El alerta de CAVIDEA
Artículo para ALA, tomado de su publicación en El Universal, el 13 de noviembre de 1989.
La Cámara Venezolana de la Industria de Alimentos (CAVIDEA) tuvo recientemente su VII Asamblea Anual. En ella planteó lo que denominó «La Estrategia Alimentaria Nacional», a través de un documento lleno de consideraciones de la más importante y urgente actualidad.Con algunos puntos de esa estrategia se puede discrepar. Su juicio, por ejemplo, acerca del tipo de unificación cambiaria, a mi modo de ver merece un detenido análisis, por la complejidad de sus repercusiones y por la influencia que ha tenido y tiene en todos los aspectos de la vida nacional. Pero, en general, lo importante del documento –que tuvieron la bondad de entregarme Jorge Redmond Schlageter y César Guevara a nombre de la Comisión de la Estrategia Alimentaria Nacional– es la gravedad de los planteamientos y el requerimiento de una estrategia global para enfrentar un problema que en cierto modo constituye centro y condición de todo el futuro del país.
Señala Cavidea que «el sector alimentario se encuentra sumido en un proceso recesivo». Ya esto sólo, bastaría para obligar a quienes dirigen la vida nacional a revisar una política cuyos aspectos defendibles se aminoran si se verifica que su resultado inmediato es anunciarnos para el porvenir una generación desnutrida, débil y enclenque, retrasada en sus condiciones físicas y consecuencialmente en sus facultades mentales.
Si ya en 1988 «el venezolano debió utilizar en alimentos 70% de su ingreso», el alza de los precios, de entonces para acá, ha empeorado su situación. «En los últimos doce meses –anota el Informe–, los alimentos en su conjunto han incrementado su precio en cerca de 200%, es decir, 66% más que el índice del costo de la vida. Este es uno de los hechos que explica la rápida y brusca erosión de las condiciones sociales y nutricionales de la población».
La pobreza llega, pues, a su punto más agudo: el déficit de la alimentación. Como dijera hace algún tiempo el arzobispo de Maracaibo, monseñor Domingo Roa Pérez, ya el hambre dejó de ser un vocablo más o menos retórico para convertirse en trágica realidad.
«El país –afirma Cavidea– se encuentra en niveles alimentarios hipercríticos. Después de varias décadas reaparece un déficit proteico que sumado al sub-consumo calórico ha agravado el problema nutricional, generalizado en los sectores de menores ingresos. Este fenómeno se intensifica en 41% de la población, que se encuentra en situación de pobreza extrema, es decir, que las familias, aún destinando todo su ingreso a la adquisición de alimentos, no lograrían satisfacer sus requerimientos nutricionales mínimos, y por lo tanto, son sometidas a un proceso de desnutrición crónica, en muchos casos de efectos irreversibles».
Comentando esta situación, el director del Instituto Nacional de Nutrición, según lo ha informado la prensa, «reconoció la existencia de una disminución progresiva del consumo de nutrientes y calorías por parte de la población venezolana, como consecuencia de la escalada de precios que se presentó a raíz de los ajustes económicos puestos en práctica por este gobierno» (El Diario de Caracas, 9 de noviembre de 1989). La información añade que «las hojas de balance del Instituto Nacional de Nutrición reflejan una disminución del consumo calórico y una reducción en la obtención de vitaminas y minerales, lo cual ha traído como consecuencia el registro en los hospitales de personas con enfermedades asociadas al sub-consumo alimentario».
Ante esto ¿qué se está haciendo? Prometer que se dará atención a la situación en que se encuentra el sector agrícola, llevar adelante el programa de ajuste encomiado por el Fondo Monetario Internacional como expresión de una política económica sana («sound economic policy») y aseverar que dentro de algunos años la situación mejorará y los pobres tendrán la esperanza de ¡comer completo!
Se espera una caída importante en la producción agrícola. Se considera inevitable –y hasta necesario– un nuevo aumento de los precios. Y se acepta como realidad «una caída del consumo en 1990 en relación al año base de 1987. Ello se basa en la profundidad de la disminución de los consumos que está ocurriendo durante el presente año, pues aun cuando se plantean recuperaciones importantes para todos los productos a tasas razonables de expansión, sólo se llegaría a los consumos anteriores en el mediano plazo, algunos renglones no alcanzando los niveles anteriores a pesar de su crecimiento» (Informe Cavidea).
El requerimiento mínimo de calorías, según la FAO y la Organización Mundial de la Salud, no debe ser inferior a 2.350 por día. La suficiencia alimentaria plena en Venezuela supone 2.800 calorías diarias por persona. Pues bien, en 1989 el promedio general de consumo bajó de 2.600 a un poco más de 2.100 calorías; y para la población en situación de pobreza (estimada por la OCEI en 87%) cayó a 1.800. ¡Es de imaginar cuál será el promedio para el 41% colocado en situación de pobreza extrema!
Aparte de las circunstancias económicas habituales y el agravamiento considerable producido por el proceso económico, hay causas económico-sociales concomitantes. Las fallas del mercadeo constituyen una de las más importantes. En el país, más que mercadeo hay roscas. El Informe Cavidea censura «las deficiencias técnicas y organizativas de los canales de mercadeo» y «las manipulaciones especulativas de los precios por parte de los grupos de comerciantes que logran controlar los puntos clave del circuito de mercadeo».
No han faltado voces que llamen la atención sobre la gravedad del caso. Desde hace tiempo, una autoridad mundial como lo es José María Bengoa no ha cesado de machacar en este tema y de aportar su sabiduría y su experiencia con el deseo de iluminar una difusa y –¿por qué no decirlo?– culpable oscuridad. Sus discípulos y sus colaboradores y con ellos un importante sector de especialistas, han aportado sus conocimientos al planteamiento del problema. La situación actual lleva las cosas a un punto crítico ante el cual no es posible esperar. Las soluciones, en cuanto las hay, deben adoptarse de inmediato; si no las hay, tienen que buscarse con premura.
Y que no se diga que otras naciones latinoamericanas están en situación más grave que la nuestra. Lo sabemos. Y que en algunos países del Tercer Mundo las cosas llegan a un nivel, más que intolerable, inaceptable e imposible. Para aquellos pueblos hermanos y para estos otros, también hermanados en la penuria y en la impotencia, el servicio de la deuda externa intensifica profundamente el malestar y aleja interminablemente la esperanza de poder resolverlo. Quiera Dios abrir los ojos de los gobernantes de las potencias del super-desarrollo para que no retarden más la solución; para que no regateen más la participación que les toca a fin de salvar este escollo hasta ahora insalvable que se interpone en el destino de la humanidad.