El ministro Cavallo
Artículo para ALA, tomado de su publicación en El Universal, el 22 de abril de 1992.
Tengo por la Argentina no sólo admiración sino afecto. Admiro a ese país hermoso, admiro su naturaleza y sus realizaciones, admiro a Buenos Aires, una de las ciudades más hermosas y acogedoras del mundo, pero además tengo muchos amigos argentinos, he recibido obligantes manifestaciones de aprecio y simpatía por parte de gente de sus más variados sectores sociales.
Me ha preocupado y me preocupa, naturalmente, su situación económica. Sé que para los observadores superficiales, el «populismo» tiene su manifestación más típica en ese país. Al peronismo se le achaca el milagro inverso de haber llevado a la ruina a una nación que tenía uno de los ingresos per cápita más altos. Pero quienes así hablan no se dan el trabajo de indagar por qué surgió el peronismo. No era justa la distribución de la riqueza. No fue una mera aventura caprichosa del general Perón, azuzado por su esposa Evita, lo que creó uno de los fenómenos políticos más extraños, no sólo en América Latina, sino en el mundo entero. El peronismo tiene una honda raíz emocional, que lo ha hecho capaz de desafiar sus propios errores y sus faltas, ya sea el culto a la personalidad o los actos de corrupción que se le imputan. Ha sobrevivido a dos largos y duros gobiernos militares y a un período de gobierno radical. Devuelta al pueblo la capacidad de elegir, ahí está de nuevo el peronismo, en la figura, en veces inspirada, en veces folclórica, del presidente Menem, quien llegó a la Casa Rosada cubierto con la imagen de Juan Domingo Perón.
Pero, como suele ocurrir en la historia, el presidente Menem llegó para intentar todo lo contrario de lo que sostenía Perón. Su argumento discutible es el de que si este viviera haría lo que él está ahora intentando. Perón era populista, él es fondomonetarista; Perón era anti-yanqui, él es un incondicional aliado de Estados Unidos; Perón cultivaba un nacionalismo visceral, él ha llegado al punto de enviar una fragata argentina a combatir en el Golfo Pérsico al lado de los ingleses, a pesar del conflicto de las Malvinas.
Pero no soy quien deba juzgar los méritos y posibles errores del señor Carlos Saúl Menem al frente del Gobierno de la República Argentina, a la que no sólo quiero y admiro, sino también respeto. Tampoco me corresponde emitir un veredicto sobre la política asumida por su ministro de Economía, el señor Domingo Cavallo, ex ministro de Relaciones Exteriores, político provincial de filiación demócrata cristiana, quien asumió con mucho coraje su nuevo cargo y sorprendió a los observadores ordenando, como Josué cuando mediante un simple úkase paró el Sol, que se detuviera la baja de la moneda argentina, el austral, cuya paridad en pocos años había caído desde un dólar y algunos centavos hasta la astronómica cantidad de diez mil por dólar. Cavallo decretó: «¡No más!» y el milagro lo hizo. Al menos por ahora. Sinceramente, quisiéramos que el resultado fuera estable y que fuera el pueblo argentino, digno de la mejor suerte del mundo, el beneficiario final de la política económica del ministro Cavallo.
La fama de Cavallo tiende a convertirlo en oráculo continental. El ministro Calderón Berti informó que al encontrarse con él en Buenos Aires tuvo la feliz idea de invitarlo a venir a Caracas, para que le diera la bendición a la política económica del presidente Pérez. Y como cualquiera de esos periodistas nórdicos que en una semana de viaje adquieren suficientes conocimientos para escribir un libro sobre Latinoamérica, Cavallo pasó 48 horas en Venezuela, habló con el Presidente y sus colaboradores –o algunos de ellos– y emitió largas declaraciones para «movilizar la opinión pública». Dijo que le había «gustado el clima de colaboración que hay dentro de los ministros de Copei que se han incorporado al Gabinete y al Gobierno de Pérez» y recomendó a los dos partidos ponerse de acuerdo para sacar en el Congreso leyes impositivas que aumenten la recaudación fiscal y pongan al presupuesto a cubierto de cualquier baja de la renta petrolera. ¡Ah! Y acelerar las privatizaciones.
«Estamos privatizando –dijo– toda la electricidad (generación, distribución, transporte y trasmisión), el gas, los ferrocarriles, las líneas marítimas, el agua potable y las cloacas, la casa de la moneda y hasta el correo». Nada menos. Y se quedó corto. Su dictamen sobre el proceso venezolano, el objetivo de su viaje, fue categórico: «La impresión que tengo es que el rumbo que tiene Pérez es el correcto. Lo que ocurre es que a lo mejor tiene que ir más rápido en algunas reformas, como las fiscales y las tributarias, pero de ninguna manera ir atrás». ¿Entendido?
El ministro Cavallo no sólo habló de economía, no sólo le bastaron 48 horas para dictar sentencia sobre la política económica de CAP, sino que también le alcanzaron para lanzar opiniones y hasta una acusación en materia de política interna venezolana. Me hizo el honor de escogerme como blanco del ataque. «Me asombra un poco –dijo– lo que he leído del doctor Caldera respecto a su posición en la actualidad. Me hace recordar, lamentablemente, la de otro gran estadista que tenemos en Argentina, el doctor Frondizi, que habiendo sido un hombre que en su momento pudo haber impulsado la transformación de Argentina, simplemente por impaciencia le está dando “manija” a los cara pintada, que son desestabilizadores del orden institucional. Es una lástima que hombres que han tenido una gran estatura como estadistas en un determinado momento, abandonen su prédica democrática y alienten expectativas de cambio por vías de fuerzas armadas, cuando un país moderno que quiere progresar tiene que tener plena supeditación de las fuerzas armadas al poder civil y un respeto por las instituciones políticas, aun cuando se les considere meras instituciones formales».
No me corresponde asumir la defensa del ex presidente Frondizi, ni él la necesita, porque sabe defenderse por sí mismo. Pero tengo que protestar por la insinuación de que yo «le estoy dando “manija” a los cara pintadas», de que he «abandonado mi prédica democrática y aliento expectativas de cambio por vías de fuerzas armadas». ¿De dónde sacó Cavallo esa irresponsable y aventurada afirmación? ¿Quién le diría eso, ministro Calderón Berti? Mi línea democrática es muy clara y muy firme; y por eso estoy empeñado en demostrar que sí existe una salida democrática a nuestra crisis, y que esa salida democrática es lo único que puede alejar de nuestro horizonte el fantasma amenazador de un hecho de fuerza. No es precisamente el ministro Cavallo quien puede darme lecciones de fidelidad y respeto a las instituciones, que han sido norma indoblegable de toda mi vida.
Si sus infundadas imputaciones provienen de una información que creyó auténtica y cuya veracidad no se molestó en verificar, es a mí a quien le da lástima que un hombre investido de gran responsabilidad en un gran país que, como he dicho, quiero y admiro, sea capaz de lanzarse a tan atrevidas aseveraciones, que no sólo constituyen un entrometimiento indebido en la política interna de un país hermano, sino un acto de ligereza que hace pensar mal de sus actos de gobierno. Porque si sus actitudes y decisiones como zar de la economía argentina se basan en conocimientos adquiridos tan a la ligera como éstos y en razonamientos tan poco meditados, hace temer que las esperanzas puestas en su gestión estén a merced de cualquier circunstancia. De veras lo lamentaría. A pesar de su agresión gratuita e injusta, deseo sinceramente que el ministro Cavallo tenga éxito, no por él, sino por el pueblo argentino.