En Suiza, economía y doctrina social

Columna de Rafael Caldera «Panorama venezolano», escrita para ALA y publicada en diversos diarios, entre ellos El Universal, del cual extraemos su texto, del 7 de abril de 1993.

 

En los días 1, 2 y 3 de abril tuve la oportunidad de participar, en Suiza, en dos eventos muy diferentes, pero que no puedo dejar de considerar relacionados: un coloquio sobre Ética, economía y desarrollo, a la luz de la enseñanza de los obispos de cinco continentes y un diálogo con la Cámara de Comercio Suiza-Latinoamericana, interesada en la situación de Venezuela y en nuestras perspectivas sociales y económicas.

El coloquio fue realizado por iniciativa del Instituto Internacional Jacques Maritain, con el respaldo de la Universidad de Friburgo. No fue fruto de una improvisación, sino resultado de una investigación de varios años sobre los documentos sociales de los obispos del Universo. No fue, pues, una reflexión sobre los documentos pontificios (en torno a los cuales se ha hablado extensamente con motivo del centenario de la Encíclica Rerum Novarum, de León XIII) sino de documentos episcopales, en los cuales brillan al mismo tiempo la variedad de condiciones confrontadas en los diferentes pueblos y la unidad fundamental de las respuestas de los respectivos pastores a los graves problemas de sus greyes.

El cardenal Roger Etchegaray, presidente de la Comisión Pontificia Iustitia et Pax fue encargado de clausurar el evento al cual adhirieron personalidades como el presidente del Parlamento Europeo, el secretario general del Consejo de Europa y los representantes de las conferencias episcopales regionales. El espíritu y las conclusiones constituyeron una ostensible y valiosa reafirmación de una doctrina, elaborada a base del reconocimiento de la dignidad preeminente de la persona humana e inspirada en la idea de la justicia social.

Quedó patente en el coloquio el interés que hay, no solamente en los ambientes universitarios, sino también en los sectores empresariales, de formación cristiana, sobre la relación innegable entre la ética y la economía. Partiendo del reconocimiento, del fracaso de la economía socialista y del auge de la economía de mercado, se plantearon los aspectos esenciales que los principios morales exigen en el comportamiento frente a los trabajadores y a los pobres en general.

Por otra parte, el diálogo con los directivos de la Cámara de Comercio Suizo-Latinoamericana me sirvió para escuchar de viva voz observaciones y ratificar las posiciones que he venido sosteniendo en torno a la situación económica del país y a una política inspirada por las condiciones establecidas por el Fondo Monetario Internacional. Los países en vías de desarrollo que cometieron la ingenuidad de alucinarse con las ofertas de préstamos de los petrodólares que llenaban las arcas de los bancos, contrajeron deudas que, con el devenir de los acontecimientos, se convirtieron en un peso insoportable; el cual, de mantenerse en la forma actual, harían imposible la recuperación de nuestras economías.

Del diálogo cordial y sincero con los empresarios suizos espero que hayan sacado como conclusión la de que son infundados los temores sobre invertir en Venezuela. Estamos, es cierto, atravesando por una situación crítica cuyas principales consecuencias, desde el punto de vista de los inversionistas, se centran alrededor de la inseguridad jurídica, política y económica. El cambio caprichoso de normas legales y reglamentarias, la implantación de políticas que no tiene sólido respaldo en la opinión, el manejo de la situación en forma tal que a cada paso se ofrecen nuevos flancos a quienes pretenden atentar contra la estabilidad de nuestro sistema democrático, y por otra parte, la acelerada devaluación del signo monetario (nuestro bolívar, que fuera en otros tiempos nuestro orgullo y el exponente de la firmeza de nuestra economía), el ingrediente inflacionario, que no sólo choca por su presencia sino intimida por su aspecto amenazador, el déficit fiscal, que a su vez es factor importante para la devaluación y para el proceso inflacionario, y la mayor dependencia del mercado petrolero, en el cual se alternan noticias optimistas con perspectivas pesimistas, todo ello constituye un manojo de factores que producen inseguridad y retraen al inversionista nacional y extranjero.

Pero, aun cuando no sea fácil el remedio, para el cual va a requerirse el concurso de gente capaz y una línea de conducta clara y enérgica, pude asegurar a los empresarios suizos que ese remedio sí es posible y previsible. Tengo una gran fe en el país y en sus recursos humanos (la abundancia de recursos naturales y la presencia razonable de los recursos financieros que ellos generan no la discute nadie). Estoy convencido de que la tremenda lección de la crisis la está aprovechando con sus sufrimientos y carencias el pueblo venezolano y en especial las clases medias, cuya aparición ha sido la mayor ganancia del país en este mismo siglo y que están tan golpeados, que órganos informativos de reconocida responsabilidad han llegado a anunciar su desaparición.

En definitiva, creo que fue muy favorable para mí la circunstancia de que la invitación de los empresarios pudiera coordinarla con el coloquio de los científicos sociales y los personeros de la moral social. No puedo aceptar una dicotomía entre la actividad económica y el bienestar social: éste debe ser fruto legítimo de aquella. Bolívar, en el discurso de Angostura, no puso como fin supremo la riqueza, sino la felicidad general. El menosprecio de los teóricos y prácticos de una economía mercantilista, ha producido en todos los países y en todos los tiempos consecuencias nefastas. Por algo los voceros de los organismos financieros empiezan a advertir que es erróneo descuidar el aspecto social. Por algo también el presidente Clinton, al reconocer que su triunfo se debió al deterioro de las condiciones sociales en su país por la política económica de sus antecesores, ha comenzado a tratar de adoptar medidas que no solamente representen un cambio que el pueblo desea, sino que implican la revisión de una serie de estereotipos que venían aplicándose y que, por cierto, se han querido imponer o se han impuesto a los países periféricos del hemisferio.

Desarrollo económico con equidad; crecimiento económico con justicia social; estímulo a la inversión privada orientada al beneficio general, eso es lo que profundamente se está requiriendo en Venezuela, como en otras partes del mundo. No se trata de volver al pasado, ni de aplicar medidas que ya no son pertinentes ni serían efectivas. Se trata de avanzar, pero a pie firme, y ver bien el camino para no tomar alegre e irresponsablemente la vía del precipicio.