Cuatro más cuatro

Recorte de El Universal del 6 de mayo de 1992 donde aparece publicado este artículo de Rafael Caldera.

¿Cuatro más cuatro?

Artículo para ALA, tomado de su publicación en El Universal, el 6 de mayo de 1992.

 

La comprensible tendencia a considerar lo de Estados Unidos siempre lo mejor es seguramente la razón que a muchos, de buena fe, lleva a proponer que el período presidencial en nuestro país sea, como en Norteamérica, de cuatro años prorrogables mediante una reelección inmediata por cuatro años más. Lo que me ha hecho recordar un apóstrofe de Andrés Bello: «Cuándo imitaremos a Estados Unidos en lo que son más dignos de ser imitados». Refiriéndose a quienes atribuyen al federalismo norteamericano el adelanto en ese país, Bello comenta: «Toda constitución libre hubiera sido igualmente próspera, en pueblos preparados como lo estaban los americanos del norte, y favorecidos de las mismas circunstancias naturales; y la federación más perfecta habría hecho poco o nada sin el espíritu que animaba aquella sociedad naciente: espíritu que nació y medró a la sombra de instituciones monárquicas, no porque eran monárquicas sino porque eran libres y porque en ellas la inviolabilidad de la ley estaba felizmente amalgamada con las garantías de la libertad individual». Suponiendo que el sistema de la reelección inmediata hubiera funcionado a la perfección en Estados Unidos, ello no significaría que también sería ideal en Venezuela. Pero vale la pena analizar un poco la materia.

La norma permisiva de una inmediata y única reelección al cumplirse el período presidencial de cuatro años no se estableció en el Norte como resultado de una previa deliberación. Es sabido que al principio no había ningún ánimo anti-reeleccionista. El padre de la Patria, George Washington, fue reelecto al cumplirse su período y habría sido reelecto una vez más, sin no lo hubiera rechazado. Su ejemplo fue seguido por sus sucesores, hasta que Franklin D. Roosevelt tuvo la ocurrencia de hacerse reelegir por tercera y cuarta vez. Nada se lo impedía. Pero después de su muerte cobró cuerpo la idea de que el ejemplo de Roosevelt, que podría inducir a otros a imitarlo, no era el más conveniente; y la enmienda Constitucional Número XXII, en 1951, prohibió que un Presidente fuera reelecto por más de un segundo período.

Me observaba un amigo versado en la historia de Estados Unidos que después de Truman sólo fueron reelectos los presidentes Eisenhower y Reagan, quienes no han sido, a juicio de muchos observadores, los más brillantes ocupantes de la Casa Blanca. Nixon fue reelecto, pero su actividad como presidente-candidato lo llevó a utilizar ciertas ventajas que, evidenciadas, lo obligaron a renunciar sin concluir el segundo período. Kennedy fue asesinado para que no lo pudieran reelegir; Johnson no se atrevió a postularse por segunda vez, a causa de la difícil situación en que lo había colocado la guerra de Viet-Nam; Carter perdió las elecciones al postularse de nuevo ante los electores.

Pero no se trata solamente de que haya tenido o no lugar la reelección. Lo más importante es que no parece muy sano jugar el doble papel de Presidente de Estados Unidos y candidato en campaña electoral. Como Jefe del Estado tiene en sus manos una suma de poder muy grande y puede ceder a la tentación de usarla más allá de lo lícito: esa fue la causa del deplorable incidente de Watergate. Por otra parte, es posible que en el cuarto año de gobierno los compromisos de la campaña del candidato tengan prioridad sobre las obligaciones del Presidente y las decisiones que éste adopte tienden a ser calificadas por la oposición como electorales.

No es extraño, por tanto, que en los propios Estados Unidos haya habido dudas sobre la conveniencia de continuar el sistema de 4 + 4. En el The New York Times del 10 de mayo de 1979, James Reston escribía desde Washington: «Se piensa en prolongar el período presidencial». «Durante las últimas semanas –decía- tanto el presidente Carter como John Connally se han manifestado públicamente por un único período presidencial de seis años. Lyndon Johnson y Richard Nixon habían también indicado lo mismo. Carter consideró que sería mejor ser un Presidente por un período de seis años porque al paso del tiempo todo el mundo sospecharía que estaba tomando decisiones, no para la nación sino para asegurarse su propia reelección» (El Nacional, Caracas, 11/5/70). La agencia EFE, el 29 de abril del mismo año, comentaba: «en los últimos veinte años el Congreso ha estudiado ese tema varias veces, sin llegar a ninguna conclusión».

En América Latina, el problema se podría tornar mucho más grave. No es que no pueda haber un Presidente suficientemente honesto y suficientemente respetuoso de su dignidad y de su deber de respetar las instituciones, para competir limpiamente y sin ventajismos indebidos en la consulta electoral para un nuevo período, estando en ejercicio de su alto cargo. Pero sería probablemente la excepción y no la regla. Por eso las constituciones latinoamericanas todas han prohibido la reelección inmediata; la nuestra, como la anterior de Costa Rica extendieron la prohibición hasta dos períodos subsiguientes para evitar que ocurra lo que sucedió en Venezuela entre 1852 y 1858, en que la Presidencia fue de las manos de José Tadeo a las de José Gregorio y de José Gregorio a José Tadeo. Dos períodos (aquí, diez años) son suficientes como para impedir que el ex Presidente conserve las riendas del poder hasta allá e imponer irregularmente su nueva elección. Sigo creyendo que este sistema, comparado con otros, es mejor.

En algunos países del hemisferio se ha establecido la no reelección absoluta, propuesta para Venezuela en la Comisión de Revisión Constitucional. El caso piloto es el de México, donde funciona una democracia singular, controlada por un partido –que apenas ahora comienza a aceptar una cierta apertura al pluralismo- y donde el Presidente tiene poderes muy grandes, incluyendo la selección del sucesor. El período allá es de seis años. En Costa Rica y Ecuador se ha introducido la no reelección absoluta que acaba de incorporar también la nueva Constitución colombiana. El período es de cuatro años en los países citados, y personas como el ecuatoriano Oswaldo Hurtado, y el costarricense Rafael Angel Calderón Fournier, que no tienen 50 años de edad, ya no pueden volver a ser presidentes, aunque lo hayan hecho bien y ahora tengan mejor experiencia. En los dos países la disposición tuvo nombre propio: en Costa Rica, Pepe Figueres y en Ecuador José María Velasco Ibarra, reelectos cada vez que se les permitió competir. Pero en Costa Rica está pasando algo curioso: una de las personas que aspira a la candidatura para la próxima elección es la esposa del ex presidente Oscar Arias, lo que causa una impresión extraña. Por lo contrario, en Brasil no pocos piensan en el ex presidente Sarney para una próxima elección. Lo mismo pasa en Uruguay con el ex presidente Sanguinetti. Podrían citarse otros ejemplos y valdría la pena examinar la motivación.

El cambio que algunos han propuesto en Venezuela para aplicar el sistema norteamericano pareciera no estar suficientemente meditado. El 4+ 4 sería atractivo para quienes aspiren a la Presidencia, porque podrían pensar que el quinquenio podría extenderse hasta ocho años. Creo, sin embargo, que el problema no es para juzgarlo en términos de la conveniencia de nadie, sino del país.

¿Qué pensar sobre lo establecido para los gobernadores y alcaldes? Prácticamente todos los que fueron elegidos en 1989 están aspirando a la reelección, y quién sabe cuántos de ellos están administrando los recursos de su jurisdicción con franca intención electoral. El resultado de las elecciones próximas servirá de termómetro para emitir un juicio sobre el ensayo. Trasladarlo a la Jefatura del Estado en la próxima reforma constitucional parece aventurado.

Vale la pena analizar mejor la idea. En todo caso, he considerado de mi deber exponer sinceramente mi opinión.