Hay que analizar no solo el impacto social de la crisis, sino las medidas para enfrentarla
Palabras improvisadas en la instalación del Tercer Congreso Venezolano de Sociólogos y Antropólogos, celebrado en la ciudad de Porlamar, estado Nueva Esparta, el 25 de junio de 1990.
Quiero felicitar al Colegio de Sociólogos y Antropólogos por la realización de este brillante Congreso. Asistencia altamente numerosa y muy calificada para tratar una materia de inmensa actualidad y de gran trascendencia para el país. El tema de este Congreso es «El impacto social de la crisis» y ya era tiempo de que este fenómeno, esencialmente social, como lo es la crisis, se enfocara desde un punto de vista sociológico.
He escuchado a la Ministra de la Familia en su importante exposición: una expresión que me agradó de manera especial fue la crítica del «economicismo». Creo que la economía es una ciencia muy importante; pero creo que el «economicismo» es una exageración muy peligrosa.
La economía es una ciencia social y el hecho económico no agota el contenido de la realidad social. Si a ver fuéramos, desde el punto de vista no sólo de los valores sino desde el punto de vista de la conveniencia humana, lo social tiene prioridad sobre lo económico. No en el tiempo, porque me he opuesto siempre a la tendencia a colocar una especie de ordenación cronológica de los fenómenos: no estoy de acuerdo, desde luego, con los que piensan que lo social tiene que colocarse en el tiempo antes que lo económico, pero tampoco acepto la afirmación de aquellos que dicen «ocupémonos ahora de lo económico, que en el futuro nos ocuparemos de lo social».
Lo económico y lo social están estrechamente entrelazados; la finalidad de la actividad humana no puede ser la producción de riqueza por la riqueza misma, sino que tiene que ser necesariamente la generación y producción de riqueza para mejorar la vida, las condiciones de existencia de la humanidad.
En ese sentido he repetido muchas veces –porque me parece que no le damos toda la significación que tiene– aquella definición del Libertador en el Congreso de Angostura que solemos repetir como un simple ejercicio retórico: «el mejor sistema de gobierno es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política». La felicidad es el fin necesario de la actividad de los hombres, y cualquier distorsión en el rumbo puede producir consecuencias muy trágicas.
Creo que es tiempo realmente de que los sociólogos de Venezuela aporten un análisis serio, profundo, exhaustivo de las consecuencias, del impacto que la crisis está produciendo en el país. No solamente la crisis, sino algo que es consecuencial, pero que viene a resultar, en algunos aspectos, alarmante: el impacto social de las medidas adoptadas para enfrentar la crisis.
Por eso le doy una gran importancia a la presente reunión y creo que en verdad podemos esperar mucho, no en el sentido de que se le pida a los sociólogos una medicina, un tratamiento, un remedio, un programa (lo que no constituye su finalidad), pero sí un diagnóstico, indispensable para que los responsables principales de la vida del país sepan exactamente a dónde pueden conducir las disposiciones que se adopten y cuáles son las consecuencias que en este momento enfrenta la realidad venezolana como consecuencia de la crisis que nos está atribulando.
Se ha repetido muchas veces, y esto tampoco es una afirmación retórica sino una realidad, que la crisis que estamos atravesando no es sólo una crisis económica, sino una crisis política y una crisis moral y, al fin y al cabo, integrando todos estos hechos dentro de la realidad colectiva, nadie tiene el derecho –ni yo mucho menos pretendería arrogármelo– de pedirles un pronunciamiento que invada otros terrenos y que saque a la ciencia sociológica de su propia y justa tarea, de su propio y justo terreno.
Pero sí creo que todos debemos esperar un análisis serio, sincero, una contribución valiosa, porque estamos a tiempo todavía de un diagnóstico que nos pueda ayudar, para que los que tienen que trazar los rumbos tomen en cuenta todas las circunstancias y todos los efectos, todas las complicaciones que se van a presentar, para que no se pueda continuar en una aventurada aplicación de normas que desde el punto de vista de una economía de laboratorio pueden ser recomendables, pero olvidan que el ser humano es humano, que las leyes sociales no son leyes fatales, y que reducir a los hombres, mujeres y niños a guarismos es uno de los más graves errores que se pueden cometer en la dirección de una comunidad.
Al mismo tiempo que felicito y doy las gracias al Colegio de Sociólogos y Antropólogos por la organización de este Congreso, tengo que agradecer profundamente la invitación que se me ha hecho para asistir como presidente honorario. Yo le doy una especial significación a este hecho, porque es algo así como el enlace entre una Sociología que hemos cultivado quienes no éramos sociólogos profesionales, sino que veníamos de otras actividades diversas pero sentíamos el interés y la necesidad de preocuparnos por el estudio de lo social desde un punto de vista científico, y los sociólogos actuales, profesionales formados especialmente para el análisis, para el estudio, para la consideración de la realidad social de los pueblos.
En la historia de la Sociología, las cátedras universitarias surgieron en las Facultades de Derecho. Aquí en nuestro país también: la Universidad Central de Venezuela con el doctor Carlos León y la Universidad de Los Andes con el doctor Julio César Salas, dieron inicio al intento por darle una formulación científica a los estudios de Sociología. Antes de ellos había aparecido ya una especie de Sociología determinista, marcada especialmente por el signo de la política y de la historia, que trataba de interpretar de una manera pesimista los hechos del acontecer venezolano. Surgieron como fórmulas de esta Sociología la tesis del gendarme necesario y otras tesis que fueron extendiéndose y que imprimieron en la conciencia colectiva una especie de destino fatal, de que no podíamos hacer otra cosa sino someternos a la dura realidad, de que no podíamos aspirar a una vida institucional libre, digna, respetuosa de los derechos humanos y fundada en la voluntad popular.
La Sociología que toma cuerpo en las universidades busca expresar algunas veces –quizás divagando hacia los campos de la Filosofía Social, pero en todo caso tratando de afirmarla– la idea de que la sociedad es una realidad y que hay que estudiarla y, compartiendo o no las posiciones del organicismo, orientándose hacia una especie de análisis clínico como el que las ciencias naturales hacen de otros fenómenos, de otros hechos que se producen en la naturaleza. Esta Sociología, que se fue expandiendo, hizo un esfuerzo por darle sentido y dignidad a los estudios sociológicos, y yo quiero traer, he traído hoy, como un modesto presente para los organizadores del Congreso, para los dirigentes del Colegio de Sociólogos y Antropólogos, la memoria del Sexto Congreso Latinoamericano de Sociología, que se reunió en Caracas hace 29 años, en el año de 1961, y en el cual se realizó un esfuerzo para tratar de esquematizar preocupaciones y análisis para el estudio de la realidad social latinoamericana.
Para ese momento, se veía como una gran discrepancia entre una corriente sociológica que traía su aliento desde Europa y que, como dije antes, se había remontado a los campos de la Filosofía Social y la Dogmática Social, y la Sociología que había tomado cuerpo en los EEUU y en otros países sajones, en los cuales el hecho social se reducía a cifras, a números, a medidas: una ciencia sociológica que vino a convertirse en una especie de sociometría, incapaz de levantar la mirada y el pensamiento por encima de la presentación escueta de los hechos. Siento que esa dicotomía ha sido superada y que los sociólogos y antropólogos aquí representados, egresados de las Escuelas de Sociología y Antropología de nuestras universidades y de las principales universidades del mundo, tomando la realidad dura de los hechos, no ignorando la fuerza avasallante de las cifras, alzan su mira, realizan análisis y señalan caminos, que son indispensables para la conducción de este mecanismo tan complicado o de este organismo tan complejo que es la sociedad humana.
Allí está, en esa Memoria, el esfuerzo de un grupo de hombres entre los cuales recuerdo a José Rafael Mendoza, mi profesor de Sociología en la Facultad de Derecho en la Universidad Central; de José Lorenzo Pérez, vilmente asesinado, quien hizo un esfuerzo inmenso y con mucho éxito para la organización de ese certamen; José Agustín Silva Michelena, Marco Tulio Bruni Celli, y la siempre recordada y ejemplar Jeannette Abouhamad, quien fue de todos nosotros la que realmente pudo trasmitir la preocupación y el interés que teníamos por la Sociología a la Sociología científica, después de sus cursos, de sus estudios, muy brillantes por cierto, en la Universidad de La Sorbona, en París.
A esa reunión tuvimos el gusto de invitar y asistieron gente como Alfredo Poviña, como Gino Germani, como Orlando Fals Boroa, como Astolfo Tapia Moore, como Isaac Ganon, como muchos otros, entre los cuales, por cierto, no puedo dejar de recordar en esta ocasión a una figura muy curiosa de la historia política latinoamericana: Camilo Torres, el joven sacerdote que brilló en nuestras reuniones en una forma notable y que reflejaba ya su anhelo de lucha contra un orden social que consideraba injusto y viciado, pero que no había cometido todavía el dramático error de irse, contra los consejos que muchos le dimos y los esfuerzos que muchos de sus amigos hicimos, a los campos de la guerrilla, donde inmoló su vida, que hubiera podido ser muy útil, muy constructiva, dentro de la realidad colombiana y latinoamericana de estos tiempos.
Este es el tributo que presento hoy al Colegio de Sociólogos y Antropólogos. Encuentro que en esta invitación hay una especie como de deseo de enlace entre las generaciones. Una generación, la nuestra, que sin título alguno se lanzó a tratar de cultivar una disciplina fascinante y que juzgábamos indispensable para que Venezuela pudiera y para que América Latina en general pudiera encontrar los caminos del desarrollo, y esta generación, ya profesional, científica, formada, que tiene autoridad para explorar los campos en los cuales nosotros fuimos simple avanzada, simples precursores y de los cuales, en este momento, debo decirlo formalmente, Venezuela tiene mucho derecho a esperar y a reclamar.
Por lo demás, algunas veces, conversando con jóvenes de esta nueva generación de sociólogos, hago una comparación, quizás un poco aventurada, con la situación que en las Fuerzas Armadas de Venezuela se solía señalar para diferenciar entre los militares formados en los campos de las guerras civiles y en los avatares de la política, y los militares que surgieron de los institutos educacionales, de las escuelas, de las academias militares, y que siguieron cursos de perfeccionamiento. Los nuevos militares llamaban a los viejos «los chopos de piedra».
Ellos llevaban títulos que habían ganado sin seguir rigurosamente el escalafón militar y que los habían conquistado a fuerza de valentía, de arrojo o de audacia. Cuando se rompió la comunicación entre la generación de «los chopos de piedra» y la generación de los institutos militares, el país lo sufrió. Vino el 18 de octubre del 45 y después del 18 de octubre –que quizás habría sido explicable como una necesidad histórica– vino el acceso de los jóvenes profesionales salidos de los institutos militares a otros terrenos, que desbordaron los cuadros de su propia profesión y se dieron a querer ejercer funciones de gobierno, para las cuales no estaban preparados ni habían sido formados.
Esta vinculación entre las generaciones la considero un hecho positivo y trascendente, y permítanme que, en esta especie de desahogo personal que he tenido, agregue algo que a mí me vincula con este enlace de generaciones. A la generación de sociólogos profesionales surgidos de las Escuelas de Sociología de las universidades de Venezuela y del Exterior he aportado al menos dos hijas, que sí son profesionales; ellas sí pudieron hacer sus cursos de formación sociológica. Ellas tienen derecho a hablar en la forma que lo hacen los organizadores de este Congreso, los dirigentes del Colegio Nacional de Sociólogos y Antropólogos. A ellas, simplemente, tengo la ocasión de darles algunas veces ideas recogidas de la experiencia, porque lo cierto es que a medida que se avanza en el estudio de la realidad social, se le da más importancia a la historia, sin lo cual la interpretación y la valoración de los hechos serán siempre incompletas.
De nuevo, pues, mi sincero y profundo agradecimiento y mis cálidas felicitaciones. Esperamos mucho de este Congreso y de futuros congresos y futuras jornadas. Por favor, hagámosle sentir a los economistas que ellos no son los dueños absolutos de estos veinte millones de seres humanos que sufrimos la consecuencia de cualquier cosa que se les ocurra, de cualquier norma que dicten, de cualquier programa que quieran aplicar. Hagámosles sentir que no pretendemos establecer una contraposición absurda, esterilizante, entre lo económico y lo social. Que no aspiramos, en ningún momento, a que se desconozca la trascendencia que el hecho económico tiene en el desarrollo y en la vida de las sociedades, pero les pedimos que, por favor, no se olviden de que esto, sobre lo cual están trabajando, que es la realidad social, tiene mayor importancia que cualquier paquete económico que se adopte o que cualquier carta de intención, a la cual parece que se le quiere dar un valor de derecho constitucional, por encima de todas las leyes y de todas las normas del país.
Que se convenzan de que no pueden lograr el efecto que ellos pretenden si olvidan que el ser humano tiene una preeminencia que no se la puede quitar nadie, así lo recomiende la más reconocida o más autorizada de las instituciones financieras internacionales.
El impacto social de la crisis es profundo, pero es grave también, y nos causa mucha preocupación, el impacto social de las medidas adoptadas para enfrentarla. Un error de diagnóstico para la aplicación de estas medidas podría tener consecuencias incalculables y quién sabe cuántas de esas consecuencias, después de producidas, van a ser irremediables e irreversibles. De allí, pues, la inmensa trascendencia que tiene para Venezuela en este momento la reunión de este Tercer Congreso Venezolano de Sociólogos y Antropólogos.
Muchas gracias.