real para aliviar la pobreza y promover la justicia social». Afirma que la deuda «es inmoral y no debería ser pagada», y que «la deuda y sus consecuencias están destruyendo la vida humana y deteriorando la dignidad humana en países del Tercer Mundo».

Aunque este documento es el más categórico, no es el primero de vigoroso sentido social que el Episcopado Norteamericano ha emitido recientemente. Hace tres años lanzó una gran Carta Pastoral sobre la Enseñanza Social Católica y la Economía de los Estados Unidos de América, intitulada: «Justicia Económica para Todos», la cual, aunque dirigida principalmente a la cuestión social en su propio país, contiene indispensables definiciones sobre la situación internacional, de la cual no puede desligarse. Contiene «un llamamiento para una reforma fundamental en el orden económico internacional» y afirma, en torno al caso de la deuda, lo siguiente: «Más allá de todas estas consideraciones, la creciente deuda externa que se ha convertido en el problema económico que abarca todo el Tercer Mundo, exige un cambio sistemático para proporcionar alivio inmediato y evitar que vuelva a ocurrir. Las instituciones de Bretton Woods no representan adecuadamente a las naciones del Tercer Mundo, y sus políticas no están enfrentando los problemas de aquellas naciones de manera efectiva. Por lo tanto, hay que examinar dichas políticas y llevar a cabo reformas sustanciales en dichas instituciones y al mismo tiempo hay que enfrentar el problema inmediato de la deuda del Tercer Mundo».

La palabra apostólica de esos jerarcas religiosos tiene que motivar en Norteamérica la reflexión de gente cuya influencia debe hacerse sentir en el manejo de la situación.