Las estrellas de la bandera
Artículo escrito para la columna Reflexiones de Tinajero, publicado por El Universal el 29 de marzo de 2006.
El Movimiento de la Independencia en Venezuela tuvo en sus orígenes una característica federal. Las provincias aparecen como un sujeto creador de la nueva entidad política, Venezuela, que se construyó sobre la base de la Real Cédula de septiembre de 1777.
La Declaración de Independencia, con fecha formal del 5 de julio de 1811, fue hecha por Caracas, Cumaná, Barcelona, Barinas, Margarita, Mérida y Trujillo. Caracas sigue siendo la cabeza. Ya se había establecido esa tradición cuando el rey de España reconoció la supremacía de los concejales de Caracas, ante ausencia del gobernador.
Cuando el Libertador logra la liberación de Guayana y establece a Angostura como la capital, consideró un acto de justicia y político la incorporación de Guayana como una provincia de la Unión Federal. De allí el decreto de colocación de una nueva estrella en el Pabellón Nacional. Pero se preguntan los historiadores: ¿por qué esa disposición de Bolívar no se ejecutó?
Hay que tomar en cuenta que, en los primeros tiempos de la República, no existían todavía dentro de la identidad nacional dos entidades importantes, desde el punto de vista real e histórico, que fueron Maracaibo y Coro. Maracaibo vino a formar parte de la entidad independiente cuando se consumó el movimiento que patriotas zulianos adelantaron para asegurar su fisonomía irrenunciable de venezolanidad, el movimiento de declaración de Maracaibo y del Zulia como una parte integrante de Venezuela. Después vino la incorporación de Coro.
Maracaibo y Coro podían tener el derecho de reclamar su presencia simbólica en la unidad de Venezuela. No hemos visto que hubiera habido un movimiento en cada una de estas entidades para que se incorporara otra estrella. De haberlo planteado, era imposible negarlo y entonces en vez de las ocho estrellas, serían diez las que vendrían a reflejar la entidad político-territorial que comprendiera el territorio actual de la nación. Todos, los siete firmantes de la declaración del 5 de julio de 1811 y los que firmaron después, ya eran venezolanos que tenían firmemente arraigado el sentimiento nacional.
La cuestión de los símbolos nacionales es algo que depende de muchas circunstancias. La aspiración universal es a que cada país tenga sus símbolos con carácter definitivo. Son símbolo de la identidad. Y el error más grande es la modificación que se ha realizado en muchos países. Me atrevería a insinuar que en casi todos se han realizado modificaciones para expresar sentimientos de diversas corrientes o grupos, que han ejercido la personería de sus respectivas entidades durante algún tiempo.
Estados Unidos, por ejemplo, agregó una estrella al incorporar un estado a su territorio. Si en Venezuela se estableciera una estrella por cada nuevo estado tendríamos que llegar a las veinticuatro tal vez, lo cual le daría una deformación a nuestro símbolo nacional. Pero, después de discutir la materia, los patriotas concluyeron que era más propio mantener las siete estrellas como un recuerdo del origen del país, como un recuerdo permanente al 5 de julio de 1811. Mientras se muevan los signos menos valor tendrán. El valor de los símbolos de la patria está vinculado al hecho de su permanencia.
Mientras más prevalece un símbolo, más valor tiene en el sentimiento nacional. El Orinoco será siempre el río de las siete estrellas, como lo llamó Andrés Eloy.