El papel del estudiantado en nuestra historia y su responsabilidad actual
Mensaje trasmitido por La Voz del Táchira. San Cristóbal, 2 de diciembre de 1936.
Introducción
De pie, serenos y confiados, estamos ante la opinión pública de San Cristóbal. Hemos venido desde el Centro a traer al estudiantado y pueblo de Los Andes un abrazo cordial y afirmar así, de estudiante a estudiante, de compatriota a compatriota, el ideal de la Unión Nacional Estudiantil, que no es sino el mismo que ha sido siempre el ideal legítimo del estudiantado venezolano: la creación de una patria auténticamente libre, grande y fuerte.
Serenos y confiados, he dicho. Serenos y confiados, porque contamos con el veredicto de nuestra conciencia. Ella nos dice que en todos nuestros actos ha sido único móvil la elevación del estudiantado nacional; que nunca se ha mezclado en la vida de la UNE ninguna especie bastarda, ni ningún interés mezquino.
Necios rumores se han expresado por ahí acerca de una pretendida animadversión del pueblo de San Cristóbal para nosotros. Nosotros no tememos, no podemos temer, a esos rumores interesados. El pueblo nunca podrá estar en contra nuestra, porque nosotros somos estudiantes, y el estudiante es para el pueblo símbolo de lo más puro. El pueblo nunca podrá estar en contra nuestra, porque desde nuestra fundación nos hemos empeñado en acercárnosle, en ayudarlo, y siempre le hemos dado la palabra honrada del hermano, si bien es cierto que no hemos querido ser a su lado –como esos aduladores– fementidos que lo marean con sus melifluas serenatas.
¿Qué hay algunos hijos del pueblo a quienes se ha engañado haciéndoles creer que somos enemigos suyos? No importa. Ellos habrán de salir tarde o temprano de su error, cuando comparen la actitud de sus falsos apóstoles con la posición ruda, sí, pero siempre honrada, de los estudiantes de la UNE. Por eso es que en los meses que llevamos de vida han ido naciendo nuevos órganos de nuestra asociación, que en toda la República se han ido constituyendo con estudiantes que han podido estudiar nuestra conducta.
Un saludo, pues, a los estudiantes y al pueblo tachirense. Un saludo de estos estudiantes que entienden su misión histórica en la forma en que lo expresan las palabras que de seguida me permitiré leer, y en las cuales hemos concretado la esencia de nuestra posición.
Siempre ha sido el estudiante venezolano el símbolo del patriotismo. En todo momento culminante de lucha, él ha ido al frente de la ciudadanía, rebosante de un entusiasmo que ha arrollado todos los pesimismos y ahogado todos los intentos de claudicación.
Ágil el cerebro para vislumbrar en lontananza el camino de la patria, presta la palabra para señalarlo a sus conciudadanos, dispuesto el corazón para encarar todas las situaciones, para arrostrar resuelto todos los peligros, el estudiante ha sido para nuestro pueblo algo que le hace pensar en la patria. (El estudiante ha sido como el bravo potro que alienta en nuestro escudo, una encarnación de nuestra nacionalidad irredenta).
Ya existía una conciencia estudiantil
Remontémonos a la época de la Independencia. En la Universidad se había reunido el Congreso. La tribuna de los largos y vehementes debates, de los maravillosos discursos; la tribuna en donde de manera solemne se leyó el Acta del 5 de julio, es la misma tribuna que enriquece todavía nuestro Paraninfo de Caracas. Estudiantes debían ser los que llenaban las barras del Congreso, que se instaló en su vieja casona maternal; e hijos de la Universidad fueron caso todos los hombres de aquella generación que no ha sido superada en nuestra historia.
Pasa la etapa puramente cívica (Junta Suprema, Congreso, Declaración de Independencia) y viene la conmoción dolorosa de la guerra. El estudiante no puede menos que dejar sentados en ella su patriotismo, su capacidad para el sacrificio. Si antes había llenado las barras del Congreso, ahora va a llenar en las filas de los ejércitos venezolanos; a perpetuar, bajo la dirección de Ribas, su definitiva consagración a la patria en la jornada inolvidable de la Victoria.
Ya estaba formada, para entonces, por lo tanto, una conciencia estudiantil. Una conciencia estudiantil que le indicó a nuestros universitarios con trazo firme, la conducta que exigía Venezuela de ellos, en el momento de la decisión y del optimismo, ya en el de la inmolación, ante la cual no fue posible nunca el titubeo.
El estudiante y nuestras tiranías
De entonces para acá continuó siendo el estudiante la conjunción del entusiasmo y del desprendimiento; continuó siendo eterna esperanza de un futuro mejor y víctima eterna en los altares de la Patria.
Nació el amor de Venezuela al estudiante, y ese amor jamás fue defraudado. Por el contrario, en cada nuevo hecho ha resultado el aumento de ese tesoro invalorable.
La tradición estudiantil se ha mantenido íntegra. Los que ahora son nuestros maestros y los que fueron maestros de nuestros maestros, supieron vivir su momento estudiantil y consagrarlo a manera de relámpago del Catatumbo en nuestra larga noche nacional.
Ese ha sido el papel del estudiantado venezolano en nuestra historia. Y en ello hay algo que interesa recalcar. Para el pueblo no fue nunca su héroe «este» o «aquel» estudiante determinado. El nunca quiso saber quién fue x o z que en tal o cual momento llevaba la voz cantante del estudiantado; para él fueron simplemente «los estudiantes», especie de personalidad moral que sentían siempre renovada, pero siempre la misma. Por eso no le importó que Fulano o Zutano claudicaran, ni que muchos se transformaran al dejar de ser estudiantes. A la Nación siempre le bastó que el estudiantado continuara alentando inagotable patriotismo, que la Universidad fuera a la manera de caldo de cultivo perenne de las virtudes cívicas.
El sentido de la palabra patriotismo
Nada engendra mayor responsabilidad que una historia gloriosa. Grave no es que aquellos que siempre han pasado inadvertidos por la vida continúen vegetando, sin pena ni gloria, ante la vista de la humanidad y ante el juicio de su propia conciencia. Pero sí sería gravísimo que quien antes contrajo un compromiso, sellado con el sello sagrado del propio sacrificio, desconociera un día la misión que asumió voluntariamente y en la cual se ha empeñado para siempre.
De allí dimana el rasgo fundamental de la responsabilidad del estudiante venezolano en el momento actual: de su gloriosa historia.
Ya por su juventud estaría obligado, como los estudiantes de los otros países, a dar ejemplo de cualidades que parecen olvidadas, a difundir como una onda su palabra cuajada de honradez y de virilidad. Pero el estudiante venezolano no es como otro estudiante cualquiera, a quien solo se exige alguno que otro rasgo de genio en medio de una serie de locuras. Es un ser que irrevocablemente ha echado sobre sí la carga que entraña «su significación preponderante en nuestra vida nacional».
Pero ¿cuál es la idea fundamental que inspire al estudiante en el cumplimiento de tan grave misión?
Es el patriotismo. Es el mismo de siempre, pero dotado de un sentido que no tuvo antes. Es el mismo sentimiento noble que hace de Venezuela objeto de todos nuestros afectos, nuestra dedicación y nuestro renunciamiento. Pero, como decía ha cambiado el sentido de la palabra patriotismo…
Antes el patriotismo solo vivía del gesto. Sólo vivía del momento de heroísmo que exigía al ciudadano consumirse en el fuego para mantener encendida la llama del espíritu patriótico. Ya hoy el patriotismo exige otra cosa. Exige, sí, que permanezca vivo aquel aliento para sacarlo afuera en los momentos decisivos. Pero reclama una labor más constante. Más sorda pero más fructífera. Más baja en la apariencia porque la altura momentánea del nivel de sublimación no llega a la hermosura brillante de la muerte; más alta en definitiva, porque exige más amor para que pueda haber más constancia, mayor sacrificio para que pueda acumularse día a día el mérito muchas veces opaco, el desprendimiento muchas veces oculto.
Yo deseo insistir en el sentido que la palabra patriotismo ha adquirido en el momento actual. Yo quiero recalcarlo ante estudiantes y no estudiantes, para que los unos se percaten de que vivimos un nuevo momento histórico que necesariamente reclama un nuevo enfoque histórico y, para que Venezuela entera le reclame la actitud que, a no ser criminal de lesa patria, tiene ineludiblemente que asumir.
Ya no puede ser loco
Ya no puede ser loco. Una locura estudiantil significaría en nuestro tiempo una locura nacional. Un paso en falso, una vehemencia suya, engendraría consecuencias que podrían llegar a increíbles extremos, extremos que con todo está obligado a prever.
La experiencia de los últimos meses ha venido a justificar lo que digo. A movimientos impulsivos de algunos estudiantes, ha respondido el pueblo lleno de fe y de abnegación. Y el pueblo venezolano, la Nación entera, han sufrido las consecuencias de lo que en otra época o en otro lugar se habría catalogado como una simple locura estudiantil.
Ese frenesí incontrolado ha redundado desgraciadamente en menoscabo de la influencia social del estudiante. Pero, con eso y todo, es aún mucha la intensidad de esa fuerza. Fue tan grande el arraigo que la tradición estudiantil venezolana adquirió en el alma nacional, que todavía está ella pendiente de lo que diga el estudiante, todavía es señero de rutas su actitud, todavía se oye su palabra con la misma fruición embelesada con que hasta ayer se escuchó su grito contra la tiranía.
Ya no puede ser loco. Hoy está obligado el estudiante a refrenar sus ímpetus, cuando ellos no conduzcan a mejorar la situación de Venezuela: está obligado, – y es la prueba más dura a que se halla sometido -, está obligado a inmolar muchas veces algunos de sus caros ideales en aras del ideal fundamental, que es la felicidad de la patria.
La oportunidad que vivimos definirá de modo trascendente la situación de Venezuela durante muchos años. Es el momento de iniciar el trabajo creador. Es el momento de hacer que se transforme la palabrería vaga que está tan en uso, en actividad consciente, fecunda.
Al estudiante cabe un papel principal en la tarea. De él depende en mucho cual sea el rumbo que en definitiva se imprima; él decide, además, la forma en que mañana se aproveche el desarrollo de nuestras posibilidades; si se ha preparado, obteniendo el rendimiento máximo; si ha despilfarrado su vida actual en aventuras absurdas, dejando perder entre sus manos la fuerza que pudo ser engendradora de una Venezuela engrandecida y respetada.
Ya no puede ser loco. El estudiante de hoy ha perdido el derecho a justificar sus errores como genialidades. Ha echado sobre sí el tremendo deber de pensar como hombre, de reflexionar, antes de tomar una medida, sobre las consecuencias que ella pueda tener para la patria.
El nuevo sacrificio
El estudiante ha vivido siempre para el sacrificio. Pero ese sacrificio repetido, indudablemente invalorable como afirmación patriótica, se ha convertido en verdadera desgracia en que la Nación ha perdido hasta la esperanza de un futuro mejor; porque en la hoguera de las revoluciones y de las protestas, ha ido ella arrojando con majestuosa resignación los que habrían debido ser hombres capaces de restaurarla y levantarla.
«Crisis de hombres», se oye decir de un lado a otro, y es realmente la mayor calamidad venezolana. Aquellos que pretenden dirigir hoy la marcha del país, han desfilado por los puestos públicos, dando un triste espectáculo de incapacidad.
Y es que para encaminar a Venezuela, para orientarla en un sentido de progreso efectivo, no basta haber protestado contra la tiranía. El gesto valiente de la protesta empeña, es cierto, la gratitud ciudadana; pero para realizar una labor efectiva es necesario mucho más: es necesario poseer una preparación sólida, no constituida por dos o tres ideas aprendidas con precipitación y digeridas a pedazos.
A esa preparación estamos obligados los estudiantes de hoy. Ayer, cada protesta contra un tirano significó la anulación de los hombres de mayores esperanzas, para que otro nuevo tirano encontrara el camino más limpio, encontrara la Nación más debilitada, más entregada entre sus manos. Hoy, para poder afirmar con júbilo efectivo: «no habrá más tiranías en Venezuela», debemos aprovechar estos momentos con tesón verdaderamente infatigable a fin de que no nos encuentre el mañana imposibilitados para desempeñar la ardua labor que estaremos obligados a asumir.
Preparación, constancia, conciencia de responsabilidad. Eso exige hoy el patriotismo y eso supone el nuevo sacrificio. Sacrificio, sí, porque lo es apartar la actividad brillante por el trabajo sordo y lento de la preparación; sacrificio, porque lo es muy grande revestirse de una serenidad excepcional en medio de la precipitación en que vivimos, para esperar, saber esperar. Raíz debe sentirse el estudiante; raíz que si no se esconde en las entrañas de la tierra no llegará a robustecerse, no alcanzará a servir a ningún árbol robusto y empinado.
No quiere esto decir que por esa necesidad de prepararse vaya el estudiante a eximirse de todo contacto social. Eso sería absurdo. Hoy más que nunca reclama la sociedad del estudiante. Hoy más que nunca reclama de él nuestro pueblo, ese pueblo bueno que pide a gritos una palabra honrada que lo oriente. Pero ese contacto social, esa palabra orientadora, la debe prestar siempre, por sobre todo y ante todo, sin salirse de su condición de estudiante.
Me explico con ejemplos. El estudiante debe ir a la prensa, pero no como el periodista profesional que vive de ella, que está sumido en los intereses creados del ambiente; el estudiante ha de escribir en el periódico reflejando siempre una faceta del alma estudiantil. El estudiante tiene que interesarse en los problemas nacionales; el estudiante puede hasta sentirse interesado e iniciarse en la cuestión política: pero debe pretender siempre irse a la política como fenómeno social que marca el rumbo de la vida nacional y no a la política como lucha de conveniencias que se debate por la posesión del gobierno.
Si el estudiante llega a la política, ha de hacerlo de modo que se diga de él: es esencialmente un estudiante, como tal, interesado vivamente por las necesidades de la patria, y que excepcionalmente, ha asumido actividades políticas. En eso estriba nuestra diferencia fundamental con otros hombres, que ya hace muchos años alejaron definitivamente la senda de su vida de los claustros universitarios; hombres que han venido, ya en edad no adecuada, a meterse de nuevo a los corredores de la Universidad para aprovechar ésta como instrumento de maniobras políticas. Esos no son estudiantes sino de manera accesoria y por una necesidad de táctica. Vale, pues, recalcarlo, por el contraste que ello significa:
NOSOTROS SOMOS ESTUDIANTES, QUE A LO MÁS ACCIDENTALMENTE ESTAMOS METIDOS EN POLÍTICA; ELLOS SON POLÍTICOS METIDOS ACCIDENTALMENTE A ESTUDIANTES.
Hoy y mañana
Termino resumiendo en dos párrafos las ideas expuestas.
Al estudiante, hoy, incumbe la grave responsabilidad de su prestigio. Hacer caso omiso de ella y lanzarse por caminos de aventura, sería traicionar a la patria, a sus antecedentes y a su propia conciencia. Compenetrarse de esa responsabilidad y obrar teniendo siempre en cuenta que un paso suyo necesariamente ha de repercutir en el pueblo, es su imperativo del momento actual. A ese imperativo debe someter su conducta; y marchar adelante, con la vista en la patria y la mano en el corazón, sin que sean nada a preocuparlo las algazaras de los profesionales del insulto, canalla embravecida, calumniadora e injuriosa, cuyos insultos honran y cuyas alabanzas avergüenzan.
Pero debe por sobre todo el estudiante tener presente que no ha llegado todavía su hora. Darlo todo hoy significaría presentarse con las manos huecas en el momento en que la patria le reclame que definitivamente la encauce y la engrandezca. Permitir que, perpetuándose esa «crisis de hombres», siga siendo mañana Venezuela la misma nación desgraciada, sería el más culpable de los crímenes y la más absurda de las incomprensiones. En sus estudios, aún en sus actividades; y sobre todo en su contacto con la realidad venezolana, debe resonar este grito de guerra:
ESTUDIANTE, PREPÁRATE PARA LA PATRIA GRANDE QUE HABRÁS DE CONSTRUIR TÚ MISMO.