La Fundación Konrad Adenauer ha sido mi hogar
Palabras pronunciadas por Rafael Caldera con motivo de su visita a la sede de la Fundación Konrad Adenauer en su sede principal, en San Agustín, a veinte minutos de Bonn, en su visita oficial a Alemania, 19 de marzo de 1998.
En Alemania he venido a visitar la Fundación Konrad Adenauer. Ella ha sido, en cierta manera, mi hogar en las numerosas ocasiones en las que se me ha ofrecido la oportunidad de compartir momentos variados y significativos de la vida de esta gran nación alemana. Por tanto, me complace reunirme aquí con viejos amigos y ver, también, a mucha gente que viene a recibir inspiración, estímulo y ánimo para trabajar por los ideales de un mundo más justo, libre y en el cual se busque, en lo posible, el bienestar de todos los seres humanos.
Me siento muy feliz de ver aquí a Peter Molt, quien tuvo la audacia de traducir mi librito Especificidad de la Democracia Cristiana, cosa que le agradecí intensamente. Ese texto fue presentado en uno de los congresos del Partido de la Democracia Cristiana Alemana. Me siento muy agradecido por la invitación y por las palabras tan amables que se han pronunciado para recibirme: palabras que desde luego, recibo un poco a beneficio de inventario porque en ellas hay un ingrediente que, en cierta forma, magnifica las palabras como es el ingrediente de la amistad.
Debo decir que un gesto muy importante que ha tenido la República Federal Alemana -en esta nueva Alemania que empieza a raíz del final de la Segunda Guerra Mundial- ha sido el de las Fundaciones establecidas para estimular y fomentar las ideas políticas de la democracia y de la justicia social en el mundo. Todas esas Fundaciones han realizado y realizan una labor muy meritoria. El trabajo de ellas es un trabajo amistoso, consciente, prudente, respetuoso de la identidad de cada país, dispuestas a comunicarse con las instituciones que trabajan por el perfeccionamiento de la vida democrática desde el punto de vista jurídico, económico, político y cultural.
Entre esas Fundaciones tan respetables, yo, desde luego, tengo «debilidad especial» por la Fundación Konrad Adenauer. Por eso, también se me justificará que diga que la labor de la Fundación Konrad Adenauer es extraordinaria. Es una labor prudente, paciente, constante. La gente que envían a los países, especialmente a los países latinoamericanos, es gente que va con el deseo de entender y de identificarse con el sentimiento, con el modo de ser cada uno de los países, al lado de la gente que allá lucha por unos ideales de solidaridad y de justicia.
En el gobierno que presido -dada la situación peculiar que se planteó en Venezuela cuando decidí, después de treinta años o más de militancia en el Partido Socialcristiano COPEI, tomar la decisión de lanzar mi candidatura a la Presidencia de la República, como una candidatura de convergencia, que reuniera las voluntades y el apoyo de numerosos grupos, variados todos ellos- las relaciones del mismo con la Fundación «Konrad Adenauer» han sido y son excelentes. Debo agradecerles el haber cooperado para la realización de simposios destinados al análisis de problemas capitales y para publicar volúmenes ricos de contenido y de inspiración de mucha importancia para orientar los destinos de nuestros países.
Cuando organizaron el programa de mi visita a Alemania, tenía demasiados compromisos y poco tiempo para realizarlos. Anunciaron que yo iba a dictar una conferencia sobre «La Democracia Cristiana en América Latina». Debo advertir que objeté ese punto programático. Pero no sé quién -si el Embajador por su cuenta o la dirección de la Fundación- en forma drástica, mantuvo en el programa esa conferencia. Resultaría para mí un poco incómodo efectuar un análisis de la situación de los partidos demócrata-cristianos en mi Continente, porque desde que estoy investido de responsabilidad como Jefe de Estado, no puedo transgredir normas constitucionales y prácticas. No puedo ejercer militancia partidista ni me corresponde tampoco hacer el análisis de situaciones como, por ejemplo, la que está viviendo en Venezuela el Partido Socialcristiano COPEI, que fundamos unos cuantos idealistas el 13 de enero de 1946, y que después de tantos años de identificación con él se ha convertido en el más fuerte y sistemático opositor de mi gobierno, en una forma que mucha gente, y especialmente su propia militancia, no puede entender.
Lo cierto es que el movimiento democratacristiano en América Latina insurge conducido por quienes un día habíamos sido dirigentes de movimientos estudiantiles de filiación cristiana, de denominación católica y que fuimos llevados por la necesidad de responder a los problemas de nuestros países a la militancia política. Pequeños grupos de idealistas, de jóvenes idealistas, devinieron en movimientos populares que llegaron a alcanzar el poder por la vía democrática, como una fórmula diferente de la que planteaban, por una parte, los autoritarios de la extrema derecha, los conservadores aferrados a las viejas tradiciones, y por otra parte, los movimientos de izquierda que tenían la inspiración que desde Moscú irradiaba y que deformaba la lucha política en todo el Universo. Ese movimiento surgió como una esperanza. Y así, en Chile y en Venezuela, hubo una demostración de que la doctrina demócrata-cristiana podía ser popular y lo era. Y en nuestros países latinoamericanos se podía tener la posibilidad efectiva de llegar al poder por la voluntad de las masas populares.
De tal forma se irradió y tuvo manifestaciones, algunas de mucha calidad, aunque -desgraciadamente- no llegaron a conquistar la posición mayoritaria a la cual se aspiraba. Por ejemplo, la Unión Cívica Radical en el Uruguay, encabezada por un hombre de tanta significación como fue Dardo Regules, no pudo pasar de ser un grupo de minoría, que después se dividió, tomando unos una posición un poco más hacia la derecha, un poco más conservadora, y otros una posición más a la izquierda, pero sin que ninguno de los dos grupos alcanzara una participación decisiva en los destinos de aquel admirable país.
En la Argentina, el movimiento también adquirió mucha significación e importancia, pero no ha llegado, hasta ahora, a la titularidad requerida que le permita dirigir el gobierno y la vida política de la gran nación argentina. Podríamos continuar este recorrido: en Brasil, antes del golpe militar, el partido demócrata-cristiano había pasado de ser el más grande de los pequeños partidos para convertirse en el más pequeño de los grandes partidos. Una significación bastante interesante, pero que tuvo que enfrentarse con una situación inesperada como fue el régimen militar. Después de este régimen, no ha surgido con la importancia y con la significación que desea.
En Colombia, por ejemplo, el partido demócrata-cristiano ha representado una pequeña minoría. Aunque tiene influencia indudable en el ala progresista del Partido Conservador, de manera que los propios dirigentes conservadores de más autoridad han tenido la tentación de llamarlo Partido Conservador-Socialcristiano o, por lo menos, como dijo el Presidente Misael Pastrana Borrero, Partido Social Conservador.
En el Perú, el movimiento tomó gran impulso y constituyó una especie de factor fundamental en el primer gobierno del Presidente Fernando Belaúnde, que creó un movimiento llamado «Acción Popular», bastante cercano a las ideas de la Democracia Cristiana, pero diferenciado en su organización y en su táctica. También ha sido una inspiración para muchos, pero no ha llegado tampoco a lograr definitivamente la posibilidad de aspirar a la dirección de la vida del país.
En Centroamérica, el movimiento tuvo bastante significación y bastante fuerza. Desde Caracas le ofrecimos institutos de formación, ayudados, desde luego, por la Fundación Konrad Adenauer, que fue la base sustentadora del IFEDEC, Instituto de Formación Demócrata Cristiano. En un momento dado, pareció que definitivamente el destino de los países centroamericanos iba a estar en manos de la dirigencia demócrata-cristiana. Tuvimos Presidentes demócrata-cristianos en El Salvador y en Guatemala. Hubo en Nicaragua un brote, pero no suficientemente fuerte, aunque también muy representativo. En Panamá, a la caída del gobierno del dictador Noriega, el partido demócrata-cristiano fue uno de los integrantes del gobierno. Aunque ocurrió, después lo mismo que en otros países de América Central: una caída increíble, que no estamos todavía en condiciones suficientes de analizar y de justificar. Pero ese sentimiento existe y esa convicción y esa presencia de gente importante existe.
Creo que sería gravísimo error de cualquier analista político, observar la realidad de América Latina y, concretamente de los países que he mencionado, sin tomar en cuenta como un factor importante el sector representado por el pensamiento y por la dirección demócrata-cristiana. Ha habido, lamentablemente, como ha ocurrido también en otros movimientos de gran envergadura, de naturaleza política, las disidencias personales que han quebrantado las posibilidades muchas veces de llegar a establecer regímenes más estables, más firmemente orientados hacia la dirección del gobierno. Pero la experiencia yo creo que ha sido muy valiosa y, desde luego, se desprende que hay una tendencia a recoger voluntades, a aceptar la colaboración de grupos que comparten ciertas aspiraciones básicas, como son principalmente las de libertad y justicia social.
Yo pienso que actualmente en el mundo, el proceso de globalización iniciado a raíz de la caída del Muro de Berlín, ha venido, desde el punto de vista de la economía, acentuándose por un liberalismo que desde ese punto de vista económico ha influido también en la orientación de la dirección política de los países. Pero resulta que también se está experimentando en todas partes la inquietud de que la propia libertad económica no es suficiente para remediar los problemas de los pueblos. Que los objetivos de los gobiernos no pueden ser simplemente asentar la economía sobre bases estables, sino que ha de orientarse también hacia la posibilidad de que exista, realmente, el chance para todos los sectores sociales de buscar su propio desarrollo a través de sus propios medios. Pero con la inclinación social que debe tener un apoyo y un respaldo en el Estado.
Por eso, pienso que los países que ya abandonaron definitivamente las visiones totalitarias con la desaparición del comunismo, se encuentran que no pueden entregarse en manos de corrientes radicalmente opuestas. Que no pueden integrarse, en nombre de la libertad, a situaciones en las cuales los más poderosos ejercen cada vez mayor influencia sobre los más débiles y los más débiles tienen cada vez menos oportunidad de superarse y de asumir el papel que les corresponde en la vida de las naciones. Por eso creo en una corriente inspirada en la paz, en la justicia, en los ideales de moralidad, que son fundamentales para guiar a las naciones: una corriente como la Democracia Cristiana que con su experiencia se hace cada vez más abierta a la colaboración con todos los grupos y con todos los hombres de buena voluntad, deseosos del bienestar social y no solamente la mejora de la macroeconomía.
Yo creo que esto es fundamental. Por eso debemos formar nuevos valores. Las actuales y las venideras generaciones deben tener conciencia de que estos hechos, fundamentados en los valores morales, son básicos. No se puede dirigir la vida de un país y mucho menos conducir la vida internacional en el Universo, sin tener pensamientos esenciales de carácter moral que pongan la condición integral del Hombre por encima de otras circunstancias.
Otro concepto esencial es el de la paz, que debe tener por base el diálogo, el entendimiento y el acercamiento con todas las corrientes. La Democracia Cristiana deber ser, a mi modo de ver, una corriente aglutinadora de voluntades, atractiva de situaciones y de pensamientos similares, para llevar la suma de todas estas voluntades hacia la construcción de una nueva sociedad.
Otra idea es la solidaridad entre las clases sociales. A modo de ejemplo, debo decir que en Venezuela, estamos luchando por este concepto de solidaridad. Y quisiera decir aquí que uno de los hechos más importantes que hemos tenido en nuestro gobierno, en este quinquenio, ha sido el lograr que la reforma de las leyes del trabajo, de las leyes laborales, la iniciación de un sistema nuevo e integral de seguridad social, ha sido lograda por concurso de las fuerzas empresariales y de las fuerzas laborales. Ha sido el diálogo tripartito, con los representantes de las Cámaras de organismos de comercio y producción, por una parte, y por otra parte de las grandes federaciones de trabajadores, coordinados por la acción de los representantes del gobierno, la que ha hecho unas reformas que parecían imposibles de hacer, pero que se hicieron a base del diálogo y del entendimiento.
Cuando nosotros acentuamos esta importancia del diálogo tripartito y de la resolución tripartita de los asuntos, yo creo que estamos defendiendo uno de los aspectos más importantes del pensamiento demócrata-cristiano, pensamiento de la paz y de la solidaridad social y del concurso, del acercamiento y la coordinación entre todas las fuerzas.
Bueno, estas son algunas consideraciones que se me ofrecen al respecto. No se trata de una conferencia, yo he venido aquí más que todo a expresarles mi cariño, mi amistad y mi solidaridad para la Fundación Konrad Adenauer. A agradecerles todo lo que están haciendo en colaboración con los pueblos latinoamericanos y con quienes en la América Latina de una manera o de otra están inspirados por ideales afines a la Democracia Cristiana, y para animarlos a que sigan este trabajo, para que lo lleven adelante con mucho empeño.
La Democracia Cristiana en América Latina, que en un momento dado pareció que iba a ser la fórmula unitaria de todos los países del continente y que en este momento ha sufrido los descalabros que se experimentaron por circunstancias diversas que no es tan fácil analizar, sigue siendo un movimiento de inspiración hacia el bien, hacia la justicia social y hacia la paz.
Y en ese sentido la nueva Alemania, la Alemania que mire de relieve la paz; la Alemania que ha trabajado por la unidad europea; la Alemania que ha logrado un proceso de unificación que va marchando dentro de su propio país para vencer los distintos obstáculos; esa Alemania puede sentirse también orgullosa de estar colaborando, de una manera amplia y generosa, a través de muchas instituciones sociales, creando la imagen en los pueblos latinoamericanos de que los alemanes son amigos de todos aquellos que trabajan por el país, por la unión, por el bienestar, por las clases sociales.
No solamente la Fundación, que tiene carácter político, sino otras incluso que debo decir para dar las gracias, que tienen carácter religioso. Las llamadas «Adveniat» y «Misereor», que tiene la Iglesia Católica alemana, son ejemplares. Son muchos los seminarios que están orientados y ayudados por el movimiento «Adveniat» y son muchas las obras sociales para bien de las clases populares que son ayudadas por el movimiento de «Misereor».
Las fundaciones, entre las cuales destaca a la cabeza de todas, con grandes méritos y con gran entusiasmo, la Fundación Konrad Adenauer, están realizando no solamente una gran labor sino también están dibujando la imagen de una Alemania moderna, de una Alemania nueva, de una Alemania amante de la paz y de la justicia.
En el nombre del «viejo» Konrad Adenauer, a quien tuve el honor de conocer y con el cual tuve el honor de compartir algunas veces en la vida, y después recibir grandes lecciones, sobre todo de un gran ejemplo, él y los que como él supieron superar todos los traumas del pasado, supieron unirse con Francia por encima de tantos millones de muertos, supieron luchar definitivamente por la paz, dejaron un legado valiosísimo que la Fundación Konrad Adenauer está empeñada en conservar y trasmitir como un mensaje de fe y de esperanza para las nuevas generaciones.
Muchas gracias.