Un siglo de Unión Interparlamentaria
Artículo para ALA, publicado en El Universal, el 6 de septiembre de 1989.
En el presente año se está cumpliendo el primer siglo de existencia de la Unión Interparlamentaria Mundial. Se trata de la organización internacional más antigua del Universo, en continua actividad. Si se revisa el trayecto de los cien años transcurridos, no podrá menos de admirarse el mantenimiento de un organismo que ha visto aparecer y desaparecer a su lado muchos intentos de organización supranacional.
Se inspiró la U.I.P. en el propósito de intercambiar ideas sobre los problemas bilaterales y multilaterales que los gobiernos manejan, pero que finalmente han de ir a conocimiento y decisión de los parlamentos. Se encontró absurdo que les llegara todo hecho sin haber tenido oportunidad de intercambiar puntos de vista, de discutir soluciones, de analizar situaciones, de acordar lineamientos que orientaran las acciones futuras.
Por de contado que en el espíritu de la UIP, desde el primer momento estuvo la aspiración a la paz: ese bien tan deseado y tan esquivo, que no es ni puede ser meramente una ausencia de enfrentamientos bélicos, sino un aliento de humanidad capaz de traducir la recóndita aspiración de los pueblos a vivir en armonía fecunda y constructiva.
El desarrollo de la UIP la llevó, naturalmente, a su ampliación para reunir todos los parlamentos del mundo. En la actualidad la integran parlamentarios de ciento trece países, además del Parlamento Europeo como miembro asociado. Esta ampliación planteaba una dificultad con países en los cuales la institución parlamentaria no responde a los lineamientos clásicos del parlamentarismo liberal, ya que no están integrados por una pluralidad de fuerzas políticas que discuten apasionadamente las cuestiones con absoluta libertad, sino que corresponden a otra concepción, dentro de la cual se impone una férrea unidad de pensamiento y una drástica restricción del derecho a disentir. Pero al tomar la decisión de admitirlos, se operó un fenómeno muy interesante, porque si es imposible atribuir carácter genuinamente democrático a esos parlamentos, no se puede desconocer la estructura democrática y la condición indiscutiblemente parlamentaria de la propia UIP como parlamento mundial: pues en su seno se debaten ardorosamente las cuestiones políticas de mayor trascendencia, tanto cuando la conferencia se reúne en países donde la controversia es un fenómeno habitual, como en aquellos donde sus habitantes están sometidos a un régimen fuertemente limitado en cuanto al ejercicio de las libertades públicas. Si no se respetare esta norma, no se celebraría la Conferencia, ya hubiera sido convocada para un país del Este de Europa, de Asia o África, de Oceanía o de América.
Los iniciadores de la idea de la UIP fueron dos prominentes pacifistas, inglés el uno, francés el otro: William Randal Cremer, del Reino Unido, y Fréderic Passy, de la República Francesa. Passy recibió el Premio Nóbel de la Paz en 1901, conjuntamente con el filántropo ginebrino Henri Dunant, fundador de la Cruz Roja. Cremer lo obtuvo en 1903.
A la primera conferencia, en París, en 1889 («Conferencia Interparlamentaria para el Arbitraje Internacional») asistieron 9 países de 3 continentes. Por la Primera Guerra Mundial se suspendieron las conferencias anuales entre la de La Haya en 1913, y la de Estocolmo, en 1921. Por la Segunda se interrumpieron, entre la de Oslo, de 1939, y la de El Cairo, de 1947. La Conferencia del Centenario es la número 82; su sede es Londres y se le ha dado toda la sobria pero imponente pompa del protocolo inglés. Su lema es: «100 años por la paz».
El esfuerzo por la paz no implica que en el seno de las conferencias interparlamentarias los asuntos se traten con suavidad y con permanente armonía. Graves polémicas se plantean con frecuencia en las sesiones. Las discrepancias entre el Bloque Soviético y los países de Occidente (cuando presidí el Consejo éstos se autodenominaban «ten plus», es decir, 10+, y ahora se llaman «twelve plus», o sea, 12+) se renuevan constantemente. Es indudable que la perestroika de Gorbachov se acerca a hacer del Soviet Supremo un Parlamento igual, en su funcionamiento, a los parlamentos occidentales, y no hay duda de que ese proceso se extiende rápidamente a los países de Europa del Este. Las contradicciones entre el bloque de las naciones árabes e Israel, las reiteradas disputas entre Grecia y Turquía por la cuestión de Chipre, y en más de una ocasión las diferencias entre la Gran Bretaña e Irlanda, por los sucesos del Ulster, suelen aflorar como motivos de dificultad en el seno de las conferencias.
Acopié una experiencia directa de estas difíciles situaciones durante el ejercicio de la presidencia del Consejo en el trienio estatutario 1979-1982. Tuve la fortuna de haber sido electo por unanimidad y fui el primer latinoamericano en ejercer completo su mandato. No dejé de asistir a ninguna reunión de la Conferencia y del Consejo en los tres años respectivos. Y entre las cosas que no puedo olvidar, fue el extraordinario papel que como presidente de la Comisión Política, jugó Giulio Andreotti, el actual primer Ministro de Italia, cuya fina inteligencia e increíble habilidad para sortear situaciones críticas fue para mí una ayuda invalorable en el desempeño de mis funciones.
No se debe pensar, sin embargo, que la UIP sólo se ocupa de cuestiones políticas. Su historial está lleno de ejecutorias en los más variados campos. El tema del desarrollo ha sido materia de varias reuniones. La de Oslo de 1980 adoptó una importante resolución cuyo contenido presenté en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el XI período extraordinario, correspondiente a la tercera década del desarrollo: en ella se recomendó a los órganos competentes de la ONU incorporar, en el espíritu de la justicia social internacional, la declaración de principios y el programa de acción acordados por la Conferencia Mundial de Reforma Agraria y Desarrollo Rural que se celebró en Roma en 1979 y que tuve también el honor de presidir.
Son muchos más los temas, como la protección del medio ambiente, la defensa de los derechos de la mujer y de la infancia, la lucha contra la drogadicción. La defensa de los parlamentarios que son objeto de atropellos y violaciones de sus derechos humanos en variados países ha sido una constante de la UIP: el diputado venezolano Carlos Canache Mata ha formado parte durante varios años del comité respectivo. El acceso pacífico al espacio y su uso para beneficio de la humanidad, el equilibrio entre población y alimentación y la búsqueda de soluciones eficaces para los problemas derivados de la deuda del Tercer Mundo a fin de asegurar que el mundo pueda comer, están entre los puntos más atractivos del orden del día de la Conferencia de Londres (No. 82) que comprende además un debate general sobre la situación política, social y económica del mundo.
No ha faltado en los medios de comunicación, ocasionalmente, la afirmación de que la UIP constituye una especie de agencia de turismo parlamentario. Sin negar que suele haber delegados que prestan poca atención al orden del día y aprovechan la oportunidad para tomarse una vacación, debo afirmar que el papel de la institución no es ese: ella genera un intercambio personal y una relación amistosa entre los miembros de las diferentes delegaciones y un conocimiento mayor del Universo y sus problemas, a través de ese tipo de intercambio humano que por muchos respectos es insustituible; pero, además, es justo reconocer que los debates y resoluciones de la Unión Interparlamentaria forman un entramado de posiciones sin el cual el proceso mundial hacia la paz sería más arduo.
Las Naciones Unidas están integradas por representantes de los gobiernos; el Parlamento Mundial y los parlamentos regionales ofrecen el concurso de quienes, desde las asambleas respectivas, decidirán finalmente el destino de las decisiones y acuerdos que los gobernantes adopten. Ese beneficio no es pequeño. Por ello, la Unión Interparlamentaria celebra su primer siglo sin complejos de culpa. Tiene sobrados motivos para considerar positiva su labor e indispensable su rol en la vida de un mundo cada vez más interdependiente.