Artículo Dos Chinas, una China

Rafael Caldera durante una reunión con el presidente de la República de China, Lee Teng-hui. Taiwan, 14 de enero de 1992.

Dos Chinas, una China

Artículo para ALA, tomado de su publicación en El Universal, el 29 de enero de 1992.

 

He tenido el privilegio de visitar, invitado por sus respectivos gobiernos, a Taiwán y a la República Popular China. No es frecuente ni fácil observar en un mismo viaje ambas experiencias y dialogar, en forma franca y cordial, con las cúpulas dirigentes respectivas. La primera conclusión, al recapacitar sobre las impresiones recibidas, es la de que se trata en realidad de un solo pueblo, el pueblo chino, que ante el desafío de la historia, en circunstancias totalmente distintas, y en situaciones contrapuestas, ha demostrado una misma envidiable capacidad para el trabajo y la superación.

En la China Continental, todas las conversaciones que sostuve giraron en torno a la asombrosa transformación acaecida en los diez años transcurridos desde mi visita anterior (1981). Transformación que ha sido, sin duda, impresionante. Desde el primer momento se advierte el cambio hasta en la apariencia de la gente. En 1981, aun cuando acababan de salir de la Revolución Cultural de Mao-Tse-Tung, que todos juzgaban como desastrosa, el país se mostraba todavía prácticamente uniformado. Hombres y mujeres vestían sencillas blusas, estilo Mao, casi todas de color gris o negro, resaltaban los rostros gentiles y algunos bellos de las muchachas, sin un adorno de retoque, ataviadas con tan rígida sencillez. Hoy por el vestido, creería hallarse uno en cualquier lugar del mundo occidental; y muchas jóvenes no ocultan el maquillaje.

La primera parte de mi visita se inició por Shen Zhan, una zona económica especial (versión china de una zona franca o puerto libre) surgida en lo que hace 10 años era un pequeño poblado de pescadores, transformada hoy en una ciudad de dos millones de habitantes, algo parecido a lo que ocurrió con nuestra Ciudad Guayana, pero con características distintas. Ubicada a una hora y media por tierra de Hong Kong, una fila interminable de camiones y gandolas se ve ir por la mañana, con sus espacios en mayoría vacíos, para regresar llenos de artículos industriales y de alimentos; constituyendo con Hong Kong una verdadera complementación entre producción y comercio. Shen Zhan está estrenando un flamante aeropuerto, inaugurado hace dos meses; tiene buenos hoteles y un hermoso parque, «China en miniatura», que compite con la «Ventana a China» de Taiwán, construido por iniciativa privada en colaboración con el Gobierno. Por todas partes se oye la expresión «Joint Venture» como clave del éxito.

En cuanto a la capital, Beijing, es mucho lo que ha ocurrido y de ello son expresión los suntuosos hoteles, en plan de competir con los mejores del mundo capitalista, también en «Joint Venture». Nuevas avenidas, un gran complejo para conferencias internacionales, y ambiciosos preparativos para las Olimpíadas Mundiales, en el año 2000, y otras cosas más.

Mi primer contacto al cruzar el Pacífico fue esta vez con Taiwán. Me habían invitado de allá muchas veces pero hasta ahora no me había sido posible ir. Estoy convencido de que valía la pena el largo viaje. Es una experiencia aleccionadora la que muestran estos chinos que trasladados a la antiguamente llamada por los occidentales Isla de Formosa, no se limitaron a fortificar una base de operaciones para la defensa militar y para una posible y cada vez más lejana invasión del continente, sino que emprendieron una tarea de organización y de desarrollo económico que ha dado resultados sorprendentes.

La isla, con una superficie de 36.000 kilómetros cuadrados (más o menos el estado Barinas) tiene sólo una tercera parte cultivable. Era tan pobre hasta 1949 que el Ministro de Economía me contó que él mismo, nativo de Taiwán, iba hasta el 4º grado de educación básica a la escuela sin zapatos, a pesar de tener que soportar a veces la inclemencia del tiempo. Pues bien, hoy tienen uno de los ingresos per cápita más altos, un salario mínimo que al cambio es de unos 440 dólares –es decir, que a la tasa actual en Venezuela equivaldría a unos 28.000 bolívares por mes– y ya superaron la producción masiva de artículos de baja calidad, y se dedican a la alta tecnología.

Tienen un centro mundial para la exportación increíblemente ordenado: me mostraron revistas y publicaciones venezolanas recientes de materia económica y me entregaron un dossier donde aparecen computarizados los datos esenciales sobre Venezuela y los renglones en los cuales se ha hecho comercio con nuestro país. Lo más singular del desarrollo de Taiwán es que los gastos de defensa llegan al 40 por ciento del presupuesto, a diferencia de Japón y Alemania, cuya riqueza se atribuye con frecuencia a que al ser vencidos en la Segunda Guerra Mundial se les impuso una política no armamentista.

El proceso económico de Taiwán empezó por una reforma agraria que limitó el precio de los arrendamientos agrícolas y luego pasó a la distribución de la tierra. En promedio, cada familia agricultora posee menos de una hectárea. La producción aumentó tanto, que hoy el consejo encargado de la política agrícola está recomendando reducir el volumen de algunos artículos –como el arroz– cuya exportación se dificultó por su costo comparativamente elevado. Los agricultores fueron los primeros impulsores de la industrialización, que reposa especialmente sobre pequeños y medianos empresarios. En las dos chinas plantean interesantes posibilidades para el comercio con Venezuela.

La relación China Continental-Taiwán fue al principio de continuos enfrentamientos. Hoy se respira una mayor seguridad, porque ni a China le convendría una costosa aventura militar para anexar a Taiwán, ni menos a ésta para invadir el continente. Por lo demás, China tiene 1.160 millones de habitantes y una densidad superior a 120 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras Taiwán tiene unos 20 millones en 35.000 km2 con una densidad superior a 600 habitantes por km2, pero en superficie y población es una parte pequeñísima de China.

Lo esencial es que tanto los unos como los otros sostienen que hay una sola China. Para la República Popular China, Taiwán es una provincia de su país. Para los dirigentes de Taiwán, la visión permanente está centrada en China.

El nombre oficial de «República de China» que todavía se mantiene, refleja la aspiración a la globalidad, aunque cada vez se usan más, en las reuniones internacionales y regionales asiáticas, las expresiones Taipei- China y Taiwán-China. Los restos del generalísimo Chiang-Kai-Shek y de su hijo, que lo sucedió en la presidencia, no están sepultados, sino depositados en sendos mausoleos hasta que pueda cumplirse su última voluntad de ser inhumados en el continente. Todos los años visitan la China Continental, donde tienen familiares y relacionados, más de dos millones de habitantes de Taiwán. En las inversiones foráneas que está recibiendo China, una buena parte (no sé si el diez por ciento o más) proviene de Taiwán. En las elecciones de diciembre para una Asamblea Constituyente, que se consideran un paso muy importante en la democratización del régimen (el cual, por su mismo origen y formación ha sido en sus primeros tiempos muy duro), el partido que aboga en Taiwán por constituir un estado independiente, el D.P.P. (Democratic Progresiun Party) quedó en minoría, a pesar de sus resonantes avances. El partido de gobierno, el Kuosmintang, con más del 80 por ciento de los votos, rechaza la independencia.

¿Entonces? Si ambas partes coinciden en la idea de la unidad de China, algún día, más tarde o más temprano, debe lograrse su realización. La experiencia de Hong Kong, que dentro de cinco años (en 1997) pasará a la soberanía de China, bajo el lema «un país, dos sistemas» puede ayudar mucho si funciona bien. Porque el régimen político es un obstáculo muy importante para la unificación. Los dirigentes chinos ratifican su fidelidad al marxismo y aunque éste sustenta la preeminente influencia de la estructura sobre las superestructuras, no admiten que el cambio radical que se está operando en lo económico debe suponer la modificación del régimen. Invocan que el socialismo es diferente en cada país y que el desarrollo económico que ellos impulsan requiere estabilidad. No ocultan sus críticas al caso soviético y responden que China es diferente de la extinta URSS.

En definitiva resulta difícil pronosticar qué pasará. Por lo demás, la futurología es una ciencia que ha sufrido mucho desprestigio con los acontecimientos de los últimos años.

Una observación final. En Taiwán, naturalmente, por efecto de las mismas circunstancias, se observa un gran proceso de occidentalización: en la arquitectura, en el modo de vida, en la tecnología. En el continente también, aunque en menor grado. Pero al mismo tiempo, en una y otra área, se palpa un permanente propósito de fortalecer la identidad nacional. La ópera china, por ejemplo, es todo un ritual en ambas partes.

Estas dos chinas que se proclaman ambas como una sola China, van en una marcha acelerada hacia la fórmula de un Lejano Oriente cada vez más convencido de la necesidad de incorporar los adelantos de occidente, pero cada vez más seguros en su propia, inconfundible, personalidad.

Y dentro de lo inconfundible de esa personalidad hay que anotar como una importante característica la hospitalidad. Sin duda, los chinos a un lado y otro del estrecho, son unos gentiles anfitriones.