Lo que dice Felipe González
Columna de Rafael Caldera «Panorama venezolano», escrita para ALA y publicada en diversos diarios, entre ellos El Universal, del cual extraemos su texto, del 23 de septiembre de 1992.
La controversia abierta por las exageraciones neoliberales (en Europa prefieren llamarlas neo-conservadoras) que denuncian como populista cualquier medida de protección a los sectores populares, aspiran reducir al Estado (como en la anticuada definición del Estado-Gendarme) a garante del orden público y a lo sumo prestar servicios de educación y salud (que algunos también quieren privatizar) y proponen la privatización total como panacea, es una controversia cuya liquidación está lejana. Porque si, como dice The Economist en su edición de septiembre: «El pensamiento liberal (i.e. conservador) ha regido la política económica en la pasada década», la situación está cambiando, porque «el precio, al final, puede ser grande» y «el problema parece empeorar».
Frente a las exageraciones, provenientes con frecuencia de antiguos extremistas de la izquierda (nadie más fanático que un converso), comienzan a hacerse visibles las críticas surgidas en Estados Unidos a la política de Reagan, en la Gran Bretaña a la política de Thatcher y en los demás países, por lo consiguiente, a sus imitadores. Y –volvemos a The Economist– «enfrentar el problema apropiadamente exige algo que es difícil de lograr: una alianza inteligente del Estado y el mercado».
La situación económica en el mundo industrializado presenta señales de alarma y no se considera prudente dejar la solución al mercado; los bancos centrales manipulan las tasas de cambio y las tasas de interés, y los ministros de la Economía se reúnen urgentemente a deliberar contra las medidas que deben tomar para evitar mayores males.
El costo social, por otra parte, no sólo en los países en vías de desarrollo sino en el mundo desarrollado, se está sintiendo en forma severa. Los acontecimientos de hace algunos meses en Los Ángeles pusieron de relieve en Estados Unidos las condiciones dramáticas en que se encuentran importantes sectores populares. En la campaña electoral que actualmente se libra por la presidencia norteamericana, el blanco preferente de los demócratas ha sido la situación social como consecuencia de la política económica. En España, por otra parte, el propio gobierno reconoce la dificultad de la situación. El desempleo acusa la cifra oficial de 14,09%.
Vengo, precisamente, de pasar dos semanas en España, participando en las jornadas celebradas en la isla canaria de La Gomera, con motivo del V Centenario de la salida de Colón al océano y en un curso de verano de la Universidad Complutense de Madrid, realizado en Almería, sobre la integración latinoamericana y las perspectivas de nuestros países. Como es de suponer, aproveché mi estada para indagar, en lo posible, lo que los españoles piensan ante el horizonte económico y en sondear si la adhesión a un liberalismo económico integral es considerada como la solución a las dificultades actuales y a la garantía de un futuro de prosperidad.
Mi visita coincidió con la celebración del Congreso de la Internacional Socialista en Berlín, donde jugó un importante papel Felipe González, desde luego que es uno de los jefes de gobierno militantes de aquella corriente política. Como es de suponer, la prensa española informó diariamente sobre la reunión, donde, por cierto, la vedette más cotizada fue Gorbachov, quien se declaró partidario del socialismo democrático y se manifestó discípulo de Mitterand y Felipe González. Lo primero lo comprendo: en alguno de mis artículos sobre el ex secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, dije que a mi modo de ver se inclinaría hacia un comunismo democrático; desaparecido el comunismo (por lo menos en su papel de guiador del Este de Europa) no es difícil verlo ubicarse en el socialismo democrático. Lo segundo, evidentemente, fue un comprensible, aunque exagerado, gesto de cortesía. Pero no es a Gorbachov a quien me quiero referir ahora. Tenía interés en conocer la posición de Felipe González, ya que muchos lo consideran inspirador del socialismo neoliberal aplicado en América Latina por algunos gobernantes socialdemócratas. De allí la impresión que me causaron las noticias que leí en los diarios peninsulares.
El primer titular me llamó la atención: «González destaca el papel del Estado en la inauguración del Congreso de la Internacional Socialista», fue la cornisa de la información en un diario inclinado a su partido. «El fracaso del comunismo –expresó el periódico– ha destacado las ventajas del mercado libre, según González, quien agregó que los socialistas deben aportar en este cuadro respuestas económicas eficaces y que a la vez defiendan con claridad el papel de los poderes públicos como correctores de los desequilibrios o de las injusticias sociales, que nunca podría resolver por sí solo el mercado».
Confieso que me causó sorpresa la noticia, porque me había hecho la idea de que el hombre estaba definitivamente encuadrado en un pleno y total reconocimiento del dominio del mercado. Pero, además, expuso su disconformidad con la forma como se está llevando el nuevo orden económico. «Se ha hablado con excesiva precipitación de los dividendos de la paz, declaró González, quien señaló que hemos de reconocer que tal y como está la economía internacional, hasta ahora sólo parece haber llegado la factura y los famosos dividendos no se han visto en el horizonte (…) Alcanzar mayores cotas de libertad y justicia social –agregó– como aspiración socialista, sólo podrá conseguirse con mayor solidaridad internacional y con mayor responsabilidad de todos nosotros».
Como colofón de estos planteamientos, González hizo una réplica muy dura al opositor Partido Popular, favorable a una política económica más liberal y cuya alternativa calificó de «ilógica» y del cual dijo que «plantea algunas medidas que son una estupidez». Yendo aún más allá, comparó la situación económica española con la de Gran Bretaña «que tiene –dijo– una situación bastante más dura que la que nosotros padecemos, a pesar de que es una sociedad más desarrollada». Y refiriéndose a la privatización expresó: «éstos que se declaran defensores del mercado ni siquiera calculan qué efectos tan perniciosos tiene decir que van a privatizar con calendario».
Conocidas son mis diferencias con el jefe del Gobierno español y su partido. No me siento calificado para juzgar la política de un país muy querido, pero en cuya esfera soberana sería absurdo pretender inmiscuirse. Lo que pretendo con estos apuntes es señalar que quienes se supone siguen las orientaciones de Felipe González no parecen acordes con su defensa del papel necesario del Estado para corregir los desequilibrios del mercado, ni su crítica a elevar a dogma la privatización. Y que, por otra parte, sus declaraciones no coinciden con el elogio entusiasta de la política neoliberal o neoconservadora británica que aquellos hacen, ni con el cántico de alabanza que se brinda a la orientación económica de España, que atraviesa en la actualidad una etapa con atisbos de crítica. Al menos, así parece admitirlo el señor Felipe González.