Concertación nacional para el cambio
Columna de Rafael Caldera «Panorama venezolano», escrita para ALA y publicada en diversos diarios, entre ellos El Universal, del cual extraemos su texto, del 10 de febrero de 1993.
La incapacidad que han mostrado los cogollos de los principales partidos para entender la realidad actual de Venezuela se está corroborando y agravando con la actitud adoptada frente a la próxima coyuntura electoral.
Actúan como si estuviéramos en una situación normal. Como si la finalización de este dramático quinquenio y la iniciación del próximo fuera el simple sucederse de una administración a otra a través de los mecanismos usuales, a saber, la selección intra-partidista, seguida luego por el enfrentamiento de los candidatos que hayan escogido las respectivas organizaciones partidarias.
No hay que tener facultades de vidente ni disponer de recursos extraordinarios para la investigación y el análisis, para apreciar lo que está viviendo la población venezolana. El simple hecho de que las cifras oficiales admitan que sólo una minoría de los inscritos en el Registro Electoral Permanente fue a votar en las elecciones del 6 de diciembre, es de por sí, elocuente. Porque el acto de votación se realizó en circunstancias extraordinarias, ya que estaba muy fresco el intento golpista del 27 de noviembre y se hizo una de las campañas más intensas a través de los medios de comunicación social, a fin de convencer a los electores de que su concurrencia a las urnas era indispensable para ratificar su adhesión al sistema democrático. Además, no pocos empresarios escribieron cartas a sus empleados y obreros requiriéndolos a votar como un deber patriótico, y muchos sacerdotes lo recomendaron a su feligresía. Aun así, y computando los difuntos que aparecieron consignando su voto y todos los que sin estar inscritos votaron y los que lo hicieron más de una vez, no se logró vencer la abstención, que fue más de un 50%.
Ignorar ese hecho, menospreciar el peligro de que en la próxima elección de presidente de la República y Congreso (un Congreso que tiene que ser Constituyente) concurra un número minoritario de votantes, es exponer a quienes resulten electos a enfrentar un permanente argumento contra su legitimidad, si no jurídica, sí moral y política. Y aumentar el riesgo de que se intenten nuevas acciones de insurgencia. De allí la necesidad urgente de reformar la Ley Orgánica del Sufragio, para que se renueven los órganos del Poder Electoral y se agilicen los mecanismos de votación y de escrutinio. Ofrecer la máxima seguridad al respeto del voto y presentar los resultados en forma indubitable con la máxima rapidez.
Es inequívoca la predisposición nacional contra el excesivo predominio partidista. El pueblo no quiere que lo obliguen a escoger entre las opciones que le imponen las maquinarias políticas. Aspira a salvar la deteriorada democracia, a rescatar la imagen de ese sistema de libertades públicas y de derechos ciudadanos que ella representa, mediante la posibilidad abierta de escoger una fórmula capaz de congregar una amplia pluralidad de voluntades y garantizar una verdadera amplitud, por encima de las fronteras partidistas.
El país ha soportado heroicamente los sufrimientos que le han causado los errores de la actual administración. Se muestra resignado a aguantar este año más, a pesar de que no se le ofrece alivio, sino endurecimiento de las condiciones que padece,
Pero sería ilusorio creer que pueda aguantar cinco años más a un gobierno semejante a éste. Una fórmula que envuelva, de una manera u otra, la prolongación del mandato de Pérez más allá de su vencimiento, con un cambio de nombres o con algunos arreglos cosméticos, pondría a prueba hasta el extremo su capacidad de tolerancia,
El país quiere un cambio, un cambio de verdad. Un cambio que empiece por enfrentar sin vacilación el cáncer de la corrupción. Cualquier sospecha de connivencia con las prácticas corruptas que han venido dañando la imagen de la democracia, sería funesta.
Un cambio, también, en la política económica. Gente que estuvo de alguna forma vinculada al paquete en 1989 o aún después, ha comenzado a reconocer el fracaso del mismo. Se nos prometió una dependencia menor del petróleo, y estamos dependiendo del petróleo más que antes. Se nos ofreció controlar la inflación, y ésta tiende continuamente a crecer. Se nos anunció como resultado del paquete un crecimiento sostenido de las exportaciones no petroleras, y estas disminuyen drásticamente, mientras aumentan las importaciones. Se nos aseguró mejorar las condiciones de vida de la población y éstas, para la mayoría del país, se hacen cada vez más estrechas. El costo de vida sube, sin consideración. El signo monetario, que lleva el nombre glorioso del Padre de la Patria, se deteriora sin parar.
Un cambio, sobre todo, es necesario en el ejercicio del gobierno. El pueblo está cansado de discursos repetitivos que le recuerdan los que han venido diciéndose en todas las campañas electorales. La abundante propaganda y las cuñas reiteradas en la radio y en la televisión, al costo de muchos millones, le resbalan y con frecuencia, más bien le molestan. Lo que se reclama es enfrentar los hechos con mucha seriedad y energía. Es preciso acostumbrar de nuevo al país a escuchar la verdad.
Los venezolanos queremos creer en algo y en alguien. Esta ansiedad existe, sobre todo, en los jóvenes, que se consideraban condenados al escepticismo, y que con los acontecimientos traumáticos del año 1992 han sentido sacudir sus conciencias y cada día más se aprestan a la lucha. A una lucha llena de verdad y librada a base de honradez. No quieren más embustes. No quieren más promesas, de esas que en el propio momento de formularse revelan su falta de solidez. He oído con frecuencia a personas que viven de su trabajo y están empeñadas en superarse, que cierran el televisor cuando oyen a un político repitiendo el consabido «bla, bla, bla».
Para que la clase política recupere el prestigio que necesita y pueda efectivamente servir a su país, se necesita un gigantesco esfuerzo. Para que los partidos recuperen la imagen positiva que necesitan como baluartes. Yo quiero mucho mi partido y deseo sinceramente la recuperación de su prestigio. La comunidad en general está convencida de la urgencia de ofrecer a la sociedad civil una efectiva oportunidad de participación. Lograrlo requiere autoridad política y moral.
El pueblo aspira y reclama se le dé la posibilidad de expresar genuinamente su voluntad. Él está claramente definido por una convergencia nacional para el cambio.