La apertura de China

Columna de Rafael Caldera «Panorama venezolano», escrita para ALA y publicada en diversos diarios, entre ellos El Universal, del cual extraemos su texto, del 21 de abril de 1993.

 

El proceso de apertura que se está realizando en la República Popular China es un fenómeno interesante, y dada la magnitud del país se empieza a señalar que tendrá indiscutibles efectos sobre la humanidad. Agudos comentarios no pueden menos que reconocer que la expresión de Bonaparte según la cual «cuando China despierte el mundo temblará», pero eso mismo anima a los dirigentes chinos a comunicarse con los otros pueblos para tranquilizarlos, para insistir en que sus propósitos son pacíficos y sus ideales están dirigidos hacia la paz universal. En cuanto al Asia, es significativa la reciente visita a China del emperador del Japón y también al establecimiento de relaciones con Corea del Sur. Hechos que superan diferencias importantes. De América Latina llegan frecuentemente invitados a los cuales se nos ofrece la más amplia y gentil hospitalidad (que yo por mi parte debo agradecer) y se nos muestra en forma abierta la situación y perspectivas actuales.

Todo lo que ocurre en China tiene el sello de la singularidad. El proceso actual se dirige a lo económico. Se habla de una «economía de mercado socialista». La definición de este concepto no es fácil. Al pedirla, el hecho en que se insiste para responder es que la apertura del mercado no excluye la propiedad del Estado. Siguen manteniendo la propiedad pública. Lo que no obsta para que las inversiones extranjeras aumenten a cada paso y para que se ensayen diversas fórmulas, entre ellas la de empresas mixtas (llamadas chinese joint ventures) o la de una especie de concesiones en la que el Estado se reserva la propiedad, pero concede al inversionista el usufructo o un derecho parecido a éste. Ello demuestra que lo que el inversionista busca fundamentalmente es seguridad: en China se ofrece un régimen político fundado en una rigurosa autoridad del partido: en Venezuela podemos y debemos ofrecerla como resultado de una rectificación de errores políticos y un robusto entendimiento nacional.

Rusia y los demás países europeos del lado allá de la Cortina de Hierro hicieron primero la revolución política para adentrarse luego en la reforma económica. Ésta, por cierto, no ha sido fácil, porque no lo es la transición de un régimen totalitario a una economía de mercado. Los chinos, al revés, están haciendo la reforma económica, aferrados a los principios de su régimen político. Hablan de reforma del Estado, pero sobre todo en el aspecto administrativo. Esta supone, entre otras cosas, la reducción de la burocracia para hacerla más eficiente. Han anunciado la eliminación de un 25% (alrededor de dos millones de funcionarios) para los cuales habrá que estimular la creación de nuevas fuentes de trabajo. La reforma implica el cambio de sistema de remuneración. Con la devaluación del yuan, los sueldos de los funcionarios públicos se han hecho muy bajos, en contradicción con los altos salarios devengados por los ejecutivos de las empresas constituidas por las inversiones foráneas. Se insiste en la eliminación del «igualitarismo»; quieren implantar un sistema que estimule el rendimiento.

Lo más resaltante de la actualidad es el entusiasmo con que cada uno comenta el progreso de la economía. En las visitas realizadas a empresas (siderúrgicas y petroquímicas, especialmente) el énfasis se pone en los beneficios obtenidos por una administración eficaz. Pero lo más impresionante es la experiencia de las comunidades campesinas, que han creado industrias, preferentemente para la exportación. El cultivo de la tierra apenas produce para vivir –y hay que reconocer como milagroso el resultado de una armonía fecunda entre una tierra fértil y un campesino extremadamente laborioso– porque la extensión otorgada a cada familia es mínima. Un mu es la quinceava parte de una hectárea, es decir, unos 666 metros cuadrados; pues bien, en la zona de Shangai los campesinos tienen más o menos cinco mus por familia, o sea, algo más de 3.300 metros cuadrados; en el Tibet, por su mayor extensión y menor población, pueden tener hasta 10 mus por familia, unos 6.600 metros cuadrados. El experimento de las granjas colectivas, a la manera de los koljoses soviéticos, fue abandonado y se volvió al sistema de labranzas en pequeñas parcelas (salvo las zonas pecuarias): la propiedad de la tierra sigue siendo colectiva, pero cada parcela se otorga a cada familia para trabajarla por tiempo indefinido. Pues bien, las comunidades campesinas han creado fábricas (la que visitamos en Xujin, cerca de Shangai, tiene una de juguetes y otra de cosméticos (sic) que exportan a Estados Unidos, Canadá y otros países) y tienen en proyectos otras más. Los campesinos son accionistas y algunos de ellos trabajan como obreros en esas fábricas. Esto me recordó lo que me informaron en Taiwán, que la industrialización formidable de ese país comenzó por la Reforma Agraria.

La apertura de China es muy amplia, los taiwaneses y los hongkonianos están entre los mayores inversionistas foráneos. Un millón de taiwaneses viaja cada año al continente: para visitas familiares, para gestiones de negocios, o simplemente para ver como turistas la Madre Patria.

En este mismo mes se realizan en Shangai las olimpíadas del este asiático. Concurrirán varios miles de atletas y esperan unos mil comunicadores sociales. Está confirmada la asistencia de delegaciones deportivas de Taiwán, de Hongkong, de Macao; también concurrirán sendas delegaciones de Corea del Norte y de Corea del Sur. Cuando estuvimos en Shangai se daba por segura la asistencia del señor Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional. China aspira a ser la sede de las olimpíadas mundiales del año 2000. Hay una intensa propaganda y preparativos para demostrar ser aptos para esta elección. Y en verdad, sin negar los títulos de otros aspirantes, sería un acontecimiento de trascendencia universal el que se los complaciera en este deseo.

La reforma económica, necesariamente, supone muchas contradicciones y exige superar muchas dificultades, la fábrica de automóviles Volkswagen que visitamos es, por ejemplo, una empresa mixta, donde aparece como figura principal el representante del partido, que es a la vez secretario general del sindicato. La empresa produce beneficios porque el Estado fija el precio de venta de las unidades producidas, agregando simplemente un 10% de utilidad al costo de producción total. La producción está colocada integralmente, porque no alcanza para satisfacer la demanda. Pero se asigna 10 o 20% para la exportación, con la circunstancia de que un vehículo exportado se vende por 8.000 dólares y uno vendido en China alcanza, al cambio oficial, a unos 15.000 dólares. Estos problemas tendrán que resolverse, lo que no será fácil.

Un alto funcionario me dijo que se estima en unos 20 o 30 años el tiempo necesario para alcanzar el funcionamiento armónico de la economía total. Pero, entre tanto, es admirable el optimismo con que todos hablan de los resultados obtenidos, y sobre todo de los proyectos en marcha.

¿Y lo político? El marxismo, a cuya filosofía se mantienen adictos, establece que la estructura económica es la que determina y condiciona la superestructura política. ¿Qué responden ellos? Que China es diferente. Y en verdad lo es; pero no parece posible que los cambios audaces realizados en la economía no tengan repercusiones políticas. El tiempo, no lejano, lo dirá.