Apreciado Dr. Caldera:

Estoy orgulloso y complacido en que un hombre de su talla haya incursionado en mi afectiva intimidad.

Su consecuente presencia en el proceso físico final de mi padre es ejemplarizante. A pesar de todo no estamos tan mal. Prevalecen aún sentimientos dignos y nobles consecuencias en este tremendo canibalismo imperante.

Ya mi padre me había hablado mucho de usted como ser humano, de sus ejecutorias, de su calidad humana. No del Caldera histórico y político. Eso todos los venezolanos lo sabemos.

Me hablaba él, del Hombre.

Precisamente el ejercicio de esta condición, bien conformada, promueve el sentimiento que hoy experimento. Mueve a reflexión su bondad, su espíritu de compañerismo, y su hondo sentido de solidaridad. Particularmente con personas que no son necesariamente afectas a su modo de interpretar la política.

Usted, Presidente, me demostró en breves momentos contundentes su bonhomía. Sus referencias de aquellas fiestas hermosas donde uno se coleaba casa de José Enrique Machado; aquél Felipe Martín Pérez Guevara, Duque de Cantaura, de la elegante lista del Loyola; su sentido del buen hablar y del sabroso y sano convivir; su prestancia al gesto hermoso con el compañero ido, hacen de usted un ejemplar muy digno del gentilicio venezolano.

Mis ideas políticas quedan atrás. Usted ha demostrado una vez más que al igual que ese gran Rómulo, que tanto lo adversó y tanto lo quiso, sigue siendo piedra insigne en la construcción de este país.

Mi padre entre otras cosas me inculcó no escribir cierto tipo de misivas. Pero no entrevió la singularidad y la carga anímica y afectiva que impulsan ésta.

Yo llegaré a mis altas metas por mi propio ejercicio.

Presidente, es curioso, en esos difíciles momentos los accióndemocratistas que deberían estar no estaban. Usted sí estaba.

Yo no sé qué nos depara políticamente el futuro. Sea cual fuere mi trinchera Dr. Caldera cuente con mi aprecio y afecto siempre.

Como diría Gallegos, ya no le añade esa cifra de excelencia Martín Pérez Guevara a la colectividad venezolana, pero

«quedan las huellas del paso de un hombre extraordinario por el camino recto, hasta el fin. Bien mantenida siempre la dignidad intelectual».

Perdone los tachones, la mala letra y la informalidad, son parte de mi espontaneidad y mi condición médica. Yo sólo escribo estas cartas a las personas que siento.

Reciba usted mi más sincero afecto y trasmítale a Doña Alicia y sus hijos, particularmente a Mireya, mis mejores deseos y los de mi madre, Flor, y mi hermana Tatiana.

Un abrazo y gracias,

Martín (fdo.)