Hablan claro los obispos de EUA
Artículo para ALA, tomado de su publicación en El Universal, el 14 de febrero de 1990.
Hace algún tiempo, comentando un despacho cablegráfico sobre el documento del Episcopado norteamericano acerca del problema de la deuda, escribí sobre su afirmación de que «el problema de la deuda, con sus consecuencias humanas, es económicamente insostenible, políticamente peligroso y éticamente inaceptable».
Ahora quiero comentar con mayor extensión el extraordinario documento, que me ha sido enviado completo y vertido al castellano. Es una demostración de honestidad, de valentía, de responsabilidad, de sentido de humanidad y de vocación de servicio. Pone muy en alto a los voceros del catolicismo en el país del norte. Porque podía pensarse que es fácil para los de los países deudores –sea cual fuere su índole y nivel– protestar contra las injusticias que estamos padeciendo.
Los obispos latinoamericanos o africanos hablan en defensa de sus feligreses. Pero es admirable que lo hagan con tanta decisión y claridad los pastores de un pueblo rico, al que le cuesta trabajo desprenderse de algunos de los muchos derechos que le da su condición de acreedor.
Entre los gobernantes norteamericanos y especialmente entre los legisladores, muchos son católicos. Entre los banqueros norteamericanos, seguramente no faltan unos cuantos católicos. Entre los contribuyentes norteamericanos, a los que se supone defender cuando se rehúsa asumir una cuota importante para la solución del conflicto, hay una gran parte de católicos. A ellos han hablado sus obispos, no para asegurarles tranquilidad de conciencia si se mantienen indiferentes, sino para conminarlos a asumir su deber de solidaridad y su responsabilidad sobre lo que pasa o puede pasar en otras partes, precisamente por la importancia que su país tiene en el mundo.
«Debido a que una cantidad tan grande del dinero es adeudada a los bancos estadounidenses, tenemos una responsabilidad especial de servir a la Iglesia universal haciendo oír nuestra palabra», dicen los obispos. «Como obispos de los Estados Unidos, aceptamos este reto difícil. Comprendemos tanto la complejidad como la urgencia de la crisis de la deuda y el papel central de nuestro país como líder de la economía mundial» (…)
«Durante el pasado año, al preparar esta declaración, hemos consultado sobre esta cuestión a ejecutivos jefes de los bancos estadounidenses, a funcionarios del gobierno y a instituciones financieras internacionales, a líderes de los países en desarrollo, a teólogos y a otros expertos y responsables de la formulación de la política. En estas breves reflexiones, tratamos de aplicar los principios morales católicos a este problema con la esperanza de hacer una contribución constructiva al debate más amplio de la cuestión de la deuda».
El trascendental documento pone el dedo en la llaga, «la miseria cada vez más profunda de las víctimas –dice– es oscurecida por una avalancha de datos estadísticos y por la complejidad de las soluciones propuestas. Un fin de nuestra reflexión es dar una faz humana a la realidad y la injusticia que encubren las cifras, los informes y las propuestas –lo que los obispos latinoamericanos nos describieron como «un aro de hierro alrededor del cuello de nuestro pueblo»–. Cuando hablamos acerca de estas consecuencias humanas de la deuda, nos estamos refiriendo a las políticas y prácticas que adoptan los acreedores, los gobiernos y las agencias multilaterales para pagar la deuda; estas políticas y prácticas resultan a menudo un desastre para los seres humanos».
El análisis episcopal no se queda simplemente en la formulación de principios éticos, sino que se basa en la realidad de lo hechos. «Durante la última década, el oneroso servicio de la deuda, que agota los ingresos por exportaciones de los países deudores e impide su desarrollo, fue agravado por pagos de intereses considerablemente elevados, sin un crecimiento económico o reducción significativa del principal… Únicamente en los cinco años entre 1982 y 1987, sólo los países latinoamericanos transfirieron $ 150.000 millones por concepto de intereses al mundo industrializado –el equivalente a dos planes Marshall– mientras que su deuda aumentó en más de la mitad de esa cantidad, pasando de $ 330.000 millones a $ 410.000 millones».
Es tan elocuente el mensaje, intitulado «Llamamiento a la corresponsabilidad, la justicia y la solidaridad», que provocaría transcribirlo íntegramente. En la imposibilidad de hacerlo, señalaré al menos algunas de sus trascendentales afirmaciones.
Está, por ejemplo: «La situación de la deuda puede verse más como un síntoma que como una enfermedad y debiera tratarse como la manifestación de un sistema económico internacional que se está haciendo cada vez más inviable e injusto».
Y esta otra: «Cada banquero al que hemos consultado subrayó que la solución última del problema de la deuda tendrá que ser política, no simplemente técnica o económica. Las políticas de los Estados Unidos y otros gobiernos son centrales para una acción eficaz hacia una solución. Creemos que se necesitan cambios en el sistema económico internacional para aumentar las posibilidades de justicia social y evitar crisis tales como el problema de la deuda en el futuro» (…)
«Aunque reconocemos que las instituciones multilaterales, otros países industrializados y los gobiernos de los países deudores han de participar, naturalmente, en cualquier esfuerzo corresponsable tendente a reducir la deuda del Tercer Mundo, dirigimos nuestras observaciones en esta sección a nuestro propio gobierno y al pueblo norteamericano. Los Estados Unidos siguen siendo una fuerza central en cualquier respuesta eficaz a este problema. También sabemos que la deuda del Tercer Mundo está relacionada con nuestros propios déficits presupuestarios y comerciales. Solidaridad real significa que no podemos aceptar que se exija a los pobres del mundo sacrificarse a fin de mantener el estilo de vida de la gente más adinerada del mundo» (…)
«¿Por qué han de soportar los pobres de los países deudores, que no tuvieron ninguna parte en la decisión de acumular la deuda y que han recibido tan poco o ningún beneficio de ella, el peso mayor de su reembolso?»
«Encarecemos a nuestro gobierno –dicen los obispos– que adopte políticas que ayuden a aliviar la carga de la deuda de los países del Tercer Mundo, debida tanto a los bancos comerciales como al propio gobierno. Lo hacemos principalmente por las razones morales que hemos descrito, aunque también por nuestra preocupación por los propios intereses de los Estados Unidos».
Emociona, a quienes venimos luchando hace largos años por el reconocimiento de la idea de la justicia social internacional, la invocación que de ella se hace en la declaración de los obispos.
«Se reconoce –afirma– que el apartamiento de las responsabilidades nacionales hacia las internacionales entraña nuevos elementos y que las responsabilidades morales para justicia social no se limitan a la sociedad dentro de los países».
Por ello recuerda que Juan XXIII (Mater et Magistra) insistió en el «bien común internacional» y que El Sínodo Mundial de Obispos, en Roma, en 1971, habló de la necesidad de evaluar la economía mundial en el contexto de la justicia social internacional. Este fue precisamente el criterio que utilizó el Papa Paulo VI en Populorum Progressio cuando midió los patrones de las relaciones comerciales contra las normas de justicia.
En un mundo dominado por el egoísmo renace la esperanza, cuando se oye una voz tan autorizada como la de la jerarquía católica de los Estados Unidos, clamando –no tan sólo en lo abstracto sino más aún en lo concreto– por la justicia social internacional.